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FEE <strong>Sus</strong> <strong>más</strong> <strong>hermosos</strong> <strong>escritos</strong> Amalia Domingo Soler<br />
nos detuvimos hasta dejar restablecida la paz entre aquellos diablillos; y mientras<br />
duraron las capitulaciones, tuvimos ocasión de hablar con el mayor de los niños, que<br />
nos llamó la atención por sus razonadas contestaciones y su modo de obrar.<br />
El pobre lastimado tenía la carita llena de sangre. Su hermano le quitó el pañuelo que<br />
llevaba anudado al cuello, para limpiarle la cara, visto lo cual por nuestra joven amiga,<br />
le dijo reconviniéndole:<br />
-¿A qué le quitas el pañuelo del cuello? ¿No ves que se constipará?. Límpialo con la<br />
blusa.<br />
-Por supuesto -dijo el muchacho con enojo-. Ha de saber usted que hoy hemos<br />
estrenado estas blusas todos cuatro, y ade<strong>más</strong> gorras y alpargatas, que han costado<br />
catorce pesetas; y estas catorce pesetas le cuestan a mi madre muchos sudores. ¿Quiere<br />
usted que se limpie con ella, para que la manche? No faltaba otra cosa, cuando mi<br />
madre las quiere guardar sólo para un gran día.<br />
Nuestra amiga llevó al niño a una fuente vecina para lavarle al cara, y nosotros<br />
seguimos hablando con el jefe de aquella infantil familia, que nos dijo al preguntarle si<br />
tenía padre:<br />
-Sí, señora, le tengo; pero tiene mal en una mano y no puede trabajar; y mi madre, la<br />
pobre, tiene que hacer el trabajo de los dos. Cuida a mi padre, a otro enfermo, y luego<br />
nos manda a la calle a ver si recogemos algún cuarto. Hoy hemos andado mucho...<br />
¡mucho!... y no hemos recogido <strong>más</strong> que el pedazo de pan que esa señora le dio a mi<br />
hermanito.<br />
Nuestra amiga pacificó en lo posible a los pequeñuelos dándoles nuevamente del<br />
manjar de los pobres, conocido con el nombre de pan; hizo que se tomaran de la mano,<br />
y los vimos ir con sentimiento, murmurando:<br />
-¡Pobres seres! En la infancia, cuando se necesitan tantos cuidados, tantas<br />
precauciones, la miseria los arroja a la calle y los expone a toda clase de peligros.<br />
Tienen una madre que los ama; que se complace en vestirlos con limpieza, y que<br />
después de contemplarlos, con honda tristeza, sin duda dirá:<br />
-Id, hijos míos, mendigad vuestro sustento, que aun sois pequeños, y no podéis<br />
trabajar-. Y los pobres niños caminan a la ventura, cruzan las calles de la populosa<br />
ciudad, se salvan por milagro de morir atropellados entre las ruedas de un coche, y al<br />
llegar la noche regresan a su hogar rendidos de fatiga, sin que una mirada cariñosa se<br />
haya fijado en ellos.<br />
¡Cuán desgraciados los niños! ¡Si reciben los besos de una madre, estos besos irán<br />
humedecidos por las lágrimas! ¡Para los niños pobres no hay infancia! Un pequeñuelo<br />
de nueve años tiene que pensar en el valor del dinero y en el arreglo de la ropa... El <strong>más</strong><br />
leve placer le está negado. Siempre recordamos con honda pena a dos niños de diferente<br />
sexo, muy pobres, y muy buenos, que hemos visto crecer entre lágrimas. Ella se llamaba<br />
Lola, y él Julio. Un día se encontraron en la calle un pequeño perrito recién nacido, y los<br />
niños entraron en su casa muy contentos, llevando al pobre animalito envuelto en el<br />
pañuelo de Lola, y le dijeron a su madre:<br />
-Mira, mamá, ya tenemos un compañero para jugar: lo criaremos con leche-. Su<br />
madre les miró tristemente, y les dijo:<br />
-Hijos míos, los pobres no podemos aumentar gastos, si no tengo pan para vosotros,<br />
menos tendré para ese pobre animal.<br />
Los dos niños se miraron, hablaron entre sí, y al fin dijo Lola:<br />
-Mira, mamá, a nosotros nos das pan y leche por la mañana: déjanos partir con el<br />
perrito nuestra ración. Después de haberlo traído, ¿quién tiene corazón para tirarle? -Su<br />
pobre madre accedió y el perrito abandonado es hoy compañero inseparable de los dos<br />
niños; siendo lo <strong>más</strong> gracioso de este sencillo y verídico caso, que en el mismo día que<br />
los niños llevaron el perrito, una hermosa gata, que era el entretenimiento de los<br />
chicuelos, dio a luz cuatro gatitos, y Julio, apreciando en lo que valía aquel fausto<br />
suceso, dijo gravemente:<br />
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