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FEE <strong>Sus</strong> <strong>más</strong> <strong>hermosos</strong> <strong>escritos</strong> Amalia Domingo Soler<br />
le pregunté por la primera.<br />
Niní corrió muy diligente y volvió con su destrozada amiga de cartón,<br />
presentándomela con la <strong>más</strong> dulce y amorosa sonrisa.<br />
-Has cumplido como buena, hija mía; bien mereces una recompensa. -Y le presenté<br />
su nueva compañera, que parecía hermosísima en comparación de la otra infeliz, sucia y<br />
rota.<br />
Niní le tendió los brazos, oprimiéndola dulcemente contra su pecho y dirigiéndole<br />
una de sus <strong>más</strong> afectuosas sonrisas; pero al mismo tiempo miraba recelosa a la otra<br />
como si temiera ofenderla con los agasajos prodigados a su segunda amiguita.<br />
-¿Qué haremos con la muñeca vieja; la tiramos, no es verdad Niní? -le preguntó su<br />
madre.<br />
-¡No, no! -le replicó la niña con viveza. Y sus miradas iban de la una a la otra,<br />
notándose en ella gran perplejidad.<br />
-La guardaremos -repliqué yo-, como un recuerdo sagrado, puesto que fue tu primera<br />
alegría en esta vida.<br />
-Eso, eso, eso - exclamó Niní, gozosa de que hubiesen adivinado lo que ella sentía, y<br />
mirando atentamente a su madre y a mí que envolvíamos a la momia de cartón con el<br />
mismo papel que había ocultado entre sus pliegues la muñeca nueva.<br />
Cuando Niní no tuvo delante a su amiguita antigua, dió rienda suelta a su regocijo;<br />
entonces miró a la nueva compañera y jugó con ella y sus dorados rizos, dando<br />
expansivas muestras de toda su inocente satisfacción.<br />
Yo estaba espiando sus menores movimientos admirando su exquisita delicadeza.<br />
Parece mentira que dentro de aquella cabecita puedan madurar ciertas reflexiones; ella<br />
había sabido poner coto a su infantil alegría por temor de ofender a su primera muñeca.<br />
Era admirable el juego de sus miradas; para la momia de cartón, una mirada compasiva;<br />
para la amiga reciente, miradas en que iban envueltas dulcísimas promesas. Parecía<br />
decirle que esperase, que aguardase, que jugaría con ella, que bailarían juntas y que le<br />
gustaba muchísimo porque era muy bonita. Y de pronto volvía rápidamente la cabeza, y<br />
mirando a la anciana de cartón, con su cabeza rota y sus brazos caídos decíale con un<br />
mohín graciosísimo que también a ella la quería; por eso al verla empapelada exhaló un<br />
suspiro de intima satisfacción; su conciencia, sin duda, ya estaba tranquila. Aun no tiene<br />
cuatro años y ya sabe meditar; conoce cuáles son sus deberes y sus derechos, y no<br />
quiere ser ingrata. ¡Qué espíritu tan bueno, tan noble, tan delicado! Si alguna vez le riñe<br />
su abuela con acritud, en lugar de llorar se le planta delante y le dice con la mayor<br />
seriedad:<br />
-A mí no se me riñe así; no se me habla con tanta dureza; se me dice: "Niní, tienes<br />
que ser buena; tienes que querer mucho a tu mama".<br />
-¿Y para qué has venido tú a este mundo? - le pregunta su pobre madre, sonriéndose.<br />
-Para hacerte compañía - contesta Niní con cierta gravedad.<br />
Inmensa es mi satisfacción por haber proporcionado a una niña tan tierna y tan<br />
discreta uno de los mayores goces de su infancia.<br />
Mucho bien se puede hacer en la Tierra sin grandes sacrificios.<br />
A menudo he contemplado en las casas de los ricos, muñecas abandonadas por el<br />
desvío de las niñas felices, y he dicho para mí: miles de inocentes pequeñuelas batirían<br />
palmas, si pudieran poseer esa muñeca tan desdeñada de su dueña.<br />
¡Cuántos muchachos pobres se creerían dichosos con un caballo cojo y una lanza sin<br />
punta...! ¡Pobres niños...! ¡Cuánta compasión me inspiran los que no tienen juguetes...!<br />
Siempre recordaré a un pequeñuelo que conocí en Madrid, hijo del portero de mi<br />
casa. Llamábase Angel. Era un niño débil y anémico; nunca salía de la portería; sus<br />
padres le obligaban a que estuviera todo el día en su puesto, mientras ellos atendían a<br />
otras ocupaciones; pero sucedía que a lo mejor Angel desaparecía y se iba... ¿a jugar<br />
con los chiquillos de la calle?, ¿a romper cristales y llamar a las puertas? Nadie de la<br />
vecindad se quejaba de él; pero su padre le pegaba, y su madre le reñía duramente por<br />
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