La ordenación de la mujer - Iglesia Saint Johns

DIÓCESIS ANGLICANA DE CHILE
Ordenación de Mujeres
Creemos que como cristianos debemos manifestar la vida de Dios en este mundo. Nuestra
vida fluye de la Santa Trinidad, y nuestras relaciones deben reflejar la relación entre el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
En la Trinidad misma, el Hijo y el Espíritu Santo son al mismo tiempo iguales al Padre y
sin embargo están subordinados a Él. En el Evangelio según San Juan, Jesús dice tanto
“Yo y el Padre uno somos” (10.30) como “el Padre es mayor que yo” (14:28). En Su
Encarnación y especialmente Su Pasión y Muerte; Jesús nos muestra tanto la santidad de
la subordinación y la sumisión como la naturaleza de sacrificio de la autoridad divina.
Desafortunadamente, la relación revelada en la Escritura no siempre se manifiesta en la
Iglesia. Muchas comunidades cristianas practican ya sea una falsa jerarquización o un
falso igualitarismo. En lugar de reflejar la vida misma de la Deidad con mucha
frecuencia vivimos como el mundo, de una u otra forma.
La actual inclinación hacia el igualitarismo es una crítica legítima a la falsa
jerarquización característica de la vida de la Iglesia en el pasado, la cual confundía con
demasiada frecuencia jefatura/cabeza y autoridad con dominación y poder. Es una
reacción comprensible, pero es en sí misma una reacción exagerada y un falso camino.
Debemos replantear nuestros pasos si hemos de caminar de acuerdo con la revelación
entregada en las Escrituras.
La Principal Razón
La principal razón para negarse a la ordenación de mujeres, es que si bien las Escrituras
establece a las mujeres como plenos sirvientes iguales de Dios, enseña que la mujer no
debe servir como cabeza de la comunidad cristiana.
Si bien no enseña la superioridad del hombre, y condena su dominación, sí enseña que la
principal autoridad o liderazgo dentro de la comunidad cristiana debe ser ejercida por el
hombre. A continuación ofrecemos una breve discusión de lo que creemos es la visión
coherente de las Escrituras, si bien no se trata de más que un resumen.
Puesto que se trata de un tema difícil, los cristianos que tratan de ser fieles a la
revelación de Dios deben trabajar arduamente para comprenderla.
No creemos que este tema no presente solución en las Escrituras, como afirman algunos
(en ambos lados del tema). Este argumento parece depender del hecho que en ninguna
parte de las Escrituras se menciona directamente “la mujer no será ordenada”.
No obstante, la enseñanza sobre el hombre como cabeza en la familia y la Iglesia es clara,
y es claro que la visión neotestamentaria de jefatura/cabeza en la Iglesia.
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Puntos de Acuerdo
Estamos de acuerdo que la Iglesia a menudo no ha manifestado la enseñanza bíblica a
este respecto y ha convertido la jefatura/cabeza en dominio. Esta perversión necesita ser
reformada. En segundo lugar, las Escrituras sí enseñan sobre la igualdad y mutualidad
entre hombre y mujer, y no da lugar a la creencia de que la mujer es inferior al hombre.
En tercer lugar, tanto Jesús como Pablo trastornaron las suposiciones patriarcales del
siglo I. En el Nuevo Testamento, la mujer es tratada con gran respeto, es vista como
discípulo de igual valor que el hombre, alabada por su gran fe, recibe el Espíritu, es
testigo privilegiado de la Resurrección, y lleva a cabo un servicio reconocido al Reino.
En cuarto lugar, tanto el discipulado como la jefatura/cabeza en la Iglesia son posiciones
de servicio, no de dominio. Contrariamente a la comprensión mundana, incluso los líderes
están llamados al amor, el respeto y a sacrificarse por sus subordinados. En esta materia,
nuestro principal ejemplo, más allá de nuestro Señor mismo es una mujer: la Virgen
María.
EL Argumento
Creemos que la mujer no debe ser ordenada por tres razones: la interpretación igualitaria
malentiende los textos y es inconsecuente con el resto de las Escrituras (y ejemplo,
Gálatas 3:28); en ningún lugar del Nuevo Testamento se describe a mujeres en posiciones
de jefatura/cabeza o autoridad; y el Nuevo Testamento enseña explícitamente que el
hombre debe ser cabeza de la familia y la Iglesia. Por ende, la supuesta contradicción
entre la jefatura/cabeza masculina y la igualdad del hombre y la mujer en Cristo es una
suposición forzada sobre el Nuevo Testamento, y en efecto pervierte su revelación
vivificante.
Creemos que ello puede ser demostrado en forma exegética, a partir de la Biblia misma,
pero el gran peso de la tradición también respalda esta interpretación.
Nuestro examen de la interpretación igualitaria comienza con Gálatas 3:28, el texto
citado más frecuentemente como apoyo a la ordenación de mujeres.
Gálatas 3:28
El versículo más popular entre aquellos que creen que la mujer debe ser ordenada es
Gálatas 3:28: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer;
porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.
Este es presumiblemente el versículo más popular porque parece indicar que las
distinciones entre hombre y mujer han sido eliminadas en Cristo y que por ende la mujer
puede ejercer una jefatura/cabeza en la Iglesia, o incluso la jefatura/cabeza es
derechamente eliminada. Se sostiene que su autoridad es mayor o más universal que la
de las enseñanzas sobre la subordinación de la mujer que se encuentran en las Epístolas
Pastorales y en otras citas. Por ende, si pensamos que este versículo no enseña la
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eliminación de las diferencias sexuales, si en efecto coincide con el resto de la enseñanza
bíblica, habremos contribuido mucho a establecer la enseñanza bíblica a este respecto.
Este versículo es una maravillosa expresión de la verdad de que todos quienes están en
Cristo lo están por la fe y el bautismo (v. 26-27). Las distinciones de raza, status y sexo no
determinan quién puede llegar a Dios en Cristo, ni dividen a quienes están en Cristo.
Como lo señalara San Pablo en un pasaje similar, “Cristo es el todo, y en todos”
(Colosenses 3:11).
Las viejas distinciones no dividen a quienes están en Cristo, pero ello no implica que
hayan dejado de existir para quienes están en Cristo. Tal interpretación de Gálatas 3:28
es cuestionada tanto por el contexto de este versículo y virtualmente por todo lo que Pablo
señala en otras citas acerca de estas distinciones. Aquí Pablo explica nuestro acceso a
Cristo, y nuestra relación con él, no los roles en la familia y la Iglesia. Nuestro igual
acceso a Cristo y nuestra relación con él modifican nuestras relaciones pero no las
eliminan, como ya veremos.
Es decir, mientras Gálatas 3:28 declara las buenas nuevas de la unidad de todos los
cristianos en Cristo, no destruye todas las distinciones al interior del Cuerpo de Cristo.
En lugar de ello, modifica la forma en que los tres grupos se relacionan al ceñirse a los
patrones revelados en la Escritura. Ello quedará en claro al considerar lo que Pablo dice
sobre estas relaciones en otras citas.
Nota: Jefatura = Headship en inglés
Judíos, Griegos y la Mujer
Judíos y griegos continúan existiendo como grupos diferentes dentro de la Iglesia, y cada
uno tiene un rol claro que jugar dentro de la historia de la salvación, tal como Pablo
explica en Romanos 9-11 (véase también 1:16; 2:9-10). La Iglesia no ha pasado de ser
judía a ser gentil, contrariamente a las apariencias y las opiniones de muchos a lo largo
de los siglos. Ella no es ni judía ni griega, no porque ambas hayan sido totalmente
fusionadas, sino porque la iglesia se compone de ambos grupos en Cristo, cada uno con un
rol bien definido.
Del mismo modo, el amo y el esclavo en la iglesia mantienen su calidad de amo y esclavo
(Efesios 6:5-9; 1ª Corintios 7:20-24). Cuando Pablo escribe a Filemón acerca de Onésimo,
su esclavo en fuga, no le indica liberar a Onésimo porque todas las distinciones entre
esclavos y amos hayan sido borradas en Cristo. Señala que Onésimo aún es esclavo de
Filemón, pero ahora él es también su hermano (Filemón 16).
Este cambio obviamente marca una enorme diferencia en cuanto a su forma de
relacionarse, pero la distinción de roles se mantiene. De hecho, Pablo hace en Colosenses
una afirmación muy similar a la de Gálatas 3:28: “… no hay griego ni judío, circuncisión
ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos”,
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pero luego, casi inmediatamente, prosigue a describir algunas de estas diferencias (3:11;
cf. 3:22-4:1).
Del mismo modo, la distinción entre hombre y mujer continúa existiendo. La
interpretación igualitaria de Gálatas 3:28 va en contradicción con 1ª Corintios 11:2-16 y
14:34-35; Efesios 5:21-33; Colosenses 3:18-19 y 1ª Timoteo 2:9-15, como lo veremos en
breve.
Por ende, Pablo claramente cree que las distinciones no han sido desechadas en Cristo.
Su “no hay” no se refiere a los roles de los distintos grupos. Sin embargo, existen
importantes diferencias entre estas tres relaciones. Las examinaremos brevemente,
porque nos ayudarán a comprender la importancia de las distinciones que sí permanecen
en estas áreas.
Esclavos, Gentiles y la Mujer
A menudo se ha sugerido que así como la Iglesia fue lenta en darse cuenta que la
esclavitud fue abolida en Cristo (cual supuestamente sería la enseñanza de Gálatas 3:28),
ha sido aún más lenta en reconocer que las diferencias de roles entre hombre y mujer
también fueron abolidas en Cristo.
Sin embargo, la distinción entre esclavo y libre es distinta a la existente entre hombre y
mujer. La escritura no enseña que la esclavitud tenga origen divino, ni que sea parte del
orden creacional, como es el caso de la jefatura/cabeza masculina. En la Escritura no se
dice que Dios haya especificado los roles de esclavos y amos. Por cierto, la Biblia muestra
la esclavitud como algo indeseable (por ej., Éxodo 21; Levítico 25 y Pablo mismo en 1ª
Corintios 7), algo que jamás se implica o afirma con respecto a la jefatura/cabeza
masculina.
Lo que Dios ha hecho es regular la conducta de esclavos y amos de acuerdo con su nueva
relación en Cristo, por el tiempo que dicha relación existiera. De este modo, al oponerse a
la esclavitud la Iglesia no estaba disolviendo una distinción de origen divino, como lo hace
al disolver la distinción entre hombre y mujer.
Del mismo modo, la admisión de los gentiles a la Iglesia a menudo es citada como una
analogía de la admisión de las mujeres en la jefatura/cabeza. Sin embargo, y tal como en
el caso de la esclavitud, ello es enteramente inapropiado. Dios escogió a Israel y la separó
de las demás naciones, pero estas también eran parte de su plan desde un principio.
Desde el mismo momento en que comenzó a apartar un pueblo especial, tenía en mente
asimismo la salvación de las demás naciones. Dijo a Abraham en el llamado inicial: “Y
haré de ti una nación grande … y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”
(Génesis 12:3).
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La inclusión de los gentiles fue por cierto la gran causa de disputa en la Iglesia primitiva.
Sin embargo, el Antiguo Testamento y las enseñanzas de Jesús son claras al afirmar que
los gentiles fueron parte del plan de Dios desde el comienzo, y Dios reveló el misterio de
Su plan a Su Iglesia, por medio de Sus Apóstoles (cf. Efesios 3:1-13). No existen textos en
la Biblia que respalden la jefatura/cabeza de la mujer de la forma que ciertos textos
respaldan la inclusión de los gentiles.
Por ende, en ambos casos el real paralelo con la ordenación de mujeres es la vacilación de
la Iglesia con respecto a un cambio. La interrogante es si esta vacilación se justifica. La
Iglesia tuvo que sobreponerse a esta duda con respecto a los gentiles, puesto que se
trataba de la voluntad de Dios, revelada en la Escritura misma. No existe una revelación
similar con respecto a que la mujer deba ser ordenada y, como veremos, mucho hay en su
contra. Por ende, la Iglesia no debiera dudar meramente, sino de hecho rechazar esta
innovación.
Debemos concluir entonces que al negar la jefatura/cabeza a la mujer ya sea Pablo es
inconsecuente y no tuvo en cuenta las implicancias de su visión de Gálatas 3:28, o bien la
interpretación igualitaria de este pasaje no es fiel al sólido pensamiento de Pablo. La
comprensión cristiana histórica de las Escrituras es que todas sus partes son
consecuentes y coherentes, y que por ende no debemos “exponer un lugar de la Escritura
de modo que contradiga a otro” (Artículo 20 de los Artículos Anglicanos de Religión, Libro
de Oración Común). La postura histórica sobre la ordenación de mujeres se basa en esta
creencia y es la única postura consecuente con ella.
En resumen, una lectura cuidadosa de Gálatas 3:28 lleva a la conclusión de que “en
Cristo no hay varón ni mujer” coincide con la enseñanza de Pablo en otros pasajes de que
sólo el hombre debe ejercer la jefatura/cabeza. No existe una contradicción
necesariamente entre ser iguales y estar bajo autoridad.
Por cierto, y como hemos visto, somos invitados a adoptar el patrón de vida de la
Trinidad. Si bien nuestra experiencia de autoridad a menudo incluye la desigualdad, se
debe importar en el texto la idea de que la igualdad y la sumisión a la autoridad son
inevitablemente contradictorias.
Segunda Parte: Mujeres de la Biblia en el Ministerio
Ahora estudiaremos el material bíblico sobre mujeres en el ministerio. Por cierto, la
mujer ha ejercido ministerios muy importantes en la Iglesia del Nuevo Testamento, pero
estos nunca son descritos como posiciones de jefatura/cabeza ya sea en la iglesia o la
familia.
Varias mujeres son elogiadas por su nombre en los Evangelios por su ministerio a Jesús
mismo (Lucas 8:1-3; Marcos 15:40ff). Otras, especialmente María Magdalena incluso
recibieron como comisión proclamar Su resurrección a sus discípulos (Juan 20:17; Mateo
28:10; Marcos 16.7). No obstante, ninguna de ellas ostentó el oficio apostólico. Jesús no da
autoridad apostólica a mujer alguna.
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Varios eruditos han postulado que la mujer ostentó posiciones de jefatura/cabeza en la
Iglesia primitiva, pero estas afirmaciones son en el mejor de los casos dudosas. Y si
fueran correctas, sólo demostrarían que en ocasiones la Iglesia primitiva desobedeció o
malentendió las Escrituras. Varios escritos antiguos prohiben a la mujer enseñar o
administrar los sacramentos; hayan existido o no excepciones, ciertamente el gran peso
de las afirmaciones y la práctica patrística respaldan la visión que sugerimos.
Algunas mujeres del Antiguo Testamento tuvieron cargos de autoridad, en especial las
profetisas. Sin embargo, los profetas no eran presbíteros/ancianos o acreedores de una
comisión institucional (u ordenación) a predicar y enseñar. En otras palabras, no ejercían
el ministerio de autoridad de la enseñanza, restringido a quienes ostentaban la
jefatura/cabeza. Aún al ser excepciones a la regla en contra de la mujer en autoridad, su
llamado se ceñiría a una regla mayor que dice que Dios usa a quienquiera que escoja en
situaciones específicas. El que lo haga no implica que no nos haya dado normas a seguir.
¿Mujeres Apóstoles?
Se hace referencia a varias mujeres del Nuevo Testamento en formas que muchos
piensan que indican una jefatura/cabeza, o incluso un Apostolado. Una rápida revisión de
estos textos demostrará que ese no es el caso.
Pablo llama a Febe “diaconisa” (diakonos) en Romanos 16:1-2. Esta palabra se utiliza a
menudo en el Nuevo Testamento para referirse a los líderes, incluidos Pablo y Timoteo,
pero se utiliza también de quienes simplemente suplen las necesidades de otros. Es decir,
“diakonos” por sí misma no designa la cabeza de una comunidad. Es un término muy
general cuyo significado específico debe ser determinado mediante el contexto.
La referencia a Febe como una prostatis (v.2) podría significar que se trata de una
regidora o líder (cf. LXX de 1ª Crónicas 27:31; 29:6; 2ª Crónicas 8:10). Pero de significar
líder en este contexto, Pablo señalaría que se trata de su regidora o líder, lo cual no es
muy probable. La palabra se utiliza a menudo en el sentido de benefactor, y por ende
sugiere su lugar en la comunidad: “Dicho brevemente, es poco probable que los lectores de
Pablo hayan pensado en Febe como en algo más que una figura de importancia, cuya
riqueza o influencia había sido puesta a disposición de la iglesia en Cencrea”. La mujer
de negocios Lidia mencionada en Hechos 16:13-15, 40, parece haber sido una protectora
similar.
Se hace referencia a Junias en Romanos 16:7: “Saludad a Andrónico y a Junias, mis
parientes y mis compañeros de prisiones, los cuales son muy estimados entre los
apóstoles y que también fueron antes de mí en Cristo”. Si bien a menudo es citado por los
partidarios de la ordenación de mujeres, se trata de un texto altamente ambiguo. Esta
prominencia ¿implica que se trataba de apóstoles prominentes o que eran prominentes a
los ojos de los apóstoles?
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Si se trataba de apóstoles del mismo modo que Pablo y los Doce, es muy extraño que
hayan sido ocultados en medio de esta lista de compañeros de trabajo. Mucho más
probable es que se trate de apóstoles en el sentido de ser misionero, del mismo modo que
Priscila y Aquila, quienes viajaban constantemente (Hechos 18:2, 18, 26; Romanos 16:3;
1ª Corintios 16:19). Aun de haber sido un equipo formado por marido y mujer con una
posición de considerable autoridad en el ministerio del Evangelio, ello no implica que no
haya habido distinción de roles entre ellos, como marido y mujer.
Pablo describe a varias mujeres en estrecha asociación a su ministerio; junto a su esposo
Aquila, se dice que Priscila es una “colaboradora” de Pablo (Romanos 16:3); Evodia y
Síntique “combatieron juntamente conmigo en el evangelio” (Filipenses 4:3); y María “la
cual ha trabajado mucho entre vosotros”(Romanos 16:6). Ellas tuvieron ministerios de
importancia.
A menudo se señala que estos textos son prueba de que las mujeres ejercieron el oficio
apostólico en la Iglesia del Nuevo Testamento, pero no es posible derivar la naturaleza
específica del ministerio a partir de estas referencias. No tenemos razones para pensar
que hayan ejercido el oficio apostólico, especialmente debido a que Pablo enseñó en forma
tan clara y consistente contra esta práctica, según veremos.
Iguales y Plenas, pero no a la Cabeza
Si bien en estos textos San Pablo considera a las mujeres siervas iguales y plenas del
Señor, en ninguno de ellos las describe ejerciendo un rol de mando al interior de las
comunidades cristianas.
Sus ministerios son valorados e incluso reciben especiales elogios, pero no hay evidencia
en los textos de que estos hayan incluido la jefatura/cabeza. El argumento más
convincente a favor de la jefatura/cabeza de la mujer en el Nuevo Testamento no es más
que una extrapolación dudosa del silencio o ambigüedad de algunos textos.
Más aún, en los casos en que sabemos que la mujer tuvo un papel activo y público en la
Iglesia, ese rol era ejercido bajo la jefatura/cabeza de un tercero. La mujer cumplía un rol
activo en la adoración, puesto que oraba y profetizaba en la Iglesia (1ª Corintios 11:3-16;
14:3,5). Pero ello debía hacerse llevando una señal de autoridad en su cabeza, es decir,
debía hacerse de tal manera que no existiera una violación de la jefatura/cabeza
masculina (cf. v.3). Además, como ya hemos señalado, quienes profetizaban no llevaban a
cabo un cuidado pastoral y no eran ordenados al ministerio de autoridad de aquellos a la
cabeza.
En conclusión, a pesar de la radical mejora a su status producto del cristianismo, en
comparación con la sociedad de sus tiempos, no existe evidencia en el Nuevo Testamento
de que una mujer haya servido como cabeza de una comunidad cristiana. Nuestro
argumento, sin embargo, no es simplemente un argumento basado en el silencio. La
enseñanza neotestamentaria sobre jefatura/cabeza y autoridad, a la cual nos dedicaremos
ahora, indica explícitamente que la mujer no debía tener esa posición.
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Jefatura [cabeza] y Autoridad en el Nuevo Testamento
La enseñanza del Nuevo Testamento sobre la jefatura/cabeza y los roles diferenciados de
hombre y mujer se encuentra casi enteramente en los escritos de San Pablo. Génesis 1-3
es también muy importante en relación con el tema, pero escapa al alcance de este
estudio, si bien nos refirimos brevemente a él a continuación. Antes de mencionar a
Pablo, sin embargo, debemos hacer alguna referencia al ejemplo de nuestro Señor.
Jesús no habló directamente sobre este tema, pero el que sólo haya designado varones
para Su círculo cercano tiene importancia a la luz del resto de las enseñanzas de la
Biblia. Algunos han argumentado que la exaltación contracultural que Jesús hizo de la
mujer es un argumento para designar mujeres en puestos de mando; pero contrariamente
a lo anterior, ello parece confirmar las distinciones paulinas.
Si alguien tan libre de los prejuicios patriarcales y culturales de Sus tiempos, y tan
valiente en rechazarlos públicamente, sólo escogió varones para los puestos de mando,
entonces las distinciones presumiblemente no son culturales, o una concesión de Su
época, sino expresiones del orden de la creación. Ello es así particularmente al considerar
que este hombre era el Mismo por quien todas las cosas fueron hechas.
El ejemplo de Jesús al designar solamente varones como sus apóstoles a menudo es
rechazado sobre la base de que también designó solamente a hombres judíos. Se asume
que ambas elecciones fueron determinadas culturalmente, pero la Iglesia primitiva sólo
se dio cuenta de que la segunda elección era modificable, no la primera. No obstante, el
hecho de que Jesús escogiera a doce varones judíos es significativa, no meramente
cultural.
Estos hombres formaron el núcleo de renovación de Israel (cf. Mateo 1928; Lucas 22:30;
Efesios 2:20; Apocalipsis 21:14) y por ende debían ser judíos. En el plan de Dios, Israel
debía ser restaurado, y luego, mediante el Israel restaurado el reino de Dios comenzaría a
esparcirse a toda la humanidad (cf. Mateo 10:5-6 y 28:18-20). Al extender el liderazgo a
los varones gentiles, la Iglesia primitiva reconoció que los Apóstoles eran únicos y que la
restricción racial ya no se aplicaba.
Y aún si la elección de Jesús de varones judíos hubiera sido una concesión a su cultura
(una a suposición que debiéramos ser lentos en formular tratándose del Hijo de Dios), el
hecho no indicaría si escogió varones por alguna razón. Para determinar este punto,
debemos recurrir a otras secciones del Nuevo Testamento, consideradas por los cristianos
como expresiones precisas y fidedignas de la mente de Cristo.
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La jefatura [cabeza] en 1ª Corintios
Comenzaremos nuestra exploración de la enseñanza de Pablo con 1ª Corintios 11:2-16, un
texto en que se explica , el concepto de cabeza, y luego recorreremos los pasajes que
enseñan acerca de la autoridad en la familia y en la Iglesia. La palabra “cabeza” aparece
nueve veces en este pasaje: cuatro veces en su significado literal, y cinco en sentido
metafórico.
En este pasaje se nos dice que “Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza
de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo” (v.3). Las mujeres no podían siquiera profetizar
sin un reconocimiento a la autoridad masculina (vv 5,10). Ello se refiere probablemente a
los esposos, pero la prohibición se habría extendido a la mujer soltera, quienes también se
consideraban bajo la autoridad masculina de sus padres. Los roles en la familia también
deben estar representados en la Iglesia, un punto que San Pablo establece en pasajes
posteriores.
La subordinación (y no desigualdad) de la mujer hacia el hombre no sólo se expresa en el
lenguaje de la cabeza, sino también en el versículo 7 (“la mujer es gloria del varón”) y en
el 9 (“la mujer [fue creada] por causa del varón”). Pero Pablo también aclara que junto con
la subordinación al hombre existe también la interdependencia hombre-mujer: “Pero en el
Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón” (v.11).
La razón para esta afirmación es que así como la mujer procede del varón, también el
varón procede de la mujer; pero todo procede de Dios (v.12). este argumento es
sorprendentemente coincidente con el de Romanos 9-11 referido a la interdependencia
entre el judío y el gentil. No obstante, la interdependencia no implica una cualidad
intercambiable. De hecho esta exige diferencias significativas (si bien complementarias).
Una Ilustración de Autoridad y Cabeza
Ahora examinaremos algunos de los pasajes que se refieren a la autoridad e ilustran la
enseñanza sobre la jefatura/cabeza, que según acabamos de ver, Pablo les indica seguir a
las iglesias bajo su cuidado (y por ende a nosotros).
La primera tiene lugar posteriormente en la misma 1ª Corintios (14:33b-40). Aquí se nos
dice que la mujer debe mantener silencio en la iglesia, puesto que no les está permitido
hablar (v.34), y que ello se cumple “en todas las iglesias de los santos”. Estas
prohibiciones no pueden ser absolutas, puesto que sólo tres capítulos antes Pablo permite
a las mujeres profetizar (11.5).
Entonces, ¿a qué se refiere Pablo en este pasaje? El punto inmediatamente precedente
(vv.19-33) es la evaluación de las profecías en la Iglesia; Pablo aplica ahora este punto
general a un caso específico. Es más probable que les esté prohibiendo a las mujeres
emitir juicios sobre una manifestación profética (v.29). Puesto que emitir juicios es un
ejercicio de autoridad, la instrucción coincide entonces con el capítulo 11. Es decir que a
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diferencia de emitir juicios, la oración y la profecía no son funciones de mando y por ende
son permisibles para las mujeres.
Pablo insiste enfáticamente en la obediencia a este respecto: “ Si alguno se cree profeta, o
espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor. Mas el que
ignora, ignore” (vv.37,38). Esta declaración se refiere a toda la sección referente a la
profecía, pero incluye el material sobre la mujer de los versículos 3b-36.
Pablo respalda este punto al hacer referencia a la tradición de las iglesias (vv.33,36), la
ley (v.34), su propia autoridad (v.37), y el mandamiento del Señor (v.37). Su amenaza de
que todo aquel que no reconozca esto no será reconocido implica que este será expulsado
de la comunidad o incluso enfrentará el juicio escatológico de Dios. Este pasaje debe hacer
vacilar a quienes piensan que la ordenación de mujeres es un tema de escasa
importancia. En efecto, son pocos los temas en la Escritura para los que se aplica tal
autoridad y tales sanciones.
La descripción que encontramos en 1ª Corintios es confirmada por escritos paulinos
posteriores: por ejemplo, los Códigos Familiares (Efesios 5:21-33; Colosenses 3:18-19).
San Pedro entrega una enseñanza similar (1ª Pedro 3:1-7). Todos estos pasajes hablan de
mutuo respeto entre maridos y esposas, pero hace también una distinción con respecto a
la forma que debe tomar dicho respeto. La mujer debe ser sumisa, el hombre debe amar y
mostrar consideración. Por mi parte limitaré mi discusión a Efesios 5:21, puesto que a
menudo es citada como respaldo para eliminar esta distinción.
¿Sumisión Mutua en Efesios?
Efesios 5:21 señala “Someteos unos a otros en el temor de Dios”. Ello resulta ser la
conclusión de una serie de instrucciones relacionadas con el mandato del versículo 18 de
ser llenos del Espíritu. Asimismo es la introducción a la sección siguiente (5:22-6:9), la
cual trata de los esposos, padres e hijos, y esclavos y amos.
La palabra utilizada para “someterse” (hypotasso) significa someterse a la autoridad de
otro. Aquí señala que las esposas deben ser sumisas ante los esposos, los hijos a los
padres, y los esclavos a los amos. Por ende es equívoco decir que el verso 21 enseña la
sumisión mutua. Pablo no señala que los amos deban someterse o estar bajo la autoridad
de sus esclavos, ni los padres de sus hijos, o bien los maridos de sus esposas.
Entonces, ¿cuál puede ser el significado de someterse al otro? En parte, San Pablo parece
dirigirse aquí a la comunidad en su totalidad, no a cada individuo en su relación con cada
uno de los demás. Los distintos miembros de la comunidad deben someterse el uno al otro
ciñéndose a los patrones ordenados y jerárquicos de sus relaciones, los cuales Pablo
procede a describir en el resto del pasaje.
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Este es claramente el caso en relación con los hijos, puesto que no tienen autoridad sobre
los padres. Lo mismo se cumple con los esclavos. Pablo no señala que ahora hijos y
esclavos tengan tal autoridad. Dada la estructura del argumento de Pablo, no existe
razón para separar a las esposas y decir que Pablo está enseñando que ahora tienen
autoridad sobre sus maridos, aunque sea ejercida en sumisión mutua. Aquello que dice de
hijos y esclavos es dicho también de la mujer.
La Autoridad en la Iglesia
Pero esta no es toda la historia. Si bien Pablo enseña que un grupo de personas debe
someterse al otro, se debe enfatizar que en los tres casos las relaciones son modificadas
radicalmente en Cristo, tal como vimos en la discusión de Gálatas 3:28. La autoridad y
subordinación deben vivirse en un contexto de amor y respeto mutuo.
La autoridad en la Iglesia no consiste en el ejercicio de poder destinado a servir la propia
voluntad. Requiere sacrificio personal por el bien de los amados (Cf. Marcos 10: 42-5; I
Pedro 5:1-3; Hebreos 13:17). El carácter escatológico de la relación entre esposos en
particular se aprecia en la analogía de Cristo y la Iglesia (Efesios 5:22-33). La Iglesia está
subordinada a Cristo, pero ella está sometida a Aquel que ella ama y quien la ama.
De este modo, Pablo nos llama aquí a honrarnos mutuamente. Tal como Juan Calvino
dijera elocuentemente: “Dios nos ha unido de tal manera que ningún hombre debiera
evitar la sujeción. Y donde reina el amor, existe un servicio mutuo. No hago excepción de
reyes y gobernadores, porque estos rigen con el fin de servir. Por esto es muy justo que
exhortemos a todos a someternos mutuamente”.
El punto de Calvino encierra una verdad profunda, pero él reconoce que tal servicio se
ejerce dentro de ciertos patrones de autoridad. Al servir a sus súbditos, el rey no se
convierte en uno, ni viceversa. En lugar de ello, continúa siendo rey, y sus súbditos lo
siguen siendo, pero su relación ha sufrido un profundo cambio en Cristo.
El argumento igualitario a menudo sostiene que Pablo mismo no comprendía la
importancia de afirmaciones como la de Gálatas 3:28, y que al enseñar sobre la autoridad
masculina dio un paso atrás para trasmitir las presuposiciones patriarcales de su cultura.
Los pasajes como Efesios 5:21-6:9 demuestran que Pablo no veía una contradicción entre
ambas ideas, sino una profunda complementación.
La combinación de autoridad y humildad y sumisión mutuas es por cierto un tema bíblico
constante. I Pedro 5:5, por ejemplo, comienza con un mandato a un grupo, de modo que
se someta a otro: “Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos”. Termina con un
llamado a la sumisión mutua: “y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad;
porque: Dios resiste a los soberbios, Y da gracia a los humildes”.
En la Iglesia, tal como en la vida de la Trinidad misma, el amor hace posible tanto ser
iguales como subordinarse. Hace posible entender la sumisión a la autoridad de otro como
un llamado sublime y redentor. Y también hace posible ejercer la autoridad en forma
sacrificada, en sumisión al Señor.
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Tercera Parte: La Supervisión en las Epístolas Pastorales
La importancia de la enseñanza de San Pablo sobre liderazgo para el ministerio ordenado
en la Iglesia es sugerida por distintos pasajes en las Epístolas Pastorales.
(A veces se argumenta que San Pablo no escribió las Pastorales, y por ende su enseñanza
sobre el liderazgo no debe ser aceptada. Creemos que en efecto es el autor, pero estas
tienen carácter canónico, y por ende tienen autoridad, cualquiera sea el caso).
Las Cartas Pastorales revisten especial importancia para nosotros porque lo que Pablo
describe como liderazgo es esencialmente lo que los Anglicanos consideran el ministerio
ordenado. Aquí Pablo hace una analogía directa entre la supervisión, o gobierno, en la
Iglesia y el papel de esposo y padre en la familia (I Tim 3:2-5). El líder de la Iglesia es
ciertamente un padre para dicha comunidad.
En I Timoteo 2:9-15 Pablo señala: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción.
Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en
silencio” (vv 11-12). Pablo permite a la mujer orar y profetizar en la Iglesia, como hemos
visto, por lo que su mandato no es una prohibición absoluta a la mujer de hablar en la
Iglesia. Por el contexto, el silencio que exige se refiere a la enseñanza, la cual menciona
inmediatamente después. Esta prohibición absoluta es consecuente con el resto de la
enseñanza de Pablo, puesto que indica que Pablo se refiere a la clase de enseñanza que
implica ejercicio de autoridad.
Una interpretación igualitaria común de este pasaje argumenta que la cualidad absoluta
del lenguaje de Pablo en este texto sugiere que el mandato no es general, sino que más
bien se refiere a una situación particular. Obviamente este es el caso, pero como ya lo
hemos indicado, es el carácter absoluto del silencio el que debe ser reconocido como una
aseveración excesivamente enérgica (puesto que obviamente la mujer podía hablar en la
Iglesia), no el del mandato contra el que la mujer enseñe como principal autoridad.
Incluso si el mandato no fuese absoluto, aún sería una extensión de la restricción normal
(es decir, que las mujeres cumplan un papel subordinado en el liderazgo de la Iglesia). No
se trataría de la creación de un nuevo concepto que contradiga la autoridad de sus demás
enseñanzas.
Adán, Eva y la Caída
A menudo se argumenta que se le debe otorgar roles de liderazgo a la mujer puesto que
la subordinación femenina es producto de la Caída. En Génesis 3:16 Dios le señala a Eva
que por haber comido del fruto del árbol, “[tu marido]… se enseñoreará de ti”, y puesto
que (según se argumenta) esta maldición ha sido revertida por Cristo, lo mismo debiera
suceder con la sumisión de la esposa al marido.
Ordenación de mujeres 12

No obstante, en 1ª Timoteo 2:13-14 Pablo fundamenta este mandato tanto en la Creación
como en la Caída: “Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue
engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión”. Pablo enfatiza
el hecho de que Adán fue formado primero como señal de su posición de autoridad.
Parecía asumir que este punto sería inmediatamente comprendido y aceptado por sus
lectores.
Con respecto a la Caída, Pablo no dice que la mujer por naturaleza sea engañada más
fácilmente que el hombre y por ende no deba enseñar. Si esta fuera la visión de Pablo
sería muy extraño que dijera que las mujeres mayores deben enseñar a las jóvenes (Tito
2:3); ello implicaría que la ingenuidad enseña a la ingenuidad. Tampoco indica que la
Caída haya sido enteramente culpa de Eva. Todo lo contrario: ella fue engañada, y Adán
no lo fue, pero la culpa recae sobre él (cf. Romanos 5:12-21: “el pecado entró en el mundo
por un hombre…”).
Puede ser que Eva haya sido engañada cuando no se sometió a la autoridad de Adán,
según se implica en el versículo 13. De cualquier forma, Adán tenía la autoridad y era
responsable del liderazgo; por ende era responsable de discernir la verdad. Debió haberlo
hecho, puesto que no fue engañado (v.14). Su problema no fue de discernimiento, sino de
desobediencia consciente.
No obstante, Eva si cumplió cierto papel, el de ejercer una influencia maligna sobre Adán.
En el versículo 12 Pablo indica que no permite que una mujer enseñe o ejerza dominio
sobre un hombre. “Ejercer dominio sobre” es el término más general, quizás agregado al
verbo “enseñar” con el fin de preparar la referencia a Eva del versículo 13. Es decir,
contribuye a establecer una relación entre la actividad de Eva, la cual no era exactamente
la enseñanza, con la actividad de enseñar en la Iglesia, de la cual se está ocupando Pablo.
En este pasaje, Pablo basa su instrucción tanto en la Creación como en la Caída. Si bien
ciertos detalles de este pasaje son difíciles de comprender, los principios que subyacen en
su enseñanza de 1ª Timoteo 2 son iguales a los ya vistos en su enseñanza.
El Oficio en la Iglesia
El patrón de enseñanza de San Pablo sobre hombre y mujer que hemos visto hasta este
momento es consecuente con su discusión explícita de los oficios en la Iglesia. 1ª Timoteo
3:1-13 y Tito 1:6-9 hablan de un obispo (eposkopos), también llamado anciano o
“presbítero” (presbyteros) en Tito 1:5 y de un diácono (diakonos) los cuales deben ser
maridos de una esposa. Claramente, Pablo no piensa en la mujer para este oficio, puesto
que la palabra utilizada en ambos pasajes (aner) sólo puede referirse a un varón.
Algunos eruditos, sin embargo, creen que 1ª Timoteo 3:11, el cual aparece en una
referencia a los hombres diáconos, puede referirse también a diaconisas. Este pasaje
parece referirse no a las esposas de diáconos, sino a una orden separada de ministros de
la Iglesia, puesto que el pasaje fluye de la siguiente forma: “Pero es necesario que el
obispo sea… Los diáconos asimismo deben ser … Las mujeres [diáconos] asimismo sean
Ordenación de mujeres 13

…” (vv. 2, 8,11). Lo dicho acerca de estas mujeres es similar a lo dicho sobre los diáconos
en el versículo 8.
Tal rol u oficio, sin embargo, no incluiría un liderazgo, puesto que este no es parte del rol
de los diáconos, según es descrito en el Nuevo Testamento, tal como lo apreciamos al
comparar lo dicho sobre las distintas órdenes. La responsabilidad del obispo o presbítero
comprende enseñar y refutar (1ª Timoteo 3:2; Tito 1:6), lo cual no se dice de los diáconos.
Nótese que Pablo se reunió con los ancianos de Éfeso, no los diáconos, y les señala que “…
el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él
ganó por su propia sangre”. (Hechos 20:17). Esta es una afirmación clara de la
responsabilidad de la supervisión de las comunidades, y está dirigida a los presbíteros, no
a los diáconos.
El rol de estos presbíteros es análogo a su rol en sus familias (1ª Timoteo 3:4-5; Tito 1:6),
el cual, según se dice, es materia de administrar, regir y gobernar, (Cp, también Hebreos
13:17; 1ª Pedro 5:2). Este gobierno es ejercido especialmente al predicar y enseñar: “Los
ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que
trabajan en predicar y enseñar”. (1ª Timoteo 5:17)
Ello no equivale a decir que los obispos y presbíteros eran los únicos en enseñar o quizás
en predicar en la iglesia primitiva. Pero su enseñanza y predicación era un medio
primario de ejercer autoridad, y por ende presumiblemente llevaba un peso distinto al de
otros maestros y predicadores. De acuerdo con nuestros textos, la mujer no era obispo o
presbítero, y este hecho coincide con el material que hemos revisado acerca de las
distinciones en términos de roles entre hombre y mujer.
Autoridad en el Nuevo Testamento
De este modo, el Nuevo Testamento presenta una enseñanza consecuente acerca de la
autoridad, aún cuando permite cierta variedad en la aplicación de autoridad en contextos
específicos. A pesar de todo el nuevo respeto y responsabilidad de la mujer en la
comunidad cristiana, el Nuevo Testamento no indica que esta incluyera el ejercicio de
liderazgo en la comunidad, y de hecho indica claramente que no fue así.
Los pasajes que enseñan sobre la subordinación de la mujer en la familia y la Iglesia no
contradicen el testimonio restante del Nuevo Testamento. No existe contradicción entre
los pasajes “igualitarios” como Gálatas 3:28 y Efesios 5:21; y los pasajes “jerárquicos”
como 1ª Corintios 11:2-16 y 1ª Timoteo 2:9-15. El ideal bíblico tiene mayor riqueza y
profundidad y por ende es más dificultoso y vivificante que los simples modelos de
igualdad o jerarquía. Debemos mantener reunidos estos textos para descubrir este ideal
bíblico, y cuestionar la simple lectura de la Escritura que reduce su rico mensaje a un
mero igualitarismo o jerarquización.
Ordenación de mujeres 14

Al mantener unidos los textos de la Escritura nos vemos forzados a definir jerarquía,
igualdad, y mutualidad de formas extrañas para nuestra cultura y para muchas de las
prácticas y suposiciones que hemos heredado en la Iglesia. También nos vemos forzados a
encarnar este ideal extraño en formas contraculturales, difíciles y dolorosas.
Ello requiere en primer lugar arrepentimiento. Debemos arrepentirnos del clericalismo,
es decir, de considerar a los ministros ordenados como aquellos que tienen los verdaderos
ministerios. Debemos arrepentirnos también de considerar la posición de autoridad en
términos de dominación y poder en lugar de servicio, amor y respeto. Debemos
arrepentirnos de valorar más el poder y la autoridad que la humildad y la santidad.
Si valoráramos debidamente la santidad no habría peligro de pensar que la sumisión
implica inferioridad. La más grande entre los santos es una mujer que dijo “hágase
conmigo conforme a tu palabra” (Lucas 1:38). De esta forma estableció el ejemplo a seguir
para todos nosotros. Tanto ordenar como obedecer son actos divinos, tal como lo
preciamos en la relación entre el Padre y el Hijo, según es revelada en el Nuevo
Testamento.
Era precisamente porque Jesús tenía forma divina que se despojó a sí mismo y tomó la
forma de un siervo (una interpretación no expresada en la mayoría de las traducciones de
Filipenses 2:6). Esta declaración de que Dios es tanto Todopoderoso como humilde, de que
tiene todo poder y es un siervo, diferencia la revelación bíblica de todas las demás
religiones. Es la razón por la que podemos servir en cualquier rol que nos asigne Dios, ya
sea a la cabeza o en sumisión, sin sentir vergüenza o timidez.
Ello ya se sugiere en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, los feministas recalcan el hecho
de que se dice que Eva es “ayuda” para el hombre (Génesis 2:18,20), palabra que es
utilizada en otra cita en referencia a Dios mismo. Dicen que ello prueba que este texto no
enseña la sumisión. Por el contrario, se trata de una profunda visión de que Dios mismo
es sumiso con respecto a nosotros, en el sentido de que nos sirve de una forma que Lo
honra y nos honra.
Al arrepentirnos del clericalismo, sin embargo, no debemos caer en el error opuesto de
negar que Dios ha ordenado a algunos para estar en autoridad sobre Su Pueblo, y les ha
dado poder, autoridad, y una responsabilidad abrumadora (cf. Tesalonicenses 5:12). El
Nuevo Testamento indica que tanto la Iglesia como la familia tienen carácter patriarcal.
Implicancias
Tal como lo aclaran el Catecismo y la descripción de las órdenes en el Libro de Oración, a
quienes son ordenados al episcopado y el presbiteriado en la Iglesia Anglicana les es dada
autoridad para enseñar y la responsabilidad de velar por la Iglesia. Entonces se trata de
presbíteros en el sentido neotestamentario, y por ende no es correcto (si queremos ser
obedientes a la revelación bíblica) que la mujer sea ordenada a estos puestos. Ambos
oficios son puestos de liderazgo según la comprensión del Nuevo Testamento, y por ende
están restringidos al hombre.
Ordenación de mujeres 15

Por otro lado, el diaconado, no incluye estas responsabilidades y se puede argumentar por
ende que las diaconisas se insertarían en el modelo descrito en la Biblia. Por cierto, tal
como he mencionado, incluso puede que la Biblia se refiera a mujeres diácono o
diaconisas en 1ª Timoteo 3:11. Se habla claramente del rango de diaconesa en los escritos
cristianos antiguos, pero en ellos difiere del tango del diácono.
Por tanto, es materia de disputa el que la mujer deba o no ser ordenada al diaconado en
la actualidad. Parte del problema es la confusión existente, al menos en la Iglesia
Anglicana, acerca de la naturaleza misma del diaconado, y, en términos más generales,
del ejercicio de autoridad en la Iglesia.
Con respecto al presbiteriado, debemos referirnos a la postura “de compromiso”
mantenidas en su mayor parte por evangélicos que reconocen la enseñanza sobre la
posición de liderazgo del hombre y sobre la autoridad en la Biblia. Una (sostenida por
algunos de los evangélicos anglicanos más prominentes)dice que la mujer puede ser
ordenada presbítero siempre que no sirvan como cabeza de una comunidad; por ejemplo,
no como rector de una parroquia u obispo.
Ahora bien, el oficio de obispo ciertamente implica ser cabeza, pero la ordenación al
presbiteriado confiere la autoridad y responsabilidad de un presbítero, aún cuando sólo se
es un asistente de párroco o adjunto. Por ende, aún desde esta visión de la ordenación es
muy difícil ver cómo puede ser ordenada la mujer como obispo o presbítero.
La Revelación más Profunda
Debemos llevar la vida de la Deidad, en la cual vemos igualdad, jerarquía y sumisión (ver
1ª Corintios 11:3; 15:28). Vemos esto en nuestro Señor, quien dice tanto “Yo y el Padre
uno somos” como “el Padre es mayor que yo” (Juan 10:30, 14:28).
El hecho de que la igualdad y la jerarquía reflejen juntas la vida de la Deidad indica que
aquellos incorporados a Cristo deben expresarlas de la mejor forma en sus vidas. Vivir
debidamente ambos aspectos es parte de lo que significa estar “en Cristo”.
La Escritura deja en claro que una importante forma (si no la principal) de reflejar la
vida de la Trinidad es en las relaciones entre hombre y mujer. Hombre y mujer juntos
constituyen la imagen de Dios (Génesis 1:27), y sin embargo unidad y subordinación ya se
encuentran presentes en la historia de la Creación del hombre y la mujer representativos.
Su relación antes de la Caída claramente debe ser considerada un modelo para la
nuestra, e incluye tanto una profunda unidad como la autoridad masculina. “Esto es
ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; esta será llamada Varona” (2:23). Cuando
Adán dice “hueso de mis huesos y carne de mi carne”, expresa su unidad con ella. Al
llamarla mujer ejerce su autoridad sobre ella.
Ordenación de mujeres 16

Otro erudito ve en este texto varios ejemplos más, que llama “las verdades paradójicas de
la igualdad hombre-mujer y el liderazgo masculino”. En primer lugar, que la mujer sea
“ayuda idónea” (Génesis 2:18,20) significa que ella es igual en su idoneidad y bajo la
cabeza que es el hombre, que siendo su ayuda.
En segundo lugar, se dice que la mujer proviene del hombre para el hombre, no lo
opuesto, ni tampoco se dice que hayan comenzado su existencia sin haber distinciones
entre ellos. En tercer lugar, hombre y mujer son una carne, pero es el hombre quien deja
a sus padres y forma la nueva familia (v.24); es decir, iniciar una nueva familia es la
responsabilidad de la cabeza.
Igualdad y Subordinación
La subordinación de la mujer al hombre nos irrita. Parece tan injusta, fácilmente mal
utilizable, un desperdicio de los dones de la mujer. Seguramente, pensamos, tal
desigualdad no fue la intención de Dios.
Y sin embargo el mismo apóstol que dijo que en Cristo no hay varón ni mujer fundamentó
también la relación jerárquica entre hombre y mujer (o esposo y esposa) en la relación
entre Dios y Cristo (1ª Corintios 11:3). No se trata de un juicio pragmático, determinado
culturalmente, acerca de la mejor forma de organizar la familia y la comunidad cristiana.
La forma en que ordenamos nuestra vida debe fluir de la comunidad misma de la Deidad
y reflejarla. Si no aceptamos la jerarquía, entendida según la Biblia, tendremos una falsa
visión de Dios y la realidad. ¡No se trata de asuntos secundarios!
Del mismo modo, el concepto de la cabeza es fundamental para entender la enseñanza
bíblica sobre la salvación (ver por ejemplo Romanos 5:12-21). El hecho de que el hombre
sea la cabeza y por ende el representante de la mujer es parte del modelo más amplio de
Adán, visto como cabeza de toda la raza humana. Dado que él es la cabeza, al caer él
todos caímos. Del mismo modo, Jesús es el Último Adán (1ª Corintios 15:45), la cabeza de
la nueva creación, en quien morimos y resucitamos a una nueva vida. Puesto que el es la
Cabeza y por ende su representante, Él puede ser nuestro sustituto en la Cruz.
El Camino a Seguir
Debemos asegurarnos de aprender la naturaleza de esta unidad y subordinación a partir
de la revelación de Dios, no nuestra naturaleza caída, puesto que la Iglesia es una
realidad espiritual, escatológica. Hoy estamos en peligro de reemplazar una
jerarquización mundana por un igualitarismo mundano, ninguno de los cuales se inserta
en el Reino.
Por todo lo anterior, como Diócesis de Chile rechazamos terminantemente la ordenación
de la mujer al Presbiterado y por lo tanto también al Episcopado, por no ser esa la función
que Dios ha determinado para ella en la comunidad cristiana.
Ordenación de mujeres 17

DOCUMENTO DE TRABAJO ADJUNTO A
LA ORDENACIÓN DE MUJERES
1 HOMBRE Y MUJER
1a El hombre y la mujer gozan de igual condición ante Dios en la creación (Gen 1:27) y
la salvación (Gal 3:28). Sin embargo, no tienen carácter intercambiable. No es
posible que uno reemplace al otro como si fueran idénticos. Fueron creados distintos
con el objetivo de la unidad (Gen 2), y si bien son salvos por la misma cruz de Cristo,
viven su salvación de distinta forma (Rom 1:26-27); 1ª Cor 11:3-16; 1ª Cor 14:33-36;
Ef 5:22-31; Col 3:18-19; 1ª Tim 1:10; 1ª Tim 2:8-15; Tito 2:1-8; 1ª Pe 3:1-7).
1b Algunos desean argumentar a favor de la polivalencia de los sexos sobre la base de
Gálatas 3:28 y la historia de la interpretación bíblica. Hemos llegado a rechazar la
esclavitud y el racismo y ahora se dice que debemos rechazar el sexismo. El Nuevo
Testamento es percibido como una unidad limitada a situaciones específicas y
representativa del siglo I en términos culturales. Se concluye que debemos expresar
sus verdades en forma distinta en el siglo XX.
1c Sin embargo, la esclavitud no constituye un paralelo adecuado: Pablo anima a los
esclavos a lograr su libertad si es que tienen la oportunidad (1ª Corintios 7:21),
mientras que jamás anima a la mujer a cesar de ser mujer. La esclavitud es una
convención relativa a las relaciones industriales al interior de una sociedad,
mientras que la diferenciación de los sexos forma parte de nuestra creación. Por ello,
se entrega consejo sobre la esclavitud a quienes están insertos en un contexto
cultural al mismo tiempo que se reconoce la posibilidad de un cambio (1ª Cor 11; Ef
5; 1ª Tim 2).
1d Por otro lado, las instrucciones sobre el hombre y la mujer no se entregan sobre la
base de situaciones aisladas y específicas, o de la cultura del siglo I, sino sobre la
base de la Trinidad (1ª Cor 11), las prácticas congregacionales universales (1ª Cor
14), la Ley (1ª Cor 14; 1ª Tim 1; 1ª Pe 3), la idoneidad natural (Rom 1; 1ª Cor 11; 1ª
Cor 14), el propósito de Dios en la creación ( Ef 5), la autoridad apostólica (1ª Tim 2;
1ª Cor 14), la Caída (1ª Tim 2), la sana doctrina (Tito 2), y la práctica universal de la
iglesia (1ª Corintios 14).
Ordenación de mujeres 18

2 EL MINISTERIO
2a El ministerio no debe ser igualado a la ordenación. El ministerio no se define en
términos de un estado, sino de un propósito. No es cuestión de poder, sino de
servicio. No se limita a una actividad o a una autoridad instituida. Es el uso santo
de los dones al servicio de otros, para su salvación y edificación. No constituye una
vocación específica de algunos cristianos, sino el llamado de Dios para todos los
cristianos a edificar la iglesia de Cristo. Básicamente, no trata de tareas, sino de
santidad en las relaciones y el servicio.
2b Uno de los pasajes clásicos sobre el ministerio es el de Jesús enseñando a sus
discípulos en Marcos 10:35-45, en comparación con Mateo 20:20-28. Sin mencionar lo
que involucra el ministerio cristiano, ciertamente no puede tratarse de una
búsqueda de status, poder y autoridad, sino que debe implicar un servicio de
sacrificio personal. No podemos utilizar los dones como base para jactarnos
espiritualmente, sino para el propósito de servir a otros (1ª Cor 3:4, 12-14). No
debemos definir el ministerio en términos de una jerarquía de puestos, ni limitar las
actividades del ministerio a la designación de personas (1ª Cor 12; Ef 4; Marcos 9:38-
41; Hechos 6; 2ª Tim 4:1-5). Todos debemos ministrarnos mutuamente (Col 3:12-17;
Gal 5:13).
2c No existen trabajos o tareas considerados indignos o contrarios a las capacidades de
la mujer. Puesto que Cristo llevó los pecados del mundo hombre y mujer son
igualmente santos. Por otro lado, y debido al servicio sacerdotal de Cristo, no existen
tareas sagradas en el ministerio cristiano más allá de la labor sagrada de servir a
otros. Los dones y capacidades de la mujer para llevar a cabo el trabajo de oración,
enseñanza, canto, profecía, administración o cualquier otro no parecen ser
cuestionados en las Escrituras (1ª Tim 5 habla en efecto del problema de las jóvenes
viudas ociosas y 2ª Tim 3 de las de voluntad débil, pero ello no parece indicar una
deficiencia o falta de idoneidad en la mujer misma. Lo mismo puede decirse del
hombre [2ª Tes 3:9-11; 2ª Pe 2:17-22]). El Nuevo Testamento entrega abundante
evidencia de una participación activa de la mujer en el ministerio del evangelio
(Lucas 8.3; Hechos 9:36-43; Hechos 18:2, 26; Rom 16:1-15; 1ª Cor 11:3-16; 1ª Cor
16:19; 1ª Tim 5:9-10; Tito 2:3-5).
3 EL MINISTERIO REFLEJA RELACIONES
3a Algunas relaciones implican liderazgo y autoridad: padres (Ef 6:4; Col 3:20-21; 1ª
Tim 3:4; 1ª Tim 5:14); maridos (Ef 5:21-33; Col 3:18-19; 1ª Pe 3:1-7); y ancianos
(Hechos 14:23; Hechos 20:28-31; Rom 12:8; 1ª Tes 5:12-13; 1ª Tim 3:1-7; 1ª Tim 5:17-
22; Tito 1:5-9; Heb 13:17; 1ª Pe 5:4). Estos cargos por designación divina deben ser
enfrentados con una respuesta santa de sumisión que se refleja también en la
actitud cristiana hacia la autoridad civil e industrial (Ef 5:21-6:9; 1ª Pe 2:13-3:7;
Rom 13:1-7). La forma en que los cristianos en el liderazgo ejercen una autoridad
debe ser radicalmente diferente a los patrones no cristianos de poder, explotación y
Ordenación de mujeres 19

autoritarismo (Marcos 9:33-37; Mc 10:42-45; Ef 5:25-33; Ef 6:4,9; Col 3:19, 22; Col
4:1; 1ª Pe 5:1-5).
3b La forma en que ministramos debe reflejar nuestras relaciones: reforzar la santidad
en ellas y modelar el carácter cristiano; no sólo ministramos el uno al el otro, sino
también a aquellos que nos observan. 1ª Timoteo 5 comienza de este modo: “No
reprendas al anciano, sino exhórtale como a padre; a los más jóvenes, como a
hermanos; a las ancianas, como a madres; a las jovencitas, como a hermanas, con
toda pureza”. La forma en que debemos relacionarnos, especialmente en el
ministerio y más específicamente en el ministerio pastoral, debe reflejar el carácter
de nuestra relación y nuestro lugar designado en la sociedad. Mientras Timoteo no
debe permitir que nadie lo tenga en poco debido a su juventud (1ª Tim 4:12), no debe
tratar a las personas de edad avanzada del mismo modo que trataría a los jóvenes.
Debe respetarlos como a ancianos de la iglesia, y cuando deba corregirlos será
necesario hacerlo en forma diferente. Los ancianos no son sólo personas designadas,
sino tienen también mayor edad (véase el cambio en 1ª Pedro 5 de la referencia a los
ancianos, lo cual parece ser un cargo designado, a los jóvenes, llamados a estar
sujetos a los mayores. La posición de los jóvenes no es designada; simplemente
constituye un hecho).
3c Del mismo, la mujer no debe ser tratada sin tener en cuenta su género. Timoteo
debe tratar a las jóvenes con absoluta pureza. Pablo le señala a Tito que el método y
responsabilidad de enseñar a hombres y mujeres es diferente (Tito 2). La tarea de
enseñar a la mujer joven es responsabilidad de la mujer mayor (y de los maridos
según 1ª Cor 14:35). Tanto la edad como el sexo son elementos de la relación que
deben preservarse en el ministerio. Nuestras acciones deben defender y moldear el
carácter santo de las relaciones. La forma en que hombre y mujer ministren debe
reflejar su diferenciación sexual; por ende la mujer debe evangelizar al marido sin
predicarle (1ª Pe 3:1-2); la mujer deben predicar o profetizar como mujer que
reconoce la cabeza (1ª Cor 11); son las ancianas, y no los ministros, quienes deben
preparar a las más jóvenes para ser esposas devotas (Tito 2:3-5); es a su propio
marido a quien la mujer debe consultar sobre el ministerio público de la palabra de
Dios (1ª Cor 14:32-35); y el liderazgo del marido por la palabra de Dios debe estar
reflejado, reforzado y modelado en el grupo de ancianos maestros de la congregación
(1ª Tim 2:11; 3:5).
4 APLICACIÓN DEL PRINCIPIO
4a Es necesario aplicar este modelo bíblico a las muchas y variadas situaciones de la
vida cristiana. Afecta temas tales como la edad de los ancianos; su forma de
designación; el ministerio a los del propio sexo y entre sexos; ministerio a los
cónyuges de otras personas; ejercer responsabilidad pastoral hacia las personas
mayores que uno mismo; presidir sesiones, presidir o liderar reuniones públicas; la
práctica y frecuencia de la predicación pública como expresión de liderazgo; la
designación de los líderes de grupos en casa. Casi todo el ministerio pastoral se ve
afectado puesto que nunca somos ministros para la gente como tal, sino ministros a
Ordenación de mujeres 20

un niño o adulto, alguien mayor o menor que nosotros, alguien del mismo sexo o del
opuesto, alguien casado o soltero. Ello implica que hombres y mujeres conducen
ministerios distintos y que deben conducirlos de forma distinta.
4b Puede significar también que existan distintos patrones de ministerios en distintas
congregaciones. Los ministerios de equipo tendrán una composición distinta de
acuerdo con la congregación, especialmente debido a que las congregaciones difieren
en carácter y membresía. En algunos ministerios especializados, puede ser
inapropiado para un sexo o el otro ejercer ciertos ministerios. Por ejemplo, ¿debiera
el capellán de un colegio de niños o de niñas ser del mismo sexo que los estudiantes?
En un sentido, ya sea que se trate de un capellán hombre o mujer, no debe existir
diferencia en su designación, salario, condiciones de trabajo, o las tareas que deban
emprender en términos litúrgicos, personales, pastorales o administrativos. Y sin
embargo, la forma en que conduzcan su ministerio debe ser tan diferente como lo es
el hombre de la mujer. Es probable que las congregaciones con una gran número de
mujeres solteras necesiten una trabajadora a tiempo completo para ellas, más que
las congregaciones cuya composición está más orientada a las unidades familiares.
Si aumenta la actual tendencia de la mujer a salir a trabajar, puede que debamos
emplear algunas de las damas mayores para que enseñen a las más jóvenes, en la
medida que el ministerio voluntario en esta área escasee. Del mismo modo, puede
que el aumento de las madres solteras, o bien las iglesias que den gran énfasis al
estudio bíblico para madres jóvenes y mujeres, exijan remunerar a un número
mayor de mujeres en el ministerio.
5 EL PROBLEMA REAL
5a Sin embargo, la real piedra de tropiezo que se alza en contra de la diversidad del
ministerio remunerado hoy en día es la ordenación. La ordenación proviene al
parecer de pasajes bíblicos tales como 1ª Timoteo 3; Hechos 20, Tito 1, y sin embargo
es considerablemente distinta al modelo del Nuevo Testamento.
5b El pastor ordenado de la iglesia anglicana no es un anciano designado (uno de varios
ancianos designados) a partir de la congregación local. El presbítero a menudo
proviene de otra congregación, es seleccionado e instruido por una institución, y
asignado a una iglesia que incluso puede no haber visitado hasta el momento de ser
su párroco o rector. Nadie al interior de la iglesia es designado como anciano. Él, el
anciano solitario, parece más bien un misionero enviado a una situación extraña
para ayudar a los cristianos de la iglesia local. Sin embargo, es enviado, no como un
miembro o incluso un maestro, sino con el fin de tomar el liderazgo, y aún el
liderazgo exclusivo. Su posición parece estar encajonada según el poder y autoridad
legales, especialmente su permanencia. Su ministerio parece estar ligado a la
conducción de la liturgia, en particular a los sacramentos, y promueve la idea del
monoministerio. El rector local puede hacerlo todo, e impedir que cualquier otra
persona haga algo. Él escoge compartir o no su ministerio con los miembros de la
congregación.
Ordenación de mujeres 21

5c Las tradiciones erróneas de la vida de la iglesia, centradas en el sacramento de
Santa Cena, hacen de la necesidad de los presbíteros el centro de la vida de la
iglesia. El tratar la ordenación como indeleble (es decir irreversible) hace del
ministerio una posición de status, poder, autoridad, carrera y tareas especiales más
que un servicio basado en el evangelio. Según la tradición católica, una mujer no
puede ser ordenada Capellán de un colegio de niñas del mismo modo que un hombre
puede ser ordenado Capellán de uno de niños. Él puede celebrar la Santa Cena, pero
ella no.
5d Es nuestro rechazo a abordar y modificar esta visión poco bíblica y poco útil de la
ordenación la que nos ha llevado a la dificultad de ordenar mujeres al sacerdocio.
Claramente, algo no anda bien en nuestra forma de animar a la mujer, o más bien
de desanimarla a participar en el ministerio del evangelio. Sin embargo, debido a
nuestra solución de compromiso denominacional con el Catolicismo en lo que al tema
de la ordenación respecta, al parecer nos somos capaces de romper el estancamiento
con el fin de establecer apropiadamente el ministerio de la mujer.
6 LA FALSA SOLUCIÓN
6a A este problema difícil de abordar, algunos han traído la solución del carácter
intercambiable de los sexos. Mediante el uso del precedente de la esclavitud y de la
hermenéutica relativa a aspectos culturales han convencido a una pequeña minoría
evangélica para que se les unan en la lucha por la justicia, la igualdad y la
distribución del poder en el ministerio.
i) La Autoridad de la Escritura
6b Al tiempo que algunos evangélicos han sido desviados a una solución alternativa
para el tema, no debemos confundir lo que creen algunos evangélicos con lo que es el
evangelicalismo. La visión del carácter intercambiable de los sexos no es bíblica y
proviene del liberalismo teológico. Más aún, no debemos aceptar esta solución y
dejar intacta la visión no bíblica de la ordenación. Sólo estamos incrementando
nuestros errores al aceptar su solución.
6c El aceptar su solución a este respecto tiene implicancias para nuestra teología y
ministerio. La naturaleza de la autoridad bíblica en su totalidad se ve menoscabada
por sus prácticas hermenéuticas. A todos nos agrada que se argumente sobre la
herejía y la verdad en un ambiente de pureza abstracta y prístina. Sin embargo, casi
siempre se debe decidir sobre la herejía y la verdad en situaciones concretas que a
menudo parecen estar considerablemente distanciadas de los grandes principios por
los que estaríamos dispuestos a ser quemados en la hoguera. De este modo, Pablo
tuvo que discutir la justificación por la sola fe en términos de temas muy
secundarios, tales como la circuncisión y las leyes judías con respecto a los
alimentos. Lutero debió discutir la misma doctrina en términos de penitencias e
indulgencia. Desde la ordenación de mujeres hasta el debate sobre el sacerdocio de
los liberales lo que está en juego es la autoridad y aplicabilidad de las Escrituras
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6d La visión liberal de las Escrituras es que se trata de un texto culturalmente
determinado, restringido a ciertas situaciones, el cual necesita de una “traducción” a
nuestra cultura mediante un cambio significativo de su significado literal lo cual
conduce inevitablemente a otras conclusiones teológicas y posturas éticas radicales.
Por ejemplo, muchos liberales rechazan la ira de Dios y el sacrificio por el pecado
como una expresión de la cultura del mundo antiguo, no de la mente de Dios.
Afirman que se trata una representación inapropiada del carácter del amor de Dios
hacia los seres humanos del siglo 20. Dicen que era necesario para esos tiempos
antiguos hablar en términos propiciatorios, desviando la ira de Dios, pero ahora
sabemos lo que hacemos y por ende podemos adaptarla a la actualidad. Del mismo
modo han desestimado la encarnación divina, la resurrección, y la Trinidad, al
tiempo que aceptan la revolución sexual que incluye la homosexualidad y el
lesbianismo.
ii) Consecuencias Teológicas
6e Un cambio de las visiones teológicas siempre trae consecuencias en términos
teológicos, pastorales y éticos. La consecuencia lógica del concepto del carácter
intercambiable de los sexos parte de la aceptación de que el sexo de las personas no
tiene consecuencias ni significado. De ser así, no hay razón por la que los
homosexuales no deban contraer matrimonio o no se pueda orar a Dios como a una
Madre. Existen menos versículos en la Escritura en referencia a la homosexualidad
que a las diferencias sexuales en el ministerio. Se argumenta que cada uno de esos
versículos es tan controversial en la comunidad homosexual como los versículos
sobre el sexo femenino o masculino lo son en la comunidad feminista. Cada uno de
los versículos sobre la homosexualidad refleja el prejuicio de la vida cultural del
siglo I del que nosotros, en Cristo, hemos sido liberados, y al que ya no necesitamos
rendir respeto. Del mismo modo se arguye que la Paternidad de Dios es una
expresión de la cultura patriarcal en la que el cristianismo surgió originalmente y,
nuevamente, que esta puede ser descartada de acuerdo con nuestra comprensión
más ilustrada de los textos bíblicos, de modo que podemos ver en Dios tanto un
padre como una madre, tal como en Cristo vemos tanto un hijo como una hermana.
6f Todas estas consecuencias teológicas de aceptar la posición liberal no sólo son
lógicamente consistentes, sino que de hecho suceden como consecuencia de que la
gente de otros lugares acepte esta solución liberal. Se le está orando a Dios como
madre; homosexuales y lesbianas contraen matrimonio y son ordenados al
ministerio. Todos estos problemas son los que enfrenta la Comunión Anglicana en
Norteamérica y Nueva Zelanda, tal como la Uniting Church of Australia. Por ser
“temas evangélicos”, le son impuestos a ministros y congregaciones por medio de
liturgias revisadas, la selección de candidatos a la ordenación, y el requisito de un
juramento. En lugar de enseñar y modelar el matrimonio bíblico y la vida hogareña
en nuestras relaciones congregacionales, los patrones considerablemente distintos a
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los bíblicos continuarán menoscabando las importantes distinciones divinas entre
hombre y mujer en la creación y la santidad de vida.
6g Por otro lado, las visiones erróneas del ministerio que encierran los actuales
patrones de ordenación (sacerdocio, ejercicio, indelebilidad, sacerdotalismo) no serán
enfrentadas sino reforzadas. La acción de reformar la ordenación para adaptarla a
un modelo más bíblico será detenida por cualquier ordenación de una mujer al
sacerdocio, puesto que ahora una reforma será vista como una forma de irse con la
pelota, es decir, de retractarse.
7 PASOS A SEGUIR PARA LOS EVANGÉLICOS
7a Por mucho tiempo los evángelicos han tenido el problema de una agenda que es
fijada desde el exterior. Las reglas, ordenanzas y estructuras denominacionales para
el ministerio, junto con la agenda feminista mundial han controlado el debate.
Nuestros modelos y visión del ministerio son de difícil discusión por ser muy
flexibles y de una codificación dificultosa. Disfrutamos el patrón liberador de la
Biblia. Prestamos mayor atención a los individuos que se relacionan en devoción y
santidad al servirse mutuamente con el evangelio, que a las estructuras, poderes,
autoridades e instituciones. Los puntos de vista “políticamente correctos” del
feminismo nos han intimidado tanto que los evangélicos no hemos dedicado mucho
tiempo a discutir formas y medios de desarrollar y adaptar nuestros ministerios,
especialmente los ministerios de mujeres, dentro de nuestra estructura. Hoy
estamos formando mujeres en colegios bíblicos y teológicos y ordenándolas al
diaconado sin haber resuelto aún cuál es la mejor forma de brindarles apoyo, dar
buen uso a sus servicios en nuestras congregaciones, o ver sus ministerios de forma
distinta a los de los párrocos varones.
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