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AZUELA MARIANO. Los de Abajo

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Demetrio dijo que él <strong>de</strong> muy buena gana se llevaría también a una mozuela que traía entre ojos, peroque <strong>de</strong>seaba mucho que ninguno <strong>de</strong> ellos <strong>de</strong>jara recuerdos negros, como los fe<strong>de</strong>rales.—No hay que esperar mucho; a la vuelta se arregla todo —pronunció en voz baja Luis Cervantes.— ¡Cómo! —dijo Demetrio—. ¿Pues no dicen que usté y Camila...?— No es cierto, mi jefe; ella lo quiere a usted... pero le tiene miedo...—¿De veras, curro?— Sí; pero me parece muy acertado lo que usted dice: no hay que <strong>de</strong>jar malas impresiones...Cuando regresemos en triunfo, todo será diferente; hasta se lo agra<strong>de</strong>cerán.— ¡Ah, curro!... ¡Es usté muy lanza! —contestó Demetrio, sonriendo y palmeándole la espalda.Al <strong>de</strong>clinar la tar<strong>de</strong>, como <strong>de</strong> costumbre, Camila bajaba por agua al río. Por la misma vereda y a suencuentro venía Luis Cervantes.Camila sintió que el corazón se le quería salir.Quizá sin reparar en ella, Luis Cervantes, bruscamente, <strong>de</strong>sapareció en un recodo <strong>de</strong> peñascos.A esa hora, como todos los días, la penumbra apagaba en un tono mate las rocas calcinadas, losramajes quemados por el sol y los musgos resecos. Soplaba un viento tibio en débil rumor, meciendolas hojas lanceoladas <strong>de</strong> la tierna milpa. Todo era igual; pero en las piedras, en las ramas secas, enel aire embalsamado y en la hojarasca, Camila encontraba ahora algo muy extraño: como si todasaquellas cosas tuvieran mucha tristeza.Dobló una peña gigantesca y carcomida, y dio bruscamente con Luis Cervantes, encaramado en unaroca, las piernas pendientes y <strong>de</strong>scubierta la cabeza.— Oye, curro, ven a <strong>de</strong>cirme adiós siquiera.Luis Cervantes fue bastante dócil. Bajó y vino a ella.—¡Orgulloso!... ¿Tan mal te serví que hasta el habla me niegas?...— ¿Por qué me dices eso, Camila? Tú has sido muy buena conmigo... mejor que una amiga; mehas cuidado como una hermana. Yo me voy muy agra<strong>de</strong>cido <strong>de</strong> ti y siempre lo recordaré.—¡Mentiroso! —dijo Camila transfigurada <strong>de</strong> alegría—. ¿Y si yo no te he hablado?— Yo iba a darte las gracias esta noche en el baile.— ¿Cuál baile?... Si hay baile, no iré yo...— ¿Por qué no irás?—Porque no puedo ver al viejo ese... al Demetrio.— ¡Qué tontal... Mira, él te quiere mucho; no pierdas esta ocasión que no volverás a encontrar entoda tu vida. Tonta, Demetrio va a llegar a general, va a ser muy rico... Muchos caballos, muchasalhajas, vestidos muy lujosos, casas elegantes y mucho dinero para gastar... ¡Imagínate lo que seríasal lado <strong>de</strong> él!Para que no le viera los ojos, Camila los levantó hacia el azul <strong>de</strong>l cielo. Una hoja seca se <strong>de</strong>sprendió<strong>de</strong> las alturas <strong>de</strong>l tajo y, balanceándose en el aire lentamente, cayó como mariposita muerta a suspies. Se inclinó y la tomó en sus <strong>de</strong>dos. Luego, sin mirarlo a la cara, susurró:—¡Ay, curro... si vieras qué feo siento que tú me digas eso!... Si yo a ti es al que quero... pero a tinomás... Vete, curro; vete, que no sé por qué me da tanta vergüenza... ¡Vete, vete!...Y tiró la hoja <strong>de</strong>smenuzada entre sus <strong>de</strong>dos angustiosos y se cubrió la cara con la punta <strong>de</strong> su<strong>de</strong>lantal.Cuando abrió <strong>de</strong> nuevo los ojos, Luis Cervantes había <strong>de</strong>saparecido.

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