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En sus años finales, cuando su fama como arquitecto paisajista fue acrecentándose, no dejó de reafirmar<br />
su fe en la pintura; pues lo mismo que Leonardo sostenía que en ella caben todas las cosas, en<br />
tanto que ciencia universal. Así <strong>César</strong> <strong>Manrique</strong> creía que por su relación con la naturaleza a ella habría<br />
que asignarle la tarea de reflejar una verdad universal. La prodigiosa universalidad de Leonardo se le<br />
presentaba como el ideal que debe presidir el destino de un verdadero artista, aun sabiendo de los obstáculos<br />
que el mundo moderno pone a quien tal objetivo se trace. Pensaba que, si un nuevo renacimiento<br />
llegara a producirse algún día en la caduca civilización industrial, éste vendría tanto de una nueva<br />
relación con la naturaleza como de la fe que la sociedad deposite en la libertad del sujeto creador.<br />
Ninguna de las dos condiciones parece que se daban a finales del siglo XX. <strong>César</strong> <strong>Manrique</strong> no se engañaba<br />
tampoco: “(...) El Renacimiento fue un ejemplo de diversidad creativa cuyo modelo para toda la<br />
historia ha sido Leonardo da Vinci. Sin libertad no puede existir creatividad y conocimiento” 8 .<br />
Desde esta definición de la universalidad de la pintura entendió <strong>César</strong> <strong>Manrique</strong> no sólo la arquitectura<br />
sino también su lucha en defensa de la naturaleza amenazada. Incluso en los momentos en que<br />
se veía más apremiado por cumplir con los compromisos contraídos en el campo de la arquitectura,<br />
siempre volvía a la pintura, que era su fuente inagotable: “Y luego, de manera muy especial, que es<br />
donde parto como descubrimiento de la verdadera investigación, está mi pintura, donde trabajo con<br />
gran intensidad diariamente, sirviéndome de todos los posibles descubrimientos de la forma, color y<br />
textura” 9 . Así pues, la pintura es el núcleo del que se nutre toda su actividad creadora. El hecho de<br />
que concibiera su ejercicio como una investigación confirma la idea de que todos sus hallazgos en<br />
otros campos no son sino desarrollos de formas que había “experimentado” sobre el lienzo. El conocimiento<br />
no excluye el placer. Pero si es verdad que la pintura funcionaba para él como un banco de<br />
pruebas, puede decirse que su estudio era su laboratorio.<br />
En los años setenta introdujo lo que, a mi juicio, es la variante más significativa en su lenguaje pictórico:<br />
la presencia de formas embrionarias bajo la compacta superficie matérica del lienzo. Estas imágenes<br />
(v.g. Enterrados, 1974, Castillo de San José) han sido interpretadas en clave paleontológica, es<br />
decir, como vestigios fósiles de épocas remotas. Tras esta primera descripción superficial hay que preguntarse<br />
por qué <strong>César</strong> <strong>Manrique</strong> imprimió este giro a su pintura, que hasta entonces había sido rigurosamente<br />
abstracta. Muchos pintores españoles que habían militado en las filas del informalismo<br />
introdujeron durante los años sesenta veladas referencias figurativas en sus obras (Millares, Saura,<br />
8. Fernando Gómez Aguilera, op. cit., nº 74, pp. 82 y 83.<br />
9. Ibídem, nº 82, p. 88.