semana vicenciana vocación misión 2006 2006 servicio vocacional
servicio vocacional testimonios Sor Eveline Franc Superiora General de la Compañía de las Hijas de la Caridad En unas líneas, voy a tratar de contar mi vocación misionera, pues es una alegría hacer una relectura de la llamada de Dios y descubrir los caminos <strong>por</strong> los que la Providencia me fue conduciendo y que me llevaron a presentar la petición de las misiones ad gentes en la Compañía de las Hijas de la Caridad. Desde el día de mi primera Comunión, en 1955, tuve la certeza que el Señor me llamaba a una vocación apostólica, a entregarle toda mi vida para los pobres, para los más pobres, a hacerle la ofrenda de todo lo que era y de todo lo que tenía. En el corazón de una niña de siete años, una llamada así hace nacer una formidable esperanza y una impaciencia <strong>por</strong> crecer. Algunos años más tarde, se lo conté a mis padres; <strong>ellos</strong> recibieron mi confidencia con emoción, animándome sin embargo a discernir bien esta llamada en la oración. Después me aconsejaron con firmeza que terminara mis estudios y que, durante dos años, ejerciera una profesión antes de presentar mi petición. Yo les agradezco este tiempo de espera que fue rico en esperanza. En 1973 llamé a la puerta de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl pues, desde la adolescencia, había leído regularmente, en una revista misionera a la que estaban suscritos mis padres, algunos nombres de Hijas de la Caridad que servían en las misiones y también gracias a unos artículos sobre la Madre Guillemin encontrados en la prensa católica y profana de 1968. De hecho, desde que tuve conciencia de mi vocación, la idea de las misiones estaba ya inscrita en filigrana en el deseo de entregarme al Señor. Comprendí esta llamada a la misión ad gentes como una gracia suplementaria y ahora la leo también como una consecuencia lógica de múltiples influencias. Mi familia me enseñó a recibir todo de Dios, a dar testimonio de la Fe compartiéndola con otros. Además, juntos, recordábamos con orgullo la vida de tíos y tías misioneros. Mi ciudad de origen, Lyon, es también una ciudad misionera: puedo citar rápidamente a Pauline Jaricot, que tuvo la intuición a partir de 1817 de la Obra de la propagación de la fe, al origen de las OPM actuales; a la Sociedad de las Misiones africanas, fundada en Lyon en 1856, a la Sociedad del Prado para las Misiones ad intra en 1860, etc. Desde el momento de mi petición de entrada al Postulantado de las Hijas de la Caridad, expresé este deseo de las Misiones y, una vez más, fui invitada a tener paciencia. Durante la formación inicial, estudiamos la Exhortación Evangelii Nuntiandi (1975) de Pablo VI y esta lectura inflamó mi corazón. La descripción de la misión ad gentes me impresionó: Pasión <strong>por</strong> Cristo, impulso generoso, testimonio de alegría, apertura a lo desconocido, servicio de promoción y respeto del otro. Tuve también la ocasión de oír a las misioneras, que venían un tiempo de descanso, hablar de sus vidas cotidianas. Pero… fui enviada a misión a mi Provincia de Lyon y durante varios años serví allí, amé a adultos discapacitados, a jóvenes. Fue una ocasión de crecer en mi vocación de sierva, de aprender, en medio de alegrías y dificultades, éxitos y fracasos, a encontrar a Cristo en los otros. Fue también un largo Adviento, una espera ferviente de la misión ad gentes cuya petición renovaba todos los años y que me fue concedida en 1982. Desde entonces, hasta 1999, con un año de interrupción, he tenido el privilegio de vivir la misión ad gentes y he experimentado todo lo que la llamada de Dios contenía en germen: el céntuplo 59