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Entre 1945 y 1950 <strong>Manrique</strong> no lleva a cabo ninguna exposición individual, ni participa en muestras<br />
colectivas. Sus estudios en San Fernando debieron consumir toda su atención, y su tiempo; no<br />
obstante, la existencia de algunos cuadros fechados en esos años indican que su concepto estético no<br />
había experimentado ningún cambio: Gánigo con cactus (1948) y Bodegón con paño rojo (1950), por citar<br />
dos ejemplos con los que su autor debía de estar satisfecho, puesto que los incluyó en la antológica<br />
organizada en Las Palmas de Gran Canaria en 1957, siguen apegados a una concepción tradicional de<br />
la pintura; hay en ellos un notable avance técnico con respecto a sus obras precedentes; se advierte<br />
que allí trabaja ya la mano de un pintor que domina los recursos de su oficio; pero su planteamiento<br />
y ejecución podrían tomarse como resultados de ejercicios académicos, dentro de la ortodoxia más<br />
conservadora.<br />
Esa misma habilidad técnica se manifiesta en los murales que en 1950 pinta en el Parador de<br />
Turismo de Arrecife; incluso como demostración de la excelencia de su oficio ejecuta diversos e ingenuos<br />
trucos de trompe-l’oeil que proporcionan a las escenas una sensación de relieve, profundidad y<br />
desbordamiento (hojas que vuelan fuera de los límites de la composición, pértigas que avanzan hacia<br />
el espectador y se hunden en el horizonte, etc.), cuyos resultados efectistas atraen irremediablemente<br />
la atención del espectador. Las tres estampas que integran el mural (la central La pesca, flanqueada<br />
por Viento en La Geria y La vendimia), unen su carácter narrativo y simbólico, no exento de cierta teatralidad<br />
clásica (la presencia de cortinas a ambos extremos de la composición subraya ese carácter).<br />
Hay algún trozo de buena pintura (su propio y singular autorretrato, de espaldas); pero en general ahí<br />
se lleva a cabo la plasmación correcta de un tema convencional.<br />
El avance estilístico de la pintura de <strong>Manrique</strong> habría que establecerlo si comparamos este mural<br />
con otro realizado tres años más tarde para el aeropuerto de Guacimeta, también en Lanzarote. Los<br />
elementos que aparecen en la nueva obra son exactamente los mismos que los que integran la anterior:<br />
el mundo marinero y campesino de la isla (volcanes, camellos, cactus, tuneras, barquillos, palmeras,<br />
mujeres, casas, etc.); pero su forma de organización y representación ha variado completamente:<br />
la pintura es plana, el dibujo tiene una sabia expresión infantil, los colores se reparten arbitrariamente,<br />
los planos de las distintas escenas se superponen sin orden de continuidad: todos los signos figurativos<br />
aparecen subordinados al ritmo plástico que impone el color, un color que aquí es alegre y<br />
vivo, tocado definitivamente por la magia atlántica de la luz.<br />
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