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FEE <strong>Sus</strong> <strong>más</strong> <strong>hermosos</strong> <strong>escritos</strong> Amalia Domingo Soler<br />
por los gritos de un niño, por el ruido de un mueble que rodaba, y por las voces de los<br />
criados. Andrés se levantó, sin duda a ver qué ocurría; pero antes de salir él, entró en el<br />
gabinete un niño hermosísismo, que tendría de cuatro a cinco años, tirando del caballo<br />
de madera que tanto habían guardado Marta y Andrés; dos criados seguían al niño<br />
queriendo quitarle el caballo, y el niño se agarró a su abuelo, diciéndole con acento<br />
vehemente:<br />
-Abuelito; diles que me dejen mi caballo, que es mío, es mío.<br />
-¿Cómo que es tuyo? - preguntó Andrés tratando de ponerse serio.<br />
-Si que es mío, sí; este era el caballo que yo te pedía, éste es mi caballo, éste. - Y<br />
subiendo a él con mucha gracia, le dijo a su abuelo: - Anda, empújale para que corra<br />
mucho.<br />
Y Andrés, obedeciendo maquinalmente al niño, empujó al caballo que salió rodando,<br />
aunque no con la velocidad que el chicuelo quería, pues pidió a uno de los criados que<br />
tirase del viejo alazán., y todos salieron, apareciendo al mismo tiempo una anciana que<br />
exclamó:<br />
-Crea usted, señor, que no lo hemos podido remediar. Entré en el cuarto, no me cuidé<br />
de cerrar la puerta, y Adolfito entró, y en seguida dio un grito diciendo: "¡Ay!... Aquí<br />
está mi caballo...Este era el que yo buscaba"; y tiró de él,... y...<br />
-Bien, bien -dijo Andrés-; dejarle que juegue, que así habrá <strong>más</strong> ruido.<br />
La buena mujer se retiró, y cuando nos quedamos solos, nos miramos fijamente el<br />
uno al otro; y leyendo él en nuestro pensamiento, nos dijo con gravedad:<br />
-¿Qué piensa usted de esto? Hace quizás un año que yendo con Adolfo, me dijo una<br />
tarde: "Dame mi caballo". Yo, creyendo que hablaba mal, le dije: "No se dice dame mi<br />
caballo, sino cómprame un caballo".<br />
-Yo quiero mi caballo -replicó el niño-, el mío, el mío. - No le hice caso, pero ahora<br />
me llama la atención lo que ha sucedido; y... ¡cosa extraña!, de pronto he pensado en el<br />
espiritismo y quiero leer sus obras sin que nadie se entere. ¿Pueden los espíritus<br />
encarnados, como ustedes dicen, reconocer objetos que les pertenecieron ayer?<br />
-Deberán reconocer, y recordar; porque no hace mucho tiempo hemos visto lo<br />
siguiente: Una amiga nuestra tiene un niño que contara unos cuatro años, y por las<br />
tardes le suele decir a su madre: "Ponme el vestido azul", y el niño nunca ha tenido<br />
ningún traje de este color; porque es un hijo africano, y nuestra amiga, que es mulata y<br />
mujer de muy buen gusto, no usa colores que afeen a su hijo. Este mismo muchas veces<br />
dice: "¡Mamá! ¡Mamá! - ¿Qué quieres? -le dice su madre-. No te llamo a ti -contesta el<br />
niño- llamo a la otra mama". - Y el niño no tiene abuela ni materna ni paterna, es de<br />
muy clara inteligencia, de una comprensión admirable; luego al llamar a otra madre, y<br />
pedir un vestido que no tiene, es prueba evidente que recuerda algo de ayer, recuerdos<br />
que deben borrarse en el transcurso de los años.<br />
-Pues bien, mándeme usted las obras espiritistas sin que nadie se entere, y le prometo<br />
escribirle el fruto que saque de ellas.<br />
Nos despedimos de Andrés, y al salir vimos a Adolfo muy atareado haciendo correr<br />
al caballo.<br />
-¡Ahora sí que estarás contento, eh! - le preguntamos. - ¡Ya has encontrado lo que<br />
querías!<br />
-Sí, ya tengo mi caballo; es mío; éste es el mío. - Y el niño le daba palmaditas en la<br />
cabeza, como si con sus caricias saludara a su antiguo compañero.<br />
Besamos a Adolfo, que es hermosísimo, porque tiene unos ojos encantadores,<br />
preciosos cabellos, y todo él es una figura simpática y expresiva sobre toda<br />
ponderación.<br />
Tres meses después, recibimos la siguiente carta de Andrés:<br />
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