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Preguntas que siempre suelen hacerse

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D. 4: ¿No habría sido acaso más productivo <strong>que</strong> Jesús hubiese<br />

sufrido sólo por los pecados de a<strong>que</strong>llos <strong>que</strong> solicitasen el<br />

perdón, y no por los pecados del mundo entero?<br />

Según la ley de Dios, la paga del pecado es la muerte (Ro<br />

6:23). Supongamos <strong>que</strong> durante toda la historia de la humanidad,<br />

un solo ser humano se hubiese convertido por el evangelio<br />

de Jesucristo, entonces también para a<strong>que</strong>lla sola persona, la<br />

muerte es la paga del pecado. El autor se une al pensamiento de<br />

Hermann Bezzel, <strong>que</strong> dijo <strong>que</strong> el amor de Jesús era tan grande<br />

<strong>que</strong> hubiese llevado a cabo su acto de rescate aun<strong>que</strong> hubiese<br />

habido un solo pecador arrepentido. Pero la obra redentora del<br />

Hijo de Dios es de tal dimensión <strong>que</strong> es suficiente para todos<br />

los hombres. Por esta razón Juan el Bautista pudo exclamar:<br />

«He aquí el Cordero de Dios <strong>que</strong> quita el pecado del mundo»<br />

(Jn 1:29). Ahora todo el <strong>que</strong> quiera puede aceptar el perdón. La<br />

historia <strong>que</strong> sigue ilustra bien esta verdad:<br />

Un rico terrateniente irlandés dio una vez un sermón muy original<br />

a todos los <strong>que</strong> trabajaban en sus fincas. Dio a conocer el<br />

siguiente anuncio en los lugares más importantes de sus propiedades:<br />

«El lunes próximo, estaré entre las diez y las doce en la oficina<br />

de mi casa de campo. Durante ese tiempo estoy dispuesto a<br />

pagar todas las deudas de mis trabajadores. Se deberán presentar<br />

las facturas aún sin pagar.»<br />

Esta oferta insólita fue el tema principal durante los días <strong>que</strong><br />

siguieron. Algunos lo consideraban como un engaño; otros sospechaban<br />

<strong>que</strong> tenía <strong>que</strong> haber gato encerrado, por<strong>que</strong> nadie<br />

había ofrecido jamás tal cosa. Llegó el día anunciado. Numerosas<br />

personas acuden. A las diez en punto, el propietario entra y<br />

sin decir una palabra desaparece tras la puerta de su oficina.<br />

Nadie se atreve a pasar. Lo <strong>que</strong> sí hacen es discutir con denuedo<br />

sobre la autenticidad de la firma y los motivos del jefe. A las<br />

once y media, finalmente, una pareja de ancianos llega a la oficina.<br />

El anciano, con un atado de facturas en la mano y con voz<br />

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