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PORTADA ENERO 2010 - Passio Christi

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plandecer también su rostro ante las generaciones<br />

del nuevo milenio?<br />

Nuestro testimonio sería, además,<br />

enormemente deficiente si nosotros no<br />

fuéramos los primeros contempladores<br />

de su rostro. Al final del Jubileo, a la<br />

vez que reemprendemos el ritmo ordinario,<br />

llevando en el ánimo las ricas<br />

experiencias vividas durante este periodo<br />

singular, la mirada se queda más<br />

que nunca fija en el rostro de Cristo”.<br />

La contemplación y la reflexión se<br />

hacen éxtasis creyente permitiendo y<br />

suscitando el seguimiento y la transformación.<br />

La curiosidad de los griegos que desean<br />

ver a Jesús (cf. Jn.12,20-31) acaba<br />

siendo momento sublime de revelación<br />

del sentido último de su “hora”, de la fecundidad<br />

de su existencia ofrecida<br />

como grano de trigo, de la glorificación<br />

del Padre en su elevación y del misterio<br />

eficaz de su luz frente a las tinieblas.<br />

DIOS REVELA SU GLORIA<br />

La “gloria” es uno de los rasgos de la<br />

revelación de Dios y un signo de su<br />

Presencia. Expresa lo que estando<br />

dado en la creación toma una singularidad<br />

de manifestación e incluso se<br />

muestra con novedad; supone un movimiento<br />

en el mismo Dios que hace<br />

notar su ser no deducible o identificable<br />

con algo anterior, aunque todo puede<br />

ser el medio o destello de su alteridad<br />

soberana. El pueblo de Israel percibió<br />

la gloria de Dios en signos puntuales<br />

que de modo sorprendente fueron<br />

vivenciados y narrados desde su<br />

soberanía de elección. El acontecer<br />

histórico y la interpretación sapiencial<br />

y creyente constató los destellos de su<br />

presencia en la belleza deslumbrante<br />

de la libertad y la humanización, en la<br />

confianza y el horizonte de las promesas.<br />

Cada una de estas manifestaciones<br />

despertaba el deseo de ver su rostro:<br />

“Tu rostro buscaré Señor, no me<br />

escondas tu rostro” (Salmo 27,8-9). La<br />

búsqueda apasionada de su rostro, el<br />

cual no se puede contemplar sin morir<br />

(Ex.33,20), lleva al pueblo de Israel a<br />

la contemplación de su gloria en la<br />

creación haciendo de ella un cántico de<br />

alabanza: “ Los cielos cuentan la gloria<br />

de Dios, y el firmamento anuncia la<br />

obra de sus manos. La tierra está llena<br />

de la gloria de Dios” (Salmo 19:1).<br />

“!Oh Dios, Señor nuestro, cuán glorioso<br />

es tu nombre en toda la tierra! Has<br />

puesto tu gloria sobre los cielos” (Salmo<br />

8:1). E incluso en el abismo del dolor<br />

brota la certidumbre del consuelo<br />

que da ver su rostro. Así Job proclama:<br />

“Yo te conocía de oídas, mas ahora te<br />

han visto mis ojos” (Jb.42,5).<br />

CONTEMPLAR LA GLORIA<br />

DEL SEÑOR CRUCIFICADO<br />

Esta contemplación de la gloria en<br />

su claridad deslumbrante y cegadora y<br />

en algún sentido sin rostro, toma figura<br />

en el Señor Jesús “reflejo de la gloria<br />

del Padre e impronta de su ser”<br />

(Hb.1,3). Su rostro se nos ofrece en las<br />

Sagradas Escrituras leídas en el seno<br />

Revista Pasionario/5

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