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ITINERARIO hacia DIOS - Pastoral Vocacional México

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84<br />

paciencia y dignidad, sin justificarse ní defenderse... aquel que<br />

en la noche de la Pasión, sometido a toda clase de vejaciones,<br />

por toda respuesta Jesús sufre y calla... si Él estuviese en mi<br />

lugar, ¡Cómo sería infinita su paciencia y fortaleza ante las<br />

salidas irritantes de aquel familiar, del compañero de trabajo o<br />

del hermano de la comunidad...!<br />

No tenemos ante los ojos otro camino ni otro modelo que<br />

Cristo Jesús, aquel Jesús cuyos únicos predilectos fueron los<br />

pobres, amigo de publicanos y pecadores, aquel que fue<br />

delicado y atento con los amigos y caballeroso con las mujeres,<br />

aquel que fue sincero y veraz con amigos y enemigos, que sí<br />

tuvo preferencias pero no exclusividades, y que, por encima de<br />

todo, sólo hizo una cosa en su fugaz y vertiginosa carrera: amar.<br />

He aquí el programa de santificación cristificante: sentir<br />

como Jesús sentía, pensar como Jesús pensaba, hablar como<br />

Jesús hablaba, amar como Jesús amaba, pisando siempre sus<br />

pisadas.<br />

Si después de leer estos cuatro capítulos, no se quedará el<br />

lector con otra cosa sino esta sola pregunta: ¿Qué haría Jesús en<br />

mi lugar?, obsesivamente repetida y obstinadamente aplicada a<br />

las diversas circunstancias de cada día y cada momento, (el<br />

lector) después de dos o tres años, ni se conocería a sí mismo,<br />

debido a la mutación de su vida.<br />

Toda vida con Dios, toda la actividad orante a esto se dirige<br />

y es esto lo que lo justifica: repetir de nuevo en nosotros los<br />

sentimientos, actitudes, reacciones, reflejos mentales y vitales,<br />

escala de valores, criterios de vida; en fin, la conducta general<br />

de Cristo Jesús.<br />

1<br />

\bookfoldsheets0Acompañamiento <strong>Vocacional</strong><br />

Josefinos de San Leonardo Murialdo<br />

<strong>ITINERARIO</strong> <strong>hacia</strong><br />

<strong>DIOS</strong> Ignacio Larrañaga


2<br />

Acoger el misterio infinito de Dios<br />

Una cosa es tener en la cabeza la idea de que el fuego<br />

quema, y otra cosa es meter la mano en el fuego, y así tener la<br />

experiencia de que el fuego quema. Una cosa es tener en la mente<br />

la idea de que el agua sacia la sed, y otra es beber un vaso de agua<br />

fresca en una tarde de verano y así tener la experiencia de que el<br />

agua sacia la sed. Sabemos teóricamente que tal sinfonía es<br />

magnifica, pero otra cosa es estremecerse hasta las lágrimas al<br />

escucharla. Sabemos que Dios es amor porque lo hemos<br />

aprendido en la catequesis, pero otra cosa es temblar de emoción<br />

ante una presencia infinitamente amante y amada.<br />

Una cosa es la palabra de Dios y otra cosa es Dios mismo.<br />

Una cosa es la palabra amor y otra cosa es el amor. Dios no es<br />

una teoría, ni una teología. Es una persona concreta, y a una<br />

persona se le conoce por medio del trato personal; y este trato<br />

personal confiere aquel conocimiento (experimental) «que supera<br />

todo conocimiento». Si no nos echamos de cabeza en el mar de<br />

Dios, nunca sabremos quién es Dios.<br />

Y aquí está la diferencia entre un profesor de religión y un<br />

profeta. Un profesor o catequista viene de las aulas de teología y<br />

cursos de pastoral, y viene con un pergamino que le acredita que<br />

puede enseñar religión en los establecimientos públicos. Un<br />

profeta o testigo, en cambio, viene de los encuentros solitarios y<br />

prolongados, cara a cara, con el Señor Dios. Y tiene<br />

conocimiento de Dios, no porque se lo haya aprendido en los<br />

libros o en las aulas, sino «de rodillas»; y así se forjan los grandes<br />

amigos y discípulos del Señor, y es esta clase de profetas la que la<br />

Iglesia necesita y desea.<br />

No olvidemos que los primeros testigos de la Resurrección<br />

primeramente «perseveraban unánimes en la oración y súplicas,<br />

con Maria, la madre de Jesús» (Hech. 1, 14) y luego estuvieron<br />

en condiciones de lanzarse «Como testigos míos por Jerusalén,<br />

En este día voy a verme implicado en una situación difícil.<br />

Tengo que presentarme ante esos tipos hostiles que me van a<br />

reclamar por no sé qué. Voy a tener presente la presencia de<br />

ánimo, dignidad y altura de Jesús delante de Caifás, Herodes y<br />

otros. Voy a imaginar que yo «soy» Jesús, y me presentaré ante<br />

ellos con el semblante interior y exterior de Jesús, con su misma<br />

presencia de animo y control de nervios. Y esos tipos quedaran<br />

asombrados cuando observen mi ausencia de miedo,<br />

preguntándose (¿qué le pasa a este hombre?) Y, sin abrir la<br />

boca, les estaré gritando que Jesucristo vive.<br />

¿Cómo recibiría Jesús esta mala noticia? ¿Cayéndose de<br />

espaldas? Jesús no se cae de espaldas; no se asusta de nada ni se<br />

espanta porque aquel que nada tiene, nada teme. Por ser vacío y<br />

pobre de corazón, Jesús se mantiene dueño de sí y sereno. Es<br />

normal y casi inevitable que, ante la. sorpresa del primer<br />

momento, yo reaccione sobresaltado y con una explosión<br />

emocional. No asustarse por eso ni avergonzarse. En un<br />

segundo momento, sin embargo, me acordaré de Jesús y trataré<br />

de mantenerme con la estabilidad emocional de Jesús.<br />

Si estuviera en mi lugar aquel Jesús que vino a sanar a los<br />

heridos de corazón, a anunciar la libertad a los esclavos, a los<br />

ciegos la vista y a los oprimidos la liberación... aquel Jesús que<br />

se compadeció del leproso, de los enfermos y de las turbas<br />

hambrientas, y que se entregó a los últimos y abandonados con<br />

su oración, sus milagros, su palabra, su mano, su saliva, la<br />

franja de su vestido... si Él estuviera en mi lugar, ¿cómo se<br />

dedicaría a dejar en cada puerta un vaso de alegría! ¡Cómo<br />

tomaría el teléfono para entregar una palabra de aliento a aquel<br />

desconsolado, un estímulo a aquel fracasado, una palabra de<br />

ánimo a aquel deprimido...!<br />

Si estuviera en mi lugar aquel Jesús que ante los acusadores<br />

y jueces procedió en todo momento con humildad, silencio,<br />

83


82<br />

nueva emergencia del día, garantizamos que (el lector) dispone<br />

en sus manos de un plan acelerado y eficaz de santificación<br />

cristificante. Re escuchado a muchas personas en mi vida:<br />

«Rezo, pero no se nota en mi vida». No se nota en su vida<br />

porque probablemente le falta un cauce canalizador de la fuerza<br />

de la oración. Pues bien, aquí entregamos un canal que<br />

conduzca la energía transformante de la oración a la vida: ¿Qué<br />

haría Jesús en mi 1ugar?<br />

¿Cómo miraría Jesús a esta persona francamente antipática?<br />

voy a olvidarme de mis viejas historias con ella y voy a pensar<br />

que, en este momento, yo ya no soy yo; yo «soy» Jesús; y voy a<br />

tratar de mirarla con los ojos de Jesús, con aquella mirada que<br />

emanaba de un corazón dulce y benevo1ente... y la tal persona<br />

antipática se transformará a mis ojos en un encanto de persona.<br />

No faltarán quienes digan que eso es un milagro imposible,<br />

contra los cánones psicológicos. Yo responderé que si supiéramos<br />

tomar en serio al Señor, podríamos caminar por la vida de<br />

milagro en milagro.<br />

Si Jesús estuviera en mi lugar, ¿cómo respondería a esta<br />

grosería que acaban de soltarme? ¿Con palabras explosivas?<br />

Las palabras explosivas son hijas del amor propio herido. Pero<br />

Jesús no sabe de amor propio porque el suyo es un corazón<br />

despojado, desapropiado y vacío; y ante una grosería, Jesús<br />

reaccionaría con la misma estabilidad emocional que cuando lo<br />

llamaron «ministro de Satanás». Pues bien, yo trataré de<br />

proceder de la misma manera.<br />

Si Jesús estuviera en mi lugar, ¿cómo reaccionaría ante esta<br />

infamia que me han hecho? ¿Tramando venganzas? Jesús no<br />

sabe de venganzas. Al contrario, sabe perdonar setenta veces<br />

siete, devolver bien por mal, sabe ofrecer la otra mejilla y hasta<br />

amar al enemigo que es la revolución más alta en las leyes del<br />

corazón. Pues bien, también yo trataré de proceder, sino en un<br />

grado heroico, al menos lo más parecido al estilo de Jesús.<br />

3<br />

por toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra» (Hch.<br />

1, 8), pues toda experiencia acaba en un testimonio de vida, y los<br />

verdaderos testigos gritan ante el mundo, incluso sin abrir la<br />

boca, que Jesucristo vive.<br />

Nadie tiene derecho a hablar de Dios si no habla con Dios,<br />

porque, de otra manera, pronto nos transformamos en bronces<br />

que resuenan o en simples jugadores de palabras vacías. Así se<br />

comprende que, en la Iglesia, haya frecuentemente mucha<br />

productividad y estadísticas brillantes, pero también está a la vista<br />

que tal productividad no es proporcional a la verdadera<br />

fecundidad. La productividad depende del esfuerzo humano, y es<br />

una actividad cuantificable y reductible a cifras y estadísticas.<br />

La fecundidad, en cambio, depende de Dios mismo: Él es el<br />

único autor de la gracia, gracia que es distribuida a través de<br />

siervos humildes y sinceros amigos del Señor.<br />

A los militantes cristianos, pues, dedicamos preferentemente<br />

estas páginas, sin olvidar los grupos contemplativos y<br />

comunidades consagradas. Nuestros proyectos y escritos han<br />

tenido como mira desde siempre la animación de la Iglesia de<br />

Dios. Nos disponemos, pues, a abrir pistas y señalar rutas, y todo<br />

con un carácter eminentemente práctico, a fin de facilitar al<br />

máximo la ascensión de los cristianos <strong>hacia</strong> Dios.<br />

Convergencia de dos<br />

interioridades<br />

¿Con qué expresión" o calificativo podríamos sintetizar el<br />

contenido esencial de los cuatro capítulos que componen este<br />

libro? ¿Vida con Dios? ¿Relación personal? ¿Trato de amistad?<br />

¿Vivencia consciente e inmediata de Dios? ¿Vida privada con el


4<br />

Señor? Cualquiera de estas expresiones sería acertada, creemos.<br />

El resumen y la quintaesencia de estos cuatro capítulos<br />

podrían condensarse, lo decimos a modo de avance, con los<br />

párrafos que van a continuación.<br />

Todas mis energías mentales y afectivas salen de mi, se<br />

centran en un tú, se quedan con un tú; y todo mi ser permanece<br />

concentrado, compenetrado, quieto en un tú, con un tú; en el<br />

silencio del corazón, en la fe, en el amor.<br />

Con otras palabras: se trata de establecer una corriente de<br />

atención y afectiva con un tú, en la apertura mental de la fe y el<br />

amor. Pero el tú sale también <strong>hacia</strong> mí por el camino del amor;<br />

ahora bien, si el tú sale <strong>hacia</strong> mí por el camino del amor, y yo<br />

acojo su salida; y yo, a mi vez, salgo <strong>hacia</strong> el tú por el camino de<br />

la fe (por haber creído en su declaración de amor), y Él acoge mi<br />

salida; el encuentro con Dios viene a ser el punto y momento en<br />

que se cruzan dos interioridades.<br />

De tal manera que dos presencias previamente conocidas y<br />

amadas se hacen mutuamente presentes y se establece aquella<br />

corriente alterna y circular de dar y recibir, amar y ser amado.<br />

Se trata de hablar con Dios. Este hablar, sin embargo, no<br />

implica necesariamente un intercambio de palabras, como en un<br />

dialogo entre amigos, sino más bien un diálogo de interioridades:<br />

estás conmigo, estoy contigo.<br />

No es exacto decir que Dios está dentro de mí. Ciertamente<br />

está dentro de mí, pero no deja de estar fuera de mí: es inmanente<br />

a mi, pero no deja de ser trascendente a mí.<br />

Lo que sí es exacto es afirmar que Dios está conmigo, o<br />

mejor, Dios «es» conmigo; es decir, Dios es el fundamento<br />

fundante de mi ser, esencia de mi existencia, vida de mi vida y<br />

alma de mi alma, más interior que mi propia intimidad, más yo<br />

que «yo» mismo.<br />

81<br />

no se sabe de donde les vienen ni adonde les llevan: un cielo<br />

plomizo que les hace agonizar. El orante va sintiendo<br />

paulatinamente que el viento de Jesús va arrastrando y<br />

arrastrando esa nube cargada hasta que, finalmente, brilla un<br />

cielo azul sobre el alma.<br />

Corno dijimos, la estructura de la personalidad está tejida de<br />

rasgos positivos y negativos. Puede suceder que el orante tenga<br />

tendencias que le disgustan, pero son muy suyas, pues están<br />

inseridas en el tejido de su personalidad: tendencias orgullosas,<br />

tendencias irascibles, tendencias sensuales, tendencias egoístas,<br />

tendencias rencorosas... A estas vertientes es adonde el orante<br />

tendrá que encaminar a Jesús y aquí es donde Jesús tendrá que<br />

hacer permanentemente prodigios de alquimia y metamorfosis,<br />

haciendo que el orante pueda comportarse en las vicisitudes de<br />

la vida no según sus tendencias naturales sino según el corazón<br />

del Maestro, un corazón benigno, sensible, manso y humilde. .<br />

Y así, poco a poco, con pasos vacilantes y hasta contradictorios,<br />

el orante va dejando espacios libres y disponibles,<br />

mientras Jesús los va ocupando; el orante va muriendo a ciertos<br />

rasgos en cuanto Jesús va tomando su lugar.<br />

Cuantos mas vacíos dejen a Jesús, cuanto más humilde sea<br />

el orante y cuanto más vaya muriendo a sus lados negativos, ya<br />

no será el orante quien viva; será Jesús quien viva y gobierne en<br />

los territorios del orante.<br />

Siempre he creído que la eficacia de una pedagogía está en<br />

proporción a su simplificación final. En nuestra espiritualidad<br />

todo el programa de vida lo reducimos a una simple pregunta:<br />

¿Qué haría Jesús en mi lugar?<br />

Si el lector, pasando por alto todo lo explicado hasta ahora,<br />

sólo se quedara con esta pregunta, como una espina sagrada y<br />

obsesiva clavada en la mente y el corazón, y formulada en toda


80<br />

resucitado, entra en las estancias interiores del orante y toma<br />

posesión completa de cuanto el orante es, tiene, siente y piensa<br />

alcanzando, inclusive, su más remota y última interioridad. .<br />

Mucho más: Jesús resucitado alumbra con su resplandor el<br />

mundo desconocido del inconsciente. Lo más importante de<br />

nosotros es lo desconocido de nosotros. Por eso hacemos lo que<br />

no queremos porque desde esas galerías inaccesibles .y oscuras<br />

del inconsciente emergen los impulsos desconocidos que nos<br />

asaltan y dominan, y nos obligan a actuar de la manera que no<br />

queremos.<br />

Siempre he pensado que el gran desafío de Jesucristo como<br />

redentor del mundo es como llegará a redimir el inconsciente<br />

del hombre. En la oración de profundidad Jesús tiene que llegar<br />

a esos abismos, iluminar con su resplandor las más remotas<br />

concavidades y revestir con su presencia y figura aquellos<br />

impulsos originales y salvajes a fin de que, cuando salgan al<br />

campo del comportamiento, lo hagan según el estilo de Jesús.<br />

Desde hace tiempo lleva el orante una llaga que todavía está<br />

abierta y que no logra cicatrizarla: puede tratarse de un sordo<br />

rencor, una frustración profunda... En cada momento de<br />

intimidad el orante siente que Jesús, con su mano médica y<br />

mágica, va rozando amorosamente esa herida y la va, primero,<br />

aliviando y, luego, sanando hasta que aquello ya no duele.<br />

No cabe duda de que la aversión, el rencor, el odio... son<br />

fiebre, fuego, llama: queman, arden. El orante siente que Jesús,<br />

en los momentos de gran concentración, va progresivamente<br />

apagando esas llamas hasta que el orante queda con el corazón<br />

apagado.<br />

Hay personas que no viven sino que agonizan bajo una nube<br />

oscura, baja, oprimente y deprimente. La nube es una mezcla<br />

confusa de temores sin fundamento, ansiedades sin motivo,<br />

miedos irracionales, inseguridad generalizada, aprensiones que<br />

5<br />

Para conseguir esta intimidad con el Señor es imprescindible,<br />

como lo estamos repitiendo, lanzarnos de cabeza en el mar de<br />

Dios; y remar entre las olas hostiles de distracciones, dispersión y<br />

sequedad, con infinita paciencia y firmeza; y avanzar<br />

resueltamente mar adentro, en medio de la oscuridad y el silencio,<br />

hasta dar alcance al centro de gravedad que ponga equilibrio y<br />

ajuste en todo lo que somos y tenemos.<br />

Para conseguir tan hermoso objetivo es necesario detenerse;<br />

organizar ordenadamente y cultivar esmeradamente la vida<br />

privada con Dios; sosegar los nervios, soltar las tensiones,<br />

silenciar los clamores interiores, controlar las altas energías<br />

mentales y, en la íntima soledad del ser, acoger el misterio<br />

infinito de Dios y... adorar. Este es el objetivo común de los<br />

artículos que hoy comenzamos y, por otra parte, es el objetivo<br />

general de los talleres de oración y vida. .<br />

Escenario<br />

Para encontrarnos con el Señor hay que viajar <strong>hacia</strong> adentro,<br />

porque solo el hombre interior puede entrar en comunicación con<br />

el Señor. Los que viven permanentemente en la periferia del alma<br />

difícilmente llegarán a posesionarse del misterio viviente de Dios.<br />

¿Qué es la periferia del alma? San Juan de la Cruz nos la<br />

describe como arrabales bulliciosos, llenos de niños que juegan y<br />

gritan; o como un mercado lleno de toda clase de personas que<br />

pasan, conversan, compran y venden. Son los sentidos exteriores,<br />

la fantasía, la imaginación que perturba la percepción de las<br />

realidades interiores.<br />

Si avanzamos <strong>hacia</strong> las profundidades, san Juan de la Cruz<br />

distingue y divisa el alma de la que hace una fantástica<br />

descripción: es, dice, «una profundísima y anchísima soledad...


6<br />

inmenso desierto que por ninguna parte tiene fin».<br />

Es, pues, el alma la región fronteriza entre Dios y el hombre<br />

y, al mismo tiempo, es el escenario donde se da el encuentro con<br />

el Señor.<br />

Visión panorámica<br />

Si miramos globalmente el itinerario del alma en su ascenso<br />

<strong>hacia</strong> Dios desde los primeros pasos hasta las comunicaciones<br />

más profundas, encontraremos la siguiente panorámica.<br />

En las primeras etapas, Dios deja la iniciativa al alma, es<br />

decir, permite que el alma busque sus propios medios y apoyos<br />

como si el hombre fuera el único constructor de su propio mundo.<br />

Normalmente, en estas primeras etapas abundan las<br />

consolaciones divinas, y la actividad orante más bien parece<br />

producto de mecanismos humanos, resultado de prácticas y<br />

ejercicios pedagógicos.<br />

En la medida en que el alma avanza en su itinerario <strong>hacia</strong><br />

grados más elevados, Dios va tomando la iniciativa poco a poco,<br />

e interviene cada vez más directamente mediante apoyos<br />

especiales y toques inesperados.<br />

A estas alturas, el alma comienza a darse cuenta de que<br />

aquellos medios psicológicos, que antes tanto le ayudaban, ahora<br />

ya son muletas inútiles. Dios, cada vez más resueltamente,<br />

arrebata al alma todas las iniciativas, la va sometiendo a la<br />

sumisión y abandono, en la medida en que paulatinamente, va<br />

entrando otro sujeto activo, el Espíritu Santo, el cual, finalmente,<br />

va quedando como único arquitecto hasta transformar el alma en<br />

hija predilecta de Dios e imagen viva de Jesucristo.<br />

En resumen, en sus primeros pasos, el alma como niño<br />

que comienza a caminar, necesita y busca apoyos psicológicos,<br />

79<br />

fuertes de oración. Y así, de esta manera, la oración, me lleva a<br />

la vida y la vida me lleva a la oración.<br />

Tiempos fuertes son aquellos fragmentos de tiempo reservados<br />

exclusivamente para la vida privada con el Señor, por<br />

ejemplo, media hora diaria, un «desierto» al .mes...<br />

Llamamos «desierto» al hecho de retirarse en soledad y<br />

silencio para «estar con» e1 Señor un mínimo de cuatro horas,<br />

generalmente en el seno de la natura1eza, o en un cuarto, o en<br />

una capilla o en cua1quier 1ugar solitario.<br />

En la medida en que «estamos con» el Señor Jesús, El mismo<br />

se hace cada vez más presente en mí, su presencia en mí se hace<br />

progresivamente más densa y viva.<br />

Ese Jesús con quien he tratado, baja conmigo a la lucha de<br />

la vida. Con Él «a mi derecha» las dificultades se asumen con<br />

facilidad, las ofensas se perdonan sin dificultad, las<br />

repugnancias se aceptan con naturalidad, la amargura se<br />

transforma en dulzura, la irritabilidad en mansedumbre, cada<br />

superación es compensada con el regalo de la alegría, crece el<br />

amor, aumentan las ganas de estar con El y así entramos en un<br />

circuito vital en que la vida misma adquiere sentido porque el<br />

Señor se convierte en recompensa, y, en Él y con Él las<br />

renuncias se transforman en liberación y las privaciones en<br />

plenitud.<br />

Cristificación<br />

Hemos repetido hasta la saciedad que el objetivo final de<br />

toda oración es la transfiguración del orante: la figura del<br />

hombre, del hombre viejo, tiene que eclipsarse ante el<br />

resplandor de la figura de Jesús.<br />

El orante, inmerso en una temperatura interior de fe y amor,<br />

abre las puertas de su intimidad al Señor Jesús que, radiante y


78<br />

Esta otra persona tiene, por constitución genética, una<br />

estructura psíquica fuertemente irascible, lo que llamamos una<br />

persona de muy mal genio. Ante un estimulo exterior se<br />

encienden en su interior todos los fuegos y surge<br />

impetuosamente el impulso de la furia. Si Jesús está vivo y<br />

sensible en la conciencia, Él mismo tomará la iniciativa para<br />

apagar todas las llamas, y para cuando esta furia pase al campo<br />

del comportamiento, será en forma de mansedumbre, paciencia<br />

y bondad.<br />

Este hermano es un individuo típicamente egoísta, de<br />

aquella clase de personas que se sirven de todo y no sirven a<br />

nadie, solo preocupado de sí y despreocupado de los demás. Se<br />

presenta una oportunidad para actuar, y surge el instinto egoísta<br />

en el interior del hermano. Si Jesús está alerta en su conciencia,<br />

habrá una metamorfosis, esto es, un morir y un nacer, es decir,<br />

las energías egoístas se transformarán en energías de amor por<br />

el poder y la magia de la presencia resucitada y todopoderosa de<br />

Jesús, y para cuando el impulso egoísta siga al campo de la<br />

conducta, será sirviendo a todos y no sirviéndose de los demás,<br />

despreocupado de sí y preocupado de los demás: amor.<br />

Morir y nacer<br />

Siempre hay un morir y un nacer. Un morir a mis rasgos<br />

negativos de personalidad y un nacer a los rasgos divinos de<br />

Jesús. Morir a mi para vivir «a» Jesús.<br />

Mágicamente nadie cambia. Es Jesús el que va realizando<br />

esa gloriosa transfiguración, es decir, el cambio de una figura<br />

por otra, a condición y en la medida en que Jesús esté alerta y<br />

sensible en mi conciencia; y el hecho de que Jesús esté alerta y<br />

vivo en mi conciencia depende, a su vez, del grado, profundidad<br />

y frecuencia de mi trato personal con El, es decir, los tiempos<br />

7<br />

métodos de concentración, ejercicios de silenciamiento, puntos de<br />

reflexión. Cuando Dios irrumpe en el escenario, el alma siente<br />

necesidad de purificarse mediante una operación general de<br />

desapropiación. Una vez conseguida la pureza, la libertad y la<br />

paz, el alma se halla en condiciones de avanzar sin ningún<br />

obstáculo <strong>hacia</strong> la unión transformante.<br />

La ley del entrenamiento<br />

Existe la ley del entrenamiento, válida para los deportes<br />

atléticos y válida también para el Espíritu. Si, de pronto, te dicen:<br />

haz una caminata de 30 ki1ómetros, dices: «¡imposible!». Pero si<br />

comienzas por caminar diariamente cinco kilómetros en la<br />

primera semana, ocho kilómetros en la segunda semana, y así<br />

progresivamente, al cabo de un año no vas a tener ninguna<br />

dificultad en realizar una caminata de 30 kilómetros. ¿Qué había<br />

sucedido? Las potencias atléticas estaban dormidas, quizás<br />

atrofiadas, por falta de actividad. Al ser puestas en actividad, los<br />

músculos despertaron y se desplegaron.<br />

En el Espíritu sucede igual. Todos nosotros llevamos<br />

enterrados entre los pliegues de los códigos genéticos, dinamismos<br />

espirituales, capacidades místicas que hoy pueden estar<br />

dormidas, quizás atrofiadas por falta de actividad. Al ejercitarnos<br />

en la actividad orante, al adherirnos posesivamente al Señor Dios,<br />

despiertan más ganas de estar con Él, aumentando el atractivo<br />

<strong>hacia</strong> Él. Si se sigue orando, Dios va siendo cada vez «más»<br />

Dios; es decir, el Señor comienza a ser gratificación y fiesta, y en<br />

este momento todo comienza a vivificarse: los rezos y los<br />

sacramentos dejan de ser palabras y ritos vacíos, y se convierten<br />

en banquete espiritual. La castidad deja de ser represión y<br />

comienza a ser misteriosa plenitud. Las bienaventuranzas dejan<br />

de ser paradojas para transformarse en pozos de sabiduría.


8<br />

No sólo eso: el mundo, la historia y la vida se visten de<br />

presencia divina y sentido. Nos tornamos capaces de vislumbrar<br />

la voluntad divina hasta en las emergencias absurdas y. dolorosas,<br />

mientras aumentan las ganas de estar con Él. Y así, el salmista se<br />

levanta a medianoche, como un amante para estar con la amada.<br />

Jesús renuncia a las horas de sueño y se va por los cerros para<br />

pasar la noche junto al Padre.<br />

De alguna manera se cumple la ley de la atracción de las<br />

masas, o sea, a mayor proximidad mayor velocidad. Crece la<br />

atracción en la medida que es mayor el volumen de las masas y<br />

mayor la proximidad de las mismas. Con otras palabras: en la<br />

medida que estamos más unidos a Dios, en esa medida crece su<br />

atracción, su seducción, el deseo de estar con É1.<br />

Si nos aproximamos a una zona de cordillera, observaremos<br />

un fenómeno curioso: desde el valle se ven, en el primer plano,<br />

unas altas estribaciones, nada más. Escalamos la primera colina y<br />

desde ahí se divisan cerros mucho mas encumbrados, que antes<br />

no se veían. Escalamos la siguiente altura, y desde ahí se<br />

distingue un paisaje dilatado de altísimas cumbres cada vez más<br />

lejanas y cada vez más altas. ¿Cambió la cadena montañosa? La<br />

cordillera permanece inmutable e idéntica a si misma, pero en la<br />

medida en que fuimos internándonos en sus profundidades,<br />

fueron asomándose perspectivas y mundos completamente<br />

desconocidos.<br />

Con Dios sucede igual. Cualquiera puede tener la experiencia<br />

de que cuando se avanza en la relación personal con el Señor, a<br />

Dios se le siente más próximo y viviente.<br />

No es que Dios cambie. Él es inmutable en sí mismo y está<br />

inalterablemente presente en nosotros. Lo que realmente cambia<br />

son nuestras relaciones con Él según el grado de fe y amor.<br />

La fe, la esperanza y el amor hacen a Dios más vivo y<br />

presente para mi.<br />

77<br />

persona desde el nacer hasta el morir. No se puede cambiar; se<br />

puede mejorar. .<br />

Cuentan que tal persona, insoportable si las hay, luego de<br />

una recepción espectacular del Espíritu Santo, cambió<br />

completamente, tornándose en una persona encantadora.<br />

Cambió completamente; es verdad, sin embargo, no cambió<br />

nada -digo yo-.. Supongamos que la tal persona, después de<br />

unos años de aquella fulgurante conversión, abandona todo trato<br />

personal con el Señor, veremos como vuelve a ser la<br />

insoportable de antaño y como comienza a soltar sapos y<br />

culebras por todas partes. ¿Cambio? No cambió nada.<br />

Y no hace falta acudir a ejemplos ajenos. Usted (lector o<br />

lectora) y yo lo sabemos por experiencia propia. Cuando, por<br />

las razones que sea, abandonamos la vida de oración por un<br />

lapso de tiempo más o menos largo, ¡cómo nos renace el amor<br />

propio! ¡Cuánto nos cuesta perdonar! ¡De qué manera el<br />

disgusto más pequeño nos hace polvo! ¡Cómo por cualquier<br />

cosa nos ponemos impacientes, irascibles, agresivos,<br />

intolerantes, nerviosos...!<br />

Si de cambiar pudiésemos hablar, sería en la medida en que<br />

Jesús esté vivo y presente en mí: entonces sí; Él irá suavizando<br />

las aristas, nivelando los desniveles, poniendo amor donde<br />

había egoísmo, perdón donde el instinto reclamaba venganza,<br />

suavidad donde el corazón exigía violencia.<br />

Supongamos que esta persona nació notablemente rencorosa<br />

por una predisposición congénita de personalidad. Ante una<br />

grave ofensa surge violentamente en su corazón el impulso de<br />

la venganza. Si Jesús está vivo y vibrante en ese corazón,<br />

apagará todos los fuegos y, para cuando ese impulso salga al<br />

campo del comportamiento, será en forma de perdón y sosiego.<br />

Solo un Jesús vivo en el corazón es capaz de esas alquimias<br />

prodigiosas.


76<br />

corazón. ¡Qué pena!; con lo bien que se sentía en aquel<br />

descanso y paz, y ¿ahora de nuevo el rencor? No asustarse; es<br />

normal; somos así. Otra vez tiene que otorgar el perdono Y<br />

después de muchas caídas y otros actos de perdón se sanarán las<br />

heridas; porque una profunda herida necesita muchas sesiones<br />

de curación. ¡Una paciencia infinita, primero consigo mismo, y<br />

conocer el complejo entramado de la naturaleza humana, y<br />

aceptarlo con paz!<br />

El hermano estaba devorado por la angustia. Desde lo hondo<br />

de sus abismos hizo un acto incondicional de abandono en las<br />

manos del Padre, y ¡o prodigio! Automáticamente se sintió<br />

bañado en un mar de paz. A los siete días exactamente, y en el<br />

momento más imprescindible, se le metió de nuevo una pleamar<br />

de angustia y aparentemente sin ningún motivo; y no se trataba<br />

de una personalidad versátil sino normal. Hay que tener una<br />

comprensión inagotable primero consigo mismo. ¿Entristecerse?<br />

De nada. Pacientemente volver a hacer actos de<br />

abandono. No olvidemos que Jesús tuvo que repetir una y otra<br />

vez las palabras de abandono allá en la noche de Getsemaní, en<br />

la hora de la redención. .<br />

Todavía bajo los efectos de la oración matutina, el hermano<br />

ha tenido un magnifico gesto de humildad permaneciendo en<br />

silencio y paz ante la soez grosería de un familiar. Y a la tarde<br />

de ese mismo día, por una palabrita de desconsideración de otro<br />

familiar, ese mismo hermano ha reaccionado con una explosión<br />

espantosa y desproporcionada. Somos así. No existe nada que<br />

sea total. ¿Avergonzarse de sí mismo? Por nada. El camino de<br />

la santidad está jalonada de recaídas y fracasos. ¿Entristecerse<br />

por esto? De ninguna manera. Simplemente aceptar con paz, y<br />

de entrada, que la realidad es así, y, después de cada recaída,<br />

partir de nuevo en alas de la esperanza.<br />

¿Cambiar?<br />

No se puede cambiar. Los códigos genéticos acompañan a la<br />

9<br />

Cuando se establecen relaciones profundas y frecuentes con<br />

Él, su presencia se torna más densa en mí, para mi. No se trata de<br />

una presencia más concreta sino de un Alguien más vivo y<br />

presente con quien se superan con facilidad las dificultades, se<br />

asumen con alegría los sacrificios, las contrariedades ya no<br />

duelen tanto, los disgustos ya no nos destrozan, donde había<br />

violencia se pone suavidad y nace por doquier la alegría y el<br />

amor.<br />

La sala está completamente oscura, no se ve nada.<br />

Encendemos un fósforo: algo se percibe, se ven muchas más<br />

cosas. Encendemos cincuenta fósforos y ahora sí: la sala es una<br />

hermosura llena de colores, figuras y objetos.<br />

¿Ha cambiado la sala? Está igual, pero para mí todo ha<br />

cambiado. ¿Qué ha sucedido? La luz ha hecho «presente», la luz<br />

ha iluminado el «rostro» de la sala para mí.<br />

Cuando no se ora nada, Dios es una sala oscura, una pa1abra<br />

vacía, un «don nadie». Cuando se comienza a orar, Dios<br />

comienza a «ser alguien» para mí. En la medida en que más se<br />

ora, más «resplandece la luz de su rostro» en mí, para mí.<br />

No sólo eso, sino que los acontecimientos, las personas y 1as<br />

circunstancias que me envuelven aparecen revestidos de la luz de<br />

su presencia, encuadrados en el marco de su voluntad. No es que<br />

los hechos y las cosas estén mágicamente revestidos de luz<br />

divina, sino que cuando los ojos interiores están poblados de Dios<br />

todo lo que contemplan esos ojos aparece revestido de Dios.<br />

En la medida en que el orante avanza por los altos caminos de<br />

las profundidades divinas, pueden surgir en el alma, por obra de<br />

la gracia, potencias desconocidas que pueden empujar al alma por<br />

una pendiente totalizadora dentro de la cual Dios va siendo cada<br />

vez más el Todo, el único, el Absoluto, en un torbellino en el que<br />

el hombre entero es asumido y arrastrado, transformándose lentamente<br />

en una antorcha que arde e ilumina. Pensemos en los<br />

profetas y santos.


10<br />

Idealismo y realismo<br />

Seguramente, muchos lectores estarán pensando: «Esto no es<br />

para mí». «Demasiado tiempo llevo en este intento y todo ha sido<br />

inútil». «Definitivamente, yo no nací para esto». No somos<br />

amigos de las utopías fáciles. Bien sabemos de los escollos<br />

provenientes de los códigos genéticos, de los condicionamientos<br />

misteriosamente negativos de la propia estructura psíquica que<br />

interfieren en la marcha expedida de un itinerario. Queremos<br />

mucho y podemos poco. No nos cansamos de gritar a los caminantes:<br />

¡ilusión, no; esperanza, si! ¡Guerra, pues, a las fantasías, y<br />

paso al realismo!<br />

Correcto. Pero también advertimos: ¡Cuidado!, que el<br />

realismo no equivalga a racionalización, aduciendo pretextos y<br />

excusas para cruzarnos de brazos y justificar una mediocre<br />

existencia espiritual.<br />

Dentro de un amplio realismo, bien podemos afirmar que<br />

mucho depende de la altura y profundidad de la relación personal<br />

con el Señor, así como de la paciencia y tenacidad en la actividad<br />

orante. No todos los santos y profetas fueron seres excepcionales<br />

tan sólo por haber nacido con unos condicionamientos<br />

privilegiados. Muchos de ellos tuvieron que sostener una lucha<br />

tenaz en su proceso transformante.<br />

En cambio, hemos conocido, en la travesía del camino, a<br />

innumerables personas que recibieron, como predisposición<br />

congénita de personalidad, una capacidad mística tan fuera de<br />

serie, una sensibilidad divina tan alta que si las hubieran<br />

cultivado esmeradamente hoy serían estrellas de primera<br />

magnitud en la Iglesia; y, entre tanto, vegetan en la pura<br />

mediocridad y descontento; y no porque haya fallado la gracia,<br />

sino por falta de orden, método, paciencia y perseverancia.<br />

Semillas, que tenían capacidad de llegar a ser árboles de 40<br />

75<br />

pero podremos estar haciendo actos de paciencia y humildad<br />

como Jesús, aunque en medio de constantes recaídas.<br />

La vida entera deberá ser una pascua, un eterno estar<br />

pasando de una orilla a la otra, en un proceso nunca acabado de<br />

irnos despojando de los ropajes del hombre viejo estructurado<br />

de delirios de grandeza, mientras vamos revistiéndonos de los<br />

ropajes de paciencia, mansedumbre y humildad que son las<br />

vestiduras del hombre nuevo, según Cristo Jesús.<br />

Y esto lentamente. No nos hagamos ilusiones porque las<br />

ilusiones acaban siempre en desilusiones. Una de las palabras<br />

mas falaces que pronuncia nuestra boca es la palabra total.<br />

¿Total? No existe nada total: no existe conversión total,<br />

madurez total, equilibrio total...<br />

La vida entera es un proceso, un caminar en medio de<br />

muchos retrocesos, contramarchas, caídas y recaídas, y sin<br />

asustarse por ello. Las caídas no tienen importancia. Lo<br />

importante es levantarse después de cada caída y partir de<br />

nuevo.<br />

Nunca se vio que un bebé, cuando le llega la época de<br />

comenzar a andar, se suelte de los brazos de la madre y se lance<br />

a correr como un corderito. Después de millares de ejercicios<br />

que le hace su madre para afirmar sus piernas, lo suelta; y el<br />

bebé da un paso y diez caídas. Después de mucho tiempo se<br />

equilibran los pasos y las caídas. Y después de muchísimo<br />

tiempo, ahora sí, ahora el bebé es un espectáculo de vitalidad<br />

inagotable. En la vida todo es así; lento, evolutivo y con<br />

retrocesos.<br />

En este día el hermano, hundido en los abismos de la<br />

temperatura interior de Jesús, ha conseguido perdonar una grave<br />

calumnia, obteniendo, como fruto, un profundo descanso de<br />

corazón. Parecía que era definitivo, pero no: pasan tres semanas<br />

y otra vez las llamas del rencor se encienden e incendian su


74<br />

Travesía de un río<br />

A veces hablamos de vida de oración, otras veces de vida<br />

con Dios; sin embargo, la expresión vida con Dios encierra<br />

contornos mucho más vastos y complejos que la expresión vida<br />

de oración.<br />

Vida con Dios implica compromisos concretos y exigentes<br />

en un largo proceso de transfiguración, proceso en el que el<br />

orante va muriendo lentamente a aquellos rasgos negativos de<br />

personalidad que se oponen al espíritu del Señor y se va<br />

revistiendo de los modales y estilo de Jesús.<br />

Hablando en lenguaje figurado diríamos que se trata de un<br />

río. El río tiene una orilla y otra orilla. La primera orilla somos<br />

nosotros, personalidades constituidas, por razones de orden<br />

genético, de bellos rasgos de personalidad, por un lado y, por el<br />

otro lado, de factores negativos que se oponen a los valores<br />

eternos del Evangelio, y todo ello sin culpa ni mérito de nuestra<br />

parte.<br />

La otra orilla es aquel arquetipo que Dios colocó en este<br />

mundo, y para siempre como modelo de santificación para la<br />

humanidad redimida: Jesucristo.<br />

Todo el proceso santificante consiste en retirarme yo de mis<br />

propios territorios para que los ocupe el Señor; en dejar de ser<br />

«yo» en mí mismo para que Jesús tome el mando y el gobierno<br />

de mis mundos a fin de que no sea yo quien viva, sino que sea<br />

Él quien viva y prevalezca sobre mis intereses; morir, vaciarme<br />

de aquellos lados típicamente negativos de mi personalidad para<br />

que sean reemplazados por los impulsos, actitudes y conducta<br />

general de Jesucristo.<br />

Se trata, pues, de la travesía de un río. Nunca llegaremos a<br />

la otra orilla. Jamás seremos humildes y pacientes como Jesús,<br />

11<br />

metros, han quedado en dos metros. Podemos imaginar su intima<br />

insatisfacción.<br />

Conocimos y conocemos hombres y mujeres que hoy son<br />

grandes amigos del Señor. Ellos llegaron a la altura en que hoy<br />

están porque durante un largo recorrido se entregaron con<br />

disciplina, método, paciencia y perseverancia a una intensa vida<br />

privada con el Señor, sin oponer resistencias ni reticencias. Y así<br />

hoy son estrellas de primera magnitud en la Iglesia.<br />

Y aunque este entregarse les exigió alta tensión y temple de<br />

acero, sin embargo, el escultor de tales figuras fue siempre y lo<br />

será Dios mismo; y esto sin mirar a los tiempos pasados.<br />

Hoy día, entre nosotros, encontramos a hombres y mujeres<br />

que perdonan como Jesús perdonó, son capaces de devolver bien<br />

por mal y ofrecer la otra mejilla, olvidarse de sí mismos y<br />

preocuparse de los demás, abrazarse con los leprosos y con los<br />

sidosos en estado terminal como si de Jesús en persona se tratara,<br />

y luchar por ser castos, pacientes y misericordiosos, teniendo,<br />

como tienen, un carácter difícil y áspero.<br />

Plano inclinado<br />

En la medida en que se abandona la vida privada con el<br />

Señor, a Dios se le siente más lejano. Dios ya no causa emoción;<br />

es una palabra cada vez con menos contenido.<br />

Cuando se deja de orar, Dios deja de ser Alguien para<br />

tornarse en una abstracción. Ahora bien, nadie siente entusiasmo<br />

por luchar y superarse por una teoría; a nadie apetece entrar en el<br />

trato y relación con una especulación. En definitiva, cada vez hay<br />

menos ganas de orar.


12<br />

Corno en una cuesta abajo, poco a poco Dios deja de causar<br />

alegría y ya no constituye compensación alguna. En la medida en<br />

que esto sucede, hay menos ganas de estar con Él, y cada vez se<br />

cuenta menos con Él. Si, durante esta decantación, sobreviene<br />

una crisis, se sucumbe a ella o se busca equilibrarse con fuertes<br />

compensaciones.<br />

. Se ausenta Dios y se hace presente el «yo» con sus mil<br />

exigencias; y el corazón, una vez ausente Dios, se siente frágil,<br />

impaciente, rencoroso, irascible. ¿Qué ha sucedido? Una vez<br />

neutralizado el único Alguien que ponía control y orden en las<br />

fuerzas salvajes del corazón, ellas levantan cabeza y campean a<br />

sus anchas por toda el área del comportamiento, y no hay quien<br />

las controle. Ya estamos atrapados en la espiral del desencanto.<br />

En una vida cristiana, por principio y definición, Dios es su<br />

sentido; al dejar de orar y dejar de ser Dios el centro de gravedad,<br />

automáticamente se abren por doquier los grandes vacíos y, por la<br />

ley de los desplazamientos, se buscan compensaciones de todo<br />

género.<br />

Todo va perdiendo sentido. ¿Qué sentido tiene el perdonar sin<br />

un Dios vivo en el corazón? Pura represión. ¿Qué sentido tiene la<br />

castidad? Pura represión. ¿Qué sentido tienen las<br />

bienaventuranzas? Pura paradoja. ¿A quién se le ocurre decir que<br />

son felices los pobres, los calumniados, los perseguidos? Sin un<br />

Dios vivo en el corazón, todo pierde sentido.<br />

Cuando se deja de orar, Dios se desvanece, no en sí mismo,<br />

sino en mí, como una planta a la que se deja de regar.<br />

Naturalmente, llegados a esta situación, no se cuenta con Dios<br />

para nada. El cristiano se las arregla para vivir como si Dios no<br />

existiera. Y, sobre todo, Dios ya no despierta alegría en el<br />

corazón.<br />

Los que abandonaron la vida con Dios, seguramente seguirán<br />

hablando de Dios pero serán incapaces de hablar con Dios, y, ya<br />

73<br />

Ante el resplandor de su Rostro, la figura del “yo” se<br />

desvanece y desaparece igual que las estrellas se eclipsan ante<br />

el resplandor del sol. Una viva experiencia de Dios resquebraja<br />

por medio el núcleo central del “yo” que se desmorona y los<br />

círculos egocéntricos pierden su orbita y su centro; con lo que<br />

las mascaras y ropajes artificiales se las lleva el viento y el hijo,<br />

adquirida la libertad y la sabiduría, emprende el glorioso<br />

camino del Amor.<br />

Todas las energías emocionales que estaban adheridas al<br />

«yo» son cautivadas por el Otro y arrastradas al torrente del<br />

Amor.<br />

Dicho de otra manera: el alma, tomada por el torbellino del<br />

suspenso y de la admiración, es arrancada de la orbita<br />

egocéntrica, y como efecto de esta extrapolación, todas sus<br />

energías atencionales y emocionales son irresistiblemente<br />

arrastradas a un nuevo centro de Gravedad, queda anulada la ley<br />

de la oposición entre el «yo» y los otros, y así Dios acaba<br />

siendo el Gran Indiferenciado porque volatiliza todas las<br />

diferencias y hace que el otro sea para mí tan importante como<br />

yo. Nació el amor.<br />

El dinamismo de Dios-Amor nos liberó de todos los delirios<br />

y locuras y nos introdujo en la era gloriosa de la libertad de los<br />

hijos de Dios para avanzar <strong>hacia</strong> un mundo sin fronteras de<br />

desinterés, humildad, grandeza y amor.<br />

En resumen, no podemos amar a los demás si somos el<br />

centro exclusivo de nosotros mismos. No podemos<br />

preocuparnos de los demás si sólo nos preocupamos de nosotros<br />

mismos.


72<br />

La salvación consiste en que Dios sea mi Dios. Para eso es<br />

necesario despojar el corazón de todos los dioses, de todas las<br />

manías de grandeza y de todas las quimeras que brotan en torno<br />

al ídolo «yo»; vaciar el aposento interior de apropiaciones<br />

absolutizadas y divinizadas y abrir espacios libres en el interior<br />

para que los ocupe Dios. .<br />

Por el sendero de las «nadas», dirá san Juan de la Cruz,<br />

subiremos a la cumbre del Todo:<br />

Al pobre que está desnudo ... lo vestirán,<br />

y al alma que se desnudare de sus apetitos,<br />

quereres y no quereres,<br />

lo vestirá Dios de su pureza, gusto y voluntad.<br />

De la libertad al amor<br />

¿En qué sentido nos libra Dios de las egolatrías? ¿De qué<br />

manera la oración puede tornarse en liberación?<br />

El Padre, al inundar el alma de su presencia amorosa,<br />

despierta al hombre de su ficción y lo instala en el suelo de la<br />

objetividad. ¿Cómo es eso? ¿Qué sucede ahí?<br />

El Padre comienza por saciar al hijo con una inmensa carga<br />

de ternura. Con esta experiencia el hijo toma conciencia de que<br />

todo lo que había «adorado» hasta ahora era y es pura<br />

hojarasca. A consecuencia de ello, entra el hijo en un lento<br />

proceso de purificación: se despoja de aquellas vestiduras<br />

artificiales; sus castillos en el aire se vienen al suelo; sus<br />

muñecos de paja son reducidos a ceniza y, como resultado,<br />

emerge la verdadera realidad en su pureza. Ya estamos pisando<br />

el suelo de la objetividad y entrando en el reino de la sabiduría.<br />

13<br />

lo dijimos, nadie tiene derecho a hablar de Dios si no habla con<br />

Dios. Las personas dirán: buscábamos un profeta y nos hemos<br />

encontrado con un profesional. Los sedientos que buscaban<br />

fuentes de agua fresca se encontraran con manantiales agotados.<br />

¿Conclusión? Para un cristiano, mucho más para un militante<br />

apostólico, y mucho más para un consagrado, la vida de oración<br />

es cuestión de vida o muerte.<br />

Devoción<br />

Con frecuencia las personas confunden la devoción con la<br />

emoción. Ciertamente, la devoción contiene algunos ingredientes<br />

afectivos, pero es esencialmente otra cosa.<br />

La devoción es un don especial del Espíritu que dispone al<br />

alma para cualquier obra buena. Resumiendo, la devoción es<br />

prontitud, disposición, o mejor, disponibilidad. A veces, solo a<br />

veces, es el resultado de una visitación divina que se hace<br />

presente durante la oración, y sostiene al alma en la alta fidelidad<br />

de la actividad orante.<br />

La devoción nos hace fuertes para superar las dificultades,<br />

aleja la tibieza, llena el alma de generosidad y hace superar con<br />

facilidad las pruebas.<br />

La esencia de la devoción no es la emoción, sino la prontitud<br />

y la resolución. Jesús sentía, en la crisis de Getsemaní, aridez y<br />

tedio; pero, al mismo tiempo, tenía prontitud y resolución para<br />

cumplir la voluntad del Padre.<br />

Sin embargo, tal como hemos dicho, la devoción contiene<br />

también algunos componentes emotivos, una emotividad que con<br />

frecuencia es un factor temperamental. Pero esa emoción no está


14<br />

necesariamente en proporción al verdadero amor; el termómetro<br />

exacto del amor es la disposición para cumplir la voluntad del<br />

Padre. Podemos afirmar que toda devoción gozosamente sentida,<br />

que impulsa al alma a la superación de sí misma por medio de la<br />

negación, es buena. De otra manera encierra peligros sutiles de<br />

narcisismo, glotonería espiritual, cualquier cosa parecida a un<br />

egoísmo sutil y alienante. Porque se puede buscar la dulzura de<br />

Dios en lugar del Dios de la dulzura.<br />

De todas maneras, es normal pensar en una visitación divina,<br />

es decir, una presencia de Dios dinámicamente sentida, como<br />

dice la Biblia «suavidad y delicia» (Sal 33).<br />

Se comprende también que, a las almas que vienen de la gran<br />

batalla de la vida, la proximidad experimentada de la presencia<br />

deliciosa del Señor les sepa a un incomparable refrigerio, una<br />

enorme compensación en medio de la áspera navegación entre las<br />

olas hostiles de la vida.<br />

Así como el comer y beber producen satisfacción, así,<br />

cualquier facultad estructurada para un objetivo determinado, una<br />

vez conseguido el objetivo, es normal el pensar que produzca<br />

satisfacción, sensación de saciedad.<br />

Creado el hombre a imagen y semejanza de Dios, es<br />

inevitable que cuando esa alma haya alcanzado en algún grado el<br />

objetivo divino, experimente una sensación sensible. También<br />

esto es parte de la devoción.<br />

Pero, justamente para evitar buscarnos sutilmente a nosotros<br />

mismos con una devoción autocomplaciente, Dios retuerce<br />

frecuentemente esa tendencia natural, y cuando el alma ha<br />

conseguido «dar a la caza alcance» queda vacía, ansiosa. Esta es<br />

la razón de las arideces y noches purificadoras.<br />

«yo» artificial e inflado.<br />

Ese «Yo», así entre comillas, resulta ser una loca quimera,<br />

una ficción, una ilusión, una mentira. En suma, un ídolo. Vive<br />

entre delirios de grandeza. Cuando cree que ama, en realidad se<br />

ama. Cuanto más tiene, cree ser más «señor», cuando en<br />

realidad es más esclavo.<br />

Por sus locuras de grandeza, por sus manías de ser el<br />

primero y de estar a la cabeza de todos, el hombre se castiga a sí<br />

mismo con envidias, rivalidades y temores. Y todas,<br />

absolutamente todas las guerras encendidas a lo largo de la<br />

historia entre hermanos contra hermanos, familias contra<br />

familias, inclusive naciones contra naciones, fueron y son<br />

promovidas y llevadas a cabo por la vana ilusión de un «yo»<br />

(sea personal o colectivo) aureolado y artificial.<br />

Es un eco lejano de aquel «seréis como dioses»; y en el seno<br />

de ese eco palpita el instinto oscuro e irresistible de reclamar<br />

toda adoración y toda gloria.<br />

El deseo de ser «adorado» engendra el temor de no ser<br />

adorado. La mitad de su vida el hombre lucha y sufre por<br />

conquistar una imagen, y la otra mitad vive aterrorizado por<br />

perder esa imagen.<br />

La instalación del «yo» en el centro de su mundo levanta a<br />

su derredor unas gruesas murallas que lo defienden y separan.<br />

Ahora bien, toda separación engendra diferencia y toda<br />

diferencia engendra oposición: lo mío a una parte; lo tuyo a otra<br />

parte; dos mundos opuestos.<br />

En resumen: el hombre es esclavo de sí mismo. Necesita<br />

liberación y toda liberación consiste" en desplazar al dios yo y<br />

reemplazarlo por el Dios verdadero. Sustitución del «yo» por el<br />

"tu".<br />

71


70<br />

haber experimentado situaciones limite de enfermedades<br />

graves, colapsos financieros, catástrofes y fracasos.<br />

El Padre permite que el hombre vaya rodando por las<br />

laderas del precipicio hasta acabar en el barranco profundo. Ahí,<br />

el hombre, derrotado pero no aniquilado, no distingue a su<br />

alrededor otra cosa que soledad y ruina porque todas las<br />

columnas se hicieron polvo. Y así, impotente y desnudo, el<br />

hombre se convierte en materia maleable, y va entrando sin<br />

esfuerzo y con naturalidad en un estado de sumisión. En este<br />

momento el Padre extiende la mano al hombre y lo va<br />

levantando hasta las cimas más encumbradas. La historia se<br />

repite. Es la pedagogía divina.<br />

Sustitución del «yo» por el "tú"<br />

El encuentro con Dios, cuando es profundo, es eminentemente<br />

transformante. Dios asume y consuma el yo<br />

egocéntrico y obliga al hombre a internarse en los anchos<br />

espacios del amor.<br />

He aquí la terrible desgracia del hombre: al asomarse el niño<br />

a los primeros niveles de la conciencia, comienza a diferenciar<br />

la imagen de sí de su verdadera realidad.<br />

En la medida en que el niño va escalando los peldaños de la<br />

vida, va también ampliándose esa diferencia, y en esa misma<br />

medida el niño, sin darse cuenta, va aureolando y magnificando<br />

su imagen hasta que llega un momento en el que al hombre no<br />

le importa tanto su realidad sino su imagen, a la cual se adhiere<br />

emocionalmente. No le interesa «como soy, sino como me<br />

ven»; no lo que soy sino lo que «imagino ser»; y así, en una<br />

simbiosis idolátrica, el hombre identifica la realidad con la<br />

imagen, la persona con el personaje. Estamos, pues, ante un<br />

Orientaciones prácticas para la oración.<br />

Reglas de oro para toda actividad orante son:<br />

- esfuerzo, si, violencia, no;<br />

- esperanza, si, ilusión, no;<br />

- y, por encima de todo, paciencia y perseverancia.<br />

Nunca faltan personas que van a la oración con la ilusión de<br />

experimentar sensaciones fuertes, emociones especiales. Pasa el<br />

tiempo; no llega aquello sobre lo que se ilusionaron. Se<br />

impacientan. La impaciencia deriva rápidamente en violencia; es<br />

decir, aquello con lo que se ilusionaron y no llega, quieren<br />

conseguirlo ahora con una gran agitación interior o, como dice<br />

santa Teresa, a golpes de remo. Esta violencia interior lleva<br />

inevitablemente <strong>hacia</strong> una incapacidad para seguir orando<br />

armoniosa y eficazmente. Y esta incapacidad aterriza finalmente<br />

en la más completa frustración. Y nunca deja uno de encontrarse,<br />

en el camino de la vida, con almas secretamente decepcionadas<br />

con Dios.<br />

Toda ilusión acaba en desilusión. Por eso necesitamos dar<br />

criterios para forjar personalidades adultas y maduras en el<br />

espíritu. No siempre la madurez humana, o la llamada<br />

psicológica, coincide con la madurez espiritual. Al contrario, es<br />

fácil encontrarse con personas que actúan en la vida con una<br />

estabilidad normal y hasta superior y, en cambio, en las cosas<br />

divinas son inestables.<br />

Estas son las personas que usan siempre aquellos verbos:<br />

«¡Conseguí!», «no conseguí», «¡me encontré!» (con Dios), «no<br />

me encontré». Pregunta san Agustín: «¿Trabajó? Ya consiguió».<br />

«¿Buscó? Ya encontró». «Y no se olvide que encontrar consiste<br />

en buscar». Necesitamos, pues, dar criterios para forjar<br />

personalidades apostólicas.<br />

15


16<br />

El primer criterio es el del abandono. Es decir, en cuanto a la<br />

actividad orante haré el ciento por ciento: a mi me gusta orar en<br />

el cuarto, a mi en la naturaleza; a mi me va bien comenzar con<br />

este ejercicio. y acabar con aquella modalidad. La experiencia de<br />

la vida me demostró que orando de esta manera me va bien. Haré,<br />

pues, el máximo esfuerzo para orar eficazmente. Ahora, en<br />

cuanto al resultado sensible de esta actividad, no preocuparse<br />

nada, dejarlo humildemente en sus manos y quedarse en paz.<br />

Segundo criterio: vida con Dios, vida de fe. Entre nosotros<br />

funcionan siempre aquellos juicios de valor que se expresan de<br />

esta manera: «¿Mucha emoción?». ¡Espléndida oración!<br />

«¿Ninguna emoción?, ¡no conseguí nada!». Las personas caen<br />

una y otra vez en la falacia de estos juicios de valor. Nosotros, al<br />

contrario, debemos afirmar incansablemente esta evidencia: vida<br />

con Dios es vida de fe. Y la fe son caminos silenciosos, oscuros,<br />

secos. Esto es lo normal. Aquellas emociones, acompañadas de<br />

estremecimientos y lágrimas son situaciones de emergencia.<br />

El tercer criterio, es un complemento del segundo:<br />

- La fe no es sentir, sino saber.<br />

- No es emoción, sino convicción.<br />

- No es sensibilidad, sino certeza.<br />

El sentir se engaña, el saber no. El firmamento está nublado;<br />

tu no ves el sol, pero sabes que el sol está detrás de las nubes. El<br />

saber no se engaña, el sentir se engaña. Tu no sientes funcionar el<br />

hígado en tu organismo; pero tu sabes que está funcionando<br />

normalmente.<br />

Emoción no, convicción, si. No es que estemos en contra de las<br />

emociones. Solamente queremos decir que las emociones no son<br />

criterio seguro de la presencia de Dios.<br />

69<br />

Dios de la Biblia es aquel que siempre rompe los círculos<br />

egocéntricos y nos coloca fuera de nuestra orbita, abiertos al<br />

hermano.<br />

Eminentes agnósticos de este siglo afirmaron que la religión<br />

engendraba tipos alienados e infantiles. Según entendían ellos,<br />

ese Dios que todo lo solucionaba, era corno el gran seno<br />

materno que alienaba a los hombres de los riesgos de la vida y<br />

les ahorraba la lucha abierta en el campo de la libertad.<br />

Pero está a la vista que ese «Dios» no era el verdadero Dios.<br />

Era la falsa careta de Dios, inventada por nuestros miedos,<br />

usufructuada por nuestras cobardías, y abusada por nuestra<br />

ignorancia y pereza.<br />

Si. El Señor es aquel Dios, eternamente pascual, que no<br />

permite al hombre vivir refugiado en un feliz seno materno sino<br />

que lo obliga a salir a la intemperie para afrontar y superar sus<br />

inseguridades y cobardías.<br />

El profeta Ezequiel asegura que nuestro Dios encamina a<br />

los hombres a la soledad del desierto «para litigar con ellos cara<br />

a cara» y hacerlos pasar, uno a uno, bajo el cayado. Es aqueldecimos<br />

nosotros- que abandona a su propio Hijo en las manos<br />

de la soledad completa luchando cuerpo a cuerpo con la muerte.<br />

No; no es el Dios de los infantiles y alienados sino de los<br />

fuertes y maduros.<br />

Nunca deja en paz al hombre aunque siempre le deja la paz.<br />

Siempre lo cuestiona, lo desafía y obliga a salir al campo<br />

abierto de la batalla, a un mundo de incomprensiones, derrotas<br />

y humillaciones para purificarlo y salvarlo de si mismo.<br />

Jamás vi en mi vida un hombre que, nadando en riqueza,<br />

salud y prestigio, se entregara incondicionalmente a la acción<br />

de Dios. Lo que observé innumerables veces fue lo contrario:<br />

hombres y mujeres regresando rendidos a la casa del Padre tras


68<br />

4.- ORACIÓN Y VIDA<br />

En los últimos tiempos cargaron a la oración un estigma<br />

descalificador que se puede enunciar de la siguiente manera: la<br />

actividad orante es igual a la actividad alienante.<br />

No es una calumnia. Aunque es verdad que, con frecuencia,<br />

los que no oran se justifican atacando a los que oran; está a la<br />

vista que necesitamos urgentemente entablar un rudo<br />

cuestionamiento entre la oración y la vida. Son demasiadas las<br />

personas que nos echan en cara, y no sin razón, «rezan, pero no<br />

cambian».<br />

Muchas veces, y no en tiempos tan remotos, orar equivalía a<br />

encerrarse en sí mismo buscando por encima de todo la<br />

serenidad de la mente y la satisfacción emocional, haciendo<br />

caso omiso a las exigencias de la conversión y atención a los<br />

problemas del mundo.<br />

Sé que en todo esto existe el peligro de la caricatura. Pero<br />

aún así, podemos sentirnos con derecho a poner en tela de juicio<br />

la autenticidad de la oración cuando ella no aterriza en<br />

compromiso de vida.<br />

La oración es, de alguna manera, fruto y expresión del<br />

amor, y el amor tiene dos vertientes: amor a Dios y amor al<br />

prójimo. Si falta alguno de estos componentes, podemos<br />

colocar en entredicho la autenticidad de la actividad orante.<br />

Aquel Dios con quien trato amistosamente, siempre me remite a<br />

los hermanos, y el compromiso con ellos garantiza la<br />

autenticidad de mi trato personal con El.<br />

Si analizamos la oración en sí misma, es difícil afirmar o<br />

negar si ella es auténtica o no.<br />

Para cerciorarnos de su veracidad, el criterio más seguro de<br />

discernimiento es la sensibilidad fraterna del orante porque el<br />

Paciencia<br />

Ahora bien, esas emociones son regalos que el Padre ofrece<br />

de vez en cuando. Pero el regalo no se merece, ni se conquista, ni<br />

se obtiene, ni siquiera se pide. Se recibe. Gratuitamente se da y<br />

gratuitamente se recibe.<br />

Y aquí entramos en uno de los capítulos mas desconcertantes<br />

de Dios: su esencial gratuidad. Como consecuencia, sus<br />

iniciativas de gracia para con nosotros serán imprevisibles. Y<br />

como primera medida necesitaremos de mucha paciencia en<br />

nuestro trato con Dios.<br />

Dicen por ahí que la paciencia es el arte de esperar. Prefiero<br />

pensar que es el arte de saber, porque lo que se sabe se espera.<br />

Pero saber, ¿qué? Que Dios y nosotros estamos; en órbitas<br />

diferentes. Entre nosotros, en nuestras relaciones humanas,<br />

funcionan las leyes de proporcionalidad: a tal causa, tal efecto; a<br />

tanta acción, tanta reacción; a tanto trabajo, tal salario. Cálculos<br />

de probabilidad, constantes psicológicas.. .<br />

En la vida con Dios no funcionan esas leyes. En el momento<br />

menos pensado, a Él se le ocurre pagar el mismo salario al que<br />

trabajó diez horas que al que trabajó dos horas. Nadie lo puede<br />

cuestionar, preguntándole: «¿Donde está la justicia distributiva o<br />

la ley de proporcionalidad?».<br />

EI Señor nos responderá: «Hijos míos, no podéis cuestionarme<br />

con esas preguntas, porque lo que le di a éste que<br />

trabajó dos horas, lo mismo que al que trabajó diez horas, no fue<br />

un salario, fue un regalo que yo les hice, y de lo mío puedo hacer<br />

lo que yo considere conveniente. Por lo demás, en este mi Reino<br />

nada se paga porque se gana; nada se premia porque nada se<br />

merece. En este mi Reino, un solo verbo está en circulación, el<br />

verbo dar. Todo es don, todo es dadiva; y en vuestra orbita<br />

17


18<br />

circula un solo verbo, el recibir, todo es merced, gratuidad».<br />

Las palabras de Dios en la Biblia incluso suenan a capricho:<br />

«Hago gracia de quien hago gracia, tengo misericordia de quien<br />

tengo misericordia». Es una manera de expresarse aparentemente<br />

simplista, pero en el fondo, genial a la hora de definir la<br />

gratuidad. La gratuidad es así: sin pies ni cabeza, sin lógica ni<br />

previsión. Los que me buscan me encontrarán, pero no cuando<br />

quieran, como quieran o de la manera que quieran.<br />

Tu tomas la decisión de vivir un desierto: cinco horas de silencio<br />

y soledad con el Señor metido en el corazón de la naturaleza. Las<br />

primeras cuatro horas fueron aridez y sequedad, y en los cuarenta<br />

y cinco últimos minutos se hizo presente el Señor con todo el<br />

peso de su gloria.<br />

En otro desierto, durante la primera hora tuviste una<br />

inundación divina en un mar de gozo, siendo, en cambio, las<br />

restantes horas, pura fatiga y aridez.<br />

Tuviste un retiro clásico de seis días, y fueron seis días de<br />

somnolencia y desgana. Y el jueves de la semana siguiente, allá,<br />

en el supermercado, cuando comprabas verduras, allá se hizo<br />

presente el Señor con un tal resplandor que te dejo deslumbrado<br />

por los días de tu vida...<br />

Él es así: desconcertante, imprevisible por ser gratuidad. Hay<br />

que tener mucha paciencia con Dios. Los que lo buscan lo<br />

encontrarán, pero no cuando quieran, como quieran o de la<br />

manera que quieran.<br />

Los que quieran tomar en serio a Dios que se preparen a<br />

sentarse pacientemente ante el umbral de su puerta esperando sus<br />

silencios, ausencias y tardanzas.<br />

Dios toma a una persona y la lleva, toda la vida, por las<br />

áridas arenas de un desierto. Toma a otra persona y la conduce<br />

por los mares de la ternura. Toma a otra persona y, en medio de la<br />

67<br />

evocadores, repítelos incansablemente; y mientras los repites<br />

déjate contagiar con aquellas vivencias que sentirían los<br />

salmistas.<br />

Ponte en la intimidad de Jesús, en su espíritu, trata de<br />

experimentar lo que Jesús sentiría al pronunciar estas mismas<br />

palabras; es decir, trata de pronunciarlas «con el alma de<br />

Jesús».<br />

Si en algún momento llegara a ti una especial visitación<br />

divina, detente ahí, repite muchas veces aquel versículo y déjate<br />

arrebatar de la presencia divina.


66<br />

- Jesús, entra dentro de mi.<br />

- Toma posesión completa de todo mi ser.<br />

- Tómame con todo lo que soy, todo lo que siento, todo lo que<br />

tengo.<br />

- Señor Jesús, toma lo más íntimo de mi ser.<br />

- Sana esa herida que tanto me duele.<br />

- Jesucristo, mi Señor, apaga las llamas de esos recuerdos y<br />

malos sentimientos. Déjame un corazón apagado.<br />

- Señor; Señor, ausenta de mi alma las nubes oscuras de los<br />

miedos, temores y ansiedades, y déjame un cielo azul.<br />

- Arráncame las tendencias egoístas, irascibles, rencorosas y, en<br />

su lugar, déjame tu corazón manso y humilde.<br />

- Jesús, toma mi lugar, reemplázame para que seas tu<br />

quien viva en mí.<br />

- Mi Señor, ¿como mirarías tu a aquella persona? Quiero<br />

mirarla con tus ojos.<br />

- ¿Como te comportarías en aquella situación de conflicto?<br />

- Señor Jesús, ¿qué dirías tú si te dijeran lo que a mí me<br />

dijeron?<br />

- Señor, sean tus reacciones mis reacciones, tus actitudes mis<br />

actitudes. Tus favoritos mis favoritos.<br />

- Los que me ven, te vean, Señor.<br />

- Sea yo una fotografía viviente de tu figura.<br />

d) Orar con los salmos<br />

.<br />

Toma un salmo que «te diga» mucho. Rézalo todo entero de<br />

una vez, pero pausadamente.<br />

Comienza otra vez. Al leerlo lentamente, con pausas<br />

constantes, trata de sentir con toda el alma el significado de<br />

cada versículo, haciendo «tuya» cada palabra.<br />

Aquellos versículos que te resulten especialmente<br />

19<br />

vida, se le hace presente con una de aquellas «visitaciones» que la<br />

dejan marcada. Toma a otra persona, y no le da nada de eso, pero<br />

infunde una sensibilidad divina tan grande que no puede vivir sin<br />

Dios. Toma a otra persona y le concede una constancia tan tenaz<br />

que la mantiene en fidelidad hasta la muerte. ¡Él no se repite!<br />

Para cada uno tiene su pedagogía, y ésta va variando por normas<br />

que desconocemos completamente.<br />

Los que quieran tomar en serio a Dios que se preparen a<br />

mantenerse de pie con una ardiente paciencia, sabiendo y<br />

aceptando de entrada que Él es así: desconcertante, imprevisible<br />

por ser esencialmente gratuidad.<br />

No podemos sacar un paralelismo, diciendo: aquí tenéis una<br />

pedagogía en matemáticas que ha sido experimentada por cinco<br />

millones de alumnos en veinticinco países. Después de tanta<br />

experimentación, llegamos a la conclusión de que un alumno de<br />

coeficiente intelectual normal ha de aprender, con cinco horas de<br />

enseñanza, utilizando este método, cuatro lecciones. ¡Esto es una<br />

constante! Si no sucede así, será por excepción. .<br />

Siguiendo el paralelismo, aquí tenéis un método de oración<br />

experimentado por millares de personas. Después de<br />

experimentarlo, llegamos a la conclusión de que, con cinco horas<br />

de oración un alma de estructura psíquica normal ha de conseguir<br />

cuatro grados de paz y tres de humildad. ¡Esto es una<br />

"constante!". Pues ya nos podemos despedir: no hay constantes!<br />

Lo que va a suceder es que, de repente, con cinco horas de<br />

oración va a conseguir medio grado de paz, y de pronto, media<br />

hora de oración le va a proporcionar cincuenta grados de paz.<br />

¡Paciencia!: el arte de saber, y aceptarlo con paz, que no<br />

necesariamente a nuestros esfuerzos por buscarlo corresponderá<br />

la gracia de encontrarlo, que no necesariamente los resultados<br />

serán proporcionales a los esfuerzos, que no existen constantes<br />

psicológicas ni leyes de proporcionalidad, que aquí todo es


20<br />

imprevisible y desconcertante porque Él es así: pura gratuidad.<br />

Y de aquí nace esa terrible ley por la que las personas<br />

abandonan la vida con Dios: la ley de la desproporción entre los<br />

esfuerzos y los resultados. En efecto, la observación de la vida<br />

me lleva a la conclusión de que esta desproporción es la raíz<br />

principal por la que las personas abandonan la vida de oración.<br />

Estamos acostumbrados a la rapidez y a la eficacia. Todo lo<br />

queremos rápido, eficaz, casi automático: a tanta acción, tanta<br />

reacción; a tales causas, tales efectos; a tales esfuerzos, tales<br />

resultados. Continuamos en el esfuerzo porque vemos los<br />

resultados positivos; los resultados dinamizan el esfuerzo, y el<br />

esfuerzo produce los resultados; y en este circuito vital avanza<br />

toda actividad humana.<br />

Pero en la vida con Dios no sucede eso. Más bien nos<br />

parecemos a aquellos pescadores que estuvieron toda la noche<br />

con las redes tendidas, y a la mañana siguiente las redes estaban<br />

vacías: ¡Desproporción entre los esfuerzos y los resultados! O<br />

como en aquella clásica comparación de santa Teresa: echar el<br />

balde en el pozo una y mil veces y... ni una gota de agua:<br />

desproporción entre los esfuerzos y los resultados.<br />

Las personas van perdiendo la fe en todo esto, mientras van<br />

comentando: esto parece irracional, estamos perdiendo el tiempo<br />

¡no vale la pena...! y acaban por abandonarlo todo.<br />

Por no saber que no necesariamente a nuestros esfuerzos por<br />

buscarlo corresponderá la gracia de encontrarlo. Por no saber y<br />

aceptar en paz que no necesariamente los resultados serán<br />

proporcionales a los esfuerzos. Por no saber y aceptarlo con paz<br />

que Él es así: pura gratuidad. En suma, por no tener paciencia.<br />

hasta el final.<br />

b) Oración auditiva<br />

Toma una frase breve y evocadora, algo así como una<br />

jaculatoria, que a ti te conmueva profundamente. Tiene que ser<br />

una sola frase, por ejemplo «mi Dios y mi todo», «misericordia,<br />

Dios mío», «Señor, Señor»...<br />

Comienza a pronunciar esa expresión con la boca, pero sin<br />

voz, más o menos cada diez segundos.<br />

Al pronunciarla, trata de hacerlo sin tensión, con mucho<br />

sosiego y mucha concentración, sintiendo profunda y<br />

serenamente el contenido de la frase.<br />

Poco a poco irás sintiendo que Dios mismo, su santa<br />

presencia va inundando serenamente tu ser.<br />

Si te sientes bien, continua así mismo. Pero si sientes deseo<br />

de silenciarte, ve distanciando paulatinamente la repetición de<br />

la jaculatoria, dando lugar cada vez más al silencio, hasta<br />

quedarte completamente en silencio en la presencia.<br />

Si no sucede algo de esto, continua repitiendo la frase,<br />

dejándote llevar de la iniciativa del espíritu. .<br />

c) Oración de acogida<br />

Toma una correcta posición; palmas <strong>hacia</strong> arriba sobre las<br />

rodillas, respirando paz. Jesucristo resucitado está aquí ahora,<br />

vivo y presente. Ábrele de par en par las puertas de la intimidad<br />

y acógelo en tu interior con las expresiones que van a<br />

continuación. Después de decir cada expresión, haz una pausa<br />

más o menos larga (medio minuto, un minuto) identificando<br />

todo tu ser con el significado y contenido de cada frase.<br />

65


64<br />

oración afectiva o impotencia dolorosa, elevación de espíritu u<br />

opresión de angustia, entusiasmo sublime o el abatimiento de<br />

una profunda humildad.<br />

Modalidades<br />

Naturalmente, en la vida con Dios hay una progresión lenta<br />

y evolutiva desde los primeros pasos hasta los últimos de la<br />

contemplación.<br />

Damos por descontado el hecho de que un. alma que inicia<br />

el camino de la oración no va a entrar inmediatamente en el<br />

trato de adoración que acabamos de describir, a no ser que haya<br />

recibido una gratuidad infusa extraordinaria.<br />

En todo caso, como nosotros queremos dar a este trabajo un<br />

carácter eminentemente práctico, vamos a colocar aquí, aunque<br />

sea esquemáticamente, algunas de las modalidades que nosotros<br />

utilizamos en los Talleres de Oración y Vida.<br />

a) Lectura rezada<br />

Toma en tus manos una oración escrita, una que realmente<br />

te llegue al alma.<br />

Quédate sosegado y tranquilo, haciendo una breve<br />

invocación al Espíritu Santo.<br />

Comienza a leer la oración muy despacio, con serena<br />

concentración.<br />

Mientras lees, procura sentir con toda el alma lo que tus ojos<br />

leen, haciendo «tuyas» esas frases.<br />

Si te encuentras con una frase que, no se sabe por qué, te<br />

conmueve y despierta en ti resonancias especiales, detente ahí y<br />

repite muchas veces esa expresión.<br />

Si no sucede esto, sigue leyendo lentamente, sintiendo con<br />

toda el alma lo que vas leyendo.<br />

Vuelve atrás para revivir las expresiones más fuertes. Y así<br />

La sequedad y sus remedios<br />

Si la oración es la concentración de las energías mentales y<br />

afectivas en el Uno y Único; la distracción es la dispersión de la<br />

atención en mil direcciones, escapándose al control de la<br />

conciencia. Cuando esta dispersión no es una situación pasajera,<br />

sino una impotencia permanente para concentrarse en el Señor, y si<br />

esta situación se prolonga por una temporada más o menos larga,<br />

entonces la llamamos sequedad. La sequedad suele ir acompañada<br />

de una sensación de enervamiento, impotencia y desgana.<br />

Cuando la sequedad se apodera de una personalidad pesimista,<br />

su reacción inmediata suele ser: «Todo está perdido».<br />

«No hay nada que hacer»; «Yo no nací para esto». Su impulso<br />

inevitable suele ser el de abandonarlo todo.<br />

Esta impotencia para el trato con el Señor que llamamos<br />

sequedad, produce tristeza y desaliento. Hay tres palabras que<br />

están mutuamente condicionadas.: distracción, sequedad,<br />

aridez; con frecuencia es difícil distinguir sus correspondientes<br />

fronteras, porque están mutuamente entrelazadas, y no rara vez<br />

ellas están en relación de causa y efecto.<br />

Los maestros de espíritu nos han dejado descripciones<br />

asustadoras. Santa Teresa la describe como quien echa el<br />

caldero al pozo y no saca ni una gota de agua; sigue echando el<br />

caldero al pozo una y otra vez y... nada. Y dice la Santa que, a<br />

veces, ni tendrá fuerzas para extender el brazo para agarrar el<br />

caldero; en esos momentos será incapaz de ordenar ni un solo<br />

pensamiento. Y agrega santa Teresa que hubo años en que<br />

hubiera estado dispuesta a someterse a cualquier penitencia<br />

pesada antes de recogerse para la oración, y que, al entrar al<br />

oratorio, se le caía el alma a los pies y le invadía una gran<br />

tristeza.<br />

21


22<br />

He aquí por qué millares de personas abandonan la<br />

actividad orante. Se sintieron abatidas por la desproporción<br />

entre los esfuerzos y los resultados, y acabaron por pensar que<br />

no valía la pena seguir en el esfuerzo.<br />

Sin embargo, siempre están dispuestos a reemprender el<br />

camino, porque presienten que, sin oración, su vida no tendrá<br />

sentido.<br />

En cuanto a las causas de la sequedad, suelen ser las siguientes:<br />

- Un activismo exagerado que desintegra la unidad interior.<br />

- Puede haber también otra serie de factores intrínsecos a la<br />

naturaleza de la oración como el silencio de Dios, la oscuridad<br />

de la fe, la inclinación congénita de la mente a la dispersión, la<br />

influencia de los sentidos exteriores sobre las facultades<br />

interiores...<br />

- Hay también causalidades que escapan al diagnóstico, como<br />

ciertos estados de ánimo, la inestabilidad, las alteraciones del<br />

humor, la melancolía y el tedio, los descensos de animo y las<br />

oscilaciones de la vitalidad...<br />

- En más de una ocasión, las sequedades son pruebas<br />

purificadoras promovidas expresamente por Dios.<br />

¿Qué hacer?<br />

Cuando llegan las épocas de sequedad, la mayoría de los<br />

orantes siente un impulso fuerte de desplegar energías<br />

desbordantes para vencer la sequedad. Dice santa Teresa:<br />

«Mientras más la quieren forzar, en estos tiempos, es peor y<br />

dura más el mal». Hay personas que, si realizan un gran<br />

despliegue de energías, quedan completamente agotadas. Muy<br />

pronto se apodera de ellas la ansiedad y la impotencia, lo que,<br />

63<br />

No sólo la oración de cada persona es esencialmente<br />

diferente, sino que la oración de una misma persona puede ir<br />

variando de una época a otra, de un tiempo a otro, incluso de un<br />

día para otro, de una hora a otra.<br />

La manera de enfrentar el mundo circundante, o de enfrentar<br />

a las personas con quienes trata es diferente en un niño, en un<br />

adolescente, en un varón, en una mujer, en un joven, en un<br />

anciano. Es diferente en una persona audaz, en una persona<br />

timorata, en un impaciente que en un sosegado. Así mismo va<br />

variando el trato con Dios.<br />

La madurez no necesariamente depende de la edad. Un<br />

fuerte golpe puede hacer madurar a una persona más que en<br />

cinco años normales. La sensibilidad emocional, la profundidad<br />

personal, la capacidad de decisión o la perseverancia pueden<br />

depender de la edad, pero también de otras causas<br />

desconocidas. Todos estos factores influyen en la calidad y<br />

profundidad de la oración.<br />

El encuentro con Dios, como parte integrante de la vida, irá<br />

adaptándose a las disposiciones ambientales de la persona.<br />

Las preocupaciones, las enfermedades, la depresión, la<br />

euforia, finalmente, un «no sé qué» imponderable, dificultan,<br />

imposibilitan o favorecen una u otra clase de encuentros con<br />

Dios.<br />

Como «tratar con Dios» es vivir, y vivir es adaptarse, el<br />

trato de amistad (con Dios) ira adaptándose con dinamismo y<br />

flexibilidad a cada persona, utilizando alternativamente el<br />

entusiasmo o la aridez, la inteligencia o la imaginación, la<br />

devoción o la sequedad.<br />

En suma, el trato de amistad puede tener diferentes características<br />

según diferentes circunstancias: será triste o<br />

gozoso, silencioso o expansivo, activo o pasivo, oración real o<br />

recogimiento apacible, meditación o simplemente una mirada,


62<br />

Sin embargo, esta expresión de la santa de Lisieux es un<br />

modo de hablar. No solo no hay fusión, sino que cuanto más<br />

avanza el alma en el amor de Dios, la claridad que distingue y<br />

divide, repetimos, resulta fulgurante, y hasta cierto punto<br />

doloroso al comprobar el alma la hermosura de Dios en<br />

contraste con la fealdad de ella misma.<br />

Sé muy bien que el lector, zarandeado por el torbellino de la<br />

vida moderna, reaccionara protestando: «Esto no es posible para<br />

mi; es un mundo inalcanzable». No es inalcanzable. La potencia<br />

mística, enterrada en el ultimo nivel del alma del lector puede<br />

estar dormida, atrofiada o congelada. Pero está viva. Está<br />

esperando una mano mágica que la toque y la despierte, y la<br />

estimule y le señale altos horizontes.<br />

Es fácil racionalizar. Recuerdo al lector la historia de la<br />

tradición mística española, riqueza única en la Iglesia.<br />

Si otros volaron (y vuelan) a esas alturas, ¿por qué nosotros<br />

no?<br />

En todo caso, si no surgen en la Iglesia verdaderos<br />

adoradores en espíritu y en verdad, no esperemos profetas que<br />

resplandezcan ante el mundo.<br />

Diversidad<br />

Debido a que cada ser humano es diferente en su ser, en su<br />

sentir y en su actuar, la oración o «trato de amistad» va<br />

adquiriendo en cada persona novedades y emergencias dentro<br />

del más diverso abanico: estados de animo, ritmos de<br />

crecimiento, edad, disposiciones psicosomáticas, humor...<br />

23<br />

en lugar de solucionar la sequedad, la recrudece; y, metidos en<br />

esta espiral, sintiéndose fracasados, optan por abandonar la<br />

actividad orante.<br />

No es echando encima ejércitos compactos como se vence a<br />

este enemigo, sino, paradójicamente, rindiéndose<br />

abandonándose, aceptando con calma y paz una situación que<br />

tanto nos limita, con paciencia sin caer en complejos de culpa.<br />

Nada se consigue con resistir. Santa Teresa nos entrega<br />

estos consejos llenos de sabiduría: «Rece como pudiere, y,<br />

mejor aún, no rece, sino, corno enferma, procure dar aliento a<br />

su alma... no ahoguen a la pobre alma, pasen como pudieren<br />

este destierro».<br />

Todo pasará. Todo esta en perpetuo movimiento. Pasará la<br />

sequedad. Vendrán días mejores. Saldrá el sol.<br />

Lo difícil y necesario es:<br />

- Seguir creyendo en la luz cuando nos hallamos envueltos en<br />

densas tinieblas.<br />

- Permanecer de pie cuando nos hallamos en el ojo del huracán.<br />

- Seguir caminando cuando la niebla no nos permite ver ni a dos<br />

metros de distancia.<br />

- Seguir brillando cuando las personas protestan y preguntan:<br />

“¿Para qué sirve el brillo?».<br />

- Seguir echando las redes aun cuando no haya caído ni un solo<br />

pez durante toda la noche.<br />

- Seguir echando el caldero en el pozo aun cuando hasta ahora<br />

no hayamos sacado ni una gota de agua.<br />

Como dijimos, estamos acostumbrados a dos leyes típicas<br />

de la sociedad tecnológica: la rapidez y la eficacia.<br />

Pero, en la vida con Dios, no su cede eso, sino lo contrario:


24<br />

los resultados son imprevisibles, el crecimiento no es<br />

armoniosamente evolutivo, la iniciativa de Dios es desconcertante<br />

por ser pura gratuidad, y la respuesta del hombre es<br />

imprevisible por la versatilidad de la naturaleza.<br />

Lo importante es abandonarse en manos de la sequedad. No<br />

resistir. Dejarse llevar pacientemente y, esperar. Vendrán días<br />

mejores. Creer y esperar contra toda esperanza. Vencer el<br />

desconcierto con el humilde abandono. Permanecer despiertos,<br />

velando junto a Jesús durante toda la noche árida de Getsemaní.<br />

Abandonarse y esperar con humilde paciencia. Se acaba la<br />

noche. Ya asoma la aurora. Pronto saldrá el sol.<br />

61<br />

Alvernia en que no cesó de exclamar: «¿¡Quién sois vos y quién<br />

soy yo!?».<br />

La conciencia, vacía del yo empírico y concentrada en el tu, es<br />

irresistiblemente atraída por el tu, totalmente identificada con el<br />

tú. El adorador es arrastrado, sacado de si mismo.<br />

Para cuando llega esta situación, todo es obra de la gracia. A<br />

estas alturas no sirven para nada los apoyos psicológicos ni<br />

demás estrategias humanas. Es Dios. Es Dios el que, en su<br />

infinita misericordia y potencia, se despliega sobre los mil<br />

mundos de nuestra interioridad.<br />

Casi desaparece la dualidad, sin perderse por cierto la<br />

conciencia diversificadora, como dijimos, entre Dios y el alma.<br />

Hasta cierto punto podemos decir que hay una sola realidad,<br />

porque esta clase de encuentros engendra amor, y el amor es<br />

unificador, y hasta cierto punto identificante.<br />

Desde que Dios nos creó a imagen y semejanza suya, el<br />

destino final de las alianzas es llegar a ser «uno» con Él, sin<br />

perder la identidad. No olvidemos que la fuerza intrínseca del<br />

amor es hacer uno a los que se aman. Y hasta me atrevería a<br />

decir que el destino final, la cumbre mas alta del encuentro está,<br />

hasta cierto punto y en cierto sentido, en que desaparece la<br />

dualidad entre el alma y Dios.<br />

San Juan de la Cruz, maestro de maestros en cosas del<br />

espíritu, llega a decir: «Y se hace tal unión cuando Dios hace al<br />

alma esta tan sobrenatural merced que todas las cosas de Dios y<br />

del alma son una en transformación participante. Y el alma más<br />

parece Dios que alma, e incluso es Dios por participación».<br />

Y santa Teresita agrega: «Aquel día ya no fue una mirada<br />

sino una fusión. Ya no éramos dos». Teresa había desaparecido<br />

corno la gota de agua se pierde en el fondo del mar. Sólo<br />

quedaba Jesús como dueño, como rey.


60<br />

Vivencia inmediata<br />

Ahora bien, ¿qué sucede en ese estado, en ese momento?<br />

Cuando el encuentro va avanzando progresivamente <strong>hacia</strong> una<br />

verdadera adoración en espíritu y en verdad, la oración misma<br />

tiende a ser cada vez más simple, más profunda y más posesiva.<br />

La reflexión tiende a desaparecer, y el encuentro viene a ser un<br />

instante vital cada vez más posesivo y totalizador.<br />

Aunque no podemos hacer dicotomías, se puede decir que la<br />

facultad de experimentación no es sobre todo la mente, sino la<br />

persona total, y la comunicación y la unión se consuman de ser<br />

a ser. Es como un sumergirse en un mar sin fondo.<br />

Para este momento cesa la actividad diversificante y<br />

pluralizadora de la conciencia, y el adorador, en un acto simple<br />

y total, se siente en Dios, con Dios, dentro de Él y Él dentro de<br />

mi.<br />

Se trata, pues, de una especie de intuición densa y penetrante<br />

al mismo tiempo, y sobre todo muy vívida, sin<br />

imágenes, sin pensamientos determinados. No hay<br />

representación. No es necesario hacer presente a nadie, porque<br />

el ausente ya está presente aquí, ahora, conmigo: es una<br />

vivencia consciente e inmediata de la gran realidad que me<br />

desborda absolutamente. Sin embargo, no es una realidad difusa<br />

e informe, sino alguien cariñoso, familiar, queridísimo. .<br />

En suma: se trata de una vivencia inmediata de Dios.<br />

El yo no es absorbido, sino asumido por el tú. La identidad<br />

personal es más nítida que nunca. Más aún, la conciencia de la<br />

diversidad entre el alma y Dios puede adquirir en algunos<br />

adoradores perfiles dramáticos, como el choque entre luz y<br />

oscuridad, como sucedió a Francisco de Asís aquella noche del<br />

2.- PURIFICACIÓN Y ASCENCIÓN<br />

Mar agitado<br />

PENITENCIAL<br />

¿Qué nos proponemos con este libro? Caminar rumbo a<br />

Dios, llegar y entrar en su presencia, dejarnos impregnar de su<br />

esencia y figura, y después salir al mundo transfigurados.<br />

Pero, al querer avanzar por la ruta propuesta, el peregrino<br />

comienza a darse cuenta de que la vía por la que camina está<br />

erizada de obstáculos e interferencias que interrumpen la<br />

marcha libre y expedita <strong>hacia</strong> Dios.<br />

El caminante toma conciencia, precisamente ahora, de que su<br />

interior está agitado y turbulento, y de que le es imposible<br />

permanecer en silencio y paz con el Señor.<br />

¿Por qué precisamente ahora?<br />

El hombre, en su actividad ordinaria vive normalmente como<br />

ajeno a sí mismo, fugitivo de si mismo.<br />

Pero, al viajar <strong>hacia</strong> adentro para entrar en comunión con<br />

el Señor, el orante constata que sus mundos interiores están<br />

poblados de fuerzas regresivas y agresivas, y que en su<br />

intimidad más profunda no habita la paz, sino la guerra.<br />

Imposible la comunión entre dos seres tan disímiles.<br />

En efecto, cuando el orante se asoma analíticamente a sus<br />

mundos interiores, puede encontrarse, y con frecuencia se<br />

encuentra, con un estado general lamentable: tristezas, rencores,<br />

melancolías, bloqueos emocionales, antipatías alimentadas,<br />

frustraciones, temores, ansiedades... agresividad de todo género<br />

y guerra generalizada.<br />

25


26<br />

El orante sabe por experiencia que el Dios de la paz<br />

necesariamente naufraga en ese mar turbulento y agitado; y<br />

siente la necesidad urgente de una purificación que no vendrá<br />

sino por el camino de una reconciliación general que consiste<br />

en apagar las llamas, silenciar los conflictos, sanar las heridas,<br />

asumir historias dolientes, aceptar rasgos negativos de la<br />

personalidad, perdonarse a sí mismo, perdonar a los hermanos,<br />

en una palabra, eliminar las guerras interiores.<br />

Oración de abandono<br />

Pero démonos cuenta desde el primer momento de que esta<br />

reconciliación, a pesar de ser una terapia enormemente<br />

purificadora, no la consideramos aquí ni la usamos como<br />

terapia, sino como oración; y, por cierto, la más alta y profunda<br />

expresión de la oración evangélica: la oración de abandono.<br />

En efecto, como se verá a lo largo de estas páginas, en esta<br />

oración de abandono hay encerrado, primeramente, un<br />

homenaje de silencio y fe, porque el creyente trata de atravesar,<br />

con una mirada de fe, el bosque de los fenómenos empíricos,<br />

causas primarias y apariencias exteriores, y más allá de todo,<br />

descubre a aquel que es el fundamento fundante de toda<br />

realidad: Dios Padre; detrás de lo que se ve, descubre al que no<br />

se le ve.<br />

En segundo lugar, la oración de abandono contiene el amor<br />

mas evangélicamente puro, el amor oblativo. Hablamos de<br />

oblativo porque hay un sacrificar, un morir a una criatura<br />

vivísima, pero autodestructiva como el resentimiento, la<br />

vergüenza, la tristeza, la repugnancia... con un «no se haga lo<br />

que yo quiero, sino lo que quieres tu». Hay pues, en esta<br />

oración, un morir a todas las fuerzas regresivas y agresivas del<br />

corazón como homenaje de silencio, fe y amor. «Hágase tu<br />

voluntad».<br />

un vacío interior como quien apaga la luz de la habitación.<br />

Todo se ha borrado. Todo esta vacío. Dentro de mi no hay<br />

nada, fuera de mi no hay nada. ¿Qué queda? Lo más<br />

importante: la presencia de mí mismo a mí mismo en silencio y<br />

paz.<br />

Sólo en este momento puedo verdaderamente sentir y decir:<br />

tu eres mi Dios; estás conmigo.<br />

Ahora -viene a decir Jesús- percibirás que el Padre está<br />

contigo. El Padre también antes estaba contigo, pero la<br />

polvareda y la dispersión impedían percibir su presencia. Pero<br />

ahora que la polvareda se la llevó el viento del silenciamiento, y<br />

la atmósfera interior quedó transparente y quieta, ahora<br />

percibirás que la presencia del Padre se hace patente y evidente<br />

para ti. En suma, percibirás que el Padre está contigo.<br />

Ahora bien; si yo me encuentro a solas con mi Padre, ¿Qué<br />

hacer ahora?, ¿cómo adorar? Mira, ya que el Padre está contigo,<br />

simplemente quédate con El. ¿Qué significa quedarse con El?<br />

Significa establecer una corriente atencional y afectiva con un<br />

tú. Mis energías mentales y afectivas salen de mi, se proyectan<br />

en un tú, se quedan en un tú; y todo mi ser permanece quieto,<br />

concentrado, compenetrado en un tú, con un tú, en silencio, en<br />

la fe, en el amor.<br />

Significa hablar con Él, y hablar no significa un intercambio<br />

de palabras, sino de interioridades: yo contigo, tu conmigo.<br />

De tal manera que dos presencias, como dijimos, previamente<br />

conocidas y amadas, se hacen mutuamente presentes y<br />

se establece aquella corriente alterna y circular de dar y recibir,<br />

amar y sentirse amados. Dejando a un lado las expresiones<br />

teóricas, digamos que todo lo dicho se reduce a la experiencia<br />

del «estás conmigo». Mi Dios me envuelve, me compenetra, me<br />

ama.<br />

59


58<br />

son de madera, sino de otro género. En realidad, se trata de un<br />

encuentro singular de dos sujetos singulares que se hacen<br />

mutuamente presentes en un aposento particularmente singular:<br />

en espíritu y en verdad.<br />

Estas condiciones, hoy día, se sintetizan y se identifican con<br />

una palabra moderna: silenciamiento.<br />

Siempre me impresionan las insistencias de san Juan de la<br />

Cruz:<br />

Aprended a estaros vacíos de todas las cosas interiores<br />

y exteriores, y veréis corno resplandece Dios.<br />

No me cansaré de repetir: para que «aparezca» Dios, para<br />

que su presencia, en la fe, se haga densa y consistente para mí,<br />

es necesaria una atención purificada de presencias<br />

perturbadoras, preparando así el aposento interior, vacío de<br />

personas y clamores.<br />

Cuanto más se silencien las criaturas y las imágenes, cuanto<br />

más despojada esté el alma, tanto más se percibirá que «el<br />

Padre esta ahí, contigo».<br />

Los pájaros seguirán cantando, los motores zumbando, los<br />

niños gritando. Tu desliga la atención de todo eso, como quien<br />

oye todo y no escucha nada. Silenciar significa sustraer la<br />

atención a todo lo que bulle alrededor, de tal manera que el<br />

orante se haga ausente de todo, como si nada existiera. En<br />

cuanto al silenciamiento corporal, la palabra clave es soltar. Se<br />

suelta lo que está atado. Sentirás la sensación de que los nervios<br />

están atados, suéltalos; que los músculos están agarrotados,<br />

suéltalos. Soltar es relajarse, y relajarse es silenciar. La tensión<br />

es clamor; el relax, silencio.<br />

Finalmente, silenciamiento mental. Los recuerdos, las<br />

imágenes y los pensamientos se te prenden, suéltalos. Los<br />

sentimientos y las emociones se te prenden, suéltalos, haciendo<br />

No hay derrota posible para los que se<br />

abandonan.<br />

La oración de abandono, como acto y actitud, es un camino<br />

de alta velocidad para conducirnos a toda liberación, a toda<br />

santidad, Y (¿por qué no?) a toda felicidad.<br />

La oración de abandono hace vivir en alto voltaje los<br />

elementos mas constitutivos del Evangelio: la fe y el amor.<br />

La vida misma le obliga al cristiano a vivir permanentemente<br />

en actitud de abandono, porque en cualquier momento<br />

del día llegan sorpresivamente molestias, disgustos,<br />

decepciones, desalientos, enfermedades, traiciones,<br />

incomprensiones...; el creyente (después de luchar por<br />

solucionar todo lo que tiene solución) descubre la mano del<br />

Padre que dispone y permite todo, renuncia a su instintiva<br />

resistencia mental, y se entrega en sus manos en silencio y paz.<br />

El peor disgusto puede esfumarse con un «hágase tu<br />

voluntad». No hay analgésico mas eficaz para las penas de la<br />

vida.<br />

El «abandonado» acalla las rebeldías reactivas que le<br />

brotan de los golpes de la vida, apaga los clamores del<br />

resentimiento, apoya su cabeza en las manos del Padre, y con<br />

un «hágase tu voluntad», queda en silencio y paz, y consigue<br />

vivir libre y feliz.<br />

Con la vivencia del abandono nace la serenidad, desaparecen<br />

los complejos, los miedos se los lleva el viento, las<br />

angustias son desterradas, las amarguras se truecan en dulzuras,<br />

desaparece la ansiedad por el incierto porvenir; con un «hágase<br />

tu voluntad» los fracasos dejan de ser fracasos y la muerte deja<br />

de ser muerte, como sucedió en Getsemaní.<br />

27


28<br />

Definitivamente, no hay derrota posible para los que se<br />

abandonan.<br />

He aquí, pues, que, desde ahora y en las paginas que siguen,<br />

abrimos una ancha alameda por la que avanzará la<br />

reconciliación a banderas. desplegadas. Expondremos<br />

desmenuzadamente la vivencia de la oración de abandono, cuya<br />

practica dejará al cristiano en estado de armonía y paz, para<br />

después internarse resueltamente en las profundidades divinas,<br />

según el propósito de este trabajo. Expliquémonos.<br />

Como se generan las guerras interiores<br />

El ser humano (usted, yo), sin haberlo querido, sin haber<br />

escogido ni optado por la vida, se encuentra aquí sorpresivamente<br />

como persona. Y, al entrar en relación con todo lo<br />

que él no es, le nace al hombre el primer motivo de conducta: el<br />

«principio del placer». Me explicaré. El hombre encuentra,<br />

dentro de sí y fuera de sí, cosas que le gustan, realidades que le<br />

causan sensación agradable, y otras realidades que no le gustan,<br />

que le causan desagrado.<br />

Al saborear las realidades agradables, le nace al hombre<br />

espontáneamente la complacencia, la adhesión, en suma, la<br />

apropiación. Dicho de otra manera: las cosas agradables el<br />

hombre se las apropia emocionalmente, y establece con ellas<br />

una adhesión posesiva.<br />

Cuando la cosa agradable la siente amenazada con peligro<br />

de perderla, el hombre se turba. Es el temor, que no es otra cosa<br />

que una descarga de energía agresiva para la defensa de la<br />

propiedad amenazada. Nace la guerra.<br />

Sucede también otra cosa: aquellas realidades que le<br />

57<br />

El Concilio acaba diciéndonos que «<strong>hacia</strong> ese valor tienden<br />

las energías vitales del hombre cuando, busca el silenciamiento<br />

para la contemplación».<br />

Tratemos de expresar estas ideas con nuestras propias<br />

palabras: cuando una persona se capta experimentalmente a si<br />

misma, esta persona tiene la percepción de que ella «consta» de<br />

diferentes niveles de profundidad o interioridad, y de que hay<br />

un ultimo nivel donde nadie puede hacerse presente salvo Aquel<br />

que supera todo tiempo y todo espacio.<br />

Ya en la Edad Media Duns Scoto definía el misterio de la<br />

persona con estas palabras: «la ultima soledad del ser».<br />

Hay, pues, en la constitución del ser humano un «algo» que<br />

le hace ser «él mismo», diferente a todos, y que, como una<br />

franja de luz, atraviesa toda la esfera de la persona dándole<br />

propiedad, diferenciación e identificación.<br />

Esta soledad (ser uno mismo) es percibida cuando se<br />

silencia todo el ser: es decir, el mundo mental, corporal y<br />

emocional. De tal manera que, a la hora de experimentarse, se<br />

identifican y se confunden estas dos expresiones: silencio y<br />

soledad. Dicho de otra manera: la percepción de su identidad<br />

personal (soledad) es el resultado del silenciamiento total.<br />

«La cena que recrea y enamora»<br />

La primera condición para «estar» con el Padre, según<br />

Jesús, es: «Entra en tu cuarto». El concepto de ese «cuarto» hay<br />

que ampliarlo, entendiéndolo en sentido figurado. Hoy<br />

diríamos: hazte presente en la última soledad del ser.<br />

Segunda condición: «Cierra las puertas». Esas puertas no


56<br />

Cuando el Despertado se hace presente, los despertadores<br />

desaparecen. Es decir, Dios mismo, vivo y verdadero, es «otra<br />

cosa» que las imágenes con que lo revestimos, las palabras con<br />

que lo expresamos o las criaturas que nos lo evocan.<br />

¿Cómo llegar al Dios verdadero, quedarnos con Él mismo,<br />

mismísimo Dios en su esencia simple y total? He aquí la<br />

cuestión.<br />

Para adorarlo en espíritu y verdad necesitamos despojar a<br />

Dios de todos los ropajes que, si bien no son falsos, al menos<br />

son imperfectos y ambiguos, ya que los pensamientos más<br />

elevados y las expresiones más inspiradas son pálidas sombras,<br />

figuras deslavadas en comparación con lo que Él realmente es.<br />

Necesitamos silenciar al Dios de nuestros conceptos para<br />

quedarnos con el Dios de la fe.<br />

Apoyarse en la creación para adorar puede ser para algunos<br />

una manera eficaz para orar. Pero en el jardín o en el campo mil<br />

reflejos distraen, los sentidos se entretienen y el alma se<br />

conforma con pequeños detalles de Dios.<br />

Pero en la fe pura y en la naturaleza desnuda, en el<br />

silencio y soledad del corazón, la Presencia refulge con luz<br />

absoluta.<br />

«La soledad sonora»<br />

El documento conciliar Gaudium et spes nos indica que el<br />

hombre lleva una «zona interior de soledad...», «donde Dios<br />

aguarda para decidir su destino».<br />

Se trata, pues, de una zona interior y secreta, un espacio de<br />

soledad donde Dios espera al hombre para el dialogo y la<br />

adoración, y sobre todo para hacerlo participe de su vida. .<br />

29<br />

desagradaban, el hombre las resiste mental y afectivamente;<br />

esto es: suelta una descarga emocional para agredirlas y<br />

destruirlas. La denominamos resistencia mental. Es la guerra.<br />

Y el hombre puede llegar a vivir en un estado general de<br />

guerra no declarada con todo aquello que le disgusta y rechaza:<br />

su nariz, su estatura, su obesidad, su frágil memoria,<br />

avergonzado y entristecido, su temperamento, su carencia de<br />

encanto, su triste talante, sus compañeros de trabajo, sus<br />

enemigos políticos, sus familiares, sus parientes, el tráfico<br />

insoportable, el calor tropical...<br />

Todo lo que le disgusta lo resiste, y lo declara enemigo. En<br />

consecuencia, el hombre puede comenzar a vivir<br />

universalmente sombrío, temeroso, suspicaz y agresivo.<br />

Si no me gustan estas manos, ellas son mis enemigas. Si<br />

siento vergüenza por esta figura, ella es mi enemiga. Si estoy<br />

irritado por este ruido tan molesto, es mi enemigo.<br />

Los enemigos están, pues, dentro de nosotros. O los<br />

enemigos existen en cuanto nosotros les damos vida con<br />

nuestras resistencias mentales.<br />

Si los enemigos están dentro de nosotros, los amigos<br />

también están dentro de nosotros. Si acepto esta figura, por muy<br />

poco agraciada que sea, es mi amiga. Y el primer capitulo de la<br />

liberación interior consiste. en hacerse amigo de si mismo.<br />

Este tipo, por muy antipático que sea, si lo acepto, es mi<br />

amigo. El problema no esta en él, sino en mi. Si acepto esta<br />

lluvia tan inoportuna es la hermana lluvia. Si acepto esta<br />

enfermedad., es la hermana enfermedad. Si acepto la muerte, es<br />

la hermana muerte.<br />

El bien y el mal, pues, están dentro de nosotros, y en<br />

nuestras manos está la capacidad de transformar todos los males


30<br />

en bienes.<br />

Como se apagan las guerras<br />

Las guerras se apagan con la oración (acto y actitud) de<br />

abandono; y todo acto de abandono incluye un no y un sí.<br />

Un no a todas las fuerzas autodestructivas, como la<br />

vergüenza, el resentimiento, la venganza..., y un sí. Sí, Padre: a<br />

lo que tu quisiste, dispusiste o permitiste. No se haga lo que yo<br />

quería o hubiera querido, sino lo que tu quisiste o permitiste.<br />

Estamos, pues, metidos, como dijimos arriba, en el amor más<br />

puro del Evangelio, que es el amor oblativo; oblativo porque<br />

hay implícito un no, un sacrificar, un morir a una criatura viva,<br />

pero destructiva.<br />

No a lo que yo quería o hubiera querido. ¿Qué hubiera<br />

querido? En el caso presente yo hubiera querido, ¡y ardientemente!,<br />

venganza, porque fue una verdadera infamia lo<br />

que me hicieron. No a esa venganza; y si, Padre, a lo que tu<br />

quisiste o permitiste. Hágase tu voluntad.<br />

No a lo que sentía o estoy sintiendo. ¿Qué estoy sintiendo?<br />

Vergüenza, una triste vergüenza por haber nacido yo tan poca<br />

cosa, física, psíquica o intelectualmente. No a esa vergüenza, y<br />

sí a lo que tu has querido o permitido.<br />

A pesar de ser tan poca cosa, soy una maravilla de tus<br />

dedos, portador de un aliento divino e inmortal. Me acepto tal<br />

como soy.<br />

Me consume un amargo resentimiento porque hasta<br />

ahora todo me ha salido mal en la vida; realmente, mi existencia<br />

está jalonada de fracasos. No a ese resentimiento, y sí a esa<br />

historia aciaga que tu, Dios, has permitido. Tu pudiste haber<br />

evitado esta cadena de fracasos y haber revertido la suerte de mi<br />

vida. Acepto con paz lo que, de hecho, has dispuesto o<br />

«La música callada»<br />

Para entrar en una verdadera adoración necesitamos<br />

previamente haber logrado dos condiciones: en primer lugar,<br />

aislarme por medio del silenciamiento de los clamores<br />

interiores y exteriores para llegar a la percepción de mi propio<br />

misterio e identidad.<br />

Y, en segundo lugar, sobrepasar ese bosque de imágenes y<br />

conceptos sobre Dios para quedarme con el mismísimo Dios en<br />

su esencia pura y verdadera, en la pureza total de la fe.<br />

Un ejemplo. Esta preciosa melodía despierta en mi, no sé<br />

por qué, el misterio viviente de mi Dios. Pues bien, si en un<br />

momento determinado toda mi alma quedara concentradamente<br />

prendada y prendida en mi Dios, ya desapareció la música. La<br />

música no desapareció, ella sigue sonando igual, pero yo ya no<br />

estoy con la música, estoy contigo.<br />

La música puede evocarme a Dios, pero una vez que el<br />

evocado aparece, la evocación desaparece. ¿Conclusión? Dios<br />

mismo está más allá, «es otra cosa» que las evocaciones que<br />

nos lo hacen presente.<br />

Otro ejemplo. Un buen día nos asomamos a un espléndido<br />

paisaje, y al contemplar tanta vitalidad, tanta variedad de<br />

colores todo ese esplendor nos evoca la fuente eterna de la<br />

belleza: el Señor. Pero si yo en un momento determinado, en mi<br />

ultima instancia y en la fe pura, quedara completamente perdido<br />

y encontrado en mi Dios, a solas con El, ya desaparecieron los<br />

ríos, las montañas y los perfumes. No desapareció nada: mis<br />

ojos están viendo los horizontes, mi piel sintiendo la brisa, mi<br />

olfato, los perfumes. Mis sentidos, sí; pero yo, no; yo estoy<br />

contigo; para mi, en este mundo, en este momento no existe<br />

nada, solo Tú.<br />

55


54<br />

imposible para mí, ahora, estar atento a usted.<br />

Esto constituye el abecé del conocimiento de la naturaleza<br />

de la mente humana. Es decir, la atención humana sólo puede<br />

estar fija simultáneamente en un solo punto.<br />

Si durante la oración estoy dando vueltas en mi mente a los<br />

problemas de la comunidad, no nos engañemos: estaré con los<br />

problemas de la comunidad, pero no estoy con Dios. Si durante<br />

la actividad orante estoy dando vueltas en mi mente a las<br />

dificultades de la parroquia, no nos hagamos ilusiones: estaré<br />

con la parroquia, pero no estoy con Dios.<br />

Ocurre con frecuencia que los orantes nunca se salen del<br />

circulo de sus fronteras e intereses, y, claro, nunca se quedan<br />

con Dios, siempre se quedan consigo mismos y con sus<br />

intereses; y, naturalmente, los problemas no se solucionan. .<br />

Falta una salida, una búsqueda desinteresada, «un corazón<br />

puro».<br />

Se llama la absoluta gratuidad de la adoración; por hablar de<br />

otra manera, la «inutilidad» de la adoración. Nuestra mentalidad<br />

esta amasada con criterios y valoraciones de utilidad: para qué<br />

sirve esto, cuanto vale eso. Pero la Biblia viene a decir que Dios<br />

no vale nada, no sirve para nada, más que para ser servido,<br />

alabado, adorado. Dicho de otra manera: la Biblia viene a decir<br />

que el Señor es tan único, tan excelso, tan incomparable que<br />

vale la pena que se le dedique todo el ser, toda la emoción, toda<br />

la intención y atención, por sí mismo, para sí mismo, sin otro<br />

interés, sin otra utilidad que Él mismo.<br />

permitido. Hágase tu voluntad.<br />

Me invade no sé qué sentimiento de tristeza al ver que ya se<br />

me fue la juventud y nunca volverá; y que ya estoy entrando en<br />

la plena decadencia que me conducirá inevitablemente al final.<br />

No a esa tristeza, y sí al modo como tu, Dios mío,<br />

organizaste la vida según las leyes universales, que las acepto<br />

con paz: lo que comienza, acaba; lo que nace, muere. Y yo<br />

acepto con paz el hecho de que un día, inexorablemente, tenga<br />

que acabar. Hágase tu voluntad. Se esfumó la tristeza, amaneció<br />

la paz.<br />

¡Qué pena! Fue un horrible desastre de carretera. ¿Qué<br />

sucedió más allá de las explicaciones empíricas? Dios permitió<br />

que la ley de la gravitación universal continuara funcionando, y<br />

como consecuencia sobrevino el desastre. ¿Por qué llorar? Son<br />

hechos consumados que no serán alterados jamás. No a esa<br />

pena, y si, Dios mío, a lo que tu permitiste: y, en lugar de llorar<br />

y gritar todo el día: ¿Por qué, Dios mío?, acepto con paz que,<br />

como consecuencia del cumplimiento inexorable de la ley de la<br />

gravitación, se haya producido este horrible accidente.<br />

¿No pudo Dios haber evitado semejante desastre? Absolutamente<br />

hablando, sí, porque el que puso una ley la podría<br />

deponer. Pero normalmente Dios es lógico consigo mismo, y<br />

respeta su creación, constituida a base de leyes universales.<br />

Reduzco, pues, a silencio mi mente, cierro la boca, y digo:<br />

«Hágase. Todo está bien. Paz».<br />

Acepto con paz el hecho de que yo no sea aceptado por<br />

todos, y el hecho de que con grandes esfuerzos vaya a conseguir<br />

pequeños resultados.<br />

Acepto con paz la ley de la insignificancia humana, esto es,<br />

que, después de mi muerte, todo sucederá igual como si nada<br />

hubiera sucedido.<br />

31


32<br />

Acepto con paz que todo en la vida sea efímero, precario,<br />

transitorio, y que nuestros sueños sean arrastrados por el viento<br />

a la nada. Acepto con paz el hecho inexorable de que en el<br />

mundo y en la vida todo pasa y nada queda; todo pasa como el<br />

viento, como las nubes, como las olas del mar.<br />

Deja, pues, hermano, que .las cosas sean lo que son. Y así<br />

como, consumido por completo el aceite, el fuego de la lámpara<br />

se apaga, así, apagadas las guerras interiores, el cristiano queda<br />

inundado de una profunda paz.<br />

Una roca en el mar, combatida fieramente por la galerna,<br />

permanece inconmovible. Así, el hermano «abandonado» queda<br />

tan solidamente anclado en la paz que no le conmueven ni los<br />

elogios ni los desprecios, y llega a alcanzar aquella serenidad de<br />

quien se halla por encima de los vaivenes de la vida.<br />

Los posibles y los imposibles.<br />

Hay hechos y situaciones en la vida que, resistiéndolos,<br />

combatiéndolos, se solucionan. Cada día y a cada paso nos<br />

encontramos con circunstancias adversas que nos molestan y<br />

nos hieren, pero que, con una estrategia acertada y un esfuerzo<br />

sostenido pueden ser neutralizados y, en ocasiones,<br />

completamente solucionados.<br />

Así, pues, cuando se nos hacen presentes en el camino<br />

emergencias inesperadamente dolorosas, es conveniente y<br />

necesario, en primer lugar, formularse estas preguntas: «¿Esto<br />

que tanto nos duele tiene solución? ¿Puede alterarse, cambiar o<br />

mejorar? ¿Puedo hacer algo?».<br />

Si se vislumbra en el horizonte alguna solución, aunque sea<br />

en pequeña proporción, no es la hora de abandonarse; sino la de<br />

53<br />

puerta, entraré». Se entra en un recinto cerrado; y allá dentro no<br />

hay un pueblo o una familia; allá dentro está él. “Si Él me abre<br />

la puerta, entraré, y yo cenaré con El y El conmigo”.<br />

Jesús es más explícito todavía: ¿Quieres adorar? Entra en tu<br />

aposento interior; cierra puertas y ventanas, y el Padre, que está<br />

ahí, te acogerá.<br />

Hablando de otra forma, podríamos decir que los actos más<br />

decisivos de la vida se toman a solas: se sufre a solas, se muere<br />

a solas. Toda interioridad es soledad, es decir, una identidad<br />

única e irrepetible, igual a sí misma y diferente de todas. De<br />

manera que todo encuentro es la convergencia de dos<br />

«soledades», también el encuentro con Dios.<br />

La «inutilidad» de la adoración<br />

No faltarán quienes cuestionen esta manera de entender la<br />

oración, calificándola de evasiva y alienante, agregando que<br />

hoy debemos buscar otra manera más comprometida, que<br />

debemos arrastrar a la oración los problemas de la comunidad,<br />

las tribulaciones de los pobres, las necesidades de la<br />

parroquia..., y allí, en la presencia de Dios, inquietarnos por<br />

todo y comprometernos a solucionar todo.<br />

Por un lado, estas consideraciones no dejan de tener su lado<br />

de verdad. Por otro lado, estos criterios pueden constituir un<br />

atentado contra el fundamento mismo de la adoración. Me<br />

explico.<br />

Si usted me expone a mi un problema, y si yo, en cuanto<br />

usted me habla estoy pensando en el problema de un amigo, ya<br />

no estoy con usted ni con su problema. Para poder estar yo,<br />

ahora, atento a usted y su problema, nadie puede estar conmigo.<br />

Y si en este momento mi atención esta ocupada por otro, es


52<br />

dimensión contemplativa, que va más allá de las palabras.<br />

Cuando Francisco de Asís intentó expresar alguna idea<br />

acerca de la oración, dijo: «...adorar y contemplar al Señor Dios<br />

vivo y verdadero con corazón y alma puros». Nosotros también<br />

utilizaremos indistintamente las dos palabras: orar y adorar; y<br />

al utilizarlas, siempre estaremos pensando en un trato de<br />

intimidad con el Señor, en una convergencia de interioridades<br />

consumada en el silencio del corazón, en la fe, en el amor.<br />

En la oración de intercesión, en la oración de alabanza y, en<br />

general, en las oraciones vocales entra todo el mundo:<br />

necesidades del pueblo, salud de los enfermos, intenciones del<br />

Santo Padre...<br />

En la adoración desaparece todo el mundo y quedamos a<br />

solas tú y yo, sin interés de ninguna clase, sin otra presencia que<br />

la Presencia. Y si no quedamos a solas tu y yo, no habrá<br />

propiamente encuentro con Dios.<br />

Podría estar yo en medio de un grupo orante de cinco mil<br />

personas, todas las cuales aclaman y cantan al Señor. Si yo, en<br />

mi ultima instancia, no quedara a solas con mi Dios, como si<br />

nadie existiera en este mundo, no habría encuentro verdadero<br />

con Dios.<br />

Al final de esta exposición de ideas vamos a llegar a la<br />

conclusión de que todo encuentro es intimidad, y toda intimidad<br />

es el momento y el punto en que se cruzan dos interioridades:<br />

yo contigo, tu conmigo.<br />

Digamos así, por hablar de alguna manera, que toda<br />

intimidad es un recinto cerrado, un «a solas».<br />

Los textos bíblicos que hacen referencia al trato con<br />

Dios lo expresan a modo de un recinto cerrado: «Vendremos a<br />

Él y haremos un hogar en Él». Por cierto, el hogar es un recinto<br />

cerrado. «Estoy a la puerta y llamo; si alguien me abre la<br />

33<br />

luchar y combatir con todas las armas disponibles y con la<br />

colaboración de los demás para alterar lo poco o mucho que sea<br />

posible cambiar.<br />

Mientras las posibilidades están dadas, y los horizontes<br />

abiertos, no hay que rendirse ante nada, sino poner en juego<br />

todas las energías para afrontar todos los posibles y conducirlos<br />

a la solución final.<br />

Sin embargo, mirando la realidad con la cabeza fría, el ser<br />

humano descubre con harta frecuencia que gran parte de las<br />

cosas que le disgustan, le entristecen o le avergüenzan no tienen<br />

absolutamente ninguna solución, o la solución no está en sus<br />

manos; las llamamos situaciones limite, fronteras absolutas,<br />

hechos consumados.<br />

En este libro las denominamos los imposibles. Es decir, a la<br />

pregunta: «Esto que nos está aconteciendo y que nos está<br />

destrozando, ¿tiene alguna solución?». Si la respuesta es: «No<br />

hay solución posible, no hay nada que hacer», entonces es inútil<br />

lamentarse; la realidad, fatalmente, es así. Son los imposibles.<br />

La existencia no me la propusieron, me la impusieron. En la<br />

vida ni entramos ni salimos; nos empujan a ella y nos sacan de<br />

ella, y no precisamente cuando nosotros queremos.<br />

Yo no escogí a mis padres, ni esta anatomía, ni este<br />

temperamento. No escogí la suerte de mi vida, el rumbo de mis<br />

actividades, la hora de mi muerte.<br />

Todo lo que sucedió desde este minuto para atrás son<br />

hechos consumados que no serán alterados por siempre jamás.<br />

Son los imposibles.<br />

Las personas suelen vivir con mucha frecuencia irritadas,<br />

avergonzadas, resentidas porque aquello acabó en fracaso, no<br />

hubo suerte en aquello otro, por aquel accidente desgraciado,<br />

por aquella lamentable equivocación. Hechos que no serán


34<br />

alterados ni un milímetro por toda la eternidad.<br />

A estas alturas, nadie puede hacer nada para que aquello<br />

que sucedió no hubiera sucedido. Los imposibles.<br />

Resistir un imposible es locura y suicidio, como darse de<br />

cabeza contra una roca; y resistir significa irritarse, indignarse,<br />

asustarse, avergonzarse, entristecerse... todo junto. En suma, la<br />

resistencia es una violenta reacción mental.<br />

En una proporción altísima, las cosas que nos enfurecen o<br />

nos amargan no tienen solución, o si la tienen no está en<br />

nuestras manos, porque estamos cercados por todas partes de<br />

situaciones irreversibles y hechos consumados.<br />

Así, pues, al final, ante los imposib1es sólo caben dos<br />

reacciones: o usted se entrega o usted se revienta.<br />

Cuanto más se resiste un imposible, éste más nos oprime.<br />

Cuanto más nos oprime, más se le resiste, y así entramos en un<br />

letal círculo vicioso, en una locura autodestructiva. Y por este<br />

camino se generan los estados depresivos y obsesivos. .<br />

Y muchas personas se sienten infelices porque, al rechazar<br />

tanta cosa desagradable e insoluble, viven obsesionadas por la<br />

obsesión de tantas cosas rechazadas que, por rechazadas, se le<br />

fijan en la mente.<br />

Así, pues, si no hay nada que hacer, ¿qué se consigue con<br />

resistir con toda el alma. realidades que jamás serán alteradas?<br />

Sólo se consigue una cosa: reventarse. ¿Qué se consigue con<br />

hacer preguntas que nunca recibirán respuesta?<br />

Volvemos a reiterar: las cosas que tienen solución se<br />

solucionan combatiéndolas. Y las cosas que no tienen solución<br />

se solucionan entregándose, dejando los imposibles en las<br />

manos del Padre con silencio y paz. No es que se solucionen,<br />

porque, de entrada, estamos diciendo que no tienen solución.<br />

51<br />

mismo. La expresión bíblica Rostro sugiere la presencia viva de<br />

Dios; se refiere a Dios mismo en cuanto percibido<br />

sensiblemente en la fe, en la oración.<br />

Esa presencia se agranda, mejor dicho, se condensa cuando<br />

la fe y el amor, en la oración, logran que las relaciones del alma<br />

con Dios sean más íntimas y profundas.<br />

Tenemos que tener presente que esa presencia siempre es<br />

«oscura», pero aún permaneciendo oscura se hace más viva o<br />

más densa. Me explico: cuando el amor y la fe se identifican,<br />

entonces los perfiles del Rostro se perciben, no más claros, sino<br />

más vivos, aumentando la densidad de su presencia.<br />

Podría estar yo con un amigo en la intemperie de la noche,<br />

bajo las estrellas. No nos vemos. Permanecemos en completo<br />

silencio. No nos tocamos. Pero yo «sé» que mi amigo está aquí,<br />

ahora, conmigo: puedo percibir vivamente, (no sensiblemente)<br />

su presencia.<br />

Un templo de silencio<br />

Jesús, dirigiéndose a la samaritana, le dijo: Hija mía, llegó la<br />

hora en que, ni en este monte Garizín ni el monte Sión adorarán<br />

al Padre, sino en espíritu y en verdad, en un templo que no es de<br />

piedra, sino de silencio, y que se levanta en la ultima soledad<br />

del espíritu.<br />

Los verdaderos adoradores adoraran al Padre en el silencio<br />

de la interioridad, estén donde estén, sea en la desembocadura<br />

de un río, en el horizonte donde despierta la aurora, en la gruta<br />

donde duermen los vientos, estén donde estén, adorarán en<br />

espíritu y en verdad.<br />

Está a la vista que Jesús, al hablar aquí de adorar en espíritu<br />

y en verdad, implícitamente hace referencia a una oración de


50<br />

El alma puede saciar su sed en las aguas del torrente, pero el<br />

manantial de esas aguas está allá arriba, en el glaciar de las<br />

nieves eternas. Las aguas del torrente no alcanzan a saciar las<br />

aspiraciones últimas de la soledad humana.<br />

El alma, en cuanto sorbe un vaso de esas aguas, al no quedar<br />

saciada, suspira por la fuente misma, por el glaciar, por él<br />

mismo y no por sus vestigios ni por sus fotografías.<br />

No quieras enviarme hoy más mensajeros<br />

que no saben decirme lo que quiero.<br />

El alma no se conforma con los vestigios de la creación ni<br />

quiere intermediarios.<br />

Busca otra cosa.<br />

No se conforma con las aguas frescas que bajan saltando<br />

por las quebradas. Busca el manantial mismo.<br />

Aspira a la posesión misma de la Presencia.<br />

Quiere la relación inefable y personal yo-tu, aquella<br />

comunicación identificante de presencia a presencia, la vivencia<br />

inmediata y personal con Dios.<br />

Pero aún en este caso, en el supuesto de que exista esa<br />

relación posesiva e inmediata, se consume, una vez más, entre<br />

penumbras, estamos en la noche de la fe. .<br />

Con otras palabras: Dios se descubre al alma, sí. Pero lo<br />

hace como cuando el sol se derrama a través de una espesa<br />

arboleda del bosque. Es el sol, pero no es el sol. Es un sol<br />

tamizado; partecitas de sol derramadas a través de la espesura.<br />

Pero el alma nunca se sacia, siempre queda insatisfecha y<br />

continua anhelando ardientemente la posesión plena de él<br />

35<br />

Cuando decimos que las cosas que no tienen solución se<br />

solucionan, queremos decir que aquella terrible desgracia, de<br />

ahora en adelante, ya no será para mi fuente de angustia y<br />

amargura, sino de silencio y paz.<br />

Después de todo lo dicho, ¿qué hacemos? Y aquí abrimos la<br />

gran avenida por donde vendrán la paz y la sabiduría: la oración<br />

de abandono.<br />

Si no hay nada que hacer, si es inútil lamentarse y llorar,<br />

desde este momento doblo las rodillas del espíritu, reclino en tu<br />

seno mi cabeza, y me entrego sin condiciones entre tus manos:<br />

Padre, en tus manos me pongo.<br />

Haz de mi lo que quieras.<br />

Por todo lo que hagas de mi te doy gracias.<br />

Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo,<br />

con tal de que tu voluntad se haga en mi.<br />

Pongo mi alma entre tus manos, te la doy, Dios mío,<br />

con todo el ardor de mi corazón, porque te amo,<br />

y es para mí una necesidad de amor el darme,<br />

el entregarme entre tus manos sin medida,<br />

con infinita confianza porque tu eres mi Padre. Amén.<br />

Y la paz ya esta tocando las puertas del corazón.<br />

Charles de Foucauld


36<br />

Homenaje de silencio<br />

Aquí esta el secreto íntimo y último por el que el abandono<br />

se constituye en la más formidable catarsis liberadora, más y<br />

mejor que todas las terapias psicoanalíticas, y se llama el<br />

silencio; el silencio de la mente corresponde a la paz del<br />

corazón.<br />

El problema es uno solo: reducir a silencio a la mente<br />

rebelde como acto de fe y amor oblativo. Cuando nos<br />

encontramos con crueles contrariedades de la vida, la mente se<br />

enciende en rebeldía, y siempre que la mente recuerda y<br />

revuelve esas crueldades mantiene vivo el fuego de la<br />

indignación que a nadie le quema sino a uno mismo; porque no<br />

cabe duda de que el amor propio experimenta un misterioso<br />

placer al sentir cólera contra tales hechos o personas en una<br />

actitud suicida y loca.<br />

Silenciar la mente equivale a morir a aquellas rebeldías y a<br />

aquel misterioso placer como acto máximo y más puro de amor,<br />

hecho en fe y en silencio en las manos del Padre. En tus manos<br />

me pongo, haz de mi lo que quieras.<br />

Para entendemos mejor utilizaremos el verbo dejar. ¿Qué<br />

quiere decir: «Dejo este vaso en la mesa»? Quiere decir que mi<br />

mano no lo toca, que yo me desprendo del vaso. ¿Qué quiere<br />

decir: «En tus manos dejo este fracaso» ? quiere decir que mi<br />

mente ya se desprendió del fracaso, porque ya lo dejé en sus<br />

manos, y (mi mente) quedó en silencio. Hecho esto, sin más, se<br />

apagan los fuegos del corazón, y el resultado es la paz. No<br />

existe en el mundo terapia más sanadora.<br />

Reiteramos: mientras la mente esté ocupada por el amargo<br />

recuerdo, habrá fuego y violencia en el corazón. Si la mente<br />

queda vacía y silenciada porque ya se entregó el agrio recuerdo<br />

en sus manos, sin más, el corazón comienza a ser morada de<br />

paz.<br />

49<br />

«¿Tú lo viste o te lo dijeron?». Nos responde: No. Insistimos:<br />

«¿Cómo, entonces, puedes tener tú la certeza de que alguien<br />

pasó anoche por aquí? Y nos responde: «Miren aquí, en el<br />

suelo; aquí están las huellas».<br />

Es verdad: nadie lo vio, pero todos sabemos que alguien<br />

pasó anoche por aquí.<br />

He ahí las dos características antitéticas que sostienen el<br />

acto de fe en pie: nadie lo vio (completa oscuridad), pero todos<br />

sabemos (completa certeza). Pero, ¿por dónde nos viene la<br />

certeza? Por el camino de una deducción mental: resulta que<br />

anoche no estaban estas huellas, pero aparecieron esta mañana.<br />

La fe es, pues, certeza en la oscuridad. No es sentir, sino<br />

saber. No es emoción sino convicción.<br />

Otra comparación. Nos internamos en una espesura<br />

profunda de un bosque cerrado en un mediodía. De pronto, se<br />

filtra un rayo de sol, y unos gritan: «Es el sol»; otros responden:<br />

«No es el sol; es un pequeño destello del sol». Pero ahora<br />

sabemos que, aunque nadie haya visto ese disco de fuego, el sol<br />

está brillando en el firmamento. Nadie lo ha visto (completa<br />

oscuridad), pero todos sabemos (completa certeza).<br />

Y así, por los vestigios de la creación, por el camino de las<br />

analogías y deducciones vamos llegando a las grandes certezas<br />

de la fe. Pero, ¿cara a cara? No se puede. Estamos en la noche<br />

de la fe.<br />

No más mensajeros<br />

Los vestigios de la creación, las oraciones vocales, inclusive<br />

las reflexiones comunitarias nos pueden hacer presente a Aquel<br />

que busca nuestra alma; pero nos lo hacen presente de una<br />

manera pálida y tamizada. La fuente viva y copiosa está lejos.


48<br />

podemos estar lejos del Señor si el Señor está con nosotros?<br />

Está con nosotros en la certeza de la fe (sabemos); y esta bien<br />

lejos de nosotros en el sentido de «poseer», en el sentido de dar<br />

alcance a Aquel por quien palpita en nuestras últimas raíces un<br />

anhelo de posesión.<br />

Y todo esto en medio de sucesivas contradicciones: ¿Cómo,<br />

si yo soy el eco de tu voz, como es que la voz está en silencio y<br />

el eco sigue vibrando? Si yo soy la sed y tú eres el agua<br />

inmortal, ¿por qué no me sacias de una vez? Si yo soy el río y<br />

tu eres el mar, ¿cuando voy a descansar en ti?<br />

Tengo sed de ti, no puedo vivir sin ti, ¿donde estas?,<br />

«¿dónde te escondes?». Eso es la fe: brazos en alto, pies en<br />

movimiento, un eterno buscar, esencialmente peregrinación.<br />

Certeza en la oscuridad<br />

Sabemos que a la palabra Dios corresponde una sustancia, a<br />

las fórmulas de la fe corresponden contenidos concretos. Pero<br />

nunca, en cuanto estemos en este mundo, tendremos la<br />

evidencia sensible de dominar intelectualmente, poseer<br />

vitalmente esa sustancia viva y personal que corresponde a la<br />

palabra Dios.<br />

Presentimos que Alguien está con nosotros, pero no lo<br />

sentimos. Lo presentimos como los ciegos: tanteando, indirectamente,<br />

por medio de analogías y comparaciones. Pero,<br />

¿verlo cara a cara?, ¿abrazarlo de persona a persona?<br />

«¿Poseerlo?» Imposible en cuanto estemos en camino.<br />

Podemos tener certeza, pero no evidencia.<br />

Pongamos una comparación. Nos dicen: «¿Saben una cosa?<br />

Alguien pasó esta noche por aquí». Replicamos:<br />

Más aún, somos nosotros los que engendramos los<br />

disgustos.<br />

Imaginemos un hecho: supongamos que hace tres meses<br />

aquel tipo resentido lo dejó a usted por los suelos con una<br />

infame calumnia. Si usted hubiese sido sabio y hubiese tomado<br />

aquella calumnia en sus manos, y transformándola en una<br />

ofrenda doliente, pero fragante, la hubiese depositado<br />

serenamente en las manos del Padre con un «hágase tu<br />

voluntad», borrándola de paso de su mente, desde ese momento<br />

aquella calumnia dejaría de existir, porque las cosas existen<br />

tanto cuanto existen en la mente.<br />

Pero, de hecho, ¿qué sucedió? Fue usted, fue usted el que<br />

guardó aquella calumnia en su mente, la fue recordando y<br />

reviviendo día y noche, la fue actualizando (es decir, lo que es<br />

un hecho pasado usted lo está haciendo actual), con una enorme<br />

descarga de furia y adrenalina, transmitiéndole ardientes<br />

impulsos de venganza... ¡Despierte, es usted, es usted el que<br />

esta creando y recreando el disgusto!<br />

¿ Tiene solución aquella infamia? No la tiene; es un hecho<br />

consumado: en este momento nadie puede hacer nada para que<br />

aquello que ya sucedió no hubiera sucedido. Entonces, sea<br />

sabio. Ni siquiera le pido que lo perdone. Simplemente,<br />

olvídelo, bórrelo de su mente y aproveche la oportunidad para<br />

hacer un hermoso acto de fe y amor en honor de nuestro<br />

querido Padre, y le visitará una paz insospechada. Y usted<br />

tendrá la satisfacción máxima que se puede tener en este<br />

mundo: la de superar sus propios límites y fronteras, y será<br />

feliz, y personalmente comprobará que no hay derrota posible<br />

para los que se abandonan.<br />

¿Quién sufre? el que odia o el que es odiado? Normalmente,<br />

el que es odiado vive preocupado de sus cosas, y desde luego,<br />

37


38<br />

despreocupado de usted y sus cosas; y usted, supongamos, vive<br />

sobre ascuas recordándolo incesantemente; y siempre que lo<br />

recuerda lo hace con una furiosa descarga agresiva, deseándole<br />

todo mal.<br />

En suma, sigamos suponiendo, usted almacena una carga<br />

vital venenosa que a aquel su enemigo no le llega a tocar ni con<br />

el pétalo de una rosa, mientras a usted lo esta corroyendo y<br />

destruyendo. Es usted el que enciende una ardiente hoguera en<br />

la cual solo usted se quema. Una locura.<br />

Repito: ni siquiera estoy hablando de perdono Simplemente,<br />

le digo: olvídelo, bórrelo, y de paso aproveche la oportunidad<br />

para hacer un sublime acto de fe y amor en las manos amorosas<br />

de nuestro querido Padre, dejando allí tanta historia ácida, y<br />

vera qué inesperado alivio siente. Este es el camino de alta<br />

velocidad para toda liberación y toda felicidad.<br />

A lo largo de mi vida he conocido numerosos casos de<br />

madres a quienes, en una tarde aciaga, la muerte arrebató de sus<br />

brazos a su pequeño de pocos años. Estas madres se<br />

derrumbaron para siempre. Rehusaron sistemáticamente<br />

cualquier consolación. Prefirieron sufrir y llorar, porque les<br />

parecía que era la prueba más expresiva de su amor al pequeño<br />

que se fue.<br />

Pasaron cinco, diez, quince años, y el tiempo, que todo lo<br />

borra, no consiguió borrar aquello. Y cualquier recuerdo del<br />

pequeño que evocaban aquellas madres iba acompañado de<br />

lágrimas.<br />

Yo les dije: el recuerdo de su pequeño es para ustedes<br />

manantial perenne de tristeza porque ustedes están todavía<br />

agarradas a sus pequeños. Sólo les falta una cosa: desprenderse<br />

de ellos y entregarlos. Mientras no lo hagan nunca sabrán qué<br />

cosa sea la alegría.<br />

47<br />

Creer es entregarse. Y entregarse significa caminar sin<br />

descanso <strong>hacia</strong> una patria soberana, y la tal patria no es sino el<br />

mismo Dios.<br />

Creer es, pues, ponerse en camino. Levantarnos cada<br />

mañana y ponernos en busca del rostro del Señor. Somos, pues,<br />

peregrinos, no turistas. Un turista sabe dónde dormirá hoy, qué<br />

museos visitará mañana.. En una peregrinación, en cambio, la<br />

incertidumbre y la fatiga acompañan en todo momento al<br />

peregrino.<br />

Partir, navegar, volar siempre por las rutas nocturnas de la<br />

fe, al impulso y anhelo de dar alcance a Alguien que no tiene<br />

nombre, para abrazarlo, poseerlo, ajustarnos en él y... descansar.<br />

Y cuando parecía que ese Rostro ya estaba al alcance de la<br />

mano, he aquí que el Rostro se desvanece como un sueño, y se<br />

torna en ausencia y silencio, convirtiéndose la aventura de la fe<br />

en una desventura, y la fe misma en un verdadero drama, el<br />

drama de una persona a quien le damos el aperitivo y lo<br />

dejamos sin banquete.<br />

Sí, un drama, porque parece un Rostro perpetuamente<br />

fugitivo, como que aparece y desaparece, se concretiza y se<br />

desvanece, como que se hace presente y se ausenta, siempre tan<br />

cerca y tan lejos. «¿Adonde te escondiste, Amado... ?». «Salí<br />

tras de ti clamando, y ya eras ido».<br />

Una y otra vez se repite monótonamente la misma historia:<br />

salir tras Él clamando y... «eras ido»; de tal manera que la vida<br />

de fe viene a ser una eterna odisea, un sempiterno salir en busca<br />

de Alguien a quien no se le puede dar alcance, no se le puede<br />

«poseer» mientras dure la peregrinación; y san Agustín acabará<br />

diciendo que «encontrar consiste en buscar».<br />

Es la contradicción vital que nos señala la Biblia: por un<br />

lado, nos dice que Dios está con nosotros y, por otro lado, Pablo<br />

nos asegura que nos encontramos «lejos del Señor». ¿Cómo


46<br />

3.- HACIA EL ENCUENTRO<br />

Pozos infinitos<br />

Somos criaturas cautivadas por las cumbres inaccesibles.<br />

Somos aquella nostalgia enterrada, aquella fuerza de<br />

profundidad siempre inquieta, siempre inquietante, buscando un<br />

centro de gravedad donde poder equilibrarme, ajustarme y<br />

descansar.<br />

Somos criaturas que, sin saberlo y sin gritar, estamos<br />

gritando aquel ardiente anhelo de los salmistas y profetas:<br />

«Muéstrame tu rostro». Somos pozos infinitos que infinitos<br />

finitos jamás lograrán saciarlos; solo un infinito puede llenar un<br />

pozo infinito.<br />

Somos aquellos seres contradictorios siempre corriendo<br />

detrás de las criaturas cuyas medidas no nos corresponden; y<br />

por eso mismo estamos siempre tan inquietos y tan<br />

insatisfechos, porque, sin saberlo, estamos corriendo detrás del<br />

Eterno por razón de que fuimos creados por un Infinito, a su<br />

medida, semejanza e imagen. .<br />

El drama de la fe<br />

Emprendamos, pues, la ascensión a Dios. Ciertamente no<br />

será la travesía de una llanura placentera, sino más bien la<br />

subida de una vereda empinada y pedregosa, la ruta de la fe. No<br />

será nada que se parezca a un paseo bajo un cielo azul; será la<br />

travesía de una larga noche, la noche de la fe.<br />

39<br />

Y, después de una conveniente y larga preparación, les hice<br />

decir: «Después de tantos años, hoy, por primera vez, tomo en<br />

mis brazos a mi pequeño, y en este mismo momento me<br />

desprendo voluntariamente de él y lo deposito cariñosamente en<br />

tus brazos, Padre amado. Duerma ahí para siempre el sueño de<br />

la eterna felicidad en el seno insondable de tu ternura infinita<br />

para siempre, o Padre».<br />

Increíble. No sólo desapareció1a tristeza para siempre sino<br />

que fue sustituida por una misteriosa alegría, difícil de explicar.<br />

Han sido centenares de casos, y no sólo casos de madres.<br />

Siempre se trata de lo mismo: de silenciar la mente y<br />

entregarse.<br />

Homenaje de fe<br />

Ampliamos aquí conceptos anteriormente apuntados.<br />

Dios organizó la creación dentro de un sistema de leyes<br />

regulares. Así, la marcha del universo la basó en la ley de la<br />

gravitación universal, la conducta humana en la ley de la<br />

libertad. Existen también las leyes biológicas...<br />

Naturalmente, Dios Padre, siendo lógico consigo mismo<br />

respeta las estructuras cósmicas y humanas. Y así, ellas<br />

continúan en su marcha normal, y como consecuencia,<br />

sobrevienen los desastres y las injusticias. Sin embargo,<br />

hablando en términos absolutos, para Dios no existen<br />

imposibles. Absolutamente hablando, Dios podría intervenir<br />

quitando lo que anteriormente había colocado, y así evitar este<br />

accidente, aquella calumnia. Pero normalmente el Padre no<br />

interviene porque respeta la autonomía de las leyes naturales de<br />

la creación, y permite las desgracias de sus hijos, aunque no las


40<br />

quiera.<br />

Si un muchacho va por la carretera en una poderosa moto a<br />

150 Kmh de velocidad, y en un descuido se va a hacer polvo, el<br />

Padre no va a interrumpir instantáneamente la ley de la<br />

gravitación, para evitar el accidente. Si un tipo resentido le va a<br />

hacer a usted un daño irreparable con una calumnia atroz, el<br />

Padre no le va a enviar una trombosis para que no pueda abrir la<br />

boca.<br />

Aquí está la respuesta a tantos «por qué, Dios mío» que las<br />

personas piadosas lanzan contra Dios cuando son alcanzados<br />

por los golpes de la vida. Porque Dios, siendo lógico consigo<br />

mismo, respeta su propia creación.<br />

En este contexto nos colocamos para la vivencia del<br />

abandono, distinguiendo lo que se ve de lo que no se ve. Lo que<br />

se ve son los fenómenos empíricos, las leyes cósmicas,<br />

psicológicas, biológicas... Lo que no se ve es mi Dios y mi<br />

Padre en cuyas manos están las leyes del universo.<br />

Estamos, pues, mirando las cosas más allá de las apariencias,<br />

en su última raíz. El ultimo eslabón de la cadena lo<br />

retiene el dedo del Padre. Las explicaciones cósmicas,<br />

biológicas, psicológicas son verdades de periferia.<br />

Jesús, en Getsemaní, sabía muy bien que todo lo que estaba<br />

moviéndose en aquella conspiración eran combinaciones<br />

políticas, intereses imperiales, reacciones psicológicas, todo<br />

comandado por el presidente del sanedrín que se llamaba<br />

Caifás. Pero para Él, en ese momento, sólo existía una cosa: «tu<br />

voluntad».<br />

Jesús trascendió todas las explicaciones de periferia, que<br />

eran evidentes y estridentes, y más allá de la turbulenta, fatal e<br />

inexorable marcha de la historia de los acontecimientos,<br />

contempló el misterio de la voluntad del Padre que permite que<br />

su hijo tenga que desaparecer en la pira de un desastre.<br />

45<br />

una ofrenda fragante depositada, con silencio y con amor en el<br />

altar de tu voluntad. Quede todo borrado y olvidado, y sea mi<br />

corazón para siempre una morada de paz.<br />

Hemos terminado la ascensión penitencial. Y ahora, sí, el<br />

cristiano, nadando en el mar de la paz, está en condiciones para<br />

emprender la navegación por las profundidades de la intimidad<br />

divina.


44<br />

sino la vía dolorosa y gozosa del abandono, asumiendo<br />

sabiamente la voluntad divina, la propia historia y la<br />

complejidad de su personalidad.<br />

Dios mío, dame la gracia de hacerme amigo de mí mismo.<br />

En tus manos me pongo con lo poco que soy, contento de ser<br />

como soy. Si alguna vez sentí tristeza y vergüenza de ser como<br />

soy, te pido perdón por haberme avergonzado de la obra de tus<br />

manos. Te doy gracias por haberme hecho como me hiciste.<br />

Acepto con gratitud y felicidad esta figura en todos sus detalles,<br />

este temperamento, esta personalidad, esta inteligencia, todo el<br />

conjunto de esta criatura que soy yo.<br />

Dios mío, mirando a los días de mi historia, dame la gracia<br />

de transformar el dolor en amor. Aquellos que nunca me<br />

comprendieron, aquellos que nunca me aceptaron, y siempre me<br />

rechazaron, aquellos que se fueron detrás de mi con medias<br />

verdades y calumnias enteras y me hicieron pasar noches de<br />

lágrimas... Todos esos y tantos otros recuerdos dolientes quiero<br />

transformarlos hoy mismo en una ofrenda de amor que la<br />

deposito en silencio en lo profundo de tu voluntad..<br />

Resentimientos del corazón, rebeldías de la vida, conflictos<br />

íntimos, heridas de la vida, no suficientemente cicatrizadas,<br />

clamores, lágrimas, gritos del alma... todo lo reduzco a silencio,<br />

y tanto dolor transformado en tanto amor lo deposito ahora<br />

mismo en tu santa y misteriosa voluntad.<br />

Todo aquello que fui y no debía haber sido; todo aquello<br />

que hice y no debía haber hecho; todo aquello que dije y no<br />

debía haber dicho... todo lo deposito en el olvido eterno de tu<br />

corazón. «Hágase tu voluntad».<br />

Aquellas personas que me hicieron tanto daño; aquella<br />

cadena de fracasos; aquella lamentable equivocación; aquellos<br />

ideales que nunca los pude realizar... Señor, Señor, toda esta<br />

masa sangrante sea transformada en este mismo momento en<br />

41<br />

Y después de una aguda crisis de sudor, sangre, pavor y<br />

tedio, aceptó como voluntad del Padre el tener que morir a esa<br />

edad y de esa manera. Y con esta aceptación de la muerte<br />

obtuvo la victoria sobre la muerte y nos salvó; pero también se<br />

salvó a sí mismo del pavor, del tedio y de la agonía.<br />

Fue una mirada profunda de fe. Jesús no se quedó en la<br />

superficie de las explicaciones empíricas y humanas, sino que<br />

dirigió su mirada a lo hondo e invisible donde está lo esencial.<br />

Fue el hombre de la profundidad.<br />

La vida es compleja, y en su complejidad cualquiera de<br />

nosotros es acosado imprevistamente por un escuadrón de<br />

incomprensiones, enfermedades, agravios, injusticias,<br />

equivocaciones, fracasos.<br />

La reacción instantánea del instinto humano suele ser:<br />

interpretar los hechos buscando causas inmediatas,<br />

explicaciones de superficie, juicios y prejuicios a lo humano,<br />

atribuyendo y distribuyendo culpabilidades en todas<br />

direcciones, y como consecuencia de estos análisis surge la<br />

reacción violenta del corazón, con los impulsos de furia,<br />

abatimiento, venganza... Es la vieja historia de la gran mayoría<br />

humana.<br />

Contra esta manera de analizar y reaccionar que hunde a los<br />

hombres en los abismos de polvo y ceniza, nosotros estamos<br />

abriendo la gran avenida de la salvación, el camino del<br />

abandono.<br />

Nunca quedarse en la superficie; mirar al fondo de la<br />

realidad con unos teleobjetivos de largo alcance, los de la fe;<br />

descubrir detrás de lo que se ve al que no se le ve; y mucho más<br />

allá de los fenómenos visibles vislumbrar la potencia y ternura<br />

del Padre que dispone, determina o permite aquella desgracia<br />

con un «hágase tu voluntad»..., y la tensión se calma, los<br />

nervios se relajan, y la rebeldía se transforma en una ofrenda de<br />

amor, y nace la paz.


42<br />

Un homenaje de fe. La única salida libertadora, el único<br />

consuelo que queda frente a los rudos golpes de la vida es la<br />

salida de la fe.<br />

La única ventana que podemos abrir cuando se clausuran<br />

todos los horizontes es la ventana de la fe.<br />

Lo único que nos puede dar alivio a lo largo de la áspera<br />

peregrinación es la visión de fe en la que aceptamos con paz<br />

aquel1os imposibles que nosotros no podemos cambiar, viendo<br />

detrás de las apariencias aquella mano que organiza y coordina,<br />

permite y dispone cuanto sucede en el mundo.<br />

Si se procede así, en la fe, no habrá en el mundo<br />

eventualidades imprevisibles o emergencias dolorosas que<br />

puedan desequilibrar la estabilidad emocional de los que viven<br />

abandonados en las manos del Padre, en la fe, en el amor. Serán<br />

invencibles.<br />

Reconciliación<br />

Cuando las personas, en un momento de gran sinceridad, se<br />

entregan a un abierto desahogo, sueltan con frecuencia<br />

expresiones como estas:<br />

- ¡Como me hubiera gustado haber nacido con un carácter<br />

alegre; sin embargo, con mucha frecuencia se apoderan de<br />

mi crisis de melancolía; en esos momentos nada me alegra y<br />

todo me entristece, y no sé por qué!<br />

- ¡Como me hubiera gustado haber nacido encantador, pero he<br />

nacido tan desabrido; y soy tímido y sufro impulsos de fuga,<br />

y todo me da miedo!<br />

- ¡Como me hubiera gustado disponer de una brillante<br />

inteligencia!, pero desde niño he ocupado los últimos<br />

lugares en la escuela. Siempre he vivido avergonzado de mi<br />

43<br />

mismo, resentido de tanta miopía intelectual, sin poder salir<br />

del pozo oscuro de los complejos. Una planta roja y amarga<br />

ha nacido y se ha extendido por todos mis espacios: el<br />

rencor contra mí mismo.<br />

- No me gusta nada este mi modo de ser que, por cierto, yo no<br />

lo escogí; y pensar que se vive una sola vez...<br />

- Ellos dicen que soy antipático para ellos; ¡si supieran lo<br />

antipático que soy para mi mismo...!<br />

- Agregan ellos que no les gusta mi modo de ser; ¡si<br />

supieran cuánto me gusta a mi mismo...!<br />

- Puedo cambiar esta camisa por otra, pero no puedo cambiar esta<br />

indumentaria (personalidad) por otra; ella acabará cuando yo<br />

acabe: en la sepultura, conmigo; y pensar que se vive una sola<br />

vez, y que me haya tocado este modo de ser que a mí no me<br />

gusta nada...<br />

Muchas personas viven en una guerra de exterminio<br />

psicológico en contra de sí mismos: enemigos ciegos, sordos y<br />

mudos en los abismos últimos y más inefables de si mismos. Y<br />

en estos niveles nacen y crecen los tipos difíciles que se dan en<br />

la sociedad.<br />

No aceptan a nadie, porque no se aceptan a si mismos.<br />

Rechazan a todos porque se rechazan a si mismos; y ya se sabe,<br />

los que sufren hacen sufrir. Los que están en guerra siembran<br />

vientos de guerra. Los que tienen paz, irradian paz. Los que<br />

respiran amargura derraman amargura, así como los que están<br />

en armonía difunden armonía.<br />

Para relacionarse armoniosamente con Dios y con el<br />

hermano es imprescindible que el cristiano esté reconciliado<br />

consigo mismo, se haga amigo de sí mismo; y para ello no hay

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