ITINERARIO hacia DIOS - Pastoral Vocacional México
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No sólo eso: el mundo, la historia y la vida se visten de<br />
presencia divina y sentido. Nos tornamos capaces de vislumbrar<br />
la voluntad divina hasta en las emergencias absurdas y. dolorosas,<br />
mientras aumentan las ganas de estar con Él. Y así, el salmista se<br />
levanta a medianoche, como un amante para estar con la amada.<br />
Jesús renuncia a las horas de sueño y se va por los cerros para<br />
pasar la noche junto al Padre.<br />
De alguna manera se cumple la ley de la atracción de las<br />
masas, o sea, a mayor proximidad mayor velocidad. Crece la<br />
atracción en la medida que es mayor el volumen de las masas y<br />
mayor la proximidad de las mismas. Con otras palabras: en la<br />
medida que estamos más unidos a Dios, en esa medida crece su<br />
atracción, su seducción, el deseo de estar con É1.<br />
Si nos aproximamos a una zona de cordillera, observaremos<br />
un fenómeno curioso: desde el valle se ven, en el primer plano,<br />
unas altas estribaciones, nada más. Escalamos la primera colina y<br />
desde ahí se divisan cerros mucho mas encumbrados, que antes<br />
no se veían. Escalamos la siguiente altura, y desde ahí se<br />
distingue un paisaje dilatado de altísimas cumbres cada vez más<br />
lejanas y cada vez más altas. ¿Cambió la cadena montañosa? La<br />
cordillera permanece inmutable e idéntica a si misma, pero en la<br />
medida en que fuimos internándonos en sus profundidades,<br />
fueron asomándose perspectivas y mundos completamente<br />
desconocidos.<br />
Con Dios sucede igual. Cualquiera puede tener la experiencia<br />
de que cuando se avanza en la relación personal con el Señor, a<br />
Dios se le siente más próximo y viviente.<br />
No es que Dios cambie. Él es inmutable en sí mismo y está<br />
inalterablemente presente en nosotros. Lo que realmente cambia<br />
son nuestras relaciones con Él según el grado de fe y amor.<br />
La fe, la esperanza y el amor hacen a Dios más vivo y<br />
presente para mi.<br />
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persona desde el nacer hasta el morir. No se puede cambiar; se<br />
puede mejorar. .<br />
Cuentan que tal persona, insoportable si las hay, luego de<br />
una recepción espectacular del Espíritu Santo, cambió<br />
completamente, tornándose en una persona encantadora.<br />
Cambió completamente; es verdad, sin embargo, no cambió<br />
nada -digo yo-.. Supongamos que la tal persona, después de<br />
unos años de aquella fulgurante conversión, abandona todo trato<br />
personal con el Señor, veremos como vuelve a ser la<br />
insoportable de antaño y como comienza a soltar sapos y<br />
culebras por todas partes. ¿Cambio? No cambió nada.<br />
Y no hace falta acudir a ejemplos ajenos. Usted (lector o<br />
lectora) y yo lo sabemos por experiencia propia. Cuando, por<br />
las razones que sea, abandonamos la vida de oración por un<br />
lapso de tiempo más o menos largo, ¡cómo nos renace el amor<br />
propio! ¡Cuánto nos cuesta perdonar! ¡De qué manera el<br />
disgusto más pequeño nos hace polvo! ¡Cómo por cualquier<br />
cosa nos ponemos impacientes, irascibles, agresivos,<br />
intolerantes, nerviosos...!<br />
Si de cambiar pudiésemos hablar, sería en la medida en que<br />
Jesús esté vivo y presente en mí: entonces sí; Él irá suavizando<br />
las aristas, nivelando los desniveles, poniendo amor donde<br />
había egoísmo, perdón donde el instinto reclamaba venganza,<br />
suavidad donde el corazón exigía violencia.<br />
Supongamos que esta persona nació notablemente rencorosa<br />
por una predisposición congénita de personalidad. Ante una<br />
grave ofensa surge violentamente en su corazón el impulso de<br />
la venganza. Si Jesús está vivo y vibrante en ese corazón,<br />
apagará todos los fuegos y, para cuando ese impulso salga al<br />
campo del comportamiento, será en forma de perdón y sosiego.<br />
Solo un Jesús vivo en el corazón es capaz de esas alquimias<br />
prodigiosas.