1. Llegando - Fieras, alimañas y sabandijas
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mejoren sus probabilidades de supervivencia.<br />
En las llanuras de África oriental, los herbívoros –cebras, antílopes y gacelas–<br />
encuentran protección, paradójicamente, en su propio número. Una gacela<br />
paciendo por su cuenta es una presa fácil para un guepardo. Para alimentarse tiene<br />
que bajar la cabeza, con lo cual no puede ver lo que le rodea; éstos son los<br />
momentos en que el guepardo puede acercarse muy lentamente pegado al suelo. En<br />
cuanto la gacela vuelve a levantar la cabeza, el guepardo se inmoviliza. Acechando<br />
así, puede acercarse a menos de cincuenta metros de una gacela solitaria; si lo<br />
consigue, tiene una buena oportunidad de capturar a la gacela, porque alcanza su<br />
velocidad máxima en poco espacio y luego es el animal cuadrúpedo más rápido.<br />
Haga lo que haga la gacela, nada puede desviar el ataque del guepardo. La gacela se<br />
ve sobrepasada por el guepardo, que la derriba de un manotazo. Con un salto, la<br />
boca del guepardo se cierra sobre la garganta de la víctima, que en un instante<br />
muere estrangulada.<br />
Pero si la gacela pasta en medio de una manada de un centenar de ellas, sus<br />
probabilidades de supervivencia son mucho mayores. En primer lugar, es mucho<br />
más fácil advertir la cercanía del guepardo a tiempo, porque aunque una tenga la<br />
cabeza baja entre la hierba, otras tienen la cabeza alta oteando las proximidades,<br />
listas para dar la alarma con un resoplido. A esa señal, la manada huye. El<br />
guepardo, obligado a emprender la carrera a demasiada distancia, pierde unos<br />
instantes cruciales en identificar la presa escogida entre una masa confusa de<br />
cuerpos que escapan ante él. Incluso aunque lo consiga, queda la posibilidad de<br />
que, después de haberla perseguido una cierta distancia, se cruce otra gacela<br />
obstaculizándolo y permitiendo que su primer objetivo, más cansado, escape. Sin<br />
duda, una gacela en una manada está mucho más protegida que en solitario.<br />
El mar abierto, igual que las llanuras, no ofrece ningún escondite; muchos<br />
pequeños peces, perseguidos por tiburones, barracudas, delfines y atunes, adoptan<br />
la misma estrategia que las gacelas, confiando su seguridad a la cantidad. Los<br />
arenques forman bancos inmensos de casi un kilómetro de diámetro que contienen<br />
muchos millones de individuos. Si una barracuda se acerca, los que se hallan en el<br />
borde del banco se dirigen hacia el interior refugiándose entre los cuerpos<br />
plateados de sus congéneres, de forma que todo el banco se reagrupa. Si la<br />
barracuda ataca, los arenques huyen en todas direcciones creando un pasillo vacío<br />
a través del banco. Si la barracuda insiste, una vez más el gran número de peces<br />
huyendo en todas direcciones hace muy difícil seleccionar una presa. Éste podría<br />
ser uno de los motivos de que los animales que se protegen mediante estas grandes<br />
aglomeraciones sean casi siempre de aspecto idéntico, sin importar la edad y el<br />
sexo. Si una parte de ellos tuviera alguna marca o forma que lo diferencie, sería<br />
fácil fijarse en ellos y capturarlos. Si alguien lanza al lector una serie de pelotas de<br />
tenis, le será más fácil coger una de color único que una que sea idéntica a todas las<br />
demás.<br />
Incluso los animales que son normalmente solitarios pueden congregarse para<br />
estar más protegidos cuando se enfrentan a determinado peligro. Los frailecillos<br />
pasan la mayor parte del tiempo pescando en mar abierto, pero en primavera<br />
tienen que volver a tierra a nidificar y reproducirse. Hasta un millón llegan en un<br />
período de dos o tres días a la isla de Saint Kilda, en las Hébridas escocesas. Con<br />
ellos se presentan sus principales enemigos, los gaviones. También van a nidificar y