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AZUELA MARIANO. Los de Abajo

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Hubo protestas calurosas; algunos serranos juraron que ellos no seguirían ya en la columna, entregruñidos, quejas y rezongos.Camila lloró toda la noche, y otro día, por la mañana, dijo a Demetrio que ya le diera licencia <strong>de</strong>volverse a su casa.— ¡Si le falta voluntá!... —contestó Demetrio hosco.—No es eso, don Demetrio; voluntá se la tengo y mucha..., pero ya lo ha estado viendo... ¡Esamujer!...—No se apure, hoy mismo la <strong>de</strong>spacho a... Ya lo tengo bien pensado.Camila <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> llorar.Todos estaban ensillando ya. Demetrio se acercó a la Pintada y le dijo en voz muy baja:— Tú ya no te vas con nosotros.— ¿Qué dices? —inquirió ella sin compren<strong>de</strong>r.— Que te quedas aquí o te largas adon<strong>de</strong> te dé la gana, pero no con nosotros.— ¿Qué estás diciendo? —exclamó ella con asombro—. ¿Es <strong>de</strong>cir, que tú me corres? ja, ja, jal...¿Pues qué... tal serás tú si te andas creyendo <strong>de</strong> los chismes <strong>de</strong> ésa...!Y la Pintada insultó a Camila, a Demetrio, a Luis Cervantes y a cuantos le vinieron a las mientes, contal energía y novedad, que la tropa oyó injurias e insolencias que no había sospechado siquiera.Demetrio esperó largo rato con paciencia; pero como ella no diera trazas <strong>de</strong> acabar, con muchacalma dijo a un soldado:— Echa fuera esa borracha.— ¡Güero Margarito! ¡Güero <strong>de</strong> mi vida! ¡Ven a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rme <strong>de</strong> éstos...! ¡Anda, güerito <strong>de</strong> micorazón!... ¡Ven a enseñarles que tú eres hombre <strong>de</strong> veras y ellos no son más que unos hijos <strong>de</strong>...!Y gesticulaba, pateaba y daba <strong>de</strong> gritos.El güero Margarito apareció. Acababa <strong>de</strong> levantarse; sus ojos azules se perdían bajo unos párpadoshinchados y su voz estaba ronca. Se infi)rmó <strong>de</strong>l sucedido y, acercándose a la Pintada, le dijo conmucha gravedad:—Sí, me parece muy bien que ya te largues mucho a la... ¡A todos nos tienes hartos!El rostro <strong>de</strong> la Pintada se granitificó. Quiso hablar, pero sus músculos estaban rígidos.<strong>Los</strong> soldados reían divertidísimos; Camila, muy asustada, contenía la respiración.La Pintada paseó sus ojos en torno. Y todo fue en un abrir y cerrar <strong>de</strong> ojos; se inclinó, sacó una hojaaguda y brillante <strong>de</strong> entre la media y la pierna y se lanzó sobre Camila.Un grito estri<strong>de</strong>nte y un cuerpo que se <strong>de</strong>sploma arrojando sangre a borbotones.— Mátenla —gritó Demetrio fuera <strong>de</strong> sí.Dos soldados se arrojaron sobre la Pintada que, esgrimiendo el puñal, no les permitió tocarla.— ¡Uste<strong>de</strong>s no, infelices!... Mátame tú, Demetrio —se a<strong>de</strong>lantó, entregó su arma, irguió el pecho y<strong>de</strong>jó caer los brazos.Demetrio puso en alto el puñal tinto en sangre; pero sus ojos se nublaron, vaciló, dio un paso atrás.Luego, con voz apagada y ronca, gritó:— ¡Lárgate!... ¡Pero luego!...Nadie se atrevió a <strong>de</strong>tenerla.

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