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Genji II - Atalanta

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12-<strong>Genji</strong> <strong>II</strong> - P. 343 a 384 21/11/06 13:34 Página 348<br />

–Tiene la forma de un auténtico ser humano –objetó Su Reverencia–, y sería terrible<br />

abandonarla para que muera ante nuestros ojos. No, sería en verdad grave no salvar al pez<br />

que nada en el lago o al ciervo que brama en las colinas cuando ha sido capturado y está<br />

a punto de morir. La vida humana ya es de por sí muy corta, y debemos respetar lo que<br />

queda de la suya, aun cuando no sea más que uno o dos días. Tal vez ha sido violada por<br />

algún dios o demonio, o la han expulsado de su casa, o ha sido objeto de un cruel engaño,<br />

y es posible que esté destinada a una muerte nada natural, pero la gracia del Buda es<br />

para las personas como ella, y a nosotros nos corresponde darle remedios, cuidar de ella<br />

y tratar de salvarla. Si aun así muere, al menos habremos hecho todo lo que estuvo en<br />

nuestras manos.<br />

Desoyendo las protestas de algunos de los monjes, pidió a su discípulo predilecto que<br />

la llevara a la casa.<br />

–¡Oh, no, Vuestra Reverencia, por favor, no hagáis eso! ¡Vuestra madre está muy enferma,<br />

y traer al interior de la casa a semejante criatura sólo puede causar contaminación!<br />

Otros replicaron:<br />

–¡Tanto si cambia de forma como si no, sería un gran error cruzarnos de brazos y ver<br />

morir a un ser vivo bajo la lluvia!<br />

Debido al alboroto que los criados arman por todo y a sus atroces comentarios, tendieron<br />

a la joven en un rincón apartado de la casa.<br />

Hubo una gran conmoción cuando acercaron el carruaje que transportaba a la madre<br />

de Su Reverencia y la anciana se apeó, porque en aquellos momentos se encontraba realmente<br />

muy mal.<br />

–¿Qué tal sigue esa joven que hemos encontrado? –inquirió Su Reverencia cuando se<br />

hubo instalado una atmósfera de relativa calma.<br />

–Sigue inmóvil y no ha hablado. Apenas respira. Parece como si un espíritu le hubiera<br />

robado el juicio.<br />

–¿De qué estáis hablando? –preguntó la monja, hermana menor de Su Reverencia.<br />

El prelado le explicó las circunstancias.<br />

–Nunca había visto nada igual en mis más de sesenta años –comentó.<br />

Apenas había escuchado el relato cuando la monja replicó entre lágrimas:<br />

–Tuve un sueño en el templo donde nos encontrábamos. ¿Cómo es ella? ¡He de verla!<br />

–Está ahí, junto a la puerta corredera del lado este.<br />

La monja se apresuró a ir allí y vio que habían dejado a la muchacha tendida y completamente<br />

sola. Era una joven muy bonita, vestida con una prenda de damasco blanco de<br />

varias capas y pantalones escarlata. El perfume de sus ropas era delicioso, y su aspecto<br />

indicaba una gran distinción. «¡Debe de ser la hija a la que tanto echo de menos, que ha<br />

vuelto a mí!» Llorosa, llamó a sus asistentas y les pidió que trasladaran a la joven a la<br />

cámara interior. Ellas lo hicieron sin temor, puesto que no sabían nada de lo ocurrido.<br />

La joven apenas parecía viva, pero de todos modos abrió un poco los ojos.<br />

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