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AZUELA MARIANO. Los de Abajo

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Anduvo, y su paso marcó un compás grotesco. —Pero ¿pue<strong>de</strong>s tú trabajar, amigo? —le preguntóDemetrio sin <strong>de</strong>jarlo quitar las monturas.— ¡Pobre —gritó el amo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el interior <strong>de</strong> la troje—, le falta la fuerzal... ¡Pero viera qué bien<strong>de</strong>squitael salario!... ¡Trabaja <strong>de</strong>n<strong>de</strong> que Dios amanece!... ¡Qué ha que se metió el sol..., y mírelo, no paratodavía!Demetrio salió con Camila a dar una vuelta por el campamento. La planicie, <strong>de</strong> dorados barbechos,rapada hasta <strong>de</strong> arbustos, se dilataba inmensa en su <strong>de</strong>solación. Parecían un verda<strong>de</strong>ro milagro lostres gran<strong>de</strong>s fresnos enfrente <strong>de</strong> las casitas, sus cimas verdinegras, redondas y ondulosas, su follajerico, que <strong>de</strong>scendía hasta besar el suelo.— ¡Yo no sé qué siento por acá que me da tanta tristeza! —dijo Demetrio.— Sí —contestó Camila—; lo mismo a mí.A orillas <strong>de</strong> un arroyuelo, Pifanio estaba tirando rudamente <strong>de</strong> la soga <strong>de</strong> un bimbalete. Una olla enormese volcaba sobre un montón <strong>de</strong> hierba fresca, y a las postreras luces <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> cintilaba el chorro<strong>de</strong> cristal <strong>de</strong>sparramándose en la pila. Allí bebían ruidosamente una vaca flaca, un caballo matado yun burro.Demetrio reconoció al peón cojitranco y le preguntó:—¿Cuánto ganas diario, amigo?—Diez y seis centavos, patrón...Era un hombrecillo rubio, escrofuloso, <strong>de</strong> pelo lacio y ojos zarcos. Echó pestes <strong>de</strong>l patrón, <strong>de</strong>l ranchoy <strong>de</strong> la perra suerte.— Desquitas bien el sueldo, hijo —le interrumpió Demetrio con mansedumbre—. A reniega yreniega, pero a trabaja y trabaja.Y volviéndose a Camila.— Siempre hay otros más pencos que nosotros los <strong>de</strong> la sierra, ¿verdad?—Sí —contestó Camila.Y siguieron caminando.El valle se perdió en la sombra y las estrellas se escondieron.Demetrio estrechó a Camila amorosamente por la cintura, y quién sabe qué palabras susurró a suoído. —Sí —contestó ella débilmente.Porque ya le iba cobrando "voluntá".Demetrio durmió mal, y muy temprano se echó fuera <strong>de</strong> la casa."A mí me va a suce<strong>de</strong>r algo", pensó.Era un amanecer silencioso y <strong>de</strong> discreta alegría. Un tordo piaba tímidamente en el fresno; losanimales removían las basuras <strong>de</strong>l rastrojo en el corral; gruñía el cerdo su somnolencia. Asomó eltinte anaranjado <strong>de</strong>l sol, y la última estrellita se apagó.Demetrio, paso a paso, iba al campamento.Pensaba en su yunta: dos bueyes prietos, nuevecitos, <strong>de</strong> dos años <strong>de</strong> trabajo apenas, en sus dosfanegas <strong>de</strong> labor bien abonadas. La fisonomía <strong>de</strong> su joven esposa se reprodujo fielmente en sumemoria: aquellas líneas dulces y <strong>de</strong> infinita mansedumbre para el marido, <strong>de</strong> indomables energías yaltivez para el extraño. Pero cuando pretendió reconstruir la imagen <strong>de</strong> su hijo, fueron vanos todossus esfuerzos; lo había olvidado.Llegó al campamento. Tendidos entre los surcos, dormían los soldados, y revueltos con ellos, los

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