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1. Llegando - Fieras, alimañas y sabandijas

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ailan excitadas de pie, levantando la cabeza para ver lo que pasa. Si un colobo<br />

queda separado, los bloqueadores se precipitan hacia los árboles para tomar<br />

posiciones llevándose las ramas por delante de una manera bastante distinta de sus<br />

movimientos habituales.<br />

Ahora todo es actividad. El emboscador corre hacia delante para encontrar el<br />

lugar donde se ocultará entre las hojas, mientras los perseguidores corren por<br />

delante del ojeador intentando coger a la presa y conduciéndola hacia donde se<br />

encuentra el emboscado. El colobo, obligado a huir en una sola dirección por los<br />

bloqueadores, cree que ante él se abre una vía de escape, hasta que el emboscador<br />

se deja ver repentinamente; el perseguido duda, da media vuelta y los<br />

perseguidores lo capturan. Al hacerlo gritan excitados, estos gritos los secundan en<br />

seguida el resto del equipo y los espectadores del suelo, por lo que toda la selva<br />

resuena con aullidos salvajes y terroríficos.<br />

Más de la mitad de estas cacerías tienen éxito. Algunas duran unos pocos<br />

minutos. Si un mono en concreto sufre persecución y acoso durante diez minutos,<br />

puede llegar a tal grado de tensión nerviosa que acaba por abandonar todo intento<br />

de escapar y se detiene a esperar la muerte sin chillar ni siquiera resistirse cuando<br />

los cazadores lo capturan y lo descuartizan en el árbol. A veces lo llevan al suelo, allí<br />

un tumulto de adultos excitados, tanto machos como hembras, lo rodean. Dos de<br />

los machos viejos del grupo, hayan tomado parte o no en la cacería, parten el<br />

cuerpo en dos; cada uno de ellos se ve rodeado por otros miembros del grupo, a los<br />

que, por orden de edad, se les entregan trozos o se les permite arrancarlos. Si el<br />

colobo es pequeño, los cazadores jóvenes pueden quedarse sin algo. A los<br />

adolescentes y crías nunca se les da nada.<br />

A lo lejos, los afligidos colobos aún lanzan gritos de alarma. Los chimpancés,<br />

mordisqueando las articulaciones, arrancando músculos del hueso, gruñen<br />

irritados en alguna disputa ocasional, pero en general, tras las carreras y los<br />

aullidos de triunfo, muestran satisfacción. A un observador humano la escena<br />

puede parecerle horripilante: el cuerpo fláccido del mono es de proporciones<br />

humanas, los gritos de triunfo nos recuerdan los aullidos de los seguidores de un<br />

equipo de fútbol en plena explosión de violencia callejera. Alguien puede ver en<br />

esas caras simiescas manchadas de sangre la imagen de nuestros antepasados<br />

cazadores, pero, si es así, deberá distinguir también los orígenes del trabajo en<br />

equipo y la colaboración que nos han llevado a un estado inigualado de<br />

complejidad y nos han proporcionado nuestros mayores logros.

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