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Una bolsa de sal y una sonrisa - Escritores Teocráticos.net

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— Gracias, Tiempo eterno. Tú eres un siervo <strong>de</strong> Dios como yo. Ambos sentimos la<br />

responsabilidad <strong>de</strong> emplear bien nuestros recursos. Mi consulta será breve. Muchas veces al pasar<br />

frente a tu casa en mi diario servicio <strong>de</strong> predicación, me he preguntado si estoy usando <strong>de</strong> la mejor<br />

manera mis oportunida<strong>de</strong>s. Al fin me <strong>de</strong>cidí a solicitar audiencia. No quiero consumir los minutos que<br />

quedan con lo que yo tengo que <strong>de</strong>cir; prefiero oír y apren<strong>de</strong>r.<br />

— Eduardo, dispuse que fueras el último en hablar para que todos conserven como impresión<br />

final lo que voy a <strong>de</strong>cirte. Te he llamado amigo. Sé que nos honramos mutuamente. Te he escuchado<br />

complacido cuando le hablas a la gente <strong>de</strong> “redimir el tiempo” y les citas las palabras <strong>de</strong> un apóstol<br />

acerca <strong>de</strong> “comprar el tiempo oportuno que queda”. Me asignas un valor; comprar quiere <strong>de</strong>cir<br />

<strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> algo que tiene precio a favor <strong>de</strong> la adquisición <strong>de</strong> otra cosa. La gente mal ubicada <strong>de</strong><br />

este sistema habla neciamente <strong>de</strong> “matar el tiempo”. Se <strong>de</strong>shacen <strong>de</strong> mí en los bares, en los<br />

espectáculos <strong>de</strong>portivos, en las charlas callejeras. ¡Qué tonta ilusión! Ellos son los que se van y yo<br />

quien se queda. A cualquier entretenimiento frívolo le llaman un pasatiempo, como si tuvieran mucho<br />

problema para hacerme a un lado. Tú y yo nunca hemos hablado <strong>de</strong> matarnos el uno al otro. Dentro<br />

<strong>de</strong>l lapso <strong>de</strong> tu vida tú me <strong>sal</strong>vas <strong>de</strong> la futilidad mientras te tomo <strong>de</strong> la mano y te llevo a la vida<br />

eterna. Todavía vendrán tribulaciones y persecuciones. Posiblemente algunos se propongan acortar<br />

tus días sobre la tierra, ya que eres un objetivo codiciado para el enemigo <strong>de</strong> Dios. Si tal cosa suce<strong>de</strong>,<br />

tus oportunida<strong>de</strong>s serán pospuestas y tus esperanzas aplazadas. Estaré atento a la hora <strong>de</strong> tus<br />

recompensas para marcar el comienzo <strong>de</strong> tu nuevo camino en la perpetuidad <strong>de</strong>l Paraíso recobrado.<br />

Eran las once y cincuenta y nueve en el gran reloj <strong>de</strong> la <strong>sal</strong>a <strong>de</strong> audiencias. ¿Qué haría el<br />

Tiempo con ese minuto final? Sus ojos se dirigieron otra vez hacia Lilí Beltrán y le dijo:<br />

— Cuando Eduardo pase por tu casa escúchalo. Él te pue<strong>de</strong> indicar cómo empezar <strong>una</strong> vida<br />

nueva, libre <strong>de</strong> vanidad.<br />

El anciano se puso <strong>de</strong> pie indicando el fin <strong>de</strong> la audiencia y pronunció <strong>una</strong> breve <strong>de</strong>spedida:<br />

— Espero que esta visita nos haya ayudado a todos a conocernos mejor, y que ya no me vean<br />

tan duro e insensible como algunos <strong>de</strong> uste<strong>de</strong>s me consi<strong>de</strong>raban hasta hoy. Ha sido un placer<br />

recibirlos en mi casa.<br />

Al pronunciar la última palabra, empezaron a sonar las doce campanadas y todos nos<br />

levantamos para irnos. Cerca <strong>de</strong> la puerta había un gran espejo. Lilí Beltrán se <strong>de</strong>tuvo brevemente,<br />

contempló su rostro ajado y sus ojos se llenaron <strong>de</strong> lágrimas otra vez. Se alejó apresuradamente calle<br />

abajo.<br />

Eduardo y yo nos miramos con rostros resplan<strong>de</strong>cientes al ver que Juan Pablosky le daba la<br />

mano al niño Diego y se lo llevaba consigo. Ya en la calle, pasamos junto a Alberto Contreras, el<br />

comerciante, que se había recostado en la reja y conversaba con Lucía Puentes. Se miraban a los ojos<br />

y los envolvía un aire <strong>de</strong> felicidad. Eran dos interrogantes que habían acertado a respon<strong>de</strong>rse entre sí.<br />

— Eduardo, me gustaría acompañarte cuando vayas a la casa <strong>de</strong> Lilí Beltrán. Será interesante<br />

ver qué beneficio saca <strong>de</strong> tu visita.<br />

— Me parece muy bien. Poco a poco voy a encontrarlos a todos en el territorio y haré lo que<br />

pueda por ayudarlos. También quiero <strong>sal</strong>ir al campo y hablar con Rosendo. No <strong>de</strong>be quedar aislado y<br />

sin oportunidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>cidir sobre su vida eterna.<br />

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