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AZUELA MARIANO. Los de Abajo

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— Correligionario, mi jefe..., es <strong>de</strong>cir, que persigo los mismos i<strong>de</strong>ales y <strong>de</strong>fiendo la misma causaque uste<strong>de</strong>s <strong>de</strong>fien<strong>de</strong>n.Demetrio sonrió:— ¿Pos cuál causa <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>mos nosotros?...Luis Cervantes, <strong>de</strong>sconcertado, no encontró qué contestar.— ¡Mi' qué cara pone!... ¿Pa qué son tantos brincos?... ¿Lo tronamos ya, Demeterio? —preguntóPancracio, ansioso.Demetrio llevó su mano al mechón <strong>de</strong> pelo que le cubría una oreja, se rascó largo rato, meditabundo;luego, no encontrando la solución, dijo:— Sálganse... que ya me está doliendo otra vez... Anastasio, apaga la mecha. Encierren a ése en elcorral y me lo cuidan Pancracio y Manteca. Mañana veremos.VILuis Cervantes no aprendía aún a discernir la forma precisa <strong>de</strong> los objetos a la vaga tonalidad <strong>de</strong> lasnoches estrelladas, y buscando el mejor sitio para <strong>de</strong>scansar, dio con sus huesos quebrantadossobre un montón <strong>de</strong> estiércol húmedo, al pie <strong>de</strong> la masa difusa <strong>de</strong> un huizache. Más por agotamientoque por resignación, se tendió cuan largo era y cerró los ojos resueltamente, dispuesto a dormir hastaque sus feroces vigilantes le <strong>de</strong>spertaran o el sol <strong>de</strong> la mañana le quemara las orejas. Algo como unvago calor a su lado, luego un respirar rudo y fatigoso, le hicieron estremecerse; abrió los brazos entorno, y su mano trémula dio con los pelos rígidos <strong>de</strong> un cerdo, que, incomodado seguramente por lavecindad, gruñó.Inútiles fueron ya todos sus esfuerzos para atraer el sueño; no por el dolor <strong>de</strong>l miembro lesionado, nipor el <strong>de</strong> sus carnes magulladas, sino por la instantánea y precisa representación <strong>de</strong> su fracaso.Sí; él no había sabido apreciar a su <strong>de</strong>bido tiempo la distancia que hay <strong>de</strong> manejar el escalpelo,fulminar latrofacciosos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las columnas <strong>de</strong> un diario provinciano, a venir a buscarlos con el fusil enlas manos a sus propias guaridas. Sospechó su equivocación, ya dado <strong>de</strong> alta como subteniente <strong>de</strong>caballería, al rendir la primera jornada. Brutal jornada <strong>de</strong> catorce leguas, que lo <strong>de</strong>jaba con lasca<strong>de</strong>ras y las rodillas <strong>de</strong> una pieza, cual si todos sus huesos se hubieran soldado en uno. Acabólo <strong>de</strong>compren<strong>de</strong>r ocho días <strong>de</strong>spués, al primer encuentro con los rebel<strong>de</strong>s. Juraría, la mano puesta sobreun Santo Cristo, que cuando los soldados se echaron los máuseres a la cara, alguien con estentóreavoz había clamado a sus espaldas: "¡Sálvese el que pueda!" Ello tan claro así, que su mismo brioso ynoble corcel, avezado a los combates, había vuelto grupas y <strong>de</strong> estampida no había querido<strong>de</strong>tenerse sino a distancia don<strong>de</strong> ni el rumor <strong>de</strong> las balas se escuchaba. Y era cabalmente a la puesta<strong>de</strong>l sol, cuando la montaña comenzaba a poblarse <strong>de</strong> sombras vagarosas e inquietantes, cuando lastinieblas ascendían a toda prisa <strong>de</strong> la hondonada. ¿Qué cosa más lógica podría ocurrírsele si no la <strong>de</strong>buscar abrigo entre las rocas, darles reposo al cuerpo y al espíritu y procurarse el sueño? Pero lalógica <strong>de</strong>l soldado es la lógica <strong>de</strong>l absurdo. Así, por ejemplo, a la mañana siguiente su coronel lo<strong>de</strong>spierta a broncos puntapiés y le saca <strong>de</strong> su escondite con la cara gruesa a mojicones. Más todavía:aquello <strong>de</strong>termina la hilaridad <strong>de</strong> los oficiales, a tal punto que, llorando <strong>de</strong> risa, imploran a una voz elperdón para el fugitivo. Yel coronel, en vez <strong>de</strong> fusilarlo, le larga un recio puntapié en las posa<strong>de</strong>ras yle envía a la impedimenta como ayudante <strong>de</strong> cocina.La injuria gravísima habría <strong>de</strong> dar sus frutos venenosos. Luis Cervantes cambia <strong>de</strong> chaqueta <strong>de</strong>s<strong>de</strong>luego, aunque sólo in mente por el instante. <strong>Los</strong> dolores y las miserias <strong>de</strong> los <strong>de</strong>sheredados alcanzana conmoverlo; su causa es la causa sublime <strong>de</strong>l pueblo subyugado que clama justicia, sólo justicia.Intima con el humil<strong>de</strong> soldado y, ¡qué más!, una acémila muerta <strong>de</strong> fatiga en una tormentosa jornadale hace <strong>de</strong>rramar lágrimas <strong>de</strong> compasión.Luis Cervantes, pues, se hizo acreedor a la confianza <strong>de</strong> la tropa. Hubo soldados que le hicieronconfi<strong>de</strong>ncias temerarias. Uno, muy serio, y que se distinguía por su temperancia y retraimiento, le dijo:"Yo soy carpintero; tenía mi madre, una viejita clavada en su silla por el reumatismo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía diezaños. A medianoche me sacaron <strong>de</strong> mi casa tres gendarmes; amanecí en el cuartel y anochecí adoce leguas <strong>de</strong> mi pueblo... Hace un mes pasé por allí con la tropa... ¡Mi madre estaba ya <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>la tierral... No tenía más consuelo en esta vida... Ahora no le hago falta a nadie. Pero, por mi Dios queestá en los cielos, estos cartuchos que aquí me cargan no han <strong>de</strong> ser para los enemigos... Y si se me

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