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Stephen King - La torre oscura I

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- ¿Allie?<br />

- ¡Está bien! ¡Está bien! ¡Vino de los moradores! ¡Del desierto!<br />

- Lo suponía. Se relajó un poco. ¿Dónde vive?<br />

<strong>La</strong> voz de la mujer se hizo más grave.<br />

- Si te lo digo, ¿haremos el amor?<br />

- Ya sabes cuál va a ser mi respuesta.<br />

Ella suspiró. Fue un sonido antiguo y amarillento, como el de volver las páginas de<br />

un libro viejo.<br />

- Tiene una casa en la loma que hay detrás de la iglesia. Una choza, mejor. Es<br />

donde vivía el... el verdadero ministro, hasta que se fue. ¿Te basta con eso? ¿Estás<br />

satisfecho?<br />

- No. Todavía no. Se inclinó sobre ella.<br />

Era el último día, y él lo sabía bien.<br />

El firmamento tenía un desagradable color amoratado y, desde lo alto los primeros<br />

dedos del alba lo iluminaban espectralmente. Allie iba de un lado para otro como un<br />

alma en pena, encendiendo quinqués y vigilando los buñuelos de maíz que se freían en<br />

la sartén. En cuanto le hubo dicho lo que él quería saber, el pistolero le había hecho el<br />

amor ferozmente, y ella, presintiendo la proximidad del final, había dado más de lo<br />

que nunca había dado, desesperada por la llegada de la aurora, con la infatigable<br />

energía de los dieciséis años. Pero por la mañana estaba pálida, de nuevo al borde de<br />

la menopausia.<br />

Le sirvió el desayuno sin decir palabra. Él lo ingirió rápidamente, masticando,<br />

engullendo, acompañando cada bocado con un sorbo de café caliente<br />

Allie se acercó a las puertas de vaivén y se detuvo a contemplar la mañana, los<br />

batallones silenciosos de lentos nubarrones.<br />

- Hoy tendremos tormenta de polvo.<br />

- No me sorprende.<br />

- ¿Te sorprende algo alguna vez? - preguntó irónicamente, y se volvió a tiempo de<br />

verle recoger su sombrero.<br />

El pistolero se lo encasquetó y pasó rozándola.<br />

- A veces - contestó. Sólo volvería a verla una vez con vida.

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