Genji II - Atalanta
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12-<strong>Genji</strong> <strong>II</strong> - P. 343 a 384 21/11/06 13:34 Página 374<br />
Le hicieron una prenda externa y una estola del color gris acostumbrado.<br />
–Es demasiado duro –decían las mujeres al vestirla–. ¡Y pensar que a esta aldea de montaña<br />
nos trajiste un rayo de luz de manera tan inesperada!<br />
Consideraban que era un terrible desperdicio y culpaban con amargura a Su Reverencia.<br />
La Primera Princesa se recuperó, gracias a una intervención tan espectacular y eficaz<br />
como los discípulos de Su Reverencia habían asegurado que sería, y todos alababan con<br />
entusiasmo a su maestro como un poderoso sanador. Sin embargo, Su Reverencia no<br />
regresó directamente a la Montaña, sino que se quedó al lado de la paciente, pues el temor<br />
al espíritu había hecho que la emperatriz solicitara la prolongación del Gran Rito, y una<br />
noche en que llovía mansamente le pidió que permaneciera de servicio toda la noche. Las<br />
damas de honor se habían retirado, exhaustas tras el ajetreo de los últimos días, y eran<br />
muy pocas las que se encontraban cerca por si las necesitaban. Su Majestad la emperatriz<br />
y su hija compartían la misma cama, rodeada de cortinas.<br />
–Entre aquellos en quienes el emperador ha depositado desde hace largo tiempo su<br />
confianza –le dijo–, creo que ahora eres tú, por encima de todos, a quien tiene como guía<br />
seguro hacia la vida venidera.<br />
–Me queda poco tiempo y, por lo que el Buda amablemente me ha contado, sé que tal<br />
vez no viviré más allá de este año o el próximo. Por ese motivo me he mantenido en estricto<br />
retiro, invocando al Buda sin interrupción. Sólo esta llamada que me habéis hecho,<br />
Vuestra Majestad, podía hacerme bajar de la Montaña.<br />
Siguió hablando de la testarudez del espíritu y de las cosas aterradoras que había dicho,<br />
y a este respecto siguió diciendo:<br />
–Recientemente he sido testigo de las cosas más extrañas. Este tercer mes pasado mi<br />
anciana madre hizo un peregrinaje a Hatsuse, debido a un voto, y al regresar se alojó en el<br />
lugar llamado Quinta de Uji. Es una gran casa, deshabitada desde hace mucho tiempo, y<br />
yo temía que criaturas malignas pudieran haberla invadido y quizá perjudicar a quien<br />
estuviera gravemente enfermo, y ese temor resultó estar bien fundado.<br />
Entonces le contó el descubrimiento de la joven.<br />
–¡Eso es en verdad extraordinario! –exclamó Su Majestad.<br />
Estaba tan asustada que despertó a las mujeres del servicio, que por entonces habían<br />
cedido al sueño. Sólo Kozaishô, aquella a la que el comandante había cortejado, había escuchado<br />
el relato de Su Reverencia; las demás no habían oído nada. Su Reverencia estaba<br />
inquieto por el hecho de que sus palabras hubiesen alarmado tanto a Su Majestad, y prefirió<br />
guardarse lo que aún no había dicho.<br />
–Esta vez, al bajar, pensé en visitar a las monjas de Ono, y una vez allí la joven me rogó<br />
entre lágrimas que satisficiera su deseo de abandonar el mundo, de modo que hice lo que<br />
me pedía. Mi hermana menor, que es monja y enviudó de un intendente de la Guardia de<br />
la Puerta, es feliz al tenerla en lugar de la hija que perdió, y la cuida muy bien. Creo que<br />
se ha enfadado conmigo por ceder a los deseos de la muchacha. La verdad es que es una<br />
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