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fiel de un testimonio de la tradición oral, sino un ensayo de adaptar un documento de esta
naturaleza para que pueda ser incluido en una antología escolar u otro conjunto de textos
destinados a un público general. Por eso, utilizamos una grafía normalizada, reemplazamos
los hispanismos no indispensables (por no ser completamente integrados al dialecto) por
términos de origen quechua y eliminamos repeticiones características del estilo oral que
resultan fastidiosas en un documento escrito.
La versión A de cada texto nos parece una necesidad cuando se trata de la
transcripción de una grabación o de un documento oral copiado al momento de su
narración. Sólo la transcripción fiel nos permite constituir un corpus de la tradición oral
que pueda ser consultado por otras personas deseosas de conocer las variantes de las
hablas locales o de las tradiciones atestiguadas (2).
La versión B permite el análisis del quechua local y es esencial como base para
un estudio morfológico y para la formulación de reglas sintácticas.
La versión C, o sea la reformulación literaria de un texto extraído de la tradición
oral, permite toda una serie de opciones. La grafía normalizada elimina las variantes
estrictamente locales y permite la difusión del documento en una región mucho más
vasta (que desborda, tal vez, las fronteras ferreñafanas). Los accidentes de la narración
individual —las pausas, los cambios de tema, las anomalías sintácticas, debidas a
vacilaciones o a una momentánea distracción— se corrigen y el estilo se normaliza.
Implica que una parte importante de lo espontáneo y de lo vivaz del estilo oral
desaparece, precisamente, por no tratarse más de literatura oral, sino de textos literarios
elaborados sobre la base de documentos orales (grabaciones, transcripciones realizadas
durante la narración donde las circunstancias mismas de la notación complican las
técnicas específicas de la tradición oral). Desde la antigüedad, la tradición oral ha
contribuido al desarrollo de una literatura culta. En el caso del quechua se puede citar
un ejemplo notable, los cuentos del Urubamba reelaborados por el Padre Lira y
publicados recientemente en una versión normalizada (reemplazando la grafía
excesivamente complicada inventada por el padre Lira por el alfabeto oficial aplicado
al quechua sureño) (Lira, 1990). En el caso de Ferreñafe, la normalización literaria
permitiría la utilización de textos derivados de la tradición local en libros de lectura para
la escuela con la posibilidad de ser leídos y estudiados en el conjunto de Inkawasi y
Kañaris y, tal vez, en las áreas colindantes con estos dos distritos. La normalización
afectaría esencialmente la grafía. En el caso del léxico, aun si es preferible sustituir los
hispanismos evidentes (3) por lexemas quechuas cuando existen equivalentes semánticos,
también es necesario comprender que numerosos hispanismos ya han sido asimilados
al idioma y los términos quechuas correspondientes hoy son desconocidos. Eso implica,
evidentemente, una extensión del repertorio fonológico del quechua ferreñafano en lo
tocante al empleo de las oclusivas sonoras; baka (vaca), diya (día) y giña (plátano)
(2) Con esta finalidad hemos organizado un proyecto de recolección, transcripción y
publicación de documentos de la tradición oral quechua: ATOQ (Archivos de la Tradición oral
quechua).
(3) El profesor H. Cajo señaló lo inconveniente del empleo de la forma aculturada agarraran
en un texto literario (es decir que no se trataba de la transcripción fiel de un texto de la literatura oral),
ya que puede ser sustituida por ayparan [aybaran] o chariran.