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AZUELA MARIANO. Los de Abajo

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La Pintada apareció <strong>de</strong> pronto en medio <strong>de</strong> la sala, luciendo un espléndido traje <strong>de</strong> seda <strong>de</strong>riquísimos encajes.— ¡Nomás las medias se te olvidaron! —exclamó el güero Margarito <strong>de</strong>sternillándose <strong>de</strong> risa.La muchacha <strong>de</strong> la Codorniz prorrumpió también en carcajadas.Pero a la Pintada nada se le dio; hizo una mueca <strong>de</strong> indiferencia, se tiró en la alfombra y con lospropios pies hizo saltar las zapatillas <strong>de</strong> raso blanco, moviendo muy a gusto los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong>snudos,entumecidos por la opresión <strong>de</strong>l calzado, y dijo:— ¡Epa, tú, Pancracio!... Anda a traerme unas medias azules <strong>de</strong> mis "avances".La sala se iba llenando <strong>de</strong> nuevos amigos y viejos compañeros <strong>de</strong> campaña. Demetrio, animándose,comenzaba a referir menudamente algunos <strong>de</strong> sus más notables hechos <strong>de</strong> armas.— Pero ¿qué ruido es ése? —preguntó sorprendido por el afinar <strong>de</strong> cuerdas y latones en el patio <strong>de</strong>la casa.—Mi general —dijo solemnemente Luis Cervantes—, es un banquete que le ofrecemos sus viejosamigos y compañeros para celebrar el hecho <strong>de</strong> armas <strong>de</strong> Zacatecas y el merecido ascenso <strong>de</strong> usteda general.III—Le presento a usted, mi general Macías, a mi futura —pronunció enfático Luis Cervantes, haciendoentrar al comedor a una muchacha <strong>de</strong> rara belleza.Todos se volvieron hacia ella, que abría sus gran<strong>de</strong>s ojos azules con azoro.Tendría apenas catorce años; su piel era fresca y suave como un pétalo <strong>de</strong> rosa; sus cabellos rubios,y la expresión <strong>de</strong> sus ojos con algo <strong>de</strong> maligna curiosidad y mucho <strong>de</strong> vago temor infantil.Luis Cervantes reparó en que Demetrio clavaba su mirada <strong>de</strong> ave <strong>de</strong> rapiña en ella y se sintiósatisfecho.Se le abrió sitio entre el güero Margarito y Luis Cervantes, enfrente <strong>de</strong> Demetrio.Entre los cristales, porcelanas y búcaros <strong>de</strong> flores, abundaban las botellas <strong>de</strong> tequila.El Meco entró sudoroso y renegando, con una caja <strong>de</strong> cervezas a cuestas.— Uste<strong>de</strong>s no conocen todavía a este güero —dijo la Pintada reparando en que él no quitaba losojos <strong>de</strong> la novia <strong>de</strong> Luis Cervantes—. Tiene mucha sal, y en el mundo no he visto gente más acabadaque él.Le lanzó una mirada lúbrica y añadió:— ¡Por eso no lo puedo ver ni pintado!Rompió la orquesta una rumbosa marcha taurina. <strong>Los</strong> soldados bramaron <strong>de</strong> alegría.— ¡Qué menudo, mi general!... Le juro que en mi vida he comido otro más bien guisado —dijo elgüero Margarito, e hizo reminiscencias <strong>de</strong>l Delmónico <strong>de</strong> Chihuahua.—¿Le gusta <strong>de</strong> veras, güero? —repuso Demetrio—. Pos que le sirvan hasta que llene.— Ese es mi mero gusto —confirmó Anastasio Montañés—, y eso es lo bonito; <strong>de</strong> que a mí mecuadra un guiso, como, como, hasta que lo eructo.Siguió un ruido <strong>de</strong> bocazas y gran<strong>de</strong>s tragantadas. Se bebió copiosamente."'Al final, Luis Cervantes tomó una copa <strong>de</strong> champaña y se puso <strong>de</strong> pie:—Señor general...

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