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ITINERARIO hacia DIOS - Pastoral Vocacional México

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36<br />

Homenaje de silencio<br />

Aquí esta el secreto íntimo y último por el que el abandono<br />

se constituye en la más formidable catarsis liberadora, más y<br />

mejor que todas las terapias psicoanalíticas, y se llama el<br />

silencio; el silencio de la mente corresponde a la paz del<br />

corazón.<br />

El problema es uno solo: reducir a silencio a la mente<br />

rebelde como acto de fe y amor oblativo. Cuando nos<br />

encontramos con crueles contrariedades de la vida, la mente se<br />

enciende en rebeldía, y siempre que la mente recuerda y<br />

revuelve esas crueldades mantiene vivo el fuego de la<br />

indignación que a nadie le quema sino a uno mismo; porque no<br />

cabe duda de que el amor propio experimenta un misterioso<br />

placer al sentir cólera contra tales hechos o personas en una<br />

actitud suicida y loca.<br />

Silenciar la mente equivale a morir a aquellas rebeldías y a<br />

aquel misterioso placer como acto máximo y más puro de amor,<br />

hecho en fe y en silencio en las manos del Padre. En tus manos<br />

me pongo, haz de mi lo que quieras.<br />

Para entendemos mejor utilizaremos el verbo dejar. ¿Qué<br />

quiere decir: «Dejo este vaso en la mesa»? Quiere decir que mi<br />

mano no lo toca, que yo me desprendo del vaso. ¿Qué quiere<br />

decir: «En tus manos dejo este fracaso» ? quiere decir que mi<br />

mente ya se desprendió del fracaso, porque ya lo dejé en sus<br />

manos, y (mi mente) quedó en silencio. Hecho esto, sin más, se<br />

apagan los fuegos del corazón, y el resultado es la paz. No<br />

existe en el mundo terapia más sanadora.<br />

Reiteramos: mientras la mente esté ocupada por el amargo<br />

recuerdo, habrá fuego y violencia en el corazón. Si la mente<br />

queda vacía y silenciada porque ya se entregó el agrio recuerdo<br />

en sus manos, sin más, el corazón comienza a ser morada de<br />

paz.<br />

49<br />

«¿Tú lo viste o te lo dijeron?». Nos responde: No. Insistimos:<br />

«¿Cómo, entonces, puedes tener tú la certeza de que alguien<br />

pasó anoche por aquí? Y nos responde: «Miren aquí, en el<br />

suelo; aquí están las huellas».<br />

Es verdad: nadie lo vio, pero todos sabemos que alguien<br />

pasó anoche por aquí.<br />

He ahí las dos características antitéticas que sostienen el<br />

acto de fe en pie: nadie lo vio (completa oscuridad), pero todos<br />

sabemos (completa certeza). Pero, ¿por dónde nos viene la<br />

certeza? Por el camino de una deducción mental: resulta que<br />

anoche no estaban estas huellas, pero aparecieron esta mañana.<br />

La fe es, pues, certeza en la oscuridad. No es sentir, sino<br />

saber. No es emoción sino convicción.<br />

Otra comparación. Nos internamos en una espesura<br />

profunda de un bosque cerrado en un mediodía. De pronto, se<br />

filtra un rayo de sol, y unos gritan: «Es el sol»; otros responden:<br />

«No es el sol; es un pequeño destello del sol». Pero ahora<br />

sabemos que, aunque nadie haya visto ese disco de fuego, el sol<br />

está brillando en el firmamento. Nadie lo ha visto (completa<br />

oscuridad), pero todos sabemos (completa certeza).<br />

Y así, por los vestigios de la creación, por el camino de las<br />

analogías y deducciones vamos llegando a las grandes certezas<br />

de la fe. Pero, ¿cara a cara? No se puede. Estamos en la noche<br />

de la fe.<br />

No más mensajeros<br />

Los vestigios de la creación, las oraciones vocales, inclusive<br />

las reflexiones comunitarias nos pueden hacer presente a Aquel<br />

que busca nuestra alma; pero nos lo hacen presente de una<br />

manera pálida y tamizada. La fuente viva y copiosa está lejos.

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