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FEE <strong>Sus</strong> <strong>más</strong> <strong>hermosos</strong> <strong>escritos</strong> Amalia Domingo Soler<br />
y yo dormíamos en un mismo cuarto. Mi padre es de carácter bondadoso; nunca me ha<br />
pegado ni reñido, y los días de fiesta, si tenía dinero, comíamos en el campo o me<br />
llevaba al teatro; lo dejaba a mi elección.<br />
El día que le prendieron no pudo venir por mí; pero como otras veces había sucedido<br />
lo mismo, no me asusté. Viendo que no venía, fuí a buscarlo a la fonda. Y después a<br />
casa. Al fin supe que estaba preso. Quise verle al día siguiente, pero no me dejaron.<br />
Estuve yendo con los amigos de mi padre todos los días sin conseguir mi objeto, hasta<br />
que supimos que lo habían traído aquí. Entonces, sin decir nada en casa, me vine a pie.<br />
Cuando llegué, entré en un mesón, y con los cuartos que me quedaban pedí de comer.<br />
Pregunté dónde estaba la cárcel, mas tampoco he logrado ver a mi buen padre. Por<br />
fortuna una buena mujer que había allí me escuchó con mucha atención, y me dijo: "Yo<br />
te acompañaré a la Audiencia, donde van muchos jueces, y entre ellos uno que se llama<br />
don Justo Escobar, que es muy bueno, pregunta por él y te escuchara". Me acompañó,<br />
preguntamos por usted al portero, y éste nos dijo a la hora que usted salía. La buena<br />
mujer se fue, y yo me quedé esperándole a usted para decirle que me lleve a ver a mi<br />
padre, que tendrá mucha pena de estar separado de mí.<br />
No puede usted figurarse lo que me impresionó la relación de aquel niño, aquella<br />
fuerza de voluntad, aquel amor inmenso que tenía a su padre, aquella fe profunda con<br />
que él exclamaba: ¡mi padre es inocente!<br />
Aquella confianza me llegaba al alma; porque precisamente aquel mismo día había<br />
tomado declaración al padre de Celso, y me había confesado que él no dio el primer<br />
golpe, pero que había ayudado a terminar el asesinato. ¡Pobre niño! Decidí no<br />
desampararle y hacer cuanto pudiera por él y por su padre.<br />
Enteré a Magdalena, y usted que ya sabe lo que ella es, acarició a Celso, le dio<br />
alimento, y decidió quedarse con el niño hasta ver en qué paraba la causa de su padre.<br />
Celso, todo su afán era preguntarme si le llevaría a verle, y no estuvo tranquilo hasta<br />
que le prometí que al día siguiente le llevaría conmigo.<br />
Cumplí lo ofrecido, y cuando el pobre Rodríguez vio a su hijo, se quedó tan turbado,<br />
se puso tan conmovido, que no pudo pronunciar ni una sola palabra. El niño rayó en lo<br />
sublime, preguntándole a su padre con voz vibrante:<br />
-¿Verdad que eres inocente, padre mío? ¿Verdad que tú no puedes haber matado a<br />
nadie, siendo tan bueno? Yo me quiero quedar contigo; yo te defenderé.<br />
En fin, Amalia, esto sería muy largo de contar; pero puedo asegurarle que Celso era<br />
la admiración de cuantos le escuchaban y que me tenía dominado por el inmenso amor<br />
que a su padre profesaba. Todos los días le dejaba ir a verle, y él, para mostrarme su<br />
agradecimiento, no puede usted figurarse lo cariñoso que era con Magdalena y conmigo.<br />
Tenía una inteligencia tan clara aquella criatura, un discernimiento tan admirable, que<br />
me encantaba, y estábamos decididos a encargarnos de su educación, porque sabíamos<br />
que su padre, si bien no era un hombre avezado en el crimen, había sido criminal. De los<br />
tres autores del delito, uno fue condenado a muerte, y Rodríguez y su compañero a<br />
veinte años de cadena. Cuando Celso se enteró de que su padre debía ir al presidio de<br />
Tarragona a cumplir su condena, quedó como petrificado.<br />
La víspera de marchar Rodríguez dejé a Celso con su padre <strong>más</strong> de dos horas por<br />
complacer al niño. Por la tarde salió Celso sin apercibirse Magdalena, y al volver yo y<br />
notar su falta, mandé ha buscarlo, aunque inútilmente. Yo mismo corrí en distintas<br />
direcciones, pero en vano; y ya de noche y fatigado me retiraba a mi casa, cuando me<br />
dieron aviso de un conato de evasión de varios sentenciados a presidio, entre ellos<br />
Rodríguez, el cual con otro había logrado escapar saltando por una ventana, pero con<br />
tan mala suerte que se fracturó ambas piernas.<br />
Su hijo le esperaba al pie de la ventana. Los centinelas hicieron fuego e hirieron<br />
gravemente al compañero de Rodríguez y mataron a Celso, que hacía desesperados<br />
esfuerzos por llevarse a su lastimado padre. El pobre niño murió víctima de su amor<br />
filial. Cuando vi el cadáver de aquel hijo modelo, lloré como un niño y no sabía<br />
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