Genji II - Atalanta
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T ENARAI<br />
Práctica de escritura<br />
Tenarai («práctica de escritura») significa no sólo la práctica de la caligrafía<br />
mediante la copia de modelos, sino también la escritura de poemas,<br />
incluidos los de creación propia, por placer o como consuelo.<br />
En la segunda parte del capítulo, Ukifune<br />
se consuela de ese modo.
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RELACIÓN CON LOS CAPÍTULOS ANTERIORES<br />
«Práctica de escritura» cubre el mismo lapso de tiempo que «La efímera» y se extiende un poco<br />
más allá, cuando Kaoru cuenta 28 años.<br />
P ERSONAJES<br />
El comandante, de 27 a 28 años (Kaoru)<br />
Su Reverencia el prelado de Yokawa, de más de 60 años (Yokawa no Sôzu)<br />
Su madre, una anciana monja, de más de 80 años<br />
Su hermana menor, monja, de alrededor de 50 años<br />
Su discípulo, un Iniciado<br />
El celador de la Quinta de Uji<br />
Una mujer joven, de 22 a 23 años (Ukifune)<br />
El capitán, yerno de la hermana del prelado, cercano a la treintena<br />
Shôshô, una monja<br />
Komoki, una muchacha paje que sirve a Ukifune<br />
Saemon, una monja<br />
Su Majestad la emperatriz, de 46 a 47 años (Akashi no Chûgû)<br />
Kozaishô, una dama de honor al servicio de la Primera Princesa<br />
El gobernador de Kii, nieto de la anciana monja, de 29 a 30 años
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Por aquel entonces vivía en Yokawa 1 un reverendo prelado, un hombre de profunda<br />
santidad que tenía una madre octogenaria y una hermana de cincuenta años. A causa<br />
de un antiguo voto, las dos mujeres hicieron un peregrinaje a Hatsuse, acompañadas<br />
de un Iniciado, el discípulo más íntimo y más respetado de Su Reverencia, que llevó a<br />
cabo las dedicaciones de sus imágenes y escrituras. Tras estas prácticas religiosas, emprendieron<br />
el camino de regreso. Estaban cruzando los Altos de Nara 2 cuando la madre de Su<br />
Reverencia, que se había hecho monja, empezó a encontrarse tan mal que al grupo se le<br />
planteó un dilema, pues no veían la posibilidad de que la anciana pudiera proseguir el<br />
viaje. En consecuencia, se detuvieron en casa de un amigo, cerca de Uji, donde decidieron<br />
pasar el resto de la jornada, pero como el estado de la enferma no mejoraba, enviaron un<br />
mensaje a Yokawa. Su Reverencia, que sólo deseaba permanecer en la Montaña, no había<br />
tenido intención de abandonarla aquel año, pero la dramática noticia de que su madre estaba<br />
gravemente enferma y era posible que falleciera por el camino hizo que acudiera a su<br />
lado con la mayor rapidez.<br />
El prelado y sus discípulos, dotados de los más grandes poderes sanadores, llevaban a<br />
cabo sus enérgicos ritos, aunque ciertamente la mujer ya había vivido una vida plena,<br />
cuando su anfitrión oyó lo que estaban haciendo y se mostró consternado por dar alojamiento<br />
a una persona muy anciana y enferma en unos momentos en que él se estaba<br />
purificando para hacer un peregrinaje a la Montaña Sagrada. 3 Su Reverencia reconoció,<br />
entristecido, que el hombre tenía motivos para estar molesto, y dado que, en cualquier<br />
caso, apenas cabían en la pequeña vivienda, lenta y cautamente se dispuso a trasladar a su<br />
madre a otra parte. Por desgracia, el dios del medio obstruía su dirección a casa y era preciso<br />
evitarlo. Entonces recordó que la llamada Quinta de Uji, 4 en otro tiempo propiedad<br />
1. Uno de los tres sectores principales del gran complejo monástico del monte Hiei.<br />
2. Una serie de colinas bajas al norte de Nara, entre esta ciudad y el río Kizu.<br />
3. La contaminación de la muerte le manchará si la monja muere en su casa, y no podrá realizar su peregrinaje<br />
a Mitake, una montaña sagrada al sur de Nara.<br />
4. Existen pruebas de que el Suzaku histórico visitó realmente un lugar llamado así en Uji. El emplazamiento<br />
exacto es objeto de conjetura, pero probablemente estaba cerca de la orilla norte del río Uji, el lado que daba a<br />
la Ciudad.<br />
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de Su Eminencia Suzaku, debía de estar cerca. Puesto que él conocía al administrador de<br />
la finca, le envió un mensaje diciéndole que deseaba quedarse allí uno o dos días.<br />
–El administrador y su grupo partieron ayer hacia Hatsuse –informó el mensajero, que<br />
había traído consigo a un anciano andrajoso, el celador.<br />
–Venid si gustáis, por favor –dijo el celador–. La casa principal se está convirtiendo en<br />
una ruina. A menudo los peregrinos se detienen allí.<br />
–¡Excelente! Es una quinta imperial, pero, si no hay nadie más, gozaremos de total<br />
tranquilidad.<br />
Su Reverencia envió a su mensajero para que examinara el lugar. El viejo celador, que<br />
estaba acostumbrado a los visitantes, efectuó rudimentarios preparativos para recibirles.<br />
Su Reverencia entró el primero. El ambiente de la casa abandonada era aterrador, y el<br />
prelado y los monjes que le acompañaban se pusieron a cantar las escrituras. El Iniciado<br />
que había ido a Hatsuse y otro monje de rango similar tenían un colega de categoría inferior<br />
que les encendió una antorcha, lo que les permitió recorrer el terreno de detrás de la<br />
casa en busca de algo fuera de lo corriente. 5 Era como si se encontraran en un bosque. A la<br />
luz espectral, bajo los árboles, distinguieron una extensión blanca y se detuvieron, preguntándose<br />
qué podría ser. El monje que llevaba la antorcha la alzó bien alto: algo había allí.<br />
–Debe de ser un zorro que ha cambiado de forma. 6 ¡El muy granuja! ¡Haré que se<br />
muestre tal como es! –Dio unos pasos hacia delante.<br />
–¡Ten cuidado! ¡Puede ser peligroso!<br />
El otro formó el mudra para reducir a esa clase de criaturas, al tiempo que le dirigía<br />
miradas furibundas. A pesar de llevar la cabeza rapada, experimentaba la sensación de<br />
tener los pelos de punta. El que sostenía la antorcha se acercó con calma a la criatura para<br />
examinarla mejor. Tenía el cabello largo y brillante, y estaba apoyada en las grandes y<br />
nudosas raíces de un árbol, llorando amargamente.<br />
–¡Extraordinario! ¡Su Reverencia tiene que ver esto!<br />
El hombre fue en busca de su superior y le contó lo que habían encontrado.<br />
–Siempre he oído decir que un zorro puede adoptar la forma humana, ¡pero jamás he<br />
visto uno que realmente lo haya hecho!<br />
El prelado bajó los escalones de la casa y fue a ver a la criatura.<br />
Su madre no tardaría en llegar, y los criados más capacitados estaban ocupados en la<br />
cocina y haciendo otras tareas. En el bosque reinaba el silencio mientras cuatro o cinco<br />
monjes vigilaban su hallazgo, fuera lo que fuese. No sucedía nada especial. Desconcertados,<br />
continuaban vigilando. ¡Faltaba poco para el amanecer! ¡Tenían que averiguar si aquel<br />
ser era humano o no! Los monjes entonaron el mantra apropiado y formaron el mudra,<br />
pero, al parecer, para Su Reverencia la respuesta ya era evidente.<br />
5. Criaturas o espíritus capaces de crear dificultades.<br />
6. Tanto en China como en Japón se creía que los zorros cambiaban de forma. Adoptaban especialmente la<br />
forma de una mujer joven y hermosa.<br />
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–Es humana –dijo–. No hay en ella nada fuera de lo corriente ni maligno. Preguntadle<br />
quién es. No veo razón para creer que esté muerta. Si la han abandonado aquí dándola por<br />
muerta, parece ser que se ha reanimado.<br />
–Pero ¿por qué alguien abandonaría un cadáver en esta quinta? Tal vez sea humana,<br />
pero un zorro, un espíritu de los árboles o algo por el estilo deben de haberle trastornado<br />
el juicio y la han traído aquí. Esto es grave. Estoy seguro de que el lugar está contaminado.<br />
Llamaron a gritos al viejo celador, y los ecos que les respondieron fueron aterradores.<br />
Llegó el hombre, zarrapastroso y sujetándose el sombrero con una mano para evitar que<br />
se le deslizara sobre la cara.<br />
–¿Vive alguna mujer joven en las inmediaciones?<br />
Le mostraron de qué estaban hablando.<br />
–Esto lo hacen los zorros –replicó el hombre–. Bajo este árbol pueden suceder cosas<br />
extrañas. Un otoño, hace dos años, secuestraron a un niño que apenas tenía un año de<br />
edad, el hijo de alguien que servía en la casa, y lo trajeron aquí. No es nada sorprendente.<br />
–¿Murió el chiquillo?<br />
–No, sigue vivo. A los zorros les gusta asustar a la gente, pero nunca hacen demasiado<br />
daño.<br />
No era la primera vez que él veía aquello, y la llegada de un grupo de personas en plena<br />
noche parecía preocuparle mucho más.<br />
–Comprendo. Entonces es a eso a lo que nos enfrentamos. Pero mira de nuevo, por<br />
favor. –Su Reverencia hizo que el intrépido discípulo se adelantara.<br />
–¿Eres un demonio? ¿Un dios? ¿Eres un zorro o un espíritu de los árboles? No puedes<br />
ocultarte, ¿sabes?, ¡eso es imposible, rodeado como estás por personas con grandes<br />
poderes! ¡Dime quién eres, dímelo! –Le tiró de la ropa, pero ella se cubrió el rostro y lloró<br />
todavía más intensamente.<br />
–¡Vaya descaro el tuyo, espíritu de los árboles, demonio o lo que seas! ¿Crees que puedes<br />
esconderte para que no vea tu verdadero rostro?<br />
Quería mirarla a la cara, pero le aterraba que fuese uno de aquellos demonios de los<br />
que había oído hablar, sin ojos ni nariz, y por ello, a fin de demostrar su inquebrantable<br />
valentía, trató de quitarle la ropa. Ella se volvió y, tendiéndose de bruces, se abandonó a<br />
un llanto incontenible.<br />
El discípulo estaba seguro de que nada tan extraño podía pertenecer al mundo cotidiano,<br />
fuera lo que fuese, y quería ver qué era en realidad, pero, por desgracia, el aspecto amenazante<br />
del cielo anunciaba un aguacero.<br />
–Si la dejamos aquí, morirá –afirmó–. Es preciso que la llevemos al otro lado del muro. 7<br />
7. Han de llevarla al otro lado del muro que rodea el terreno de la quinta, para que su muerte no contamine<br />
la casa y a todos los que se encuentran en ella.<br />
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–Tiene la forma de un auténtico ser humano –objetó Su Reverencia–, y sería terrible<br />
abandonarla para que muera ante nuestros ojos. No, sería en verdad grave no salvar al pez<br />
que nada en el lago o al ciervo que brama en las colinas cuando ha sido capturado y está<br />
a punto de morir. La vida humana ya es de por sí muy corta, y debemos respetar lo que<br />
queda de la suya, aun cuando no sea más que uno o dos días. Tal vez ha sido violada por<br />
algún dios o demonio, o la han expulsado de su casa, o ha sido objeto de un cruel engaño,<br />
y es posible que esté destinada a una muerte nada natural, pero la gracia del Buda es<br />
para las personas como ella, y a nosotros nos corresponde darle remedios, cuidar de ella<br />
y tratar de salvarla. Si aun así muere, al menos habremos hecho todo lo que estuvo en<br />
nuestras manos.<br />
Desoyendo las protestas de algunos de los monjes, pidió a su discípulo predilecto que<br />
la llevara a la casa.<br />
–¡Oh, no, Vuestra Reverencia, por favor, no hagáis eso! ¡Vuestra madre está muy enferma,<br />
y traer al interior de la casa a semejante criatura sólo puede causar contaminación!<br />
Otros replicaron:<br />
–¡Tanto si cambia de forma como si no, sería un gran error cruzarnos de brazos y ver<br />
morir a un ser vivo bajo la lluvia!<br />
Debido al alboroto que los criados arman por todo y a sus atroces comentarios, tendieron<br />
a la joven en un rincón apartado de la casa.<br />
Hubo una gran conmoción cuando acercaron el carruaje que transportaba a la madre<br />
de Su Reverencia y la anciana se apeó, porque en aquellos momentos se encontraba realmente<br />
muy mal.<br />
–¿Qué tal sigue esa joven que hemos encontrado? –inquirió Su Reverencia cuando se<br />
hubo instalado una atmósfera de relativa calma.<br />
–Sigue inmóvil y no ha hablado. Apenas respira. Parece como si un espíritu le hubiera<br />
robado el juicio.<br />
–¿De qué estáis hablando? –preguntó la monja, hermana menor de Su Reverencia.<br />
El prelado le explicó las circunstancias.<br />
–Nunca había visto nada igual en mis más de sesenta años –comentó.<br />
Apenas había escuchado el relato cuando la monja replicó entre lágrimas:<br />
–Tuve un sueño en el templo donde nos encontrábamos. ¿Cómo es ella? ¡He de verla!<br />
–Está ahí, junto a la puerta corredera del lado este.<br />
La monja se apresuró a ir allí y vio que habían dejado a la muchacha tendida y completamente<br />
sola. Era una joven muy bonita, vestida con una prenda de damasco blanco de<br />
varias capas y pantalones escarlata. El perfume de sus ropas era delicioso, y su aspecto<br />
indicaba una gran distinción. «¡Debe de ser la hija a la que tanto echo de menos, que ha<br />
vuelto a mí!» Llorosa, llamó a sus asistentas y les pidió que trasladaran a la joven a la<br />
cámara interior. Ellas lo hicieron sin temor, puesto que no sabían nada de lo ocurrido.<br />
La joven apenas parecía viva, pero de todos modos abrió un poco los ojos.<br />
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–¡Háblame! –le rogó la monja–. ¿Quién eres y cómo ha sucedido esto?<br />
Sin embargo, no obtuvo respuesta. Al parecer, la joven estaba inconsciente. Le puso<br />
una medicina en los labios, pero todo indicaba que la enferma se iba apagando con rapidez.<br />
–¡No hay derecho! –exclamó, mirando implorante al Iniciado–. ¡Se está muriendo!<br />
¡Ruega por ella, por favor, ruega!<br />
–¡Lo sabía! Su Reverencia no debería haber sido tan generoso con su ayuda.<br />
Sin embargo, el Iniciado rezó y cantó la escritura en honor de los dioses. 8<br />
Su Reverencia se asomó a la habitación.<br />
–¿Cómo está? Averiguad exactamente qué le ha causado esto y expulsadlo.<br />
Pero la joven estaba ciertamente muy débil y su respiración podía detenerse en cualquier<br />
momento.<br />
–No es posible que viva –observó una mujer.<br />
–Vamos a tener que encerrarnos a causa de una contaminación que podríamos perfectamente<br />
haber evitado.<br />
–Pero ella parece ser toda una señora. No podemos abandonarla, aunque vaya a morir.<br />
¡Qué atroz problema!<br />
–¡Chisss…! –los silenció la monja–. No debéis contarle esto a nadie. Podría crear dificultades.<br />
El estado de la joven le inquietaba más que el de su propia madre, y estaba tan deseosa<br />
de lograr que sobreviviera que no se apartaba ni un momento de su lado. Aunque no<br />
sabía quién era, no soportaba que un ser de tan espléndida belleza muriese, y lo mismo les<br />
sucedía a las mujeres encargadas de atender a la enferma.<br />
La joven abría los ojos de vez en cuando, y entonces lloraba sin cesar.<br />
–¡Oh, cielos! –exclamó la monja–. ¡Creo que el Buda te ha traído aquí conmigo en<br />
lugar de la hija a la que todavía lloro, pero sólo estaré más desconsolada que antes si también<br />
te pierdo! Sin duda, algún vínculo de vidas anteriores nos ha unido. ¡Dime algo, por<br />
favor, te lo ruego!<br />
Siguió suplicando, hasta que la joven le dijo entre dientes:<br />
–Supongo que vivo de nuevo, pero no lo merezco. Soy demasiado despreciable. ¡No<br />
permitas que nadie me vea, por favor, y esta noche arrójame al río!<br />
–Es una alegría oírte hablar, pero ¡qué terribles son tus palabras! ¿Por qué dices una<br />
cosa así? ¿Cómo has llegado a este lugar?<br />
Pero la joven no dijo nada más. La monja la examinó en busca de algo que pudiera estar<br />
mal, 9 pero no encontró nada, y ante semejante belleza se sintió abrumada por la lástima y<br />
8. El Sutra del Corazón, que se recitaba antes de un ritual de curación (kitô) para repeler las influencias malignas<br />
y atraer las buenas.<br />
9. Busca kizu, en parte «heridas» físicas, pero tal vez, e incluso en mayor medida, defectos que podrían mostrar<br />
que la muchacha no es realmente humana.<br />
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la congoja. ¿Podría ser en verdad una aparición llegada tan sólo para trastornar a un corazón<br />
demasiado afectuoso?<br />
El grupo de Su Reverencia permaneció dos días recluido, mientras cánticos incesantes<br />
solicitaban la asistencia divina para las dos afligidas mujeres. El extraño acontecimiento<br />
había causado la consternación general. Las gentes humildes del entorno que en el pasado<br />
habían servido a Su Reverencia, al enterarse de que estaba allí, acudieron a presentarle<br />
sus respetos, y mientras conversaban uno de ellos observó:<br />
–Hay una gran conmoción debido a que la hija del difunto Octavo Príncipe, aquel al<br />
que visitaba su señoría el comandante de la Derecha, ha muerto de repente, aunque no<br />
estaba enferma. He ayudado a preparar el funeral, y por eso no pude venir ayer.<br />
«Tal vez un demonio se apoderó de su espíritu y lo trajo aquí –reflexionó Su Reverencia–.<br />
En ningún momento me ha parecido real… Hay algo en ella perturbadoramente<br />
incorpóreo.»<br />
–El fuego que vimos anoche no parecía lo bastante fuerte para eso.<br />
–Lo mantuvieron bajo adrede. No fue en absoluto un funeral solemne.<br />
La persona que hablaba permanecía fuera del recinto, debido a la contaminación que<br />
había contraído, y no tardaron en despedirle.<br />
–Su señoría el comandante se relacionaba con una de las hijas del difunto príncipe, pero<br />
ella murió hace años. ¿A qué hija puede haberse referido? Su señoría jamás dejaría a la<br />
princesa para unirse a otra. 10<br />
Entonces el grupo se dispuso a partir. La madre de Su Reverencia se había recuperado,<br />
la dirección a casa ya estaba abierta también para ella y la idea de permanecer en un lugar<br />
tan amenazante no era nada atractiva. Sin embargo, algunos sentían recelos hacia la joven.<br />
–Aún está muy débil y el viaje podría ser muy duro para ella –aducían–. Es muy preocupante.<br />
Fueron en dos carruajes. La anciana monja viajaba en el primero, con dos monjas que<br />
la cuidaban, y tendieron a la joven en el segundo, 11 atendida por una sirvienta. Avanzaban<br />
lentamente por el camino, ya que se detenían a menudo para administrarle un remedio a<br />
la enferma. Las monjas vivían en Ono, a los pies del monte Hiei, y la distancia que debían<br />
recorrer era larga. Llegaron a su destino entrada la noche, lamentando no haber<br />
tomado disposiciones para pernoctar en algún lugar del camino. Su Reverencia ayudó a su<br />
madre a descender del carruaje, y su hermana atendió a la joven mientras la bajaban. La<br />
fatiga del largo viaje sin duda había dado a la anciana monja motivos para lamentar los<br />
interminables sufrimientos de la edad, pero se recuperó muy pronto, y Su Reverencia volvió<br />
a la Montaña. No mencionó a la joven a nadie que no hubiera estado con él cuando la<br />
descubrieron, pues era impropio de un monje viajar en una compañía como la suya.<br />
10. No se puede identificar al hablante.<br />
11. El ocupado también por la hermana del prelado.<br />
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También su hermana pidió a sus sirvientas que le prometieran guardar silencio, porque la<br />
idea de que alguien pudiera presentarse en busca de la joven le turbaba mucho.<br />
«¿Cómo es posible que una muchacha como ella se haya encontrado en semejante<br />
situación en un lugar habitado sólo por gentes del campo?», se preguntó. Tal vez su<br />
madrastra o alguien por el estilo la llevó de peregrinaje, y cuando enfermó, la dejó atrás<br />
por medio de algún engaño. Después de esa única petición de que la arrojara al río, no<br />
había dicho ni una palabra más, lo cual desconcertaba a la monja más joven y estimulaba<br />
su anhelo de devolver la salud a la pobrecilla. Pero, ¡ay!, la joven nunca se erguía, sino que<br />
permanecía tendida y tan extrañamente absorta en sí misma que parecía improbable que<br />
pudiera vivir, aunque contemplar la idea de abandonarla era demasiado doloroso. La hermana<br />
de Su Reverencia habló del sueño que había tenido, y secretamente ella y el Iniciado<br />
al que en principio había recurrido para que rezara quemaron semillas de amapola. 12<br />
Así transcurrieron los meses cuarto y quinto. Desesperada porque no lograba ninguna<br />
mejora, la monja escribió a Su Reverencia: «¡Baja de la Montaña! ¡Sálvala, por favor!<br />
Que aún siga con vida indica que no está destinada a morir, pero sea lo que fuere lo que<br />
ha tomado posesión de ella, parece negarse a dejarla. Mi querido y santísimo hermano,<br />
comprendo que desees evitar la Ciudad, ¡pero sin duda no te hará daño alguno venir<br />
aquí!».<br />
Le imploró en estos términos, y él reflexionó sobre lo extraño que resultaba todo aquel<br />
asunto. «¿Y si la hubiera dejado allí abandonada cuando la descubrimos? Que la encontrara,<br />
en primer lugar, seguramente significa que algún vínculo ya me une a ella. Sí, debo<br />
hacer cuanto pueda por salvarla, y si fracaso, entenderé que el tiempo de vida que le había<br />
sido concedido llegó a su fin.» Entonces bajó de la Montaña.<br />
Su hermana le dio las gracias efusivamente y le puso al corriente del estado de la joven<br />
durante los últimos meses.<br />
–Es natural que si una persona permanece enferma durante tanto tiempo haya de<br />
soportar grandes sufrimientos –le dijo–, pero en cualquier caso su estado no es peor ahora<br />
que al principio. Su belleza no se ha marchitado, su aspecto no da ni un ápice de lástima<br />
y, aunque parece que se está muriendo, sigue viva, como puedes ver.<br />
La monja lloraba mientras le explicaba la situación.<br />
–Esta muchacha me asombró desde el momento en que la vi por primera vez –replicó<br />
él–. Veamos, pues. –Se asomó a la habitación donde yacía la muchacha–. ¡Sí, es notablemente<br />
hermosa! ¡Nacer con esta belleza debe de ser su recompensa por sus buenas acciones<br />
en vidas pasadas! Me pregunto qué desliz puede haberla llevado a esta situación. ¿No<br />
has oído decir nada que pudiera explicarlo?<br />
–No, nada en absoluto. Bueno, en realidad es un regalo de la Kannon de Hatsuse.<br />
12. Llevan a cabo el ritual del fuego purificador (goma), durante el cual se arrojaban semillas de amapola al<br />
fuego sagrado.<br />
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–¡De ninguna manera! El Buda concede tal guía de acuerdo con los vínculos kármicos;<br />
en ausencia de alguno de tales vínculos, no veo cómo es posible.<br />
Después de expresar así la perplejidad que sentía, dio comienzo a los ritos.<br />
Puesto que Su Reverencia rechazaba solicitudes incluso de palacio, su hermana pensó<br />
que su reputación peligraría si llegaba a saberse que había abandonado su retiro en la espesura<br />
de la Montaña para rezar de todo corazón por una mujer que en realidad no significaba<br />
nada en absoluto para él, y como sus discípulos convinieron en que así era, ella les<br />
instó al silencio.<br />
–No, no, hermanos míos –les dijo él–. No aceptaré vuestras objeciones. Como monje<br />
ya soy bastante incorregible, y sé que continuamente violo tal o cual precepto, pero jamás<br />
se me ha podido reprochar una relación indecorosa con una mujer, nunca me he extraviado<br />
en esa dirección. Si lo hiciera ahora, cuando tengo más de sesenta años, sin duda habría<br />
sido determinado por mi destino.<br />
–Pero, Vuestra Reverencia, si las gentes deslenguadas difunden maliciosos rumores, la enseñanza<br />
del Buda saldrá perjudicada –protestaron los discípulos, en absoluto complacidos.<br />
Su Reverencia juró solemnemente que el rito que estaba a punto de realizar tendría<br />
éxito, costara lo que le costase, y se entregó a ello durante toda la noche. Al amanecer<br />
logró que el espíritu entrara en la médium, 13 y entonces él y el Iniciado, su discípulo, redoblaron<br />
sus esfuerzos para obligarle a decir qué clase de poder era y por qué atormentaba<br />
a su víctima de aquella manera.<br />
Tras haber pasado varios meses negándose a manifestarse, el espíritu conquistado empezó<br />
a despotricar:<br />
–No soy alguien a quien puedas forzar y someter. En otro tiempo fui monje practicante,<br />
14 y cierto rencor hacia este mundo me hizo errar hasta que me establecí en una casa<br />
llena de mujeres bonitas. Maté a una de ellas, y luego ésta decidió volverse contra la vida,<br />
y día y noche decía que sólo quería morir. Eso me dio una oportunidad, y me apoderé de<br />
ella una oscura noche, cuando estaba a solas. Sin embargo, de alguna manera Kannon se<br />
las arregló para protegerla, y ahora he perdido a manos de este prelado. Me marcharé.<br />
–¿Quién está hablando?<br />
Pero tal vez la médium poseída ya se había debilitado, porque no hubo una respuesta<br />
útil.<br />
Entonces la mente de la joven se despejó, recuperó hasta cierto punto los sentidos y<br />
miró a su alrededor. No había allí una sola cara que conociera, y rodeada así de monjes<br />
decrépitos y ancianos, experimentó la soledad de quien ha llegado a una tierra desconocida.<br />
No podía recordar con claridad dónde había vivido ni quién era. «Me arrojé a las<br />
aguas, ¿verdad?, porque no podía soportarlo más. Pero ¿dónde estoy ahora? –Se esforza-<br />
13. Probablemente una mujer a la que empleaba con ese fin.<br />
14. No un monje erudito (gakusô), sino uno cuya principal ocupación era la práctica religiosa.<br />
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ba por recordar, y al final comprendió que<br />
había sido presa de una negra desesperación–.<br />
Todas estaban dormidas cuando abrí las puertas<br />
dobles y salí. Soplaba un fuerte viento y<br />
oía el estruendo del río. Allí fuera, sola, estaba<br />
asustada, demasiado asustada como para<br />
pensar con claridad en lo que había ocurrido<br />
o lo que ocurriría a continuación, y cuando<br />
bajé a la terraza no sabía adónde iba; sólo<br />
sabía que entrar de nuevo no serviría de nada<br />
y que lo único que deseaba era desaparecer<br />
valerosamente de la vida. “¡Venid y devoradme,<br />
demonios o lo que esté ahí, no permitáis<br />
que me encuentren aquí, como a una necia<br />
Puertas dobles<br />
acobardada!” Eso iba diciendo, sentada allí e<br />
inmóvil, cuando un hombre muy apuesto se me acercó y dijo: “¡Ven conmigo al lugar<br />
donde vivo!”, y me pareció que me tomaba en sus brazos. Supuse que era el caballero al<br />
que se dirigían como “Vuestra Alteza”, pero entonces mi mente debió de vagar, hasta que<br />
él me depositó en un lugar que desconocía. Luego desapareció. Cuanto todo terminó, me<br />
di cuenta de que no había hecho lo que me había propuesto hacer, así que lloré y lloré. No<br />
recuerdo nada más. Dicen que han pasado muchos, muchos días, y ahora aquí estoy, una<br />
pobre expósita, ¡atendida por personas a las que ni siquiera reconozco!» Profundamente<br />
avergonzada, lamentaba su vuelta a la vida. Aunque había permanecido inconsciente<br />
durante su larga enfermedad, había ingerido algún alimento de vez en cuando, pero ahora<br />
estaba tan alterada que lo rechazaba todo, incluso la más minúscula gota de medicina.<br />
–¿Por qué has de ser todavía tan frágil? –le preguntaba la hermana de Su Reverencia<br />
con lágrimas en los ojos–. Antes siempre tenías fiebre, y me alegro mucho de que haya<br />
desaparecido y de que tu mente parezca haberse despejado.<br />
Nunca se apartaba de su lado y la atendía con abnegación; y sus sirvientas cuidaban de<br />
ella con no menos interés, pues no deseaban que semejante belleza se perdiera.<br />
En el fondo, la joven sólo seguía ansiando la muerte, pero la vida se empeñaba en permanecer<br />
con ella, pese a todo lo que había sufrido, y poco a poco fue alzando la cabeza y<br />
empezó de nuevo a tomar alimento, aunque su rostro seguía afilándose cada vez más.<br />
La hermana de Su Reverencia preveía, feliz, su total recuperación.<br />
–¡Hazme monja, por favor! –le suplicó la joven–. ¡Sólo así podré seguir viviendo!<br />
–¿Cómo podría hacer eso? ¡Sería una pena!<br />
Sólo le cortaron un mechón de pelo y le administraron los Cinco Preceptos. Su joven<br />
pupila no se sentía satisfecha, pero, débil y confusa, no se encontraba en condiciones de<br />
imponer su voluntad.<br />
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–Bien, eso será suficiente. Ahora cuidad de ella –dijo Su Reverencia, y regresó a la montaña.<br />
Para su hermana era como un sueño entregarse al cuidado de una joven de semejante<br />
belleza y distinción, y era tan feliz que le hacía sentarse y ella misma la peinaba. Su cabello<br />
no estaba enmarañado en exceso, a pesar de que lo había descuidado, dejándolo atado<br />
a un lado, y una vez bien peinado reveló un lustre precioso. La presencia de la muchacha<br />
era deslumbrante en un lugar donde tantas cabezas canosas estaban a sólo un año de los<br />
cien. 15 Era como si el ángel más exquisito hubiera bajado de los cielos. 16 Esta idea turbaba<br />
sobremanera a la hermana de Su Reverencia.<br />
–¿Por qué mantienes ese cruel mutismo conmigo, cuando te quiero tanto? ¿Quién eres?<br />
¿Dónde vives y cómo llegaste al lugar donde te encontramos?<br />
–Debo de haber olvidado todo mientras me hallaba en aquel extraño estado, porque no<br />
recuerdo nada de mi vida anterior. El único vago recuerdo que tengo es el de estar sentada,<br />
una noche tras otra, con la mirada perdida en la oscuridad y sin ganas de vivir, hasta<br />
que alguien salió de debajo de un gran árbol que se alzaba ante mí y me pareció que se me<br />
llevaba. Por lo demás, ni siquiera puedo recordar quién soy. –Habló con dulce inocencia<br />
y, entre lágrimas, añadió–: No quiero que nadie sepa que sigo viva. Sería demasiado horrible<br />
que vinieran a buscarme.<br />
La monja no la interrogó más, pues era evidente que las preguntas resultaban demasiado<br />
dolorosas para la joven. Estaba tan maravillada como debió de haberlo estado el viejo<br />
cortador de bambú cuando encontró a Kaguya-hime, y, llena de aprensión, esperaba ver a<br />
través de qué grieta podría desaparecer para siempre.<br />
La madre de Su Reverencia, que también era monja, había sido una dama importante.<br />
Su hija, que se había casado con un noble de alto rango, a la muerte de éste había seguido<br />
prodigando cuidados a su hija hasta verla muy bien situada, casada con un hombre por el<br />
que ella sentía un gran afecto. Pero entonces su hija murió. El golpe fue tan cruel que se<br />
encerró en sí misma, se hizo monja y se instaló en aquella aldea de montaña, donde, solitaria<br />
y con poco que hacer, siguió anhelando la compañía de alguien que le recordara a<br />
aquella hija que con tanto pesar añoraba, y apenas podía creer en su buena suerte ahora<br />
que tan inesperado tesoro se había cruzado en su camino, una muchacha tal vez incluso<br />
más hermosa que su difunta hija. Estaba asombrada, desde luego, pero también contenta.<br />
Aunque de edad avanzada, la monja conservaba su belleza y un aire de gran distinción.<br />
La corriente del río no era tan turbulenta allí como en Uji, y la casa tenía cierto encanto.<br />
Se alzaba en medio de un delicioso bosquecillo, y el jardín cercano estaba muy bien<br />
diseñado y era palpable la exquisitez con que lo cuidaban. El otoño se acercaba, la tonalidad<br />
del cielo era conmovedora y las mujeres jóvenes cantaban sus rústicas canciones mien-<br />
15. Ise monogatari 63 (sección 30): «Parezco estar enamorada de mechones canosos que están a un año de los<br />
cien, pues su imagen persiste en mi mente».<br />
16. Como lo hiciera Kaguya-hime, la heroína de El cuento del cortador de bambú. Esta alusión se hace explícita<br />
más abajo.<br />
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tras recogían la cosecha en los arrozales cercanos. También era muy agradable el sonido de<br />
las tejuelas para espantar a los pájaros. A la joven del este, todo ello le recordaba el lugar<br />
donde había vivido. La vivienda se adentraba algo más en las colinas que aquella casa de<br />
las brumas vespertinas habitada en el pasado por la madre de Su Alteza la esposa de Su<br />
Excelencia de la Derecha, y se alzaba contra una empinada cuesta, de modo que allí, bajo<br />
los pinos, las sombras eran profundas y el viento suspiraba lastimeramente. Reinaba el<br />
silencio mientras las monjas se entregaban a sus rezos. Tenían poco más que hacer.<br />
En las noches iluminadas por la luna, la hermana de Su Reverencia tocaba a menudo el<br />
kin, acompañada al biwa por la monja conocida como Shôshô.<br />
–¿Sabes tocar? –le preguntó a la muchacha–. ¡Tienes tan poco en qué ocuparte!<br />
Siempre que aquellas ancianas se dedicaban a sus pasatiempos, ella recordaba su desafortunada<br />
educación y el hecho de que nunca había tenido tiempo para adquirir esa clase<br />
de conocimientos. «¡Crecí sin adquirir ni una sola habilidad!», se dijo. Era muy amargo<br />
ser tan poco útil, y escribió de manera informal, como si practicara:<br />
Oh, ¿quién tendió esa encañizada en el río de lágrimas, cuando para ahogarme<br />
a su veloz corriente me había arrojado, y así me retuvo en esta vida? 17<br />
Le contrariaba profundamente y, temerosa del futuro, recordaba el momento con odio.<br />
Cada noche, cuando brillaba la luna, las ancianas componían elegantes poemas y hablaban<br />
de sus recuerdos. Como ella no podía participar, contemplaba distraída el cielo.<br />
Ha querido mi suerte que vuelva a vivir en este mundo de pesares,<br />
aunque en la Ciudad iluminada por la luna nadie lo sabrá jamás.<br />
Había muchas personas a las que echaba de menos cuando resolvió morir, pero ahora<br />
apenas las recordaba, aparte de imaginar la angustia de su madre y la amarga decepción de<br />
su aya, que siempre habían ansiado verla honorablemente establecida. «¿Dónde están ahora?<br />
–se preguntaba–. ¿Cómo podrían saber que sigo viva?» A veces también recordaba a<br />
Ukon, con la que había hablado sobre muchas cosas, pues no tenía a nadie más con quien<br />
compartir sus sentimientos.<br />
Una mujer joven no puede resignarse fácilmente a abandonar toda esperanza y encerrarse<br />
de ese modo en las colinas, y las únicas personas que estaban allí de servicio eran otras<br />
siete u ocho monjas, todas ellas muy ancianas. Sus hijas y nietas, unas de servicio en la<br />
Ciudad y otras no, iban a visitarlas de vez en cuando. Cualquiera de ellas podría servir a<br />
alguno de los caballeros a los que ella misma había conocido, y preveía la intensa ver-<br />
17. Ôkagami 14 (la sección «Tokihira-den»), de Sugawara no Michizane: «Soy ahora el involuntario juguete<br />
de las aguas: ¡conviértete en encañizada, te lo ruego, y párame!».<br />
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güenza que experimentaría si por casualidad cualquiera de ellos se enteraba de que seguía<br />
viva, puesto que entonces la imaginaría reducida a las circunstancias más degradantes. Por<br />
eso permanecía siempre recluida.<br />
La monja que cuidaba de ella le había cedido dos de sus mujeres, Jijû y Komoki, 18 pero<br />
ninguna se parecía, ni por su físico ni por su ingenio, a las «aves de ciudad» 19 que ella había<br />
conocido. Se resignó a la idea de que eso debía de ser precisamente lo que el poema quería<br />
decir con las palabras «un lugar que no esté en el mundo». 20 Su insistencia en permanecer<br />
oculta convenció a la monja de que debía de tener una razón convincente, y no dijo<br />
a ningún miembro del personal de la casa nada sobre ella.<br />
El ex yerno de la monja era por entonces capitán. Su hermano menor, que era monje,<br />
se había convertido en discípulo de Su Reverencia y estaba retirado con él en la Montaña,<br />
donde sus hermanos iban a visitarle con frecuencia. Camino de Yokawa, el capitán pasó<br />
ante la casa de la monja, y los gritos de su escolta anunciaron la llegada de un caballero<br />
importante. La joven le buscó con la mirada, y al verle recordó vívidamente la imagen de<br />
aquel señor que iba a verla en secreto cuando ella estaba en Uji. El lugar donde se encontraba<br />
ahora, con su silencio y aislamiento, no era menos deprimente, pero las monjas que<br />
residían allí desde hacía largo tiempo habían arreglado con sumo gusto el entorno de la<br />
vivienda. El seto estaba lleno de encantadores claveles, así como flores de valeriana y campánulas<br />
recién florecidas, y ahora había entre ellas hombres jóvenes con mantos de caza<br />
multicolor. Entretanto, su señor, vestido de manera similar, permanecía sentado en el pasillo<br />
del sur, donde le habían recibido, con la mirada perdida y una expresión triste. Era<br />
un hombre de agradable aspecto, de veintisiete o veintiocho años, y tenía unos modales<br />
visiblemente cultivados.<br />
La monja le habló desde detrás de una cortina colocada en el vano del panel deslizante.<br />
–Los viejos tiempos parecen rezagarse más y más a medida que transcurren los años –le<br />
dijo–, y me maravilla que no necesite olvidarte ni siquiera ahora, sino que aún pueda esperar<br />
ilusionada la luz de tu presencia en esta aldea de montaña.<br />
–El constante recuerdo del pasado me conmueve como siempre, pero lamento no visitarte<br />
con frecuencia, ahora que te has apartado por completo del mundo. A menudo visito<br />
a mi hermano en la Montaña, pues envidio la vida retirada que lleva allí, pero tantas<br />
personas desean acompañarme que normalmente prefiero no molestarte trayéndolas aquí.<br />
Hoy, sin embargo, he logrado reducir su número.<br />
18. Una de ellas (Jijû) es una dama de honor, y la otra, una muchacha paje.<br />
19. «Gente de la ciudad.» Miyako-dori, una clase de gaviota, aparece en Ise monogatari 13 (sección 9, Kokinshû<br />
411), de Ariwara no Narihira: «¿Sois fieles a vuestro nombre? Entonces, aves de ciudad, os planteo esta pregunta:<br />
aquella a la que quiero... ¿vive o muere?».<br />
20. Shûishû 506: «¡Cómo anhelo algún lugar que no esté en el mundo donde ocultar los muchos años que me<br />
abruman!».<br />
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–Me parece que cuando dices que envidias el retiro de tu hermano en la Montaña sólo<br />
repites unos sentimientos que estos días están de moda, pero de todos modos hay muchas<br />
ocasiones en las que te estoy agradecida por no inclinarte tanto ante las tendencias del<br />
mundo como para olvidar todo cuanto quedó atrás.<br />
La monja pidió que sirvieran arroz y otros alimentos a sus visitantes, y al capitán le<br />
hizo traer también exquisiteces tales como semillas de amapola. Él la conocía bien y no se<br />
sentía en absoluto inhibido, y cuando cayó un aguacero que hacía peligroso proseguir el<br />
camino, se quedó allí a charlar con sosiego. «Vaya –se dijo ella–, su carácter es incluso más<br />
admirable que el de mi hija, y es en verdad muy triste pensar que la relación entre nosotros<br />
se haya perdido. No sé por qué mi hija no dejó una criatura que me permitiera recordarla.»<br />
Añoraba tanto a su hija que incluso las infrecuentes visitas del capitán le impulsaban<br />
a demostrar con su incesante locuacidad lo mucho que le conmovían y el placer que<br />
le causaban.<br />
La joven, que por entonces se parecía tanto a la propia hija de la monja, tenía un aspecto<br />
encantador mientras contemplaba la escena, recordando los tiempos pasados. Vestida<br />
con una humilde camisa blanca y unos pantalones de color gris oscuro, que le habían dado<br />
sin duda porque allí todo el mundo usaba el color de la corteza de ciprés, le entristecía el<br />
contraste entre su estado actual y aquel del que había disfrutado en otra época, aunque<br />
incluso con aquellas prendas rígidas y ásperas su belleza resplandecía.<br />
–Mi señora –le dijo a la monja una de las ancianas que la atendía–, parece como si vuestra<br />
hija volviera a estar con nosotras de nuevo, ¡y qué magnífico sería que su señoría el<br />
capitán conviniera en ello! ¡Sería tan grato que volviera a frecuentarnos como entonces!<br />
¡Los dos formarían una estupenda pareja!<br />
«¡Oh, no, por favor! –pensó la joven–. No me casaré nunca, ¡no lo haré mientras viva! Hacer<br />
tal cosa sólo me recordaría lo que ha quedado atrás. ¡No, jamás volveré a pasar por eso!»<br />
La monja entró un momento en la casa, y el capitán estaba contemplando con inquietud<br />
la lluvia cuando reconoció la voz de la monja conocida como Shôshô, y la llamó.<br />
–Supongo que aquellas de vosotras a las que entonces conocí seguís todas aquí –le<br />
dijo–, pero me resulta tan difícil venir de visita que sin duda me consideraréis muy inconstante.<br />
–En el pasado, Shôshô había sido su sirvienta personal, y su presencia le recordaba<br />
los días en que su esposa y él estaban felizmente casados–. Antes, al pasar por el extremo<br />
de esa galería, un soplo de viento ha abierto un momento la persiana y he visto una cabellera<br />
muy larga. Me ha parecido que la mujer debe de ser bella. Ha sido una sorpresa, ya<br />
que todas las que estáis aquí habéis renunciado al mundo, y me he preguntado quién<br />
podría ser.<br />
Shôshô comprendió que debía de haber atisbado a la joven dama de su señora desde<br />
atrás, cuando ella se disponía a salir, y deseó ofrecerle una perspectiva mucho mejor, pues<br />
sabía que se quedaría impresionado. La monja se dijo que él parecía no haber olvidado aún<br />
a su esposa, que no era tan bonita ni mucho menos. Replicó:<br />
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–Mi señora, a quien nada podía consolar jamás después de su pérdida, para su gran sorpresa<br />
ha encontrado a una joven dama que le alegra los ojos día y noche. Parece mentira<br />
que hayáis podido verla en un momento de descuido.<br />
«¡Qué cosas tan extraordinarias suceden! –pensó el capitán con creciente interés–.<br />
¿Quién puede ser?» La misma brevedad del agradable atisbo se había grabado vívidamente<br />
en su memoria. Sin embargo, cuando trató de averiguar algo más, Shôshô no le dio una<br />
respuesta satisfactoria. «Lo sabréis a su debido tiempo»: eso era lo único que ella decía, y<br />
él difícilmente podía seguir interrogándola. Además, sus hombres anunciaban: «¡La lluvia<br />
ha cesado y el sol está a punto de ponerse!». Ante su insistencia, el capitán se dispuso a<br />
partir.<br />
Recogió unas flores de valeriana que crecían cerca y tarareó para sus adentros: «¿Cómo<br />
es que la valeriana florece tan bellamente?». 21<br />
–¡Fijaos en lo cauto que es, para que no chismorreemos! –se dijeron las ancianas entre<br />
sí con admiración–. ¡Qué excelente y apuesto caballero ha resultado ser! ¡Qué grato sería<br />
poder recibirle en la familia de nuevo!<br />
–Dicen que suele visitar la casa del consejero Fujiwara, pero que en realidad no tiene<br />
intenciones serias y que pasa la mayor parte del tiempo en casa de su padre –observó su<br />
señora, y siguió diciéndole a su nueva hija–: Eres muy poco amable, querida, al mantenerte<br />
tan distanciada de nosotras. Espero que estés de acuerdo en que esto tenía que suceder y<br />
seas atenta con él. Durante cinco o seis años no he dejado de llorar a mi hija ni un solo<br />
momento, pero ahora que te tengo a ti casi la he olvidado. No dudo de que aquellos a los<br />
que quieres están vivos, pero de momento han de suponer que ya no perteneces a este<br />
mundo. Las penas más profundas se disipan con el tiempo.<br />
Las lágrimas acudieron a los ojos de la joven.<br />
–No deseo ocultaros nada, pero volver a la vida de una manera tan extraña ha hecho<br />
que todo me parezca un sueño confuso. Así debe de sentirse una cuando renace en un<br />
mundo desconocido. Puede que todavía haya personas que me conozcan, pero no las<br />
recuerdo. La única que ahora significa algo para mí eres tú.<br />
¡Qué dulce e inocente era! La monja la miraba sonriente.<br />
El capitán llegó a la Montaña, sorprendiendo a Su Reverencia, y los dos estuvieron un<br />
rato conversando. Tras decidir que se quedaría a pasar allí la noche, pidió a varios monjes<br />
dotados de buena voz que cantaran las escrituras, y se pasó el resto de la velada tocando música.<br />
Durante un largo paseo con su hermano, mencionó que había hecho un alto en Ono.<br />
–Fue conmovedor de veras –le dijo–. Ya sé que ella ha abandonado el mundo, pero, aun<br />
así, pocas mujeres tienen su ingenio y un gusto como el suyo. –Y añadió–: Hace un mo-<br />
21. Shûishû 1098, del sacerdote Sôjô Henjô, escrito cuando vio a una joven que visitaba el jardín de su templo:<br />
«¿Cómo es que la valeriana florece aquí tan bellamente, cuando en este mundo la gente tiene lenguas tan malévolas?».<br />
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mento la brisa alzó una persiana y, a través de la abertura, atisbé a una guapa muchacha de<br />
cabellera muy larga. Pude observar de soslayo espalda cuando salía (supongo que era<br />
consciente de que alguien podría verla), pero ciertamente tenía algo notable. Me parece<br />
que semejante lugar no es el más apropiado para una muchacha de buena familia. No ve<br />
más que a las monjas, un día tras otro. Es probable que eso ya no le importe, pero no deja<br />
de ser una gran lástima.<br />
–Debe de ser la joven a la que tengo entendido que ella encontró esta primavera en<br />
extrañas circunstancias, cuando hizo un peregrinaje a Hatsuse –replicó su hermano, aunque<br />
no dijo más porque él mismo no la había visto.<br />
–¡Qué extraordinario! ¿Quién puede ser? Supongo que ella debe de haber decidido ocultarse<br />
allí porque no quiere saber nada más del mundo. Parece un antiguo relato de amor,<br />
¿no es cierto?<br />
Al día siguiente, en el camino de regreso, no pudo resistirse a visitar Ono de nuevo.<br />
Esta vez la monja estaba preparada para recibirle, y la calurosa bienvenida de Shôshô, que<br />
tanto recordaba los tiempos pasados, le encantó a pesar del color de sus mangas. La monja<br />
también le hizo compañía, y tendía más a las lágrimas que de ordinario. En el curso de su<br />
conversación, él se aventuró a preguntar:<br />
–¿A quién tienes viviendo ahí de una manera tan discreta?<br />
La monja se alarmó, pero era evidente que él había visto a la muchacha, y negarlo resultaría<br />
muy extraño.<br />
–No podía olvidar a mi hija, ¿sabes? –replicó–, y eso me parecía un pecado muy grave,<br />
pero desde hace varios meses ella me consuela de su pérdida. Parece tener muchas cuitas,<br />
aunque ignoro en qué consisten, y se diría que le consterna en sumo grado pensar que<br />
cualquiera podría descubrir que está viva. Sin embargo, me resulta difícil imaginar que alguien<br />
la buscara en las honduras de este valle, y me intriga saber cómo la habéis descubierto.<br />
–Confieso que un mero capricho me ha traído aquí, pero confío en que atiendas el<br />
ruego de un viajero en estas montañas. No creo que puedas permanecer insensible a mi<br />
súplica, si ella es realmente para ti lo que fue aquella otra. ¿Quién es y qué le ha llevado a<br />
rechazar el mundo? ¡Me gustaría tanto consolarla! –Estaba muy deseoso de saber más.<br />
Antes de marcharse, escribió en una hoja de papel de doblar:<br />
No te inclines bajo la brisa que sopla en Adashino, oh, flor de valeriana,<br />
de mi jardín serás, aunque te encuentres tan lejos. 22<br />
Le pidió a Shôshô que se lo entregara.<br />
22. «No cedas a las lisonjas de nadie más, porque quiero que seas mía.» El nombre Adashino (en realidad, un<br />
terreno de cremación situado al noroeste de la Ciudad) sugiere ada, frivolidad erótica.<br />
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–Respóndele –le instó la monja cuando la muchacha lo hubo leído–. Es un hombre<br />
excelente, no tienes por qué desconfiar de él.<br />
–¡Pero es que escribo tan mal..! ¿Cómo podría hacerlo?<br />
No dio su brazo a torcer, y la monja consideró la situación muy incómoda.<br />
«Como te he dicho –respondió en una nota–, la muchacha le tiene menos apego al<br />
mundo que ninguna otra que haya conocido jamás.»<br />
Lo que haré no sé, yo que planté una flor de valeriana<br />
aquí en la choza de hierbas donde he renunciado al mundo.<br />
Él comprendió que la joven se sintiera así aquella primera vez, y emprendió el viaje de<br />
regreso sin recriminarle su silencio.<br />
No sabía si insistir en enviarle notas sería acertado o no, pero en cualquier caso no<br />
podía olvidar el atisbo que había tenido y, aunque no sabía nada de los pesares de la joven,<br />
tan absorto estaba pensando en ella que poco después del día décimo del octavo mes aprovechó<br />
una cacería con halcones pequeños 23 para visitar Ono de nuevo.<br />
Como de costumbre, llamó a Shôshô.<br />
–Tengo el corazón agitado desde la primera vez que la vi –le explicó.<br />
Pero la nueva hija de la monja seguía sin dar ninguna réplica propia, y la monja escribió<br />
al caballero: «Cuando la veo, pienso en el monte Matsuchi». 24<br />
Por fin la monja le recibió. Él le dijo:<br />
–Respecto a la joven dama que, según creo, ahora se encuentra en unas circunstancias<br />
tan dolorosas, confío en que me cuentes más. El camino por el que se desliza mi vida<br />
es tan distinto al que desearía, que también a mí me gustaría retirarme en las colinas, si no<br />
me lo impidiesen aquellos cuya opinión estoy obligado a respetar. Me temo que mi carácter<br />
sombrío hace que sea una pareja inadecuada para una mujer sin ninguna preocupación.<br />
25 Preferiría confiar mis sentimientos a alguien que tenga sus propias pesadumbres.<br />
A juzgar por su manera de hablar, tenía intenciones serias hacia la muchacha.<br />
–En cuanto a tu deseo de relacionarte con alguien que tenga sus propias preocupaciones,<br />
creo que su conversación te satisfaría, pero la intensidad de su amargura contra esta<br />
vida hace que sea muy peculiar. Incluso a mí, con los pocos años que me quedan por delante,<br />
me resultó muy doloroso volver la espalda al mundo, y me cuesta creer que ella, cuya<br />
juventud le promete un hermoso futuro, persista en su actual resolución.<br />
23. Kotakagari, practicada en otoño para capturar aves pequeñas, como codornices. Tsurayuki shû 15 (Kokin<br />
rokujô 1201), de Ki no Tsurayuki, asocia la kotakagari con la búsqueda por parte del cazador de una «flor de<br />
valeriana» que le dé alojamiento durante la noche.<br />
24. «Creo que puede estar enamorada de otro.» Komachi shû 98 (Shinkokinshû 336), de Ono no Komachi: «¿A<br />
quién esperas, oh, flor de valeriana, en el monte Matsuchi?, pues pareces prometida a un amante este otoño».<br />
25. Su esposa actual, la hija del consejero Fujiwara.<br />
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Hablaba como si realmente fuese la madre de la joven.<br />
–Qué poco amable eres –le reprochó la monja cuando entró en la casa–. Te ruego que<br />
le respondas por lo menos una palabra. Nada sería más normal que el hecho de que quien<br />
vive en un lugar como éste respondiera con profunda emoción a la más leve muestra de<br />
interés por parte de alguien de fuera.<br />
Sin embargo, todos los intentos de persuadirla fracasaron.<br />
–No sé hablar con la gente, y teniendo en cuenta mi modo de ser, no tiene sentido que<br />
lo intente.<br />
Permanecía tendida, haciendo caso omiso de la monja.<br />
–Pero ¿qué dices? ¡Esto es demasiado duro! ¡Con eso de «prometida a un amante este<br />
otoño» 26 sólo querías darme largas!<br />
Él estaba lo bastante enojado como para añadir:<br />
He venido de lejos, atraído por el canto del grillo de pino y la prometida bienvenida,<br />
sólo para vagar de nuevo entre carrizales cubiertos de rocío. 27<br />
–¡Pobre hombre! ¡Sin duda al menos puedes responder a esto! –apremió la monja a la<br />
muchacha, pero ésta no soportaba la idea de participar en aquel juego, y además, una vez<br />
que cediera, él iría en pos de ella una y otra vez, y eso no le hacía ninguna gracia.<br />
Su rotunda negativa a responder decepcionó a todo el mundo. La monja debió de evocar<br />
los recuerdos de un pasado más animado al responder:<br />
Tú, cuyo manto de caza está humedecido por los numerosos rocíos de los páramos otoñales,<br />
¡nunca intentes culpar a una casa perdida en estos yermos cubiertos de maleza!<br />
«Me temo que ella lo considera de mal gusto.»<br />
Las demás monjas no podían imaginar cuán doloroso sería para la nueva hija de su<br />
señora que, contra sus deseos, se difundiera la noticia de que estaba viva, y recordaban al<br />
caballero con tanto cariño y placer que se desvivían por conmoverla.<br />
–¡Pero que le respondas con amabilidad en una ocasión tan baladí no significa que él<br />
vaya a hacer algo que te disguste! –protestaron–. ¡Tal vez te moleste ese comportamiento<br />
mundano, pero al menos respóndele lo mínimo para no ser descortés!<br />
Pero no, ella no confiaba en aquellas viejas monjas, con sus aires patéticamente juveniles<br />
y sus esfuerzos por componer malos poemas. Mientras permanecía allí tendida, reflexionaba:<br />
«¡Qué cruel, después de todo, ha sido que sobreviviera, cuando había decidido<br />
26. Otra frase del poema «Monte Matsuchi» citado antes.<br />
27. La palabra matsumushi («grillo de pino») permite un familiar juego con matsu («pino» y «esperar»).<br />
Además, un relato chino conocido en Japón se refiere a un hombre atraído a la espesura del bosque por la llamada<br />
de un grillo de pino, para extraviarse y no salir jamás. El «rocío» se refiere a las lágrimas.<br />
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poner fin a mi espantoso infortunio! ¿Qué aciagos extravíos me esperan? ¡Ojalá todos<br />
pudieran estar seguros de que he muerto y me olvidaran!». Entretanto, el indudable sufrimiento<br />
de la muchacha hacía suspirar al capitán. Éste tocó con suavidad la flauta y tarareó<br />
«el bramido del ciervo», 28 revelando así con claridad que era un hombre sensible.<br />
–No sólo me acosan tristes recuerdos del pasado –dijo cuando se disponía a marcharse–,<br />
sino que además mi esperanza de un nuevo y tierno amor parece defraudada. ¡No, ya<br />
no puedo creer en montañas a las que no afectan las cuitas del mundo! 29<br />
–Pero ¿por qué no quieres seguir gozando de esta hermosa noche? 30 –protestó la monja,<br />
deslizándose hacia él.<br />
–Conozco los sentimientos que reinan en esa alejada aldea 31 –replicó él con ligereza.<br />
No deseaba seguir insistiendo con su galantería.<br />
«Aquel ligero atisbo que tuve de ella me llegó a lo más hondo, y durante mis momentos<br />
de ocio la he recordado con placer, ¡pero ella es demasiado fría y reservada para un<br />
lugar como éste!», se dijo para sus adentros mientras se disponía a marcharse. Pero la<br />
monja sabía que iba a añorar incluso la música de su flauta, y le dijo:<br />
¿No significa nada para ti la gloriosa luna que brilla desde lo más hondo de la noche,<br />
para que no desees quedarte aquí, en el borde de las montañas?<br />
Era un poema un tanto mal formado, y ella observó:<br />
–Eso es lo que desea decirte la joven dama.<br />
Él sintió que su interés se avivaba.<br />
Entonces seguiré contemplándola, hasta que tras el borde de las montañas<br />
desaparezca la brillante luna, y tal vez tendré la suerte<br />
de ver filtrarse los rayos a través del techo de tu cámara.<br />
Entretanto, la anciana monja, la madre de Su Reverencia, había oído la música distante<br />
de la flauta del capitán, y salió de su aposento. Con la voz temblorosa y sus palabras<br />
interrumpidas por accesos de tos, ni siquiera mencionó el pasado, porque probablemente<br />
no reconoció al hombre que tocaba.<br />
–Vamos –le dijo a su hija–, ¡tienes que tocar el kin! ¡Qué encantador es el sonido de<br />
una flauta a la luz de la luna! ¡Eh, muchachas, traedle el kin!<br />
28. Kokinshû 214, de Mibu no Tadamine: «En una aldea de montaña el otoño es la época más solitaria, cuando<br />
a uno le despierta el bramido del ciervo».<br />
29. Kokinshû 955, de Mononobe no Yoshina: «Cuando trato de huir a unas montañas a las que no afectan las<br />
cuitas del mundo, ¡aquella a la que amo todavía me retiene!».<br />
30. Gosenshû 103, de Minamoto no Saneakira: «En esta hermosa noche de luna y flores, ¡cuánto me gustaría<br />
mostrársela a alguien capaz de apreciarla!».<br />
31. «He averiguado que Ukifune no me quiere.» Sus palabras probablemente aluden a Kokinshû rokujô 174.<br />
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«¡Pero si es ella! –El capitán conocía su voz–. ¿Qué<br />
está haciendo escondida en semejante lugar? ¡Ah, la<br />
traición de la vida!» Conmovido, tocó de una manera<br />
muy bella en el modo banshiki.<br />
–Ahora te toca a ti –alentó él a la hija de la anciana.<br />
–Debo decir que tocas mucho mejor que antes<br />
–observó ella, pues también sabía algo de música–, o tal<br />
vez sea que lo único que oigo aquí es el viento que baja<br />
de la montaña. Pero tocaré, tocaré, aunque sé que mi<br />
instrumento está desafinado.<br />
Su música fue para el capitán un placer peculiar,<br />
pues hoy día el kin es un instrumento anticuado y<br />
muy pocas personas lo tocan. El viento entre los pinos<br />
la dotaba de una belleza especial, y la voz que acompañaba<br />
a la flauta hacía que la luna pareciese brillar<br />
con más intensidad. La anciana escuchaba cada vez<br />
más encantada, sin asomo de sueño.<br />
–Hace muchísimo tiempo tocaba muy bien el wagon –comentó ella–, pero supongo que<br />
los gustos han cambiado, porque Su Reverencia dice que mi manera de tocar le hace daño<br />
al oído. Y, además, añade, sólo debería invocar el Nombre, puesto que todo lo demás es<br />
insensato. Hace que me sienta tan culpable que ya no toco nunca. Pero mi wagon tiene un<br />
tono precioso.<br />
Era evidente que ansiaba tocar, y el capitán le respondió con una sonrisa:<br />
–¡Desde luego, Su Reverencia se equivoca al disuadirte! Después de todo, en el lugar al<br />
que llaman Paraíso los bodhisattvas tocan instrumentos como éstos y los ángeles bailan, y<br />
dicen que también ésa es una actividad muy santa. ¿Qué pecado puede haber en dedicarte<br />
a lo mismo cuando no te entregas al rezo? ¡Me encantaría escucharte esta noche!<br />
Sus cautivadoras palabras complacieron a la monja.<br />
–¡Vamos, pues, mi dama de la cámara, 32 tráeme el wagon! –exclamó, y le entró un acceso<br />
de tos.<br />
Sus azoradas sirvientas estaban demasiado apenadas para reprenderle por su lastimera<br />
queja de Su Reverencia. La anciana tomó el instrumento y se puso a tocar a su antojo, sin<br />
pensar en la música de flauta que el capitán acababa de ejecutar, en el modo azuma y con<br />
un estilo muy brioso. Los demás instrumentos se quedaron en silencio, y ella lo tomó<br />
como un tributo a la excelencia de su propia actuación. «Takefu chichiri chichiri taritana»,<br />
33 Hombre tocando la flauta<br />
decía mientras tocaba sus florituras. Todo era terriblemente anticuado.<br />
32. Tonomori, un título cortesano que no aparece en ningún otro lugar del relato y que, desde luego, no guarda<br />
ninguna relación con las actuales circunstancias de la monja.<br />
33. Presumiblemente, solfeo de sílabas.<br />
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–¡Qué encantador! ¡Uno ya no oye nunca esa canción!<br />
Sin embargo, no captó la alabanza del capitán, porque estaba sorda, y tuvo que preguntarle<br />
a alguien que se encontraba a su lado qué había dicho.<br />
–Hoy los jóvenes no parecen apreciar estas cosas –se quejó–. Mira esa muchacha que<br />
vive con nosotros desde hace cierto tiempo… Ya sé que es muy bonita, pero se niega por<br />
completo a participar en estas diversiones. ¡No parece hacer absolutamente nada!<br />
Para consternación de su hija, soltó una risa estridente y ufana. Su penosa actuación<br />
había aguado la fiesta, y el capitán emprendió el viaje de regreso. La deliciosa música<br />
de su flauta, transportada por el viento de la montaña, las mantuvo a todas levantadas<br />
hasta el amanecer.<br />
A primera hora de la mañana siguiente llegó una nota suya: «Os presento mis excusas<br />
por haberme marchado tan pronto. Muchas cosas se agolpaban en mi mente».<br />
¡Ay, cómo lloro por los días jamás olvidados y por la música<br />
de una noche de hiel en la que con tal crueldad he sido ignorado!<br />
«¡Por favor, hacedle comprender un poco los sentimientos ajenos! ¿Por qué habría de<br />
seguir cortejando su afecto si en verdad ella no puede soportarlo?»<br />
La hija de la anciana monja, cada vez menos segura de lo que podría hacer, no era capaz<br />
de evitar las lágrimas mientras escribía:<br />
Las notas de tu flauta evocaron vivamente el pasado irrecuperable,<br />
y cuando te fuiste, las lágrimas humedecieron mis mangas de nuevo.<br />
«Supongo que oíste hablar a mi madre, a su manera descuidada, de lo poco que esa<br />
muchacha mía parece comprender las penalidades de la vida.» A él la réplica le pareció<br />
pesada, sin nada digno de elogio, y no vaciló en dejarla de lado inmediatamente.<br />
Siguieron llegando cartas suyas, con tanta frecuencia como los vientos otoñales agitan<br />
los carrizos, algo que suponía para la muchacha un padecimiento interminable. Ahora<br />
recordaba todos aquellos momentos que le habían enseñado hasta qué extremo los hombres<br />
tienen un solo propósito.<br />
–¡Por favor, os lo ruego, dejadme adoptar ese aspecto ante el que él deberá renunciar<br />
por completo a tales intenciones! –suplicaba, e inició el aprendizaje del cántico de las<br />
escrituras.<br />
También rezaba con devoción al Buda. Su rechazo de las cosas de este mundo era tan<br />
absoluto que la monja añoraba en ella todos los hermosos rasgos de la juventud, y llegó a<br />
la conclusión de que la melancolía era propia de su naturaleza. Sin embargo, le perdonaba<br />
estos defectos, pues su belleza era impresionante, y se complacía en mirarla día y noche.<br />
Cada una de sus infrecuentes sonrisas era una delicia.<br />
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Llegó el noveno mes, y la monja emprendió un peregrinaje a Hatsuse. Durante todos<br />
aquellos años en los que se había sentido tan tristemente sola, no había hecho más que<br />
pensar en la hija perdida, y ahora que tenía el consuelo de otra muy parecida a ella, quería<br />
agradecerle a Kannon una bendición tan grande.<br />
–¡Ven conmigo! –le instó a su nueva hija–. Nadie tiene por qué saberlo jamás. Es cierto<br />
que una también puede rezarle aquí a Kannon, pero muchos ejemplos muestran las bendiciones<br />
que cabe esperar de hacerlo en un templo tan sagrado.<br />
Pero, ¡ay!, la madre, el aya y otros allegados de la joven le habían dicho a menudo<br />
lo mismo, y ella había estado varias veces en Hatsuse. «¡Eso no me ha hecho nunca ningún<br />
bien! –se dijo–. ¡No pude deshacerme de mi vida como quería, y he padecido un<br />
terrible infortunio!» Además, temía emprender semejante viaje con alguien a quien no<br />
conocía.<br />
–No me encuentro bien –replicó–, y no puedo decidirme a viajar así. Me temo que<br />
podría resultarme perjudicial.<br />
La monja comprendió perfectamente su inquietud, y no insistió más.<br />
Entre las hojas de papel en las que su nueva hija había realizado prácticas de escritura,<br />
la monja encontró un poema:<br />
¡Al permanecer así en una vida ahora tan aborrecible, no, no iré<br />
a donde fluye el río Furu, a ningún cedro de doble tronco! 34<br />
–Ese cedro de doble tronco debe de significar que hay alguien a quien sigues queriendo<br />
ver de nuevo –aventuró la monja con naturalidad, y la sorprendida joven se ruborizó<br />
de una manera encantadora.<br />
De ese cedro gemelo junto al río Furu nada puedo decir,<br />
¡salvo que para mí eres ahora la misma hija que perdí!<br />
No había nada notable en la respuesta rápidamente expresada de la monja.<br />
La monja había dicho que quería viajar discretamente, pero todos los miembros de la<br />
casa deseaban acompañarla, y le inquietaba dejar a tan poco personal en la vivienda. En<br />
consecuencia, pidió a dos mujeres juiciosas, las monjas Shôshô y Saemon, que se quedaran,<br />
acompañadas de una muchacha paje.<br />
34. Tal vez «¡Jamás querré otro amante!». Una variación de Kokinshû 1009 (una sedôka): «Al lado del río<br />
Hatsuse, al lado del río Furu, un año tras otro se alza un cedro de doble tronco, y ¡oh, estar juntos de nuevo,<br />
cedro de doble tronco!». «Río Furu» parece ser un nombre alternativo para el río de Hatsuse. Los cedros de<br />
doble tronco y hoja perenne en templos y santuarios evocan todavía la imagen de una pareja enamorada. El<br />
poema de Ukifune juega con se («trecho somero en un arroyo», «transcurso de la vida») y furu («perdurar» y el<br />
nombre del río).<br />
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La joven contempló la partida del grupo y lamentó como antes su cruel destino. Se dijo<br />
que ya no tenía remedio, pero ¡qué duro era no tener a nadie en el mundo!<br />
La llegada de una carta del capitán interrumpió el tedio de sus días.<br />
–¡Léela, por favor! –le instó Shôshô, pero ella se negó a hacerlo.<br />
Con tan poca gente en la casa, la falta de actividad le permitía sumirse en la triste contemplación<br />
del pasado y de lo que podía aguardarle.<br />
–Es penoso verte tan melancólica –le dijo Shôshô–. ¡Juguemos al go!<br />
–Nunca he tenido mucha destreza en ese juego –replicó ella, pero decidió jugar de<br />
todos modos, y Shôshô pidió que les trajeran el tablero.<br />
Shôshô le dejó jugar primero, suponiendo que ella era más experta, pero se vio superada<br />
por la joven, y la siguiente vez ella abrió la partida.<br />
Estaba muy entusiasmada.<br />
–¡Ojalá mi señora regrese pronto! –exclamó–. Estoy deseando mostrarle cómo juegas.<br />
Ella también lo hacía muy bien. A Su Reverencia siempre le ha encantado este juego, y<br />
creía ser bastante diestro (aunque no iba por ahí desafiando a la gente como si fuera el<br />
Santo Maestro del Go). 35 Él le aseguró que no podría superarle, pero al final perdió, dos<br />
veces. Pero tú eres mejor que el Santo Maestro; estoy asombrada.<br />
La joven lamentó su indiscreción, pues no le gustaba nada la perspectiva de jugar al go<br />
con una monja de cabeza rapada y con un entusiasmo indecoroso. Dijo que no se encontraba<br />
bien y se tendió.<br />
–¡Deberías divertirte un poco de vez en cuando! –observó Shôshô–. Eres muy joven y<br />
bonita, y es una lástima que estés continuamente tan melancólica y pensativa. Tal vez la<br />
joya tenga un defecto después de todo.<br />
Cuando se hizo de noche, el sonido del viento le evocó muchos recuerdos penosos.<br />
El final de un día de otoño nada nuevo le dice a este corazón mío,<br />
pero al contemplar la oscuridad descubro que el rocío ha empapado mis mangas.<br />
Una deliciosa luna brillaba en el cielo cuando el capitán, cuya nota había llegado horas<br />
antes, se presentó en la casa. Ella, horrorizada, se ocultó en lo más recóndito de la vivienda.<br />
–¡Esto es pasarse de la raya! –exclamó Shôshô–. Sobre todo en un momento como éste<br />
deberías corresponder a sus amables atenciones. ¡Al menos deberías escuchar lo que tiene que<br />
decir! ¡Pareces creer que el mero hecho de escucharle te comprometerá con él para siempre!<br />
Sin embargo, la joven estaba profundamente alarmada. Dijeron al capitán que había<br />
salido, pero el mensajero que había entregado la nota debió de informar a su señor de que<br />
la joven estaba allí sola, porque procedió a expresar una larga y amarga queja.<br />
35. Kisei Daitoku, apelativo por el que el gran maestro Kanren (cuyo nombre era Tachibana no Yoshitoshi)<br />
era conocido a comienzos del siglo X.<br />
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–¡Ni siquiera pido escuchar su respuesta! ¡Sólo quiero que decida por sí misma si es tan<br />
difícil atender a lo que he de decirle en persona! –Cuando todos los intentos de persuasión<br />
fracasaron, añadió en un tono acusador–: ¡Qué asombrosa crueldad! ¡Viviendo en un<br />
lugar como éste, sin duda debería saber lo que es la compasión! ¡Esto es demasiado!<br />
La dulce tristeza que la noche otoñal trae a una aldea de montaña:<br />
eso es algo que debería sentir cualquiera que haya aprendido a sentir.<br />
«¡Es evidente que su corazón debería compartir estas cosas conmigo!»<br />
–¡Tu conducta no es normal, teniendo en cuenta que mi señora está ausente y que no<br />
tienes a nadie más que te distraiga! –insistió Shôshô.<br />
En mí, que paso los días sin conciencia de sentirme desdichada,<br />
¡en mí crees haber hallado a alguien que sabe qué son los sentimientos!<br />
La joven no dijo estas palabras con la intención de que alguien las escuchara, pero, aun<br />
así, Shôshô se las transmitió al capitán, y éste se sintió conmovido.<br />
–¡Convéncela de que venga un momento! –le dijo, injustificadamente irritado con las<br />
dos mujeres.<br />
–Es en extremo indiferente, mi señor –le advirtió Shôshô, y al entrar de nuevo en la<br />
casa descubrió que la joven se había encerrado en la habitación de la anciana monja, donde<br />
normalmente nunca entraba. No sabía qué hacer, e informó al capitán.<br />
–Me compadezco de ella por las penalidades que deben de abrumarla mientras pasa sus<br />
vacíos días en un lugar como éste –replicó él–, y tengo la impresión de que en principio<br />
no carece de sentimientos. Una conducta como la suya no puede reducirse, ni mucho<br />
menos, a la de una persona simplemente desconocedora de la vida. Me pregunto si la suya<br />
le habrá dado una amarga lección. ¿Por qué es tan reacia al mundo? ¿Y hasta cuándo crees<br />
que permanecerá aquí?<br />
Quería saberlo todo de ella, pero ¿qué podía decirle Shôshô?<br />
–Veréis, mi señora debería haber cuidado siempre de ella, pero durante unos años estuvieron<br />
distanciadas –le respondió–. Volvieron a encontrarse cuando mi señora hizo su<br />
peregrinaje a Hatsuse, y entonces logró convencerla de que viniera aquí.<br />
Eso fue todo lo que se le ocurrió.<br />
La joven yacía de bruces, totalmente despierta, cerca de la anciana monja, quien, a juzgar<br />
por lo que había oído decir, era una persona muy difícil. La anciana estaba dormida y<br />
emitía sonoros ronquidos, y otras dos monjas parecían competir con denodado esfuerzo<br />
en un coro de resuellos. La aterrada joven se preguntaba si aquélla era la noche en que la<br />
devorarían. Aunque no valoraba su vida en gran cosa, tímida como era, se sentía tan desamparada<br />
como la que temía en exceso cruzar el puente de troncos y tuvo que dar la vuel-<br />
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ta. 36 Había llevado a Komoki consigo, pero ésta, cuya coquetería empezaba a despertarse,<br />
había estado demasiado fascinada por el peculiar y apuesto visitante como para quedarse<br />
con ella. ¡Ojalá volviera! Pero Komoki difícilmente le sería de mucha ayuda.<br />
El capitán se marchó, puesto que no sabía qué más decir, y las mujeres se tendieron<br />
juntas a dormir.<br />
–¡Con qué testarudez se mantiene distante y encerrada en sí misma! –se quejaban entre<br />
ellas–. ¡Y pensar en cómo está desperdiciando su belleza!<br />
Debía de ser medianoche cuando la anciana monja se irguió, presa de un ataque de tos.<br />
A la luz de la lámpara, su cabeza era de una blancura que resaltaba contra el negro de la<br />
prenda que la cubría parcialmente. Sorprendida al ver a la joven tendida cerca de ella, se<br />
llevó una mano a la frente, como se dice que lo hace la comadreja, la miró furibunda y, en<br />
tono imperioso, exigió que le dijera quién era y qué estaba haciendo allí.<br />
«¡Ahora va a devorarme! –se dijo la muchacha–. Cuando aquel demonio se me llevó,<br />
estaba inconsciente… ¡Fue mucho más fácil! ¿Qué voy a hacer? –Se sentía atrapada–.<br />
Regresé a la vida con aquel aspecto espantoso, 37 me volví humana, ¡y ahora esas cosas<br />
horribles que me sucedieron me están atormentando de nuevo! Desconcierto, terror…<br />
¡Oh, sí, tengo sentimientos! ¡Y si hubiera muerto, ahora estaría rodeada por unos seres<br />
aún más aterradores!»<br />
Yació allí insomne, y sus pensamientos abarcaron su vida entera como nunca lo habían<br />
hecho hasta entonces. «¡Qué cruel es que nunca viera al hombre del que decían que era mi<br />
padre! Durante años pasamos largas temporadas en el este, y cuando por fin encontré a<br />
una hermana que me daba alegría y esperanza, perdí bruscamente el contacto con ella, sólo<br />
para hallar la perspectiva de consuelo ofrecida por un caballero que había decidido aceptarme<br />
como digna. ¡Qué necia fui entonces, pues ahora veo mi espantoso error, al permitirme<br />
el menor afecto hacia aquel príncipe! ¡Él es quien ha arruinado mi vida! ¿Por qué<br />
atendí de tan buen grado a las promesas que me hizo junto a los verdes árboles del islote?»<br />
Le aborrecía en lo más hondo, y era a aquel otro caballero, que nunca se mostraba apasionado<br />
pero era siempre muy paciente, al que ahora recordaba a veces con gran placer. «Me<br />
sentiría muy avergonzada ante él si llegara a enterarse de cómo es mi vida ahora… Pero,<br />
oh –pensó de súbito–, ¿volveré a verle en este mundo, aunque sólo sea desde lejos? ¡No,<br />
no, no debo sentir estas cosas! ¡No lo permitiré!» Se reconvenía a sí misma con dureza.<br />
Cuando por fin cantaron los gallos, se alegró. «¡Pero cuánto más feliz me haría oír la<br />
voz de mi madre!», reflexionó mientras amanecía. Estaba en verdad muy alicaída. La muchacha<br />
con la que debería haber vuelto a su habitación no aparecía, y ella yacía allí, es-<br />
36. Este relato no ha sido identificado. Sin embargo, el motivo de un demonio que engulle a una muchacha<br />
desamparada es bien conocido.<br />
37. El del espíritu que la había poseído. Imijiki sama («aspecto espantoso») es similar a imijiki mi («forma<br />
espantosa») e imijiki mi no kebai («apariencia espantosa»), dos expresiones con las que el espíritu de Rokujô se<br />
describe a sí mismo en «Brotes primaverales <strong>II</strong>».<br />
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perando. Entretanto, las ancianas que se habían pasado la noche roncando se levantaron<br />
y empezaron a preparar el frugal desayuno a base de gachas y otros alimentos nada apetitosos.<br />
–¡Vamos, desayuna! –le dijo la que le trajo la comida, pero ella no apreciaba en absoluto<br />
aquel servicio, y lo que estaba ante sus ojos ni siquiera tenía el aspecto de alimento.<br />
–No me encuentro bien –se excusó para no comer, pero las mujeres siguieron apremiándola.<br />
Llegó un grupo de monjes subalternos.<br />
–Hoy Su Reverencia bajará de la Montaña –anunciaron.<br />
–Pero ¿por qué tan de repente? –oyó la muchacha que preguntaba alguien.<br />
–Un espíritu ha afligido a Su Alteza la Primera Princesa, y el abad de la Montaña ha llevado<br />
a cabo el Gran Rito por ella, pero dice que no puede tener efecto sin Su Reverencia<br />
–explicaron orgullosos–. Ayer Su Reverencia recibió dos veces la invitación de ir, y al anochecer<br />
el teniente de cuarto rango, el hijo de Su Excelencia de la Derecha, se presentó para<br />
transmitirle una petición de Su Majestad. Eso le hizo decidirse.<br />
La muchacha pensó: «¡Sé que será un gran atrevimiento por mi parte, pero confío en<br />
poder verle y pedirle que me haga monja! ¡Éste es el momento ideal, ahora que hay tan<br />
poca gente para inmiscuirse!». Se levantó y le dijo a la anciana monja:<br />
–Te ruego que le digas a Su Reverencia que sigo encontrándome muy mal y que, si hoy<br />
viene aquí, estaría muy agradecida en recibir los Preceptos.<br />
La anciana monja asintió sin preguntarle nada.<br />
Por fin regresó a su habitación. Sólo se aflojó un poco el cabello, puesto que la hermana<br />
de Su Reverencia siempre se lo peinaba. Detestaba que cualquier otra persona se lo<br />
tocara y, desde luego, no podía peinárselo ella misma. Entretanto, pensaba con tristeza en<br />
que su madre no volvería a ver aquella cabellera. Había supuesto que su larga enfermedad<br />
habría causado la caída de parte del pelo, pero no, era tan encantador como siempre, muy<br />
espeso, de más de un metro y medio de largo, y bellamente nivelado incluso en las puntas.<br />
Cada fino cabello parecía tener un brillo propio. «Deseándome que fuera lo que ahora<br />
soy», 38 murmuró.<br />
Su Reverencia llegó hacia el atardecer. El pasillo sur había sido barrido y arreglado, y<br />
las cabezas rapadas que iban de un lado a otro amedrentaron a la muchacha más que<br />
nunca. Su Reverencia visitó a su madre para interesarse por su salud.<br />
–Me han dicho que mi hermana ha ido a un peregrinaje. –Entonces preguntó–: ¿Sigue<br />
aquí esa joven?<br />
–Sí, está con nosotras –respondió la monja–. Dice que siempre se siente mal y que desea<br />
recibir los Preceptos.<br />
38. Gosenshû 1240, de Sôjô Henjô, cuando se hizo sacerdote: «Desde luego, mi madre nunca me acarició el<br />
negro cabello deseándome que fuera lo que ahora soy».<br />
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Su Reverencia fue a hablar personalmente con<br />
ella.<br />
–¿Estás ahí? –le preguntó, sentádose ante la<br />
cortina portátil. Ella se sobrepuso a su timidez<br />
para avanzar hacia él y hablarle. Él siguió diciendo–:<br />
Siempre me ha parecido que, desde el asombroso<br />
momento en que te vimos por primera vez,<br />
Caja de peines<br />
algún antiguo vínculo había determinado nuestro<br />
encuentro, y he rezado por ti con todo mi corazón.<br />
Sin embargo, un monje como yo no puede mantener una correspondencia profana sin<br />
razón suficiente, y por ese motivo has tenido tan pocas noticias mías. Quisiera saber cómo<br />
te ha ido entre estas monjas cuya compañía es tan inadecuada para ti.<br />
–Había resuelto abandonar esta vida y es una gran carga para mí seguir inexplicablemente<br />
viva –replicó ella–, pero, por grande que sea mi desesperanza, agradezco mucho<br />
vuestra amabilidad y, puesto que ya no creo que pueda vivir en el mundo, os pido por<br />
favor que me hagáis monja. No podría seguir el ejemplo de otras mujeres aunque me reintegrara<br />
a la vida laica.<br />
–¡Pero tienes muchos años por delante! ¿Qué puede haberte conducido a semejante<br />
deseo? En tu caso, un paso así sólo podría ser un pecado. Una mujer puede sentirse valiente<br />
en su resolución al principio, cuando concibe una aspiración como la tuya, pero es muy<br />
probable que con el tiempo llegue a lamentarlo.<br />
–Desde que era niña me ha acompañado el infortunio, e incluso entonces mi madre me<br />
hablaba de la posibilidad de hacerme monja, por lo que, cuando llegué a comprender las<br />
cosas por mí misma, anhelaba vivir no como las demás, sino absorta en la oración para que<br />
me fuese concedida una mejor vida futura. Ahora, sin embargo, cuando noto que mi fin se<br />
aproxima, pues supongo que ésa es la razón, siento que me abandonan las fuerzas. Oh, por<br />
favor, os lo ruego… –Mientras hablaba, no había dejado de llorar.<br />
Su Reverencia no acababa de entenderlo. ¿Qué podía haber motivado, con lo hermosa<br />
que era, que detestara hasta tal punto la vida? Recordó que el espíritu que había tomado<br />
posesión de ella había hablado de eso. ¡Sí, no había duda de que la muchacha tenía buenas<br />
razones! ¡Hasta era increíble que hubiera sobrevivido! Ahora que aquel ser maligno había<br />
reparado en ella, corría un terrible peligro.<br />
–En cualquier caso –le dijo–, los Tres Tesoros sólo pueden alabar tu resolución. No me<br />
corresponde a mí, que sólo soy un monje, oponerme a tus deseos. Nada me sería más fácil<br />
que administrarte los Preceptos, pero lo cierto es que he bajado de la Montaña apremiado<br />
por un asunto de la mayor urgencia, y esta noche he de ir a palacio. Mañana iniciaré el<br />
Gran Rito. Durará siete días y, cuando finalice, regresaré aquí y haré lo que me pides.<br />
Esto fue una amarga decepción para la muchacha, porque por entonces la hermana del<br />
prelado podría haber vuelto y, sin duda, manifestaría su más viva oposición.<br />
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–Mi estado es ahora tan deplorable como lo era la última vez 39 –replicó–, y me siento<br />
tan mal que, si empeoro mucho más, los Preceptos ya no me harán ningún bien. ¡Había<br />
creído que hoy sería una oportunidad perfecta!<br />
Sus sollozos enternecieron el corazón del buen monje.<br />
–Se ha hecho muy tarde. En el pasado no me costaba ningún esfuerzo descender de la<br />
Montaña, pero a medida que me hago mayor me resulta cada vez más penoso, y supongo<br />
que será mejor que me tome un descanso antes de ir a palacio. Muy bien, puesto que tienes<br />
tanta prisa, lo haremos ahora.<br />
Llena de alivio, ella tomó sus tijeras y deslizó hacia el prelado la tapa de su caja de<br />
peines.<br />
–¡Venid, honorables monjes! –gritó el prelado–. ¡Venid aquí!<br />
Los dos monjes que habían encontrado a la muchacha estaban con él ahora, y los hizo<br />
entrar.<br />
–Quiero que le cortéis el cabello –les dijo.<br />
El Iniciado, que estaba de acuerdo en que a nadie que se hallara en un estado al parecer<br />
tan grave como el de ella debería exigírsele permanecer en la vida laica, titubeó al blandir<br />
las tijeras, porque tenía la sensación de que el cabello que ella le ofrecía a través de la<br />
abertura en su cortina era demasiado hermoso para cortarlo.<br />
Entretanto, Shôshô se encontraba en su habitación, en compañía de su hermano mayor,<br />
un Iniciado que también había acompañado a Su Reverencia, mientras que Saemon agasajaba<br />
a otro monje al que conocía. En un lugar como aquél, cualquier visitante amistoso era<br />
bienvenido y se le daba por lo menos una modesta recepción, y en ello estaban ocupadas<br />
las dos cuando Komoki, la única que se había quedado con su señora, entró para informar<br />
a Shôshô de lo que estaba ocurriendo.<br />
La consternada Shôshô corrió a verlo por sí misma y observó que la muchacha, a fin de<br />
cumplir con las formalidades, llevaba ahora la vestimenta externa y la estola de Su Reverencia,<br />
mientras éste decía: «Ahora inclínate hacia donde están tus padres». 40 ¡Ay!, ella no<br />
tenía ni idea de cuál podía ser esa dirección, y eso hizo que volviese a llorar.<br />
–¡Pero esto es una calamidad! ¿Cómo es posible que hayas hecho semejante estupidez?<br />
¿Qué dirá mi señora cuando regrese?<br />
Sin embargo, Su Reverencia había ido demasiado lejos; las protestas de Shôshô le parecían<br />
fuera de lugar, y la silenció de una manera tan eficaz que ella se quedó donde estaba<br />
y no interrumpió la ceremonia.<br />
–Girando y girando entre los Tres Reinos 41 –entonó Su Reverencia.<br />
39. Cuando recibió los Cinco Preceptos administrados a los laicos.<br />
40. Este momento del rito de la ordenación precede inmediatamente a la ordenación propiamente dicha.<br />
41. De una estrofa (en chino) que forma parte del rito: «Girando y girando entre los Tres Reinos, [los seres<br />
sensibles] nunca pueden aislarse de las obligaciones y los afectos, pero al renunciar a las obligaciones y abrazar<br />
la inacción, en verdad compensan toda obligación».<br />
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«¡Pero yo me aislé entonces de las<br />
obligaciones y los afectos!», se dijo<br />
ella. De todos modos sintió una punzada<br />
de tristeza. El Iniciado tenía verdaderas<br />
dificultades para cortarle el<br />
cabello.<br />
–Dejémoslo para más tarde –dijo<br />
Su Reverencia–. Que las monjas se<br />
encarguen de hacerlo. –Él mismo le<br />
cortó el pelo sobre la frente–. No debes<br />
lamentar tener ahora este aspecto<br />
–le recordó, y le hizo una serie de piadosas<br />
admoniciones. 42<br />
Una mujer se hace monja<br />
Todos los demás le habían recomendado que no se apresurase a dar semejante paso, pero<br />
ahora ella experimentaba alegría por haberlo hecho, y tenía la sensación de que, después de<br />
todo, había valido la pena vivir para alcanzar aquel momento.<br />
El grupo de Su Reverencia se marchó, y el silencio reinó en la casa. Las mujeres reprendieron<br />
a la joven, mientras el viento nocturno resonaba en el exterior.<br />
–Esperábamos muy ilusionadas que a tu solitaria estancia aquí le siguiera pronto un<br />
brillante matrimonio, pero ahora, ¿cómo pasarás la larga vida que tienes por delante, después<br />
de lo que has hecho? Incluso las personas decrépitas a causa de la edad padecen al ver<br />
que la vida tal como la han conocido ha terminado para ellas.<br />
Sin embargo, la muchacha sólo sentía paz y felicidad, porque para ella, que no podía<br />
imaginar que fuese a vivir mucho más tiempo, su nuevo estado era maravilloso y le llenaba<br />
de alegría.<br />
Pero a la mañana siguiente le avergonzó aquel aspecto que no merecía la aprobación de<br />
nadie más. Las puntas del cabello, cortado de una manera desmañada, le producían una<br />
sensación de aspereza, y ansiaba que llegara alguien y se lo recortara debidamente sin regañarla.<br />
Tímida y reservada como siempre, se quedó en su penumbrosa habitación. Nunca<br />
había tenido facilidad para exponer sus sentimientos a otras personas, y puesto que, en<br />
cualquier caso, ahora que sus emociones se desbordaban no tenía a nadie íntimo con quien<br />
hablar, sólo podía sentarse ante su escribanía y anotarlas sin pausa, como si formasen parte<br />
de una práctica de escritura.<br />
A este mundo que para mí, como para todos los demás, nada significaba<br />
hasta que me desprendí de él, ahora he vuelto a renunciar.<br />
42. No van a raparle la cabeza. Le cortarán la cabellera a la altura de los hombros, y no tendrá los atractivos<br />
mechones laterales de una mujer joven.<br />
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«Por fin ha terminado», escribió. Pero, con todo, sólo pudo releerlo con pesar.<br />
De aquel mundo que conocí bien, un mundo que ya no sentía como mío,<br />
me alejé entonces con firmeza, y ahora he vuelto a hacerlo.<br />
Estaba anotando esta clase de pensamientos cuando llegó una carta del capitán. Las<br />
mujeres le habían escrito para hacerle saber lo consternadas y disgustadas que estaban, y<br />
él, profundamente decepcionado, comprendió que la resolución de dar semejante paso<br />
explicaba su continua negativa a responderle. ¡Pero qué lástima! La noche anterior había<br />
tratado de persuadirlas de que le permitieran ver bien aquel hermoso cabello, y le habían<br />
respondido que sí, que lo harían cuando llegara el momento. Respondió con amargura:<br />
«No hay nada que pueda decirte».<br />
¡Cómo mi corazón, cuando el barco de la doncella del mar navega lejos de esta costa,<br />
anhela compartir la misma travesía, no vaya a ser que no me embarque!<br />
Fue una sorpresa que ella aceptase la carta y la leyera. Estaba conmovida por el paso<br />
que había dado y, aunque le aliviaba sentir que los motivos de su desazón habían terminado,<br />
por razones que sólo ella conocía escribió en el margen de un trozo de papel:<br />
Sí, este corazón mío se aleja ahora de esta costa y del triste mundo,<br />
pero la doncella del mar no sabe adónde va su embarcación.<br />
Lo consideró una simple práctica de escritura, como antes, pero Shôshô lo envolvió y<br />
se dispuso a enviárselo al capitán.<br />
–Por lo menos podrías haber hecho una copia en limpio –protestó ella.<br />
–Sin duda habría cometido algún error al copiarlo.<br />
Shôshô lo envió de todos modos. No hay palabras para describir lo triste y asombrado<br />
que estaba el capitán.<br />
La hermana de Su Reverencia regresó del peregrinaje, y se mostró muy enojada.<br />
–Concedo que una monja como yo debería aprobar de buen grado lo que has hecho, pero<br />
¿cómo vas a pasar tantos años de vida como te quedan? Y yo, que nunca sé siquiera si veré el<br />
día de mañana, ¡le he rezado tanto a Kannon porque me preocupas y quiero verte establecida!<br />
Se desplomó, llorando y con todo el aspecto de estar abrumada, y los acongojados pensamientos<br />
de la muchacha se centraron en su propia madre, pues podía imaginar fácilmente<br />
su desesperación incluso en ausencia de un cadáver que velar. Estaba sentada y vuelta<br />
de espaldas, silenciosa como de costumbre, en verdad muy joven y bonita.<br />
–¡Has sido muy insensata! –exclamó la monja, y con lágrimas en los ojos encargó que<br />
le confeccionaran un hábito.<br />
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Le hicieron una prenda externa y una estola del color gris acostumbrado.<br />
–Es demasiado duro –decían las mujeres al vestirla–. ¡Y pensar que a esta aldea de montaña<br />
nos trajiste un rayo de luz de manera tan inesperada!<br />
Consideraban que era un terrible desperdicio y culpaban con amargura a Su Reverencia.<br />
La Primera Princesa se recuperó, gracias a una intervención tan espectacular y eficaz<br />
como los discípulos de Su Reverencia habían asegurado que sería, y todos alababan con<br />
entusiasmo a su maestro como un poderoso sanador. Sin embargo, Su Reverencia no<br />
regresó directamente a la Montaña, sino que se quedó al lado de la paciente, pues el temor<br />
al espíritu había hecho que la emperatriz solicitara la prolongación del Gran Rito, y una<br />
noche en que llovía mansamente le pidió que permaneciera de servicio toda la noche. Las<br />
damas de honor se habían retirado, exhaustas tras el ajetreo de los últimos días, y eran<br />
muy pocas las que se encontraban cerca por si las necesitaban. Su Majestad la emperatriz<br />
y su hija compartían la misma cama, rodeada de cortinas.<br />
–Entre aquellos en quienes el emperador ha depositado desde hace largo tiempo su<br />
confianza –le dijo–, creo que ahora eres tú, por encima de todos, a quien tiene como guía<br />
seguro hacia la vida venidera.<br />
–Me queda poco tiempo y, por lo que el Buda amablemente me ha contado, sé que tal<br />
vez no viviré más allá de este año o el próximo. Por ese motivo me he mantenido en estricto<br />
retiro, invocando al Buda sin interrupción. Sólo esta llamada que me habéis hecho,<br />
Vuestra Majestad, podía hacerme bajar de la Montaña.<br />
Siguió hablando de la testarudez del espíritu y de las cosas aterradoras que había dicho,<br />
y a este respecto siguió diciendo:<br />
–Recientemente he sido testigo de las cosas más extrañas. Este tercer mes pasado mi<br />
anciana madre hizo un peregrinaje a Hatsuse, debido a un voto, y al regresar se alojó en el<br />
lugar llamado Quinta de Uji. Es una gran casa, deshabitada desde hace mucho tiempo, y<br />
yo temía que criaturas malignas pudieran haberla invadido y quizá perjudicar a quien<br />
estuviera gravemente enfermo, y ese temor resultó estar bien fundado.<br />
Entonces le contó el descubrimiento de la joven.<br />
–¡Eso es en verdad extraordinario! –exclamó Su Majestad.<br />
Estaba tan asustada que despertó a las mujeres del servicio, que por entonces habían<br />
cedido al sueño. Sólo Kozaishô, aquella a la que el comandante había cortejado, había escuchado<br />
el relato de Su Reverencia; las demás no habían oído nada. Su Reverencia estaba<br />
inquieto por el hecho de que sus palabras hubiesen alarmado tanto a Su Majestad, y prefirió<br />
guardarse lo que aún no había dicho.<br />
–Esta vez, al bajar, pensé en visitar a las monjas de Ono, y una vez allí la joven me rogó<br />
entre lágrimas que satisficiera su deseo de abandonar el mundo, de modo que hice lo que<br />
me pedía. Mi hermana menor, que es monja y enviudó de un intendente de la Guardia de<br />
la Puerta, es feliz al tenerla en lugar de la hija que perdió, y la cuida muy bien. Creo que<br />
se ha enfadado conmigo por ceder a los deseos de la muchacha. La verdad es que es una<br />
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joven de belleza excepcional y, desde luego, es una lástima verla vestida de monja. Me gustaría<br />
saber quién es.<br />
Su Reverencia era desenvuelto al hablar y lo había hecho con cierta extensión.<br />
–Pero ¿por qué el espíritu llevó a semejante lugar a una muchacha de alta cuna? –preguntó<br />
Kozaishô–. En fin, a estas alturas forzosamente habéis de saber quién es.<br />
–Pues no, no lo sé. Tal vez le haya dicho algo a mi hermana. Si realmente fuese de alta<br />
cuna, sin duda todo el mundo lo sabría. Incluso una muchacha campesina puede tener una<br />
belleza como la suya. No es como si ningún buda hubiera nacido jamás entre los dragones.<br />
43 No es más que una joven corriente, con una carga notablemente ligera de pecado<br />
kármico.<br />
Entonces la emperatriz recordó a la joven de la que se decía que había muerto hacía<br />
algún tiempo en aquella región. También Kozaishô había oído hablar a su hermana de una<br />
joven que había muerto en misteriosas circunstancias. «¡Debe de ser ella!», se dijo, aunque<br />
no estaba segura.<br />
–Sólo os he hablado de ella, Vuestra Majestad, por el asombro que me causa el hecho<br />
de que se haya ocultado para evitar que nadie sepa siquiera que está viva, como si se sintiera<br />
perseguida por un enemigo mortífero.<br />
Su Reverencia parecía reacio a insistir en el asunto, así que Kozaishô no dijo más.<br />
–¡Tiene que ser ella! –le dijo Su Majestad a Kozaishô–. Debo decírselo al comandante.<br />
Sin embargo, dejó las cosas tal como estaban, porque no deseaba plantearle a un caballero<br />
tan serio un asunto del que ella no tenía un conocimiento cierto y que, además, sin<br />
duda él y Su Reverencia deseaban ocultar.<br />
Una vez recuperada la Primera Princesa, Su Reverencia volvió a la Montaña. Por el<br />
camino hizo un alto en Ono, donde su hermana le reprendió con severidad.<br />
–¡No puedo entender por qué no me dijiste ni una sola palabra de esto, cuando su estado<br />
actual sólo invita a un peor pecado! –Pero su queja llegaba demasiado tarde.<br />
–Ahora sólo tienes que entregarte a la oración –aseguró Su Reverencia a la joven–. La<br />
vida es incierta tanto para los jóvenes como para los viejos. Comprender que todo es huidizo<br />
es lo más apropiado a tu estado actual.<br />
Ella se sintió avergonzada.<br />
–Que te hagan un nuevo hábito, por favor –le dijo, y le dio damasco, gasa de seda y<br />
seda sencilla–. 44 Cuidaré de ti mientras viva. No tienes necesidad de preocuparte. Nadie<br />
nacido en esta vida corriente y que aún abrigue pensamientos de gloria mundana puede<br />
evitar que el renunciamiento le resulte casi imposible, pero ¿por qué deberías tú, que te<br />
dedicas a la oración aquí en el bosque, sentir tanto amargura como vergüenza? Al fin y al<br />
cabo, esta vida es tan tenue como una hoja. –Y añadió–: «La luna vaga hasta el amanecer<br />
43. En el cosmos budista, los dragones habitan las profundidades de las aguas y son los seres de categoría inferior,<br />
pero en un célebre pasaje del Sutra del Loto un joven dragón hembra se convierte en buda.<br />
44. Regalos que le ha dado la emperatriz.<br />
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por encima del portal entre los pinos». 45 –Pues, aunque monje, era también un hombre de<br />
impresionante elegancia.<br />
«Éste es precisamente el consejo que deseaba», se dijo ella.<br />
El viento sopló con un sonido lastimero durante todo el día, y la muchacha oyó murmurar<br />
a Su Reverencia:<br />
–¡Ah, en un día así el asceta de montaña sólo puede llorar!<br />
«Ahora también yo soy una asceta de montaña –pensó ella–. No es de extrañar que mis<br />
lágrimas fluyan sin cesar.» Se acercó a la terraza y, a lo lejos, en la entrada del valle, vio a<br />
varios hombres vestidos con mantos de caza multicolor. Parecían dirigirse a la Montaña,<br />
aunque aquél era un camino muy poco transitado. Normalmente no se veía más que a<br />
algún monje procedente de Kurodani, 46 y aquel grupo con atuendo seglar resultaba bastante<br />
sorprendente.<br />
Era el capitán que tanto se había enfadado con ella. Iba allí con otra vana queja, pero<br />
las hojas otoñales eran tan bonitas, mucho más rojas que en otras partes, que su belleza le<br />
había cautivado nada más entrar en el valle. ¡Qué extraordinario sería encontrarse allí con<br />
una muchacha especialmente atractiva!<br />
–No estaba de servicio, por lo que decidí echar un vistazo a las flores otoñales, pues<br />
poco más requería mi atención –explicó al llegar–. ¡Estos árboles realmente invitan a pasar<br />
la noche bajo sus extensas ramas! –Contempló el paisaje.<br />
La hermana de Su Reverencia, siempre proclive a las lágrimas, dijo:<br />
y él replicó:<br />
Esta montaña, ¡ay!, barrida por los fríos vientos del otoño,<br />
no ofrece en sus laderas un amable refugio contra la tormenta,<br />
Vuestra aldea de montaña, donde muy bien sé que nadie me espera,<br />
me ha pedido que no pasara de largo cuando he visto estos hermosos árboles.<br />
Siguieron hablando acerca de la joven que ahora estaba fuera de su alcance.<br />
–Déjame verla un instante tal como es ahora, por favor –le rogó a la monja Shôshô–.<br />
Por lo menos puedes hacer eso por mí, después de la promesa que me hiciste.<br />
Shôshô entró en la casa, y al ver a la muchacha deseó mostrar aquella ligera y grácil<br />
figura vestida con unos colores agradablemente claros, un gris suave sobre hoja de oro,<br />
con su espléndida cabellera extendida sobre los hombros como un abanico de numerosas<br />
varillas. Sus exquisitas facciones brillaban como si estuvieran bien empolvadas. A Shôshô<br />
45. Dos versos de un poema de Bai Juyi (Hakushi monjû 0161).<br />
46. Un lugar en el camino de descenso desde el monte Hiei en la dirección de Ono.<br />
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le habría gustado pintarla así, entregada a la oración, con su rosario colgado del travesaño<br />
de la cortina cercana, sumida en la lectura de las escrituras. «Verla siempre me hace llorar<br />
–se dijo–. ¿Cómo reaccionará el hombre que está prendado de ella?» El momento era claramente<br />
oportuno, pues pudo mostrarle al visitante un pequeño orificio bajo el pestillo de<br />
un panel deslizante y retirar la cortina portátil que podría haberle impedido ver el interior<br />
de la estancia. Él jamás habría imaginado lo que vio. ¡Qué belleza tan extraordinaria! Le<br />
abrumaba tanto el remordimiento y la pena, como si él hubiera sido el culpable, que no<br />
pudo reprimir las lágrimas, y retrocedió por temor a que el sonido de su llanto incontrolado<br />
pudiera llegar a oídos de ella.<br />
¿Era posible que quien había perdido a una muchacha así no tratara de encontrarla? Y<br />
sin duda todo el mundo sabría ya que la hija de tal o cual señor había desaparecido o<br />
renunciado al mundo en un acceso de celos. Era un completo misterio para él. «Una mujer<br />
como ella no podría disuadirme ni siquiera convertida en monja –reflexionó–. De hecho,<br />
es más atractiva con ese hábito, y yo sólo voy a encontrarla más irresistible.» Sí, tenía que<br />
hacerla suya.<br />
En consecuencia, trató de acceder a ella planteando su postura con toda seriedad.<br />
–Tal vez era reacia a permitir un cortejo normal y corriente, pero ahora que ha alcanzado<br />
ese estado, sin duda no hay motivo para que no pueda dirigirme a ella sin restricciones.<br />
Por favor, ten la bondad de recordárselo. Jamás puedo olvidar el pasado que me trajo<br />
a ti, y ella me dará un motivo más para seguir viniendo.<br />
La hermana de Su Reverencia replicó:<br />
–Pensar en lo que puede reservarle el futuro me llena de preocupación, y estaré muy<br />
contenta si tu interés y tus visitas prosiguen con ese espíritu de lealtad. Su situación será<br />
muy triste una vez que me haya ido.<br />
Al ver sus abundantes lágrimas, el capitán supuso que las dos mujeres estaban emparentadas,<br />
pero no podía imaginar quién podría ser la joven.<br />
–En cuanto a mi atención a sus necesidades futuras, naturalmente no puedo saber cuánto<br />
me queda por vivir, pero una vez que haya tomado las medidas para su mantenimiento,<br />
puedes estar segura de que no cambiaré de idea. ¿Realmente no viene nadie aquí a verla?<br />
No es que esa clase de incertidumbre vaya a disuadirme, pero me pregunto si no me estaréis<br />
ocultando algo.<br />
–Si llevase una vida que estimulara las relaciones normales, estoy segura de que, en<br />
efecto, vendrían a verla, pero, como ves, ha renunciado a esas cosas. Al menos ésas parecen<br />
ser sus intenciones.<br />
Él envió un mensaje a la joven:<br />
Has vuelto la espalda al mundo entero, eso lo sé muy bien,<br />
pero que lo aborrezcas tanto hace que me aborrezca a mí mismo.<br />
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La mujer que se lo llevó le transmitió al mismo tiempo un largo y serio mensaje verbal<br />
del capitán: «Te ruego que me consideres tu hermano –había añadido–. Será un gran consuelo<br />
poder hablar contigo de las pequeñas cosas que surgen en la vida».<br />
«Lamentablemente, el profundo significado de tu conversación estaría fuera de mi<br />
alcance», respondió ella, y ni siquiera replicó al poema.<br />
No quería saber nada de aquello, después de las cosas terribles que le habían ocurrido.<br />
Por lo que a ella respectaba, prefería quedarse tan abandonada y solitaria como un tocón<br />
de árbol. Ésa era la razón de que durante meses hubiera estado tan melancólica y encerrada<br />
en sí misma. Ahora que por fin había hecho lo que deseaba, se había animado un poco,<br />
intercambiaba comentarios jocosos con la hermana de Su Reverencia y también jugaba al<br />
go. Se entregaba con devoción a sus oraciones, y, además del Sutra del Loto, leía también<br />
muchas otras escrituras. De todos modos, en la estación de las grandes nevadas, cuando<br />
nadie acudía a la casa, había muy poco que pudiera animarla.<br />
Llegó el Año Nuevo, aunque aún no había ninguna señal de la primavera, y el mismo<br />
silencio de los arroyos helados inspiraba melancolía; hasta que, a pesar de todo lo que ella<br />
tenía en contra del hombre que dijera «no haber perdido nunca el camino para perderme<br />
en ti», 47 observó que seguía sin poder olvidar aquella época.<br />
Por mucho que contemple las montañas y los campos nevados bajo un oscuro cielo,<br />
todas aquellas cosas del pasado lejano hoy vuelven a entristecerme.<br />
Así escribió, como solía hacer entre una y otra plegaria, buscando consuelo en la práctica<br />
de escritura. Se preguntaba si alguien la recordaba, ahora que había llegado un Año<br />
Nuevo desde que ella había desaparecido del mundo.<br />
Alguien les trajo nuevos brotes primaverales en un áspero cesto, y la monja pidió que<br />
se los llevaran a ella, con una nota:<br />
Los brotes primaverales recogidos con alegría, en lugares de la montaña donde<br />
persiste la nieve, a su modo me dan esperanzas para todos los años que te esperan.<br />
Ella replicó:<br />
Desde este mismo día, los brotes primaverales de los prados de montaña que yacen bajo<br />
la nieve son para ti, y deseo que aún puedas disfrutar de muchos, muchos años.<br />
«¡Vaya, creo que lo dice en serio! –pensó la monja, muy conmovida–. ¡Ojalá su estado<br />
recompensara mis cuidados!» Derramó sentidas lágrimas.<br />
47. El poema de Niou para ella en «Una embarcación a la deriva», en la casa al otro lado del río.<br />
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Las flores de ciruelo rojo que había cerca de su aposento tenían el color y la fragancia<br />
de siempre. Ella había amado esa flor más que cualquier otra, por la manera en que le decía<br />
que la primavera seguía siendo primavera, 48 y tal vez estaba todavía embriagada por su querido<br />
aroma, pues cuando, entrada la noche, hizo la ofrenda del agua sagrada, llamó a una<br />
monja subalterna, una que era algo más joven que las demás, para que le cogiera una rama, 49<br />
cuyos pétalos se diseminaron como quejándose, expandiendo su delicioso perfume.<br />
No veo a aquel cuyas mangas hace mucho tiempo rozaron las mías, pero el aroma de las flores<br />
vuelve a evocar su presencia cuando la noche de primavera sucede al amanecer.<br />
El gobernador de Kii, nieto de la anciana monja, llegó para hacer una visita. Era un<br />
hombre orgulloso y apuesto, de treinta años.<br />
–No nos veíamos desde hace dos años –le dijo a su abuela–. ¿Cómo has estado durante<br />
este tiempo?<br />
Pero ella no parecía prestarle atención, por lo que el gobernador fue a visitar a su hija.<br />
–La pobrecilla ya no parece entender nada –comentó–. He estado tan lejos, durante<br />
tanto tiempo, que no he podido visitarla en estos últimos años de su vida. Tras la muerte<br />
de mis padres, ella fue como una madre y un padre para mí. ¿Y la esposa del gobernador<br />
de Hitachi? ¿Se pone alguna vez en contacto contigo? –Al parecer se refería a su hermana<br />
menor.<br />
–Un año tras otro estamos cada vez más abandonados a nuestra soledad. No, hace<br />
mucho tiempo que no sabemos nada de Hitachi. Dudo de que mi madre viva hasta su<br />
regreso.<br />
La joven se sorprendió al oír el título que correspondía a su madre.<br />
–He pasado unos días en la Ciudad, pero los asuntos oficiales me han tenido demasiado<br />
ocupado, y me temo que no he cumplido con mis obligaciones hacia ti. Quería visitarte<br />
ayer, pero tuve que ir a Uji con su señoría el comandante de la Derecha. Se pasó el día<br />
entero en la casa donde vivió el Octavo Príncipe. Durante un tiempo visitó allí a las hijas<br />
del difunto príncipe, pero hace algunos años una de ellas murió. Entonces instaló allí en<br />
secreto a una hermana menor de la fallecida, pero la primavera del año pasado también ella<br />
murió. Me ha enviado allí para que diera instrucciones al Maestro de Disciplina del templo<br />
cercano a fin de celebrar los ritos del aniversario. Necesito un conjunto de prendas<br />
femeninas. 50 ¿Podrías encargar que me las confeccionen? Daré órdenes a los tejedores para<br />
que las tengan listas lo antes posible.<br />
48. Kokinshû 747, de Ariwara no Narihira: «¿No es ésta la luna, no es ésta la primavera de antaño, mientras<br />
sólo yo sigo siendo tal como era entonces?».<br />
49. Shûishû 1005, de Tomohira Shinnô: «Por el anhelo de tu aroma, que todavía me embriaga, esta mañana he<br />
cogido una rama de ciruelo florido».<br />
50. Como ofrenda en la ceremonia.<br />
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¿Cómo no iba a inquietar a la joven lo que<br />
acababa de oír? Permanecía sentada, avergonzada,<br />
de cara a la habitación interior, para que<br />
nadie percibiera su agitación.<br />
–Tengo entendido que el Octavo Príncipe<br />
tuvo dos hijas –replicó la monja–. ¿Cuál de<br />
ellas se casó con Su Alteza de la Guerra?<br />
–Creo que la segunda que tuvo el favor de<br />
su señoría el comandante era la hija de una<br />
madre de rango inferior. Aunque él no la<br />
honró abiertamente, se quedó devastado cuando<br />
murió. Pero la primera fue la que realmente<br />
le rompió el corazón. Estuvo a punto de<br />
renunciar al mundo.<br />
¡Aquel hombre debía de ser uno de los ínti-<br />
Confección de una prenda de vestir mos de su señoría! Al comprenderlo así, la<br />
joven se sintió atemorizada.<br />
–Qué extraño es que las dos hayan muerto allí, en Uji. Ayer, cuando le vi de nuevo, me<br />
invadió la tristeza. Fue al río y se quedó contemplando el agua, llorando desconsoladamente.<br />
A continuación regresó a la habitación de la casa que ella había ocupado y escribió<br />
un poema que fijó a una columna:<br />
Sobre estas aguas, donde ya no está la imagen de mi amor,<br />
las lágrimas que derramo al llorarla forman una corriente incesante.<br />
»La verdad es que dijo muy poco, pero me pareció que estaba abatido. Sin duda las<br />
mujeres le adoran. Siempre, desde mi juventud, me ha causado una profunda impresión,<br />
hasta tal punto que preferiría confiarme a él antes que al más poderoso señor de la tierra.<br />
La joven pensó que aquel hombre no tenía mucho criterio, ¡pero incluso él sabía discernir<br />
lo suficiente para hacerle justicia a su señoría!<br />
–Dudo de que pudiera compararse con Su Gracia de Rokujô, a quien la gente llamaba<br />
el Resplandeciente –observó la monja–. Según creo, a sus descendientes les va muy bien en<br />
nuestro tiempo. ¿Y comparado con Su Excelencia de la Derecha?<br />
–Su Excelencia es el más apuesto y tiene un peculiar aire de nobleza y circunspección.<br />
Pero Su Alteza de la Guerra posee una hermosura sorprendente. Si fuese mujer, de buen<br />
grado estaría a su servicio íntimo.<br />
El hombre hablaba como si disertara sobre el tema, y a ella todo aquello le parecía que<br />
era propio de otro mundo. Él concluyó su charla y se despidió.<br />
A ella le conmovía que su señoría no la hubiese olvidado, y comprendía mejor cómo<br />
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debía de sentirse su madre, pero todavía era reacia a permitirle ver su transformación. Le<br />
resultaba muy extraño observar a las mujeres que teñían las telas encargadas por el gobernador,<br />
pero se guardó mucho de decir nada.<br />
–¿Quieres ocuparte de esto, por favor? –le preguntó la monja cuando se pusieron a<br />
coser–. Haces muy bien los dobladillos.<br />
Le tendió un vestido, pero a la joven le pareció excesivo intervenir personalmente en<br />
aquella tarea, y no tocó la prenda. Permaneció acostada y dijo que no se encontraba bien.<br />
La monja dejó de lado su labor.<br />
–¿Qué te ocurre? –le preguntó con inquietud. Una mujer depositó una camisa escarlata<br />
sobre un vestido de color flor de cerezo–. ¡Esto es lo que deberías llevar! –comentó–.<br />
¡Qué lástima que vistas de gris!<br />
Oh, hábito gris de monja: ahora que sólo te llevo a ti,<br />
¡cómo rememoro mi vida de ayer al ver los colores de estas mangas!<br />
La joven escribió estas palabras, entristecida al pensar que, tal como es el mundo, sin<br />
duda la monja sabría la verdad si ella muriese, y podría sentirse dolida por la manera en<br />
que su nueva hija le había ocultado su secreto.<br />
–Me he olvidado por completo de mi pasado, pero ahora que estás haciendo estas prendas,<br />
algunos tristes recuerdos empiezan a acudir a mi mente –le dijo con un aire de inocencia.<br />
–¡Pero debes de recordar muchas cosas! –replicó la monja–. Eres cruel al no contarme<br />
nunca nada. Yo misma hace mucho que me olvidé de los colores que lleva la gente en el<br />
mundo, pero, triste de mí, deseo sin poder evitarlo que mi hija esté viva. ¿No hay alguien<br />
todavía para quien fueras lo que ella fue para mí? Incluso yo, cuya hija realmente murió,<br />
aún me pregunto adónde ha ido y anhelo ir allá y reunirme con ella. Tiene que haber personas<br />
que aún piensen en ti… Después de todo, sólo desapareciste.<br />
–Sí, realmente hubo alguien, pero me temo que puede haber muerto en los últimos<br />
meses. –Las lágrimas acudieron a sus ojos, y trató de sobreponerse–: Pero no puedo decirte<br />
nada de eso –prosiguió–, pues me duele demasiado tratar de recordarlo. Te prometo que<br />
no te estoy ocultando nada. –Reservada como siempre, no dijo más.<br />
Ahora que el comandante se había ocupado del aniversario, reflexionó sobre lo frágil<br />
que había sido aquel vínculo. Él había hecho todo lo posible por los dos hijos de Hitachi<br />
que eran ahora mayores de edad; a uno lo había nombrado chambelán, y al otro, ayudante<br />
de su propia Guardia de Palacio. Además, había decidido incorporar al más apuesto<br />
de ellos, todavía un chiquillo, a su servicio personal.<br />
Una noche de plácida lluvia, el comandante fue a visitar a Su Majestad la emperatriz,<br />
que en aquellos momentos estaba rodeada por algunas de sus mujeres. Durante la conversación,<br />
él observó:<br />
–En el pasado me criticaron porque un año tras otro viajaba a una remota aldea de<br />
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montaña, pero he seguido haciéndolo porque me gusta pensar que ciertas cosas están<br />
determinadas por el destino y que en ocasiones uno debe seguir los dictados de su corazón.<br />
Sin embargo, finalmente el lugar llegó a desagradarme, tal vez debido a su peculiar<br />
ambiente, y el viaje hasta allí me parecía muy largo. Durante cierto tiempo dejé de ir por<br />
completo, pero recientemente he vuelto a hacerlo y he hallado renovada ocasión de reflexionar<br />
sobre la brevedad de la vida. Aquella casa me pareció la morada de un ermitaño,<br />
construida adrede para estimular la aspiración a la vida religiosa.<br />
La emperatriz recordó lo que había oído decir a Su Reverencia, y se compadeció del<br />
comandante.<br />
–Algún espíritu aterrador debe de vivir allí –comentó–. ¿Cómo llegaste a perderla?<br />
«Debe de haber reparado en que esa pérdida que sufrí no fue la única», se dijo él.<br />
–Sí, tal vez more allí un espíritu. Siempre hay seres malignos al acecho en los lugares<br />
aislados como ése. Lo cierto es que ella murió de una manera extraña.<br />
No le dijo más. A Su Majestad le dolió imaginar que él conjeturaba que ella ya sabía lo<br />
que había confiado en ocultar. Pensó en lo absorto que Su Alteza había estado y en que, en<br />
la época del incidente, había estado enfermo, y después de todo se compadeció de él. Llegó<br />
a la conclusión de que el asunto era muy delicado y, por el bien de los dos, no insistió más.<br />
La emperatriz se dirigió discretamente a Kozaishô:<br />
–El comandante me ha hablado de esa joven con profundo sentimiento, y me ha apenado<br />
tanto que a punto he estado de hablarle de ella, pero entonces lo he pensado mejor,<br />
pues es posible que en realidad no se trate de la misma persona. Eres tú quien ha escuchado<br />
el relato. La próxima vez que hables con él, cuéntale lo que dijo Su Reverencia, pero<br />
resérvate las partes difíciles.<br />
–Pero, Vuestra Majestad, ¿cómo podría yo hablar con él de algo que vos misma vaciláis<br />
en comentarle?<br />
–No, no, cada cosa en su lugar. Además, tengo mis propios motivos para ser discreta.<br />
Kozaishô comprendió y admiró el tacto de Su Majestad.<br />
La siguiente vez que se vieron, Kozaishô se lo dijo al comandante. ¿Cómo no habría<br />
podido él quedarse mudo de asombro? «Aquella pregunta que me hizo Su Majestad debía<br />
de significar que se ha enterado de algo de lo que sucedió, pero ¿por qué no me lo dijo? –se<br />
preguntó con amargura–. Claro que yo no le dije nada cuando ocurrió; de hecho, supuse<br />
que parecería incluso más necio cuando la gente lo supiera, y no se lo conté a nadie. Pero<br />
sin duda el suceso se ha difundido de todos modos. Tal como es el mundo, los secretos que<br />
la gente quiere mantener siempre acaban por saberse.»<br />
Aun así, no podía confesárselo todo a Kozaishô.<br />
–La persona de la que me hablas se parece mucho a aquella cuyo destino me ha intrigado<br />
–le dijo–. ¿Crees que todavía se encuentra allí?<br />
–Su Reverencia la convirtió en monja el día en que bajó de la Montaña. Quienes cuidaban<br />
de ella no lo habrían permitido ni siquiera cuando estaba gravemente enferma,<br />
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porque parecía una gran lástima. Conjeturo que fue ella misma quien le dijo a Su Reverencia<br />
que tal era su ardiente deseo.<br />
El lugar era el mismo, y todos los detalles coincidían. «¡Qué extraño sería que aquella<br />
joven resultara ser en verdad ella! ¿Cómo puedo estar seguro? La gente me tomará por<br />
necio si empiezo a hacer averiguaciones por mi cuenta, y si Su Alteza se enterase, ciertamente<br />
haría cuanto estuviera en su mano para impedirle seguir el camino que ha elegido.<br />
Tal vez Su Majestad no dijo nada, pese a su conocimiento de este extraordinario asunto,<br />
porque él le pidió que no lo hiciera. Si él está involucrado, tendré que considerarla<br />
muerta y bien muerta, por muy fuertes que puedan ser mis sentimientos. Si ella vuelve a<br />
estar entre los vivos, entonces, a su debido tiempo, sin duda ella y yo tendremos ocasión<br />
de hablar acerca de los Manantiales Amarillos. 51 No volveré a desear que sea mía.» Estas<br />
angustiadas reflexiones le llevaron a dudar de que la emperatriz se lo dijera alguna vez, así<br />
que decidió buscar el momento adecuado para plantearle el asunto.<br />
–Recientemente me he sorprendido al saber que alguien cuya pérdida me afligió mucho<br />
sigue viva, y en dolorosas circunstancias –le dijo–. Me resultó difícil dar crédito a la noticia,<br />
pero nunca había imaginado que ella actuara de una manera tan drástica para dejarme,<br />
y por ello pensé que lo que había oído decir podía ser posible, ya que, después de todo,<br />
una cosa así parecía muy propia de ella.<br />
Le contó a Su Majestad un poco más, absteniéndose con admirable dignidad de referirse<br />
con enojo al papel que Su Alteza había desempeñado en lo sucedido.<br />
–Sin duda, Su Alteza considerará que tengo una obsesión ridícula si sabe que la estoy<br />
buscando de nuevo, por lo que me propongo fingir que no sé nada.<br />
–Su Reverencia me habló de una noche tan aterradora que retuve poco de lo que me<br />
dijo. Dudo de que Su Alteza esté informado de esto. Lo que deduzco de su actitud es sorprendente,<br />
y lamentaría mucho que llegara a saber una cosa así. Es muy penoso para mí<br />
que se le conozca por su deplorable frivolidad.<br />
Le había hablado con toda franqueza, y él supo que ni siquiera durante una conversación<br />
íntima ella revelaría jamás nada de lo que le había dicho en confianza.<br />
Él reflexionaba día y noche sobre la situación: «¿En qué aldea de montaña puede estar<br />
viviendo? ¿Cómo podría encontrarla discretamente? Supongo que lo mejor sería ir a ver a<br />
Su Reverencia y oír de sus labios lo que ocurrió realmente».<br />
Visitaba con regularidad el edificio principal 52 en la Montaña, donde el octavo día de<br />
cada mes realizaba unos ritos solemnes en honor del Buda Yakushi, 53 por lo que decidió ir<br />
desde allí a Yokawa. Llevó consigo a su hermano menor. «No se lo diré a mi madre de<br />
51. La tierra de los muertos.<br />
52. Chûdô (Konpon chûdô), el edificio central del templo situado en el monte Hiei. Se encuentra a cierta distancia<br />
al sur de Yokawa.<br />
53. El Buda de la Medicina, cuyo culto floreció en la era Heian. El octavo día del mes era uno de los festivos<br />
dedicados a él.<br />
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inmediato; será mejor que compruebe primero cómo están las cosas.» Tomó esta decisión<br />
tal vez para reforzar el carácter de ensueño de la posible reunión con la joven. Sin embargo,<br />
durante el camino pensó aprensivamente en lo doloroso que sería, incluso aunque la<br />
reconociera, encontrarla vestida de un modo patético entre mujeres de extraño aspecto, y<br />
con una inquietante historia que contar.<br />
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