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AZUELA MARIANO. Los de Abajo

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Luis Cervantes templó la brida <strong>de</strong> su caballo y esperó a la Codorniz.— ¿En qué quedamos, pues, Codorniz?— Ya le dije, curro: doscientos por el puro reló...— No, yo te compro a bulto: relojes, anillos y todas las alhajitas. ¿Cuánto?La Codorniz vaciló, se puso <strong>de</strong>scolorido; luego dijo con ímpetu:—Deque dos mil papeles por todo.Pero Luis Cervantes se <strong>de</strong>jó traicionar; sus ojos brillaron con tan manifiesta codicia, que la Codornizvolvió sobre sus pasos y exclamó pronto:— No, mentiras, no vendo nada... El puro reló, y eso porque ya <strong>de</strong>bo los doscientos pesos aPancracio, que anoche me ganó otra vez.Luis Cervantes sacó cuatro flamantes billetes <strong>de</strong> "dos caritas" y los puso en manos <strong>de</strong> la Codorniz.— De veras —le dijo—, me intereso al lotecito... Nadie te dará más <strong>de</strong> lo que yo te dé.Cuando comenzó a sentirse el sol, el Manteca gritó <strong>de</strong> pronto:— Güero Margarito, ya tu asistente quiere pelar gallo. Dice que ya no pue<strong>de</strong> andar.El prisionero se había <strong>de</strong>jado caer, exhausto, en medio <strong>de</strong>l camino.— ¡Calla! —clamó el güero Margarito retrocediendo—. ¿Conque ya te cansaste, simpático?¡Pobrecito <strong>de</strong> ti! Voy a comprar un nicho <strong>de</strong> cristal para guardarte en una rinconera <strong>de</strong> mi casa, comoNiño Dios. Pero es necesario llegar primero al pueblo, y para esto te voy a ayudar.Y sacó el sable y <strong>de</strong>scargó sobre el infeliz repetidos golpes.— A ver la reata, Pancracio —dijo luego, brillantes y extraños los ojos.Pero como la Codorniz le hiciera notar que ya el fe<strong>de</strong>ral no movía ni pie ni mano, dio una grancarcajada y dijo:— ¡Qué bruto soy!... ¡Ahora que lo tenía enseñado a no comer!...—Ahora sí, ya llegamos a Guadalajara chiquita —dijo Venancio <strong>de</strong>scubriendo el caserío risueño <strong>de</strong>Tepatitlán, suavemente recostado en una colina.Entraron regocijados; a las ventanas asomaban rostros sonrosados y bellos ojos negros.Las escuelas quedaron convertidas en cuarteles. Demetrio se alojó en la sacristía <strong>de</strong> una capillaabandonada.Después los soldados se <strong>de</strong>sperdigaron, como siempre, en busca <strong>de</strong> "avances", so pretexto <strong>de</strong>recoger armas y caballos.Por la tar<strong>de</strong>, algunos <strong>de</strong> los <strong>de</strong> la escolta <strong>de</strong> Demetrio estaban tumbados en el atrio <strong>de</strong> la iglesiarascándose la barriga. Venancio, con mucha gravedad, pecho y espaldas <strong>de</strong>snudos, espulgaba sucamisa.Un hombre se acercó a la barda, pidiendo la venia <strong>de</strong> hablar al jefe.<strong>Los</strong> soldados levantaron la cabeza, pero ninguno le respondió.— Soy viudo, señores; tengo nueve criaturas y no vivo más que <strong>de</strong> mi trabajo... ¡No sean ingratoscon los pobres!...—Por mujer no te apures, tío —dijo el Meco, que con un cabo <strong>de</strong> vela se embadurnaba los pies—; aitraimos a la Pintada, y te la pasamos al costo.

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