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Stephen King - La torre oscura I

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como las de una marioneta. El viento arañaba la ventana. En la pared, el espejo de<br />

Allie reflejaba una habitación vagamente nublada y distorsionada.<br />

- ¡Era mía! - sollozó. ¡Antes era mía! ¡Mía!<br />

Allie lo miró y salió de la cama. Se cubrió con una bata, y el pistolero sintió una<br />

momentánea identificación con aquel hombre que debía de verse cercano al final de lo<br />

que otrora había sido. No era más que un hombrecillo castrado.<br />

- Fue por ti - se lamentó Sheb, aún llorando. Fue solamente por ti, Allie. Todo por<br />

ti... <strong>La</strong>s palabras se disolvieron en un paroxismo ininteligible y, finalmente, en<br />

lágrimas. El pianista oscilaba hacia delante y hacia atrás sosteniendo las muñecas<br />

rotas contra el abdomen.<br />

- Shhh. Shhh. Déjame ver. Allie se arrodilló a su lado. Rotas. Pero, Sheb, bobo. ¿No<br />

sabías que nunca has sido fuerte? - Le ayudó a ponerse en pie. Sheb trató de llevarse<br />

las manos a la cara pero éstas no le obedecieron, y sollozó abiertamente. Vamos a la<br />

mesa y déjame ver qué puedo hacer.<br />

Lo condujo hasta la mesa y le entablilló las muñecas con unos maderos rectos de la<br />

caja de la leña. Él lloraba débilmente y sin voluntad, y se marchó sin mirar atrás.<br />

Allie regresó a la cama.<br />

- ¿Por dónde íbamos?<br />

- No - dijo él.<br />

Ella respondió con paciencia:<br />

- Ya sabías cómo estaban las cosas. No se puede hacer nada. ¿Qué más quieres<br />

hacer? - Le palpó el hombro. En cualquier caso, me alegro de que seas tan fuerte.<br />

- Ahora no - repitió en voz apagada.<br />

- Puedo hacerte fuerte...<br />

- No - la interrumpió. No puedes hacerlo.<br />

A la noche siguiente permaneció cerrada la taberna: era el día que en Tull equivalía<br />

al Sabbath. El pistolero acudió a la minúscula iglesia de paredes alabeadas que se<br />

alzaba junto al cementerio, mientras Allie limpiaba las mesas con un poderoso<br />

desinfectante y enjuagaba los tubos de vidrio de los quinqués con agua jabonosa.<br />

<strong>La</strong> luz del crepúsculo era extrañamente violácea y, vista desde la carretera, la<br />

iglesia con el interior iluminado casi parecía un horno incandescente.<br />

- Yo no voy - le había anunciado escuetamente Allie. <strong>La</strong> religión de la mujer que<br />

predica es veneno. Que vayan los respetables.

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