Forward Kioto - Blog de Israel Pintor
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EDITORIAL ULTRAMARINA CARTONERA&DIGITAL<br />
LOS CARTONEROS<br />
“Deben tener más <strong>de</strong> cien años cada uno”, había dicho un día Juanín el <strong>de</strong><br />
Pepa, y todos asentimos.<br />
¿Acaso se podían concebir caras más arrugadas, cuerpos<br />
más encorvados? Parecían dos bastoncitos gemelos que se <strong>de</strong>slizaran<br />
suavemente por entre los pedruscos que adoquinaban las calles; dos<br />
arquitos tirando <strong>de</strong> sus flechas <strong>de</strong> cuerda mugrienta en cuyo extremo<br />
siempre había un manojo <strong>de</strong> papeles y cartones, como si el libro <strong>de</strong> la<br />
existencia se le fuera cayendo siempre <strong>de</strong> las manos.<br />
Verlos pasar calle abajo traía a la memoria los signos con que<br />
se cierran las preguntas. Y es que la larga pregunta <strong>de</strong> sus vidas parecía<br />
a punto <strong>de</strong> cerrarse <strong>de</strong>finitivamente, esta vez, también seguramente sin<br />
respuesta.<br />
No sé a qué ángel <strong>de</strong>spistado se le había ocurrido aquella i<strong>de</strong>a,<br />
pero resultó. Poco a poco, caricia a caricia, higo a higo regalando néctares<br />
<strong>de</strong> luna en las manos renegridas <strong>de</strong> los niños, fueron convirtiendo a los<br />
cartoneros en los “abuelos” <strong>de</strong>l barrio.<br />
—¡Eh!, abuelo, dice mi madre que en casa están los cartones<br />
que traía la máquina <strong>de</strong> coser…<br />
—Bien, Lolita, dile que pasaré por ellos luego.<br />
—¿Quiere usted que se los lleve yo?<br />
—Como tú quieras, Lolita.<br />
—¿Habrá higos para mí?<br />
—Claro que sí, hija. Dile a la Isabel que te los dé <strong>de</strong> mi parte.<br />
Ahora es invierno y están secos, pero están igual <strong>de</strong><br />
buenos o más.<br />
—¡Ahora mismo llevo los cartones a su casa, abuelo!<br />
Hubiera parecido pretencioso llamar casa a la suya y sin<br />
embargo, pese a sus techos <strong>de</strong> lata, a sus puertas remendadas con panel<br />
y cartón-piedra, pese al suelo <strong>de</strong> terrizo y al Zotal, que nunca acababa<br />
<strong>de</strong> tragarse a los parásitos, tenía peso <strong>de</strong> hogar aquella casa don<strong>de</strong> no<br />
se recordaban borracheras ni peleas. Sólo cariño y mutua ayuda. Des<strong>de</strong><br />
que Antonio, el abuelo, era fuerte como el tronco <strong>de</strong> la encina don<strong>de</strong>, en<br />
otro tiempo, ataba el burro al volver con su carrito <strong>de</strong> acarrear materiales<br />
a las obras cercanas; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que Isabel lavaba en pilas ajenas, ajenas<br />
intimida<strong>de</strong>s, siempre temerosa <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r al chiquillo que le mordía las<br />
tripas, y perdiéndolo siempre...<br />
Después <strong>de</strong> comer, Isabel encendía un brasero con papeles,<br />
tablas y hojarasca, mientras Antonio cambiaba por unas cuantas monedas<br />
la recolección <strong>de</strong>l día, aquella que juntos almacenaran una a una y con<br />
amor como si se tratara <strong>de</strong> recoger pétalos <strong>de</strong> flores.