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Stephen King - La torre oscura I

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- Por delante de ella.<br />

- El viento es más veloz que un hombre con una mula. En campo abierto podría<br />

matarlo.<br />

- Quiero la mula ahora mismo - respondió simplemente el pistolero.<br />

- Desde luego. Pero Kennerly no hizo ademán de ir en su busca, sino que<br />

permaneció inmóvil, con una sonrisa vil y odiosa y los ojos mirando más allá del<br />

hombro del pistolero, como si estuviera pensando en añadir algo más.<br />

El pistolero se echó a un lado y se dio la vuelta simultáneamente, y el pesado<br />

garrote que la joven Soobie sostenía rasgó el aire con un siseo, apenas rozándole el<br />

codo. <strong>La</strong> propia fuerza del golpe le hizo soltar el garrote, que cayó ruidosamente al<br />

suelo. Unas golondrinas emprendieron el vuelo en las sombrías alturas del henil. <strong>La</strong><br />

muchacha se lo quedó mirando con aire bovino. Su descolorida camisa ponía de<br />

manifiesto la magnificencia de los senos maduros. Con lentitud de ensueño, un pulgar<br />

buscó refugio en su boca.<br />

El pistolero se volvió hacia Kennerly, cuya sonrisa iba de oreja a oreja. Su tez era de<br />

un amarillo céreo. Tenía los ojos desorbitados.<br />

- Yo... comenzó, en un susurro flemoso. No pudo continuar.<br />

- <strong>La</strong> mula - insistió suavemente el pistolero.<br />

- Sí, sí, claro - farfulló Kennerly, yendo en busca del animal. <strong>La</strong> sonrisa tenía un<br />

tinte de incredulidad.<br />

El pistolero se movió para no perder de vista a Kennerly. El mozo de cuadra regresó<br />

con la mula y le tendió el ronzal.<br />

- Vete a casa y cuida a tu hermana - le dijo a Soobie.<br />

Soobie ladeó la cabeza y permaneció inmóvil.<br />

El pistolero los dejó allí, mirándose el uno al otro sobre el polvoriento suelo cubierto<br />

de excrementos, él con su enfermiza sonrisa, ella con su mudo e inane desafío. En el<br />

exterior, el calor seguía golpeando como un martillo. Conducía la mula por el centro de<br />

la calle, alzando salpicaduras de polvo con las botas. Los odres iban atados sobre el<br />

lomo del animal.<br />

Se detuvo en la taberna pero Allie no estaba allí. El establecimiento estaba vacío,<br />

asegurado todo en previsión de la tormenta, pero aún sucio de la noche anterior. Allie<br />

no había empezado a limpiar, y el lugar olía tan mal como un perro mojado.<br />

Llenó su bolsa con harina de maíz, maíz seco y tostado y la mitad de la carne picada<br />

que había en la despensa. Dejó cuatro monedas de oro apiladas sobre el mostrador.<br />

Allie seguía sin bajar. El piano de Sheb le dedicó una silenciosa despedida con su

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