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En realidad no quería verla morir en ninguna parte.<br />
No estaba preparado para ello. No cuando apenas habíamos<br />
terminado de conocernos y empezado a amarnos. Dispuesto<br />
a luchar parte de su batalla volví a la habitación. Mas cuando<br />
llegué su cama estaba vacía y el respirador siseaba huérfano.<br />
Corrí alertando a todo el hospital de mi pérdida. Entonces<br />
un trueno anunció que la lluvia iba a hacer acto de presencia.<br />
E inmediatamente supe dónde había ido.<br />
— ¡Natalie! —grité su nombre a través de la lluvia.<br />
No sé cómo había logrado llegar a la azotea del hospital.<br />
Ni tampoco cómo había conseguido subirse a la barandilla de<br />
seguridad. Pero allí estaba, caminando en el borde de la vida<br />
con la cabeza alzada al cielo y los ojos cerrados. Danzando<br />
bajo la tormenta.<br />
— ¡Quiero ver al dios de la lluvia!<br />
Me acerqué tan lentamente como el miedo me lo<br />
permitió. Contando cada paso. Cada latido.<br />
— ¡Tienes que bajarte de ahí cariño! —la lluvia se<br />
mezcló con mis palabras de contención— ¡El doctor Pereyra<br />
dice que hay que operarte!<br />
— Pero ya no va a salvarme, Thomas —replicó ella<br />
dándole la espalda al abismo.<br />
— Déjale intentarlo —supliqué dando un paso<br />
quedando ella casi a mi alcance.<br />
Entonces un relámpago iluminó el cielo bordando su<br />
figura contra la oscuridad. Empapada y con la bata adherida<br />
a su cuerpo pude ver que se había consumido más allá de lo<br />
que yo había querido admitir.<br />
— El pequeño dios de la anestesia —comenzó ella a<br />
murmurar—. El dios del escalpelo… de la esperanza… No<br />
quiero verlos. Quiero ver al pequeño dios de la lluvia. Quiero<br />
ser parte de él.<br />
Sus lágrimas y las mías se confundieron entre la lluvia.<br />
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