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ITINERARIO hacia DIOS - Pastoral Vocacional México

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4.- ORACIÓN Y VIDA<br />

En los últimos tiempos cargaron a la oración un estigma<br />

descalificador que se puede enunciar de la siguiente manera: la<br />

actividad orante es igual a la actividad alienante.<br />

No es una calumnia. Aunque es verdad que, con frecuencia,<br />

los que no oran se justifican atacando a los que oran; está a la<br />

vista que necesitamos urgentemente entablar un rudo<br />

cuestionamiento entre la oración y la vida. Son demasiadas las<br />

personas que nos echan en cara, y no sin razón, «rezan, pero no<br />

cambian».<br />

Muchas veces, y no en tiempos tan remotos, orar equivalía a<br />

encerrarse en sí mismo buscando por encima de todo la<br />

serenidad de la mente y la satisfacción emocional, haciendo<br />

caso omiso a las exigencias de la conversión y atención a los<br />

problemas del mundo.<br />

Sé que en todo esto existe el peligro de la caricatura. Pero<br />

aún así, podemos sentirnos con derecho a poner en tela de juicio<br />

la autenticidad de la oración cuando ella no aterriza en<br />

compromiso de vida.<br />

La oración es, de alguna manera, fruto y expresión del<br />

amor, y el amor tiene dos vertientes: amor a Dios y amor al<br />

prójimo. Si falta alguno de estos componentes, podemos<br />

colocar en entredicho la autenticidad de la actividad orante.<br />

Aquel Dios con quien trato amistosamente, siempre me remite a<br />

los hermanos, y el compromiso con ellos garantiza la<br />

autenticidad de mi trato personal con El.<br />

Si analizamos la oración en sí misma, es difícil afirmar o<br />

negar si ella es auténtica o no.<br />

Para cerciorarnos de su veracidad, el criterio más seguro de<br />

discernimiento es la sensibilidad fraterna del orante porque el<br />

Paciencia<br />

Ahora bien, esas emociones son regalos que el Padre ofrece<br />

de vez en cuando. Pero el regalo no se merece, ni se conquista, ni<br />

se obtiene, ni siquiera se pide. Se recibe. Gratuitamente se da y<br />

gratuitamente se recibe.<br />

Y aquí entramos en uno de los capítulos mas desconcertantes<br />

de Dios: su esencial gratuidad. Como consecuencia, sus<br />

iniciativas de gracia para con nosotros serán imprevisibles. Y<br />

como primera medida necesitaremos de mucha paciencia en<br />

nuestro trato con Dios.<br />

Dicen por ahí que la paciencia es el arte de esperar. Prefiero<br />

pensar que es el arte de saber, porque lo que se sabe se espera.<br />

Pero saber, ¿qué? Que Dios y nosotros estamos; en órbitas<br />

diferentes. Entre nosotros, en nuestras relaciones humanas,<br />

funcionan las leyes de proporcionalidad: a tal causa, tal efecto; a<br />

tanta acción, tanta reacción; a tanto trabajo, tal salario. Cálculos<br />

de probabilidad, constantes psicológicas.. .<br />

En la vida con Dios no funcionan esas leyes. En el momento<br />

menos pensado, a Él se le ocurre pagar el mismo salario al que<br />

trabajó diez horas que al que trabajó dos horas. Nadie lo puede<br />

cuestionar, preguntándole: «¿Donde está la justicia distributiva o<br />

la ley de proporcionalidad?».<br />

EI Señor nos responderá: «Hijos míos, no podéis cuestionarme<br />

con esas preguntas, porque lo que le di a éste que<br />

trabajó dos horas, lo mismo que al que trabajó diez horas, no fue<br />

un salario, fue un regalo que yo les hice, y de lo mío puedo hacer<br />

lo que yo considere conveniente. Por lo demás, en este mi Reino<br />

nada se paga porque se gana; nada se premia porque nada se<br />

merece. En este mi Reino, un solo verbo está en circulación, el<br />

verbo dar. Todo es don, todo es dadiva; y en vuestra orbita<br />

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