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FEE <strong>Sus</strong> <strong>más</strong> <strong>hermosos</strong> <strong>escritos</strong> Amalia Domingo Soler<br />
-Con esos preámbulos está usted despertando poderosamente mi atención.<br />
-No vaya usted a creer que sea una historia muy interesante, aunque para mí sí lo es,<br />
porque en poco tiempo le tomé mucho cariño a aquel inocente.<br />
-Bien, bien, comience usted su relato.<br />
-Hace cerca de dos años que me casé, y, a los pocos días salió mi marido de viaje. Yo<br />
me quedé muy triste, y me gusta venir a este sitio retirado para leer a solas las cartas de<br />
mi esposo. Un día, después de las doce, me vine a sentar como de costumbre en este<br />
mismo asiento, y me sorprendió encontrar a un niño junto a él. Al sentir mis pasos, y<br />
acompañándose de un pequeño organillo que llevaba, dejó oír su dulce voz cantando<br />
melancólicamente:<br />
¡Del pobrecito ciego<br />
la pena consolad!<br />
¡Sentid de amor el fuego<br />
y haced caridad!<br />
¡Al pobre pequeñito<br />
que no ha visto la luz,<br />
ayudadle un poquito<br />
para llevar su cruz!<br />
Consuelo necesita<br />
quien vive en el dolor;<br />
¡dadme una limosnita<br />
con cariño y amor!<br />
Yo, que estaba entonces siempre dispuesta a llorar, al escuchar aquellas palabras lloré<br />
y besé repetidas veces al pobre cieguito.<br />
-¿Y qué edad tendría?<br />
-¡Qué sé yo! Porque el pobrecito era de una constitución raquítica, y parecía <strong>más</strong><br />
pequeño de lo que en realidad sería. Vestía muy decentito. Era blanco como la nieve.<br />
<strong>Sus</strong> cabellos, casi blancos de puro rubios; sus ojos grandes, muy grandes, negros, pero<br />
sin brillo, sin vida; abiertos, fijos, parecían los ojos de un muerto; tenía la cabeza muy<br />
abultada; sus manos y pies eran extraordinariamente pequeños. Se dejó acariciar, y al<br />
preguntarle cómo se llamaba:<br />
-No sé - contestó con voz triste.<br />
-¿Tienes madre?<br />
-No sé.<br />
-¿Tienes padre?<br />
-No sé.<br />
-¿Quién te ha traído aquí?<br />
-¡La mujer buena!<br />
-¿Quieres tú a esa mujer buena?<br />
-Sí, porque me ha traído al Buen Retiro. ¿Verdad que esto es el Retiro?<br />
-Sí, hijo mío. Y ¿qué quieres tú hacer en el Retiro?<br />
-Mira, cantar-. Y volvió el niño a repetir su melancólica canción.<br />
-Ven conmigo - le dije. Cogile de la mano y me lo llevé a casa. A mi padre le dio<br />
mucha lástima. Mi madre le hizo muchas preguntas, y a todo contestaba: "No se". Mi<br />
padre decía: "Este infeliz es tonto, y debe haberse escapado de su casa; tendremos<br />
cuidado de él hasta que alguien lo reclame, y si no aparece nadie, daremos parte a la<br />
autoridad para que disponga de él". Yo entonces dije que si nadie lo reclamaba,<br />
podríamos quedárnoslo con nosotros. Por darme gusto, accedieron mis padres a mi<br />
deseo. Por no cansarla, le diré que nadie vino a reclamar a aquel desgraciado, y eso que<br />
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