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Genji II - Atalanta

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12-<strong>Genji</strong> <strong>II</strong> - P. 343 a 384 21/11/06 13:34 Página 354<br />

–Bien, eso será suficiente. Ahora cuidad de ella –dijo Su Reverencia, y regresó a la montaña.<br />

Para su hermana era como un sueño entregarse al cuidado de una joven de semejante<br />

belleza y distinción, y era tan feliz que le hacía sentarse y ella misma la peinaba. Su cabello<br />

no estaba enmarañado en exceso, a pesar de que lo había descuidado, dejándolo atado<br />

a un lado, y una vez bien peinado reveló un lustre precioso. La presencia de la muchacha<br />

era deslumbrante en un lugar donde tantas cabezas canosas estaban a sólo un año de los<br />

cien. 15 Era como si el ángel más exquisito hubiera bajado de los cielos. 16 Esta idea turbaba<br />

sobremanera a la hermana de Su Reverencia.<br />

–¿Por qué mantienes ese cruel mutismo conmigo, cuando te quiero tanto? ¿Quién eres?<br />

¿Dónde vives y cómo llegaste al lugar donde te encontramos?<br />

–Debo de haber olvidado todo mientras me hallaba en aquel extraño estado, porque no<br />

recuerdo nada de mi vida anterior. El único vago recuerdo que tengo es el de estar sentada,<br />

una noche tras otra, con la mirada perdida en la oscuridad y sin ganas de vivir, hasta<br />

que alguien salió de debajo de un gran árbol que se alzaba ante mí y me pareció que se me<br />

llevaba. Por lo demás, ni siquiera puedo recordar quién soy. –Habló con dulce inocencia<br />

y, entre lágrimas, añadió–: No quiero que nadie sepa que sigo viva. Sería demasiado horrible<br />

que vinieran a buscarme.<br />

La monja no la interrogó más, pues era evidente que las preguntas resultaban demasiado<br />

dolorosas para la joven. Estaba tan maravillada como debió de haberlo estado el viejo<br />

cortador de bambú cuando encontró a Kaguya-hime, y, llena de aprensión, esperaba ver a<br />

través de qué grieta podría desaparecer para siempre.<br />

La madre de Su Reverencia, que también era monja, había sido una dama importante.<br />

Su hija, que se había casado con un noble de alto rango, a la muerte de éste había seguido<br />

prodigando cuidados a su hija hasta verla muy bien situada, casada con un hombre por el<br />

que ella sentía un gran afecto. Pero entonces su hija murió. El golpe fue tan cruel que se<br />

encerró en sí misma, se hizo monja y se instaló en aquella aldea de montaña, donde, solitaria<br />

y con poco que hacer, siguió anhelando la compañía de alguien que le recordara a<br />

aquella hija que con tanto pesar añoraba, y apenas podía creer en su buena suerte ahora<br />

que tan inesperado tesoro se había cruzado en su camino, una muchacha tal vez incluso<br />

más hermosa que su difunta hija. Estaba asombrada, desde luego, pero también contenta.<br />

Aunque de edad avanzada, la monja conservaba su belleza y un aire de gran distinción.<br />

La corriente del río no era tan turbulenta allí como en Uji, y la casa tenía cierto encanto.<br />

Se alzaba en medio de un delicioso bosquecillo, y el jardín cercano estaba muy bien<br />

diseñado y era palpable la exquisitez con que lo cuidaban. El otoño se acercaba, la tonalidad<br />

del cielo era conmovedora y las mujeres jóvenes cantaban sus rústicas canciones mien-<br />

15. Ise monogatari 63 (sección 30): «Parezco estar enamorada de mechones canosos que están a un año de los<br />

cien, pues su imagen persiste en mi mente».<br />

16. Como lo hiciera Kaguya-hime, la heroína de El cuento del cortador de bambú. Esta alusión se hace explícita<br />

más abajo.<br />

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