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FEE <strong>Sus</strong> <strong>más</strong> <strong>hermosos</strong> <strong>escritos</strong> Amalia Domingo Soler<br />
¿Quién pone su atención, por ejemplo, en uno de esos muchachos que venden<br />
periódicos por las calles; quién, al oírles, pregonando su mercancía, se acuerda de<br />
considerar que aquella voz puede ser el eco de un corazón magnánimo? Nosotros, antes<br />
de saber que el célebre Edison, el inventor del fonógrafo, de la pluma eléctrica, del<br />
microsatímetro, el que ha dividido en diez mil mecheros una sola luz eléctrica, ese genio<br />
mecánico, el primero en nuestro siglo; antes de saber, repetimos, que Edison fué<br />
vendedor de periódicos en un camino de hierro, mirábamos con cierta simpatía a los<br />
pequeños expendedores de ideas. Y entre ellos hemos encontrado un héroe de<br />
laboriosidad, de abnegación y sacrificio.<br />
Cuando vivíamos en Madrid, teníamos la costumbre, que tienen casi todos los<br />
habitantes de la Corte, de comprar "La Correspondencia de España". Un chicuelo de<br />
nueve a diez años era el encargado todas las noches de traernos el periódico, dejándolo<br />
ade<strong>más</strong> en todos los cuartos de la casa; y siempre veíamos con gusto aquella carita<br />
risueña, adornada de grandes ojos, brillantes y expresivos.<br />
Una mañana, al entrar en una capilla evangélica, nos sorprendió ver al pequeño<br />
repartidor, al simpático Antonio, sentado en un banco, escuchando con una atención<br />
superior a sus cortos años el discurso del Pastor.<br />
Por la noche al verle le dijimos: -Oye, ¿tú eres protestante, o es que vendes algún<br />
periódico luterano?<br />
-Mi madre es de la grey de la capilla, y yo también -replicó el chico con cierta<br />
gravedad-; ya lo sabe usted, somos hermanos en Jesucristo.<br />
Esta igualdad de ideas nos hizo intimar <strong>más</strong> con el pequeño Antonio, y siempre le<br />
hacíamos preguntas por el gusto de oír sus juiciosas contestaciones.<br />
Una noche que llovía a torrentes, no vino Antonio a traer "La Correspondencia" a la<br />
hora acostumbrada. A las diez cerraron la puerta de la casa; pero a poco rato oímos<br />
llamar a la puerta de nuestro piso, salimos a ver quién era, y vimos a Antonio<br />
acompañado del sereno. El primero nos dió el periódico, y no pudimos menos de<br />
decirle:<br />
-Muchacho, ¿dónde vas con esta noche tan cruel? ¿No podías dejarlo y traerlo por la<br />
mañana?<br />
-Por la mañana tengo yo otras cosas que hacer.<br />
-Este hombre tiene muchas obligaciones -dijo el sereno riéndose-; ya ve si tendrá<br />
cuando me obliga a que le acompañe para ir abriendo las puertas.<br />
-Y tantas como tengo -dijo Antonio-; bien lo sabe usted, mejor que nadie.<br />
-Sí, hombre, sí; ya lo sé. Aquí donde usted le ve -nos dijo el sereno-, se ha encargado<br />
de mantener a una niña.<br />
-¿A una niña?<br />
-Sí, señora, a una niña.<br />
-¿Y cómo es eso? Cuénteme usted.<br />
-Muy sencillo. Hará unos tres meses que una noche a las doce y media, estando yo<br />
cerca de la casa de Antonio, vino éste y me dijo: "Mire usted, junto a la puerta del<br />
convento han dejado un niño que llora". Fuí con él, y efectivamente, muy envuelta en<br />
un pañuelo negro había una niña que contaría unos ocho días, y estaba muy bien<br />
vestidita. Antonio la tomó en brazos y me dijo: "Venga usted conmigo a mi casa, que yo<br />
me quiero quedar con esta niña. -¡Estás loco!, le dije yo. Para aumento de familia está tu<br />
madre..."<br />
-No importa, no importa -insistió Antonio-, venga usted conmigo que lo de<strong>más</strong> corre<br />
de mi cuenta. -Fuimos a su casa, y la madre de Antonio ( que es ayudanta de lavandera),<br />
al vernos con la embajada que llevábamos cogió la niña, la besó, y Antonio se abrazó a<br />
ella, y se las supo arreglar tan bien que su madre se quedó con la niña, y Antonio se<br />
comprometió a pagar el ama de cría con lo que ganara. Por eso tiene tanto que trabajar.<br />
Aun no tiene diez años y ya se ha convertido en padre de familia.<br />
-Vamos, hasta mañana, que tengo prisa -dijo Antonio; y se fué con el sereno.<br />
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