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- Usted le tenía cariño - añadió llanamente. ¿No es cierto?<br />
- ¿Quién, yo? ¿A Nort? - Se echó a reír, afectando enojo para ocultar su confusión.<br />
Me parece que más le vale...<br />
- Tiene el corazón blando y un poco de miedo - prosiguió él -, y el viejo estaba<br />
enganchado a la hierba, atisbando por la puerta de atrás del infierno. Y allí está ahora,<br />
y ya han cerrado la puerta, y usted cree que no volverán a abrirla hasta que a usted le<br />
llegue la hora de pasar por ella, ¿no es eso?<br />
- ¿Qué le pasa? ¿Está bebido?<br />
- ¡El señor Norton está muerto! - exclamó irónicamente el hombre de negro. Tan<br />
muerto como cualquiera. Tan muerto como usted, o cualquier otro.<br />
- Váyase de mi casa. <strong>La</strong> mujer sintió nacer en su interior una temblorosa aversión,<br />
pero su vientre seguía irradiando la misma calidez.<br />
- Está bien - dijo él con suavidad. Está bien. Espere. Espere un poco.<br />
Tenía los ojos azules. De pronto, ella notó que le invadía una sensación de sosiego,<br />
como si hubiera tomado alguna droga.<br />
- ¿Lo ve? - apuntó él. ¿Se da cuenta?<br />
Ella asintió torpemente y él se echó a reír con una carcajada fuerte, pura,<br />
agradable, que hizo que todas las cabezas se girasen. El hombre de negro dio media<br />
vuelta y afrontó las miradas, repentinamente convertido en el centro de la atención<br />
por una alquimia inexplicable. <strong>La</strong> tía Mill vaciló y se detuvo, dejando que un agudo<br />
desafinado se desangrara en el aire. Sheb tocó un acorde disonante y se interrumpió.<br />
Todos contemplaban al forastero con inquietud. <strong>La</strong> arena arañaba las paredes del<br />
edificio.<br />
El silencio se prolongó sin consumirse. <strong>La</strong> mujer re tenía el aliento en la garganta y,<br />
al bajar la vista, descubrió que tenía ambas manos apretadas contra el vientre por<br />
debajo de la barra. Todos miraban al desconocido, y él los miraba a todos. Entonces<br />
surgió de nuevo la risa, potente, rica, innegable. Pero nadie sintió ganas de reír con él.<br />
- ¡Os mostraré un prodigio! - les gritó.<br />
Ellos se limitaron a seguir mirando, como niños obedientes a quienes se lleva a ver<br />
a un mago, a pesar de que ya sean demasiado mayores para creer en él.<br />
El hombre de negro se adelantó y la tía Mill se apartó de su camino. Él sonrió<br />
ferozmente y le palmeó el abultado abdomen. <strong>La</strong> mujer emitió un breve cloqueo<br />
involuntario, y el hombre de negro echó hacia atrás la cabeza.<br />
- Mejor así, ¿verdad?