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Pero Brown, al parecer, no tenía nada que decir. Su cigarrillo era una colilla<br />
humeante pero, cuando el pistolero dio unos golpecitos sobre su petaca, Brown movió<br />
la cabeza.<br />
Zoltan se agitó con inquietud, pareció estar a punto de hablar, se quedó inmóvil.<br />
- ¿Puedo contárselo? - preguntó el pistolero.<br />
- Claro.<br />
El pistolero buscó palabras para empezar y no halló ninguna.<br />
- Tengo que orinar - anunció.<br />
Brown asintió.<br />
- Eso es el agua. ¿Lo hará en el maíz, por favor?<br />
- Claro.<br />
Subió los escalones y salió a la oscuridad. <strong>La</strong>s estrellas refulgían sobre su cabeza en<br />
una loca exhibición. El viento soplaba sin tregua. <strong>La</strong> orina del pistolero se arqueó<br />
sobre el polvoriento maizal en un tembloroso chorro. El hombre de negro lo había<br />
enviado allí. Quizás incluso Brown fuera el mismo hombre de negro. Quizá fuera...<br />
Desechó estos pensamientos. <strong>La</strong> única contingencia que no había aprendido a<br />
afrontar era la posibilidad de su propia locura. Regresó al interior.<br />
- ¿Ha decidido ya si soy un encantamiento o no? - inquirió Brown, divertido.<br />
El pistolero se detuvo en un minúsculo rellano, sobresaltado. Luego bajó<br />
pausadamente y se sentó.<br />
- Había empezado a hablarle de Tull.<br />
- ¿Ha crecido?<br />
- Ha muerto - replicó el pistolero, y sus palabras flotaron en el aire.<br />
Brown asintió.<br />
- El desierto. Creo que es capaz de estrangularlo todo, a la larga. ¿Sabía que en otro<br />
tiempo existió una ruta de diligencias que cruzaba el desierto?<br />
El pistolero cerró los párpados. Su mente giraba en locos torbellinos.<br />
- Me ha drogado - dijo con voz apagada.<br />
- No. No le he hecho nada.