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Memoria ferroviaria - Museo Nacional de los Ferrocarriles Mexicanos

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silbatos y palabras<br />

El hombre <strong>de</strong>l morral 1<br />

Des<strong>de</strong> lejos se divisaba la hoguera <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l puente <strong>de</strong>l ferrocarril. Un hombre se inclinaba<br />

sobre el fuego, mientras silbaba toneladas. Con la cuchara movía el agua que<br />

hervía en una ahumada lata, revolviendo el café.<br />

Su silbar llenaba <strong>los</strong> ma<strong>de</strong>ros que apuntalaban el puente y corría sobre el acero <strong>de</strong><br />

las vías hasta diluirse; pero el sujeto, pasado el ruido, reanudaba su silbo que hacía<br />

danzar las llamas <strong>de</strong> la fogata. De vez en cuando soplaba a las brasas para avivarlas y<br />

calentaba su café y también sus sueños en la fría mañana que se había acomodado bajo<br />

el puente. Arriba, la última estrella <strong>de</strong>sapareció para dar paso al nuevo día. El rubor <strong>de</strong>l<br />

amanecer tiñó el cielo y al rato salió el sol.<br />

Cuando hubo terminado su frugal <strong>de</strong>sayuno, aquel viejo se levantó para apagar el<br />

fuego, restregó en el zacate la lata para limpiarle el hollín, guardó <strong>los</strong> restos y con su<br />

morral al hombro echó a andar rumbo al parque que se encontraba muy cerca <strong>de</strong> un<br />

campo <strong>de</strong>portivo.<br />

Al llegar ahí buscó su banca preferida para ver a <strong>los</strong> muchachos que en la cancha a<br />

diario jugaban a la pelota. Y él, el hombre <strong>de</strong>l morral, solitario y anciano, se sentía vivir<br />

con el bullicio <strong>de</strong> <strong>los</strong> jóvenes. Meditaba: ¿en qué se le había ido el tiempo vivido?<br />

- Mira – le <strong>de</strong>cía al morral que tenía a sus pies -, no recuerdo en mi niñez haber jugado;<br />

<strong>los</strong> años se pasaron volando, sí, volando como pájaros en el aire que no pue<strong>de</strong>s<br />

atrapar; y <strong>de</strong> repente me encontré solo, en el umbral <strong>de</strong> la vejez.<br />

Hablaba para sí mismo, pero supuestamente lo hacía con el talego <strong>de</strong> sus pertenencias;<br />

no porque creyera en la existencia <strong>de</strong> <strong>los</strong> espíritus que animan todas las cosas: era<br />

un monólogo que le daba la sensación <strong>de</strong> que platicaba con alguien.<br />

Los jóvenes se <strong>de</strong>tenían a verlo; pensaban que era un viejo loco… aunque su opinión<br />

era veraz y conmovía el ánimo profundamente.<br />

En más <strong>de</strong> una ocasión, algún muchacho <strong>de</strong> <strong>los</strong> que jugaban en el área <strong>de</strong>portiva se<br />

acercaba rebotando la pelota hasta el banco don<strong>de</strong> se sentaba el anciano, para platicar<br />

con él. Se notaba que el sujeto no sentía lástima por él mismo; no quedaba amargura en<br />

su corazón; un vacío como un gran mar se había tragado todo y el oleaje <strong>de</strong> sus emociones<br />

no llegaba a playa alguna.<br />

Esa mañana, como muchas otras, el anciano tomaba el sol mañanero; aspiró el viento<br />

fresco que traía aromas <strong>de</strong> árboles y humeda<strong>de</strong>s. La lluvia se anunciaba paseando<br />

sus caprichosas nubes que por unos instantes <strong>de</strong>jaban sombras grises sobre la tierra,<br />

1 Cuento tomado <strong>de</strong>l libro <strong>de</strong> Eva Muñoz Félix y Aída Samaniego Muñoz, Correo <strong>de</strong> San Bernardino. México,<br />

Gobierno <strong>de</strong>l Estado <strong>de</strong> Chihuahua, Ayuntamiento <strong>de</strong> Chihuahua, 2001, p. 25 – 33.

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