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FEE <strong>Sus</strong> <strong>más</strong> <strong>hermosos</strong> <strong>escritos</strong> Amalia Domingo Soler<br />
influencia; por esto, al perder a Angela, tuvo necesidad de irse con ella, porque se<br />
rompió el único lazo que le unía al mundo.<br />
El día en que todos los moradores de la tierra sean tan buenos como fué Angela,<br />
todos los idiotas recobrarán su inteligencia, porque será vigorizado su entendimiento<br />
con el vivificante calor de esa ternura íntima, que tiene la potencia suficiente para hacer<br />
progresar a todos los habitantes de un planeta.<br />
¡El amor es la ley del mundo! ¡Dios es amor! El que sabe amar, el que compadece a<br />
los pequeñitos de inteligencia, el que con su mirada luminosa penetra en el túnel del<br />
idiotismo donde vegetan almas enfermizas, ese espíritu, sea cual sea su condición<br />
social, es el mejor sacerdote de la verdadera religión. Angela cumplió con la ley de la<br />
humanidad.<br />
¿Quién diría viendo a Tito con su mirada extraviada, con su entendimiento turbado,<br />
con su infantil travesura, y a veces con su fiereza indómita, que guardaba en su corazón<br />
un amor inmenso, un amor tan íntimo, tan verdaderamente profundo, que al perder al<br />
ídolo de su alma, corrió tras ella convencido que en la ternura de aquella niña estaba su<br />
redención?<br />
¿En qué planeta se volverán a encontrar esos dos espíritus unidos por esa tierna<br />
simpatía, por ese amor providencial que purifica y engrandece cuanto toca?<br />
¡Angela y Tito! ¿Dónde estáis?<br />
Responded; decidnos si en el espacio estáis envueltos en ráfagas luminosas. Cuando<br />
os amábais en la tierra, debéis sonreír en el infinito. ¿Quién eras, pobre Tito?<br />
¡CELSO!<br />
Ojeando un periódico leímos este suelto:<br />
"Una de estas últimas noches, al revisar los coches de tercera del tren correo de<br />
Tarragona, los empleados de la misma encontraron debajo de un banco un niño de siete<br />
años, que furtivamente se había metido en el tren. El muchacho, a pesar de sus pocos<br />
años, explicó con la mayor desenvoltura que venía de Valencia, que su madre pedía<br />
limosna en dicha ciudad, que el autor de sus días sufría condena en aquel penal, y que<br />
sólo el deseo de ver a su padre le había inducido a esconderse en el tren; pero que tenía<br />
diez reales que le había dado un pasajero, que con esta cantidad pagaría el billete, se<br />
compraría unas alpargatas, y lo restante lo entregaría a su padre. Los empleados de la<br />
estación no pudieron menos de extrañarse de la verbosidad y desenvoltura intelectual<br />
del niño, el que con mayores consideraciones fue puesto a disposición del gobernador<br />
de dicha provincia para que lo entregue a su familia".<br />
¡Pobre niño! ¡Tan pequeñito, y ya comienza a sufrir y a pensar! ¡Qué afán de<br />
progreso tienen esos espíritus, cuando desde la infancia revelan tanto sentimiento y<br />
fuerza de voluntad!<br />
Este episodio nos recuerda la conversación que tuvimos hace algún tiempo con un<br />
amigo nuestro, juez de profesión, hombre de bellísimos sentimientos, pero<br />
profundamente incrédulo, que se ríe de todas las creencias, siendo el espiritismo una de<br />
las que <strong>más</strong> excitaban su epigramática sonrisa.<br />
Una noche fuimos a su casa a ver a su esposa, que estaba enferma, y al llegar allí nos<br />
salió al encuentro nuestro amigo, diciéndonos cariñosamente:<br />
-Vendrá usted a ver a Magdalena.<br />
-Ciertamente.<br />
-Pues bien, por ahora, conténtese usted con hablar conmigo, pues mi esposa duerme,<br />
después de haber pasado un día fatal; y crea usted que yo, no sé si de verla sufrir,<br />
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