Forward Kioto - Blog de Israel Pintor
Forward Kioto - Blog de Israel Pintor
Forward Kioto - Blog de Israel Pintor
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
70<br />
EDITORIAL ULTRAMARINA CARTONERA&DIGITAL<br />
EL OFICIO MÁS ANTIGUO<br />
DEL MUNDO<br />
El Madrid navi<strong>de</strong>ño lucía espectacular. Adornos y bombillas <strong>de</strong> colores relucientes<br />
iluminaban todo. Llenaban <strong>de</strong> vida y alegría cada rincón. Los escaparates<br />
encendidos y las muchas tiendas abiertas daban a miles <strong>de</strong> personas la última<br />
oportunidad <strong>de</strong> comprar algún regalo <strong>de</strong> reyes. Ese ambiente <strong>de</strong> alegría exterior<br />
contrastaba con la tristeza <strong>de</strong> la doctora que se encontraba en el interior <strong>de</strong> la<br />
ambulancia. Delante <strong>de</strong> ella, sobre la camilla plegable, el cadáver <strong>de</strong> Raimundo<br />
Ortiz Mendoza, el famoso escritor. Se le veía tan joven, tan in<strong>de</strong>fenso. El conductor<br />
había apagado la sirena y acompasado la velocidad <strong>de</strong> la ambulancia a la <strong>de</strong>l<br />
tráfico.<br />
En el coche que la seguía, Francisca, madre <strong>de</strong> Raimundo, intentaba<br />
mantener el control <strong>de</strong> la situación. El silencio <strong>de</strong> la sirena lo había envuelto todo<br />
y se había instalado en el interior <strong>de</strong> su corazón. Un silencio más po<strong>de</strong>roso que<br />
el ruido <strong>de</strong>l tráfico exterior. Nadie tuvo que <strong>de</strong>cirle nada, la sirena había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong><br />
sonar y eso sólo podía significar una cosa: Raimundo había muerto. Ya no había<br />
prisa para llegar al hospital.<br />
Francisca pensó que no podía <strong>de</strong>jarse llevar por el mar <strong>de</strong> lágrimas<br />
que subía por su garganta y amenazaba con inundar sus ojos mientras agarraba el<br />
volante con fuerza. Tenía que controlarse o <strong>de</strong> lo contrario provocaría un acci<strong>de</strong>nte.<br />
Intentaba por todos los medios mantener los ojos secos. Tenía que hacerlo, podía<br />
hacerlo. Sólo <strong>de</strong>bía concentrarse en el tráfico. Tendría tiempo <strong>de</strong> llorar más tar<strong>de</strong>,<br />
todo el tiempo <strong>de</strong>l mundo, toda una vida. Su vida.<br />
Unas horas antes <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> Raimundo, Alejandro estaba tumbado en<br />
la cama. Miraba fijamente una pantalla <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s dimensiones situada a su<br />
izquierda. La pantalla se había encendido sola, como las otras tres que había en<br />
las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l dormitorio. Se encendían cada vez que Tánatos, un joven <strong>de</strong> cara<br />
aniñada, <strong>de</strong>cidía aparecer en la vida <strong>de</strong> Alejandro. En realidad Alejandro no sabía<br />
cuál era el verda<strong>de</strong>ro nombre <strong>de</strong> Tánatos. Por más que le preguntó nunca consiguió<br />
que se lo dijese, así que un día <strong>de</strong>cidió llamarle Tánatos.<br />
Alejandro y Tánatos mantenían una extraña conversación. Alejandro<br />
se negaba a abandonar la cama y Tánatos lo miraba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las cuatro pantallas<br />
visiblemente molesto y harto <strong>de</strong> que se comportase <strong>de</strong> forma tan negativa.<br />
—¡No quiero levantarme! Te he dicho que no quiero ¡Déjame dormir!<br />
Estoy muy cansado. Hoy no saldré <strong>de</strong> casa ¡No se hable más!—dijo<br />
Alejandro enfadado, cerrando los ojos.<br />
—Sí que saldrás ¡Vas a levantarte ahora mismo! —le apremió Tánatos,<br />
cada vez más cabreado.<br />
La voz <strong>de</strong> Tánatos era autoritaria y Alejandro, aún medio dormido,<br />
recordó cuánto odiaba esa imagen y esa voz cuya proce<strong>de</strong>ncia