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treinta y cinco años. Y, si Brown estaba en lo cierto, el hombre de negro había perdido<br />
terreno desde entonces. Pero a partir de ahí empezaba el desierto. Y el desierto sería<br />
un infierno.<br />
Tak-tak-tak.<br />
- Préstame tus alas, pájaro. <strong>La</strong>s desplegaré y planeare sobre las corrientes térmicas.<br />
Se dispuso a dormir.<br />
Brown lo despertó cinco horas más tarde. Había oscurecido. <strong>La</strong> única luz era el<br />
apagado resplandor cereza de las brasas amontonadas.<br />
- Se ha muerto la mula - dijo Brown. <strong>La</strong> cena está lista.<br />
- ¿Cómo?<br />
Brown se encogió de hombros.<br />
- Tostada en las brasas y hervida, ¿cómo si no? ¿Tiene manías?<br />
- No, la mula.<br />
- Se ha tendido de lado y ya está. Parecía una mula vieja. Y, con una nota de<br />
disculpa, añadió -: Zoltan se ha comido los ojos.<br />
- Oh. Como si no le sorprendiera. Está bien.<br />
Cuando se acomodaron ante la manta que hacía las veces de mesa, Brown volvió a<br />
sorprenderle al pronunciar una breve bendición: lluvia, salud, expansión para el<br />
espíritu.<br />
- ¿Cree en una vida futura? - preguntó el pistolero mientras Brown dejaba en su<br />
plato tres mazorcas de maíz calientes.<br />
Brown asintió:<br />
- Creo que es ésta.<br />
<strong>La</strong>s judías eran como balas y el maíz estaba duro.<br />
En el exterior, el viento silbaba y gemía incesantemente en torno a los aleros del<br />
techo, casi al nivel del suelo. El pistolero comió ávidamente, deprisa, y bebió cuatro<br />
tazas de agua con la comida. Antes de terminar sonó un tableteo de ametralladora en<br />
la puerta. Brown se levantó y dejó entrar a Zoltan. El ave cruzó volando la habitación<br />
y se acurrucó pesarosamente en la esquina y masculló:<br />
- Fruta musical.<br />
Después de cenar, el pistolero ofreció su tabaco.