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1. Llegando - Fieras, alimañas y sabandijas

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producen una sustancia blanca de olor muy penetrante. Cuando llegan a los límites<br />

de su territorio, dan unos cuantos pasos con los cuartos traseros bajados, de forma<br />

que las hierbas altas que pasan entre sus patas posteriores se frotan con esa<br />

glándula que deja un olor que incluso una nariz humana puede detectar con<br />

facilidad.<br />

La nariz de la hiena, sin embargo, es muchísima más sensible que la nuestra.<br />

Dentro de la nariz tenemos unas membranas que detectan los olores y cuya<br />

superficie equivale a la de un sello de correos. Las de la hiena tienen una superficie<br />

cincuenta veces mayor; la riqueza de la información que puede captar es tan grande<br />

y variada que para nosotros es difícil valorarla. Cuando husmea, la hiena no sólo<br />

puede percibir el momento presente, sino también una serie de acontecimientos del<br />

pasado. Puede identificar el breve paso de un animal ocurrido varias horas antes;<br />

puede reconocer la particular rúbrica olorosa de todos los miembros de su grupo;<br />

las matas de hierba marcadas deben brillar a lo lejos como faros y el rastro de la<br />

manada, perfumado por sus patas, debe perderse hacia delante como la línea de los<br />

reflectores en la calzada de una autopista. Para los mamíferos que tienen unas<br />

narices tan perceptivas e informativas como las hienas, los gálagos y los ratones, la<br />

oscuridad no es obstáculo para encontrar su camino.<br />

Las aves, en cambio, tienen un sentido del olfato bastante disminuido. Sólo un<br />

grupo lo utiliza hasta cierto punto en la navegación. Las pardelas y petreles<br />

pertenecen a un grupo llamado tubinares, porque tienen las narinas protegidas por<br />

dos tubos que se extienden algo sobre el pico desde la base y les proporcionan un<br />

olfato muy superior al de las otras aves. Poca utilidad puede reportarles en el mar<br />

abierto, donde pasan la mayor parte de su tiempo, excepto quizás en captar el olor<br />

de un cadáver flotante del que alimentarse. Pero cada año tienen que volver a la<br />

costa a criar. Se reúnen en colonias de muchos millares y nidifican en largas<br />

galerías que arrebatan a los conejos o que excavan ellos mismos.<br />

Durante el día, una colonia de petreles o de pardelas es un lugar silencioso,<br />

desierto en apariencia. Algunos de los adultos están alimentándose en el mar. Al<br />

resto no se los ve porque están dentro de los agujeros incubando los huevos o<br />

atendiendo a sus pollos. Allí están a salvo de las gaviotas y págalos, que saquean<br />

nidos ajenos. Los adultos fabrican aceite a partir de los seres marinos de que se<br />

alimentan y lo regurgitan para los pollos, lo cual provoca suciedad y, por lo tanto,<br />

malos olores. Muchas especies, además, lanzan el aceite contra los intrusos para<br />

defenderse, con lo que el suelo en torno al nido queda impregnado de él. Esto,<br />

combinado con el olor de sus deyecciones y el olor almizclado de las aves mismas,<br />

convierte a estas colonias en lugares francamente olorosos, de lo cual se ha inferido<br />

que las aves pueden usar el olor como guía para volver en la oscuridad de la noche.<br />

Una colonia de pardela pichoneta tiene un hedor especialmente intenso. Las aves<br />

llegan disparadas desde la oscuridad y rara vez aterrizan en su propio agujero; lo<br />

normal es que vayan a parar a un metro de distancia más o menos; allí se enfrentan<br />

con decenas de agujeros muy juntos. Reconocer el propio en la oscuridad entre los<br />

que le rodean parece un problema dificilísimo y algunos investigadores creen que lo<br />

consigue identificando el olor peculiar de su nido. Otros sostienen que no es así y<br />

que el ave sencillamente recuerda los movimientos necesarios para llegar a él desde<br />

su lugar habitual de aterrizaje.<br />

Una o dos especies más de aves han adquirido una técnica mucho más depurada

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