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Lo primero que recuerdo es la sensación de las gotas de<br />
agua resbalando por el contorno de mis ojos. Era un atardecer<br />
lluvioso y sombrío. Ese fue el día en que abrí los ojos sin<br />
saber dónde me encontraba. El primero que recuerdo, que<br />
ahora incluso extraño y añoro al no haber acontecido todavía<br />
nada que enturbiara mi mente.<br />
Me dolía la cabeza y sentía un frío sobrecogedor.<br />
Tras ser consciente de mí, tardé varios segundos en notar<br />
que tenía los párpados elevados, pero la oscuridad que me<br />
envolvía llenaba todo el espacio y me impedía ver nada.<br />
Forcé la capacidad de enfoque de mis cristalinos tanto<br />
como me fue posible. Pretendía discernir el mínimo<br />
detalle que me diera información sobre aquel lugar. Intenté<br />
levantar mis piernas pero debían de estar agarrotadas y<br />
no parecían querer responder al impulso nervioso que<br />
generaban mis neuronas. Cuando conseguí moverme, cada<br />
una de mis extremidades rozaba con una superficie dura<br />
y húmeda. Mis oídos empezaron a despertar y desde el<br />
silencio empezó a llegarme un susurro lejano. No recordaba<br />
dónde me encontraba, pero al menos empezaba a sentirme<br />
vivo y consciente de la situación. Avancé palpando cada<br />
centímetro de aquella fría y acuosa superficie. Según pude<br />
ver a través del tacto me encontraba en un espacio muy<br />
estrecho. Por un momento me sentí perdido, enterrado<br />
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