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48 Susana Pastor Cesteros<br />

Según los especialistas, alrededor de un 40% de los trastornos lingüísticos<br />

tienen una causa física, por ejemplo, los casos de lesiones cerebrales<br />

debidos a ataques, actos violentos, accidentes o enfermedades que<br />

provocan las llamadas afasias. Igualmente, el crecimiento anormal de<br />

cualquiera de los órganos que intervienen en la codificación o descodificación<br />

puede constituir una causa evidentemente física del problema<br />

lingüístico. Ahora bien, el 60% restante, al menos con los conocimientos<br />

médicos de que disponemos en la actualidad, no pueden achacarse a un<br />

problema físico. Se buscan entonces causas «funcionales» que tienen que<br />

ver con el contexto social, psicológico o lingüístico del individuo. Hay<br />

que admitir que no siempre se consigue deslindar la causa del trastorno,<br />

entre otras cosas porque a menudo no se trata de un único motivo, sino de<br />

la confluencia de varias circunstancias. Por ejemplo, el nivel lingüístico<br />

que alcance un niño sordo no se explica por su grado de pérdida auditiva,<br />

sino que habrá que tener en cuenta también su personalidad, su entorno<br />

familiar y la calidad y la cantidad de exposición al lenguaje hablado o al<br />

lenguaje de signos. En definitiva, en gran parte de los trastornos del<br />

lenguaje intervienen tanto causas orgánicas como funcionales.<br />

Por otro lado, es la complejidad de los fenómenos lingüísticos patológicos<br />

la que ha hecho necesaria su clasificación para poner un cierto<br />

orden en la descripción de sus características y entender mejor el modo<br />

en que se relacionan unos con otros. Los criterios para la clasificación de<br />

los trastornos lingüísticos pueden ser diversos, pero algunos de los principales<br />

son los siguientes:<br />

a) Se habla de trastornos orgánicos y funcionales, dependiendo de si<br />

existe algún aspecto orgánico dañado, anatómico o cerebral que<br />

provoque la perturbación (en el primer caso) o de si ésta se manifiesta<br />

tan sólo en el uso lingüístico por motivos psicológicos (en<br />

el segundo). Esta distinción se basa en pautas ante todo médicas y,<br />

aunque es útil en muchas ocasiones, no sirve para aquellos trastornos<br />

en que intervienen ambos componentes (y ya dijimos que en la<br />

mayoría de las ocasiones estamos ante fenómenos de índole físicopsíquica).<br />

b) Otro criterio utilizado con frecuencia tiene como base el modelo<br />

de la cadena de la comunicación y distingue así entre trastornos<br />

de producción y/o recepción. Podemos así hablar de trastornos<br />

neurológicos (que tienen su origen en el cerebro), fisiológicos (por<br />

ejemplo musculares) o anatómicos (como los derivados del paladar<br />

hundido). Lógicamente, esta clasificación también tiene sus<br />

limitaciones porque no considera las cuestiones de retroalimentación

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