El gran reto de la socieda hoy en día es gestionar - Centro de ...

COLABORACION EXTRAORDINARIA
profesión hay que tener un poco de desparpajo:
de lo que no se sabe mucho,
se aprende. Así, mi trabajo va desde
apoyar reformas tributarias a temas de
Administración tributaria, sobre todo si
está relacionado con el área internacional.
A veces son necesidades puntuales,
como cuando fui a Bolivia porque
estaban dándole vueltas a cómo gravar
el comercio electrónico o se trata de impartir
seminarios; otras son ambiciosas
reformas: como la de la Ley del Impuesto
a la Renta en Guatemala, o el Código
Tributario (o sea el equivalente a nuestra
Ley general Tributaria) en Haití.
¿Y qué?
Bueno, para mí, mucho.
Admito que los resultados prácticos
inmediatos son pocos (por ejemplo, he
participado activamente en no menos de
4 reformas fi scales integrales – Uruguay,
Costa Rica, Guatemala y Nicaragua–
pero solo la uruguaya ha visto la luz…).
Reconozco que el sacrifi cio personal
es muy alto, pues dejo a la familia
durante tantas semanas que, sumadas,
son casi la mitad del año.
Me quejo de la soledad del trabajo,
tanto de la soledad personal, porque yo
trabajo solo la mayor parte del tiempo
–quiero decir que cuando se apaga la
luz de la ofi cina y cada cual vuelve con
su familia, yo me quedo solo en el hotel–;
como de la soledad profesional, porque
me uno a un equipo, pero éste generalmente
espera mucho de mí, y yo he de
ir tomando decisiones, convenciendo,
discutiendo, sin encontrar siempre el
interlocutor que a uno le dé seguridad,
tranquilidad intelectual, y sintiendo que
la responsabilidad de lo que va saliendo
es de uno mismo.
Y sufro con la incertidumbre de los
proyectos (pues ya no me llega un sueldo
fi jo a fi n de mes) y también, todo hay que
decirlo, con el tipo de cambio euro/dólar,
porque yo gano en dólares. El que quiera
hacer fortuna, que no siga leyendo.
Pero valoro intensamente lo que
hago. Y dudo que lo cambiara por nada
en estos momentos.
Valoro la calidad intelectual de mi
trabajo, que supone siempre un desafío,
no sólo técnico, al tener que desplegar
conocimientos en varias áreas, sino humano,
al tener que trabajar en equipo, o
mejor dicho, incorporarme a un equipo
en una posición nada cómoda, porque
ni soy funcionario, ni soy nacional, ni –a
veces– soy siquiera bienvenido, porque
una parte de los presentes rechaza el
que se haya contratado consultoría externa.
Y no quisiera agotar aquí ninguno de
los dos aspectos:
Del lado técnico, destaco la necesidad
de ser fl exible, de acertar con el
producto, según las características de
quien lo “compra”: no es lo mismo hacer
un Código Tributario para Haití que
cambiar una Ley en Uruguay: en Haití
muchos funcionarios no saben (repito:
no saben, ni es posible que aprendan)
calcular un interés de demora en cálculo
diario (¡por eso el proyecto del Código
Tributario incorpora todavía un cómputo
mensual!), y en el Uruguay la Comisión
de Reforma contaba al menos con 4
doctores, dos de ellos por Harvard.
No es lo mismo hablar para economistas
que para abogados; tampoco es
lo mismo hablar para expertos en política
o en administración tributaria; también
es diferente en tono y en contenido
explicar la reforma a un ministro que trabajarla
con su equipo técnico.
Lo único que trato de mantener igual
es el rigor, la empatía y la dedicación. El
rigor hacia lo que yo creo acertado, defendiéndolo
con mis argumentos, discutiéndolo,
si es necesario, con ardor; pero
tratando de hacer siempre ese ejercicio
de empatía: saltando a la otra cultura, al
otro marco fáctico y legal. Por ejemplo,
en Haití, cuando llegué, los derechos del
contribuyente, los más elementales, no
existían; y en toda Centroamérica no se
grava la renta mundial del contribuyente,
cuestión muy importante si se va a reformar
el IRPF.
También hay que admitir siempre la
posibilidad de que haya otras soluciones
para los mismos problemas, otra
forma de hacer política o administración
tributaria. Así, en muchos países de Latinoamérica,
la Administración tributaria
puede cerrar – y de hecho cierra temporalmente–
el negocio a quien no emite
factura, solo por este motivo.
Además, hay que aceptar las formas,
tanto las del tratamiento a las personas:
yo, ni un solo día me apeé del
“usted” en Haití, con nadie, pero no llevé
ni un día corbata en mis 4 semanas
en Nicaragua, ni siquiera cuando nos
reunimos con el ministro (también descamisado,
por supuesto). También hay
que adaptarse a las formas de organización
del tiempo y el trabajo: en Portau
Prince (Haití) no había cómo trabajar
más allá de las 4 pm, mientras que en
Guatemala nunca salí antes de las 9
de la noche. En Uruguay nunca llegué
a saber si teníamos un horario, porque
cada cual llegaba –y se iba– cuando se
le antojaba.
Y todo esto, tratando de demostrar
siempre dedicación, profesionalidad,
amor al trabajo hecho lo mejor posible.
En suma, una forma de vocación de servicio
como otra cualquiera.
Pero al fi nal, lo que más valoro es
el lado humano de mi profesión, lo que
puedo llegar a aprender cada día de
cada individuo que me encuentro enfrente:
cómo cada cual se defi ende en
esta vida, cada quien sufre, siente y llora.
Y por un momento yo lo comparto
también. Me cruzo con ellos y forman
parte de mi vida, la enriquecen y la completan.
Y hasta nos hacemos amigos, y
en esa amistad hay mucha más grandeza
y generosidad y cariño, y mucho más
roce, intercambio y enriquecimiento que
en todo el proyecto técnico.
Por eso, cuando miro atrás y veo
tantos proyectos de consultoría sin implementar,
tanto informe archivado y
tanta ley sin aprobar, no me preocupa
demasiado. Pienso en lo que decía al
titular estas líneas: “consulta, Fernando,
que –a pesar de todo eso– algo [nos]
queda”.
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