ITINERARIO hacia DIOS - Pastoral Vocacional México
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haber experimentado situaciones limite de enfermedades<br />
graves, colapsos financieros, catástrofes y fracasos.<br />
El Padre permite que el hombre vaya rodando por las<br />
laderas del precipicio hasta acabar en el barranco profundo. Ahí,<br />
el hombre, derrotado pero no aniquilado, no distingue a su<br />
alrededor otra cosa que soledad y ruina porque todas las<br />
columnas se hicieron polvo. Y así, impotente y desnudo, el<br />
hombre se convierte en materia maleable, y va entrando sin<br />
esfuerzo y con naturalidad en un estado de sumisión. En este<br />
momento el Padre extiende la mano al hombre y lo va<br />
levantando hasta las cimas más encumbradas. La historia se<br />
repite. Es la pedagogía divina.<br />
Sustitución del «yo» por el "tú"<br />
El encuentro con Dios, cuando es profundo, es eminentemente<br />
transformante. Dios asume y consuma el yo<br />
egocéntrico y obliga al hombre a internarse en los anchos<br />
espacios del amor.<br />
He aquí la terrible desgracia del hombre: al asomarse el niño<br />
a los primeros niveles de la conciencia, comienza a diferenciar<br />
la imagen de sí de su verdadera realidad.<br />
En la medida en que el niño va escalando los peldaños de la<br />
vida, va también ampliándose esa diferencia, y en esa misma<br />
medida el niño, sin darse cuenta, va aureolando y magnificando<br />
su imagen hasta que llega un momento en el que al hombre no<br />
le importa tanto su realidad sino su imagen, a la cual se adhiere<br />
emocionalmente. No le interesa «como soy, sino como me<br />
ven»; no lo que soy sino lo que «imagino ser»; y así, en una<br />
simbiosis idolátrica, el hombre identifica la realidad con la<br />
imagen, la persona con el personaje. Estamos, pues, ante un<br />
Orientaciones prácticas para la oración.<br />
Reglas de oro para toda actividad orante son:<br />
- esfuerzo, si, violencia, no;<br />
- esperanza, si, ilusión, no;<br />
- y, por encima de todo, paciencia y perseverancia.<br />
Nunca faltan personas que van a la oración con la ilusión de<br />
experimentar sensaciones fuertes, emociones especiales. Pasa el<br />
tiempo; no llega aquello sobre lo que se ilusionaron. Se<br />
impacientan. La impaciencia deriva rápidamente en violencia; es<br />
decir, aquello con lo que se ilusionaron y no llega, quieren<br />
conseguirlo ahora con una gran agitación interior o, como dice<br />
santa Teresa, a golpes de remo. Esta violencia interior lleva<br />
inevitablemente <strong>hacia</strong> una incapacidad para seguir orando<br />
armoniosa y eficazmente. Y esta incapacidad aterriza finalmente<br />
en la más completa frustración. Y nunca deja uno de encontrarse,<br />
en el camino de la vida, con almas secretamente decepcionadas<br />
con Dios.<br />
Toda ilusión acaba en desilusión. Por eso necesitamos dar<br />
criterios para forjar personalidades adultas y maduras en el<br />
espíritu. No siempre la madurez humana, o la llamada<br />
psicológica, coincide con la madurez espiritual. Al contrario, es<br />
fácil encontrarse con personas que actúan en la vida con una<br />
estabilidad normal y hasta superior y, en cambio, en las cosas<br />
divinas son inestables.<br />
Estas son las personas que usan siempre aquellos verbos:<br />
«¡Conseguí!», «no conseguí», «¡me encontré!» (con Dios), «no<br />
me encontré». Pregunta san Agustín: «¿Trabajó? Ya consiguió».<br />
«¿Buscó? Ya encontró». «Y no se olvide que encontrar consiste<br />
en buscar». Necesitamos, pues, dar criterios para forjar<br />
personalidades apostólicas.<br />
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