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10. Ibídem, nº 16, p. 46. El progreso y el nacionalismo eran<br />
para él dos corrientes ideológicas del mundo moderno<br />
cuyas funestas e indeseadas consecuencias nunca se cansó<br />
de denunciar: “En medio de su orgullo (el hombre)<br />
ha querido siempre imponer su sistema a los demás a través<br />
de fronteras, banderas, nacionalidades, religiones, sistemas<br />
políticos, grupos armados, superestructuras mentales y<br />
un largo etc. de recetas sociales y políticas que no tienen<br />
nada que ver con los principios elementales y<br />
biológicos que rigen la naturaleza y que han encadenado<br />
a la especie a un destino sin norte, incapaz de<br />
hacernos ver un futuro de felicidad” (nº 37, p. 58)<br />
Canogar, etc.). <strong>César</strong> <strong>Manrique</strong> tardó un poco más, pero también lo hizo. Sin embargo hay una diferencia<br />
sustancial entre las alusiones iconográficas de los artistas antes citados y las que encontramos<br />
abundantemente en la producción de <strong>César</strong> <strong>Manrique</strong> a partir de 1974: aquéllas son siempre figuras<br />
humanas, rotas, descoyuntadas, etc., mientras que ningún rasgo humano distinguimos en las que pintara<br />
<strong>César</strong> <strong>Manrique</strong>. Se trata de animales primitivos, o bien de formas embrionarias que en la cadena<br />
de la evolución podrían derivar hacia la especie humana, o no. Lo humano en las obras de aquellos<br />
artistas ostenta casi siempre una significación ética y política. Estos planos de significación jamás interesaron<br />
a <strong>César</strong> <strong>Manrique</strong>, al menos como objeto de su pintura. La significación primordial que preside<br />
su obra pertenece al plano biológico o biogenético. Lo que le interesaba era el origen de la vida<br />
en todas sus formas; de tal manera que el énfasis que a menudo pone la crítica en interpretar estas<br />
figuras como vestigios fósiles es, a mi juicio, totalmente errónea; pues lo que en realidad proclaman<br />
es el principio de la vida, no el de la muerte. Son embriones, no fósiles.<br />
El cosmos tiene sus banderas. ¿Las necesita? <strong>César</strong> <strong>Manrique</strong> creía que sí, pues de esta manera<br />
quedarían abolidas para siempre las falsas diferencias que en las sociedades humanas hacen que los<br />
hombres enarbolen sus insignias patrióticas, cuando se enfrentan en cruentas luchas que siempre son<br />
fratricidas o cuando guiados por el “funesto faro del progreso”, al que se refería Baudelaire, no reparan<br />
en los daños que ocasionan a la naturaleza invocando la necesidad de incrementar la riqueza de<br />
las naciones: “La creación de banderas, fronteras, himnos, religiones y organizaciones políticas ha contribuido<br />
a la parálisis progresiva de cualquier intento de conviencia sana y apacible” 10 . La única patria<br />
es el cosmos, parece decirnos. Por ella luchó. Esta era su idea del “buen combate”: siempre por la vida.<br />
Según esto podría pensarse que la pintura era para él tan sólo un medio. Pero no fue así pues su<br />
idea de la pintura implicaba la defensa de la naturaleza; de tal manera que la distinción entre fines y<br />
medios resulta ociosa. Tal visión holística le permitía superar las contradicciones que surgen cuando<br />
a ambas esferas se les asigna un valor intrumental: ni la pintura es un medio para defender la naturaleza,<br />
ni ésta es un mero pretexto para desarrollar aquella. Pintura y naturaleza son lo mismo.<br />
En <strong>César</strong> <strong>Manrique</strong>, la oposición de las categorías de lo orgánico y lo constructivo equivale a<br />
las de la vida y la razón. Hay que dejar que la vida fluya. El orden secreto del cosmos no debe ser<br />
alterado. A esto se refería <strong>César</strong> <strong>Manrique</strong> cuando oponía la idiotez y la soberbia de la razón a la<br />
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