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El hombre de negro saltó una vez más, y otra, y una tercera. Ahora, todo el cuerpo<br />
de Nort vibraba, temblaba, se agitaba y se contorsionaba. El fétido olor a<br />
podredumbre, a excrementos y a moho se alzó en sofocantes oleadas. Abrió los ojos.<br />
Alice sintió que los pies la llevaban hacia atrás. Chocó contra el espejo, haciéndolo<br />
temblar, y un pánico ciego se apoderó de ella. Salió disparada como un novillo.<br />
- Le he hecho un regalo - gritó el hombre de negro a sus espaldas, todavía jadeando.<br />
Ahora podrá dormir tranquila. Ni siquiera esto es irreversible. Pero, ¡maldita sea!, es...<br />
tan... ¡divertido! - Y se echó a reír de nuevo.<br />
Ella corrió escaleras arriba seguida de la carcajada y no se detuvo hasta haber<br />
cerrado con llave la puerta que comunicaba con las tres habitaciones de encima del<br />
bar.<br />
Entonces, detrás de la puerta, empezó a reír nerviosamente y a sacudir las caderas<br />
de un lado a otro. El sonido se convirtió en un fúnebre plañido que se confundía con el<br />
viento.<br />
Abajo, Nort salió con aire ausente a la tormenta, para arrancar un poco de hierba.<br />
El hombre de negro, único cliente del bar, lo vio salir sin perder la sonrisa.<br />
Cuando, ya anochecido, la mujer se obligó a sí misma a bajar de nuevo, con un<br />
quinqué en una mano y un pesado bastón para desfondar barriles en la otra, el hombre<br />
de negro ya se había ido, llevándose su carromato. Pero Nort estaba allí, sentado a la<br />
mesa más cercana a la puerta como si nunca la hubiera dejado. Seguía oliendo a<br />
hierba, pero no tan intensamente como ella hubiera podido suponer.<br />
Al oírla bajar levantó la vista y le sonrió dubitativamente.<br />
- Hola, Allie.<br />
- Hola, Nort. Dejó el bastón y empezó a encender las lámparas, sin volverle la<br />
espalda.<br />
- He sido tocado por Dios - explicó él. Ya no volveré a morir. Me lo ha dicho él. Me lo<br />
ha prometido.<br />
- Qué suerte, Nort. <strong>La</strong> astilla que utilizaba para encender los quinqués resbaló de<br />
entre sus dedos temblorosos y se agachó a recogerla.<br />
- Me gustaría dejar de mascar hierba - comentó Nort. Ya no lo disfruto como antes.<br />
No me parece bien que un hombre tocado por Dios siga mascando hierba.<br />
- Entonces, ¿por qué no lo dejas?<br />
En medio de su exasperación, se sorprendió a sí misma mirando a Nort de nuevo<br />
como un hombre, más que como un milagro infernal. Lo que vio fue un individuo