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114<br />

Y dicho eso desaparece junto con su nave que brilla un<br />

instante como una estrella más en el firmamento antes de fundirse<br />

con la oscuridad del cosmos. Y allí nos quedamos Adune y yo.<br />

Mirándonos la una a la otra sin atrevernos a romper el silencio. Al<br />

final lo hace el Eterno golpeando con saña a su madre.<br />

— ¿Sucede algo?<br />

— Creo que quiere ver la nave. ¿Sería posible?<br />

Normalmente jamás dejo a nadie hacer eso. Pero<br />

hoy es un día para las excepciones, así que acepto. Adune<br />

acepta mi ayuda para caminar pues le cuesta moverse. Yo<br />

trato de amenizar la caminata con un sinfín de palabrería<br />

técnica acerca de construcciones de naves. De derivación de<br />

estructuras e ingeniería de motores cuánticos. Le hablo de<br />

todo y cuanto he aplicado a la nave. Incluso de mis dudas<br />

acerca del resultado final. Solo me falta hablarle de si me<br />

gustan los días de lluvia. No. No me gustan. Y además, ya ni<br />

siquiera recuerdo cómo es la lluvia de verdad.<br />

— Es extraordinario —dice justo desde el epicentro de<br />

la nave, lugar que ya había acondicionado como sala de partos.<br />

— No es tan impresionante. La distribución desde<br />

aquí se basa en niveles que se irán haciendo accesibles para el<br />

Eterno conforme a su crecimiento. Este lugar servirá como<br />

núcleo y está especialmente diseñado para contener la fuerza<br />

primeriza del recién nacido. Por supuesto todo se activará<br />

cuando estés fuera de peligro.<br />

Entonces me alcanza una mirada de Adune que no<br />

comprendo.<br />

— ¿No lo sabes, verdad? —niego con la cabeza —.<br />

No voy a salir de aquí con vida Erika. Ninguna madre ha<br />

sobrevivido a un parto de un Eterno. Nosotras estamos<br />

destinadas a darles una vida que no pueden concederse ellos<br />

mismos, y también a ser las primeras en contener su fuerza.<br />

— ¿Qué? —grito indignada—. ¿Cómo puedes haberte<br />

presentado voluntaria sabiendo eso?

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