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16<br />

Maite me miró, alzó la bufanda con una sonrisa<br />

infantil y me dijo:<br />

—Mirá, andate y probate esto que acabo de<br />

encontrar debajo de uno de los muebles, seguro que el<br />

burdeos te sienta rebién.<br />

Los primeros días sin poder entrar al otro lado de la<br />

casa transcurrieron con total normalidad. Tan solo echábamos<br />

en falta la cocina, sobre todo porque nos encantaba tomar el<br />

mate bien caliente, pero pronto nos acostumbramos a comer<br />

cosas frías: latitas de sardinas, frutos secos o chocolatinas<br />

cadbury, que yo compraba a diario en una tiendita que<br />

quedaba a dos cuadras de la casa. Siempre que volvía de la<br />

compra, que normalmente hacía por las mañanas, Maite me<br />

mostraba ansiosa algún nuevo descubrimiento: un ajolote,<br />

un gorrito peruano, un pulóver, un casoar, etc. Los objetos<br />

encontrados me vivificaban el ánimo y tras soltar las compras<br />

de la tiendita corría a los anaqueles en búsqueda de nuevos<br />

fragmentos en los márgenes de los libros, que después recitaba<br />

a Maite durante el almuerzo:<br />

—Mirá, May, esto lo encontré en el margen inferior<br />

de la página veintitrés de… —le di la vuelta al libro para ver el<br />

título— de Historia de cronopios y famas. Escuchá: Los cronopios<br />

casi nunca tienen amantes, pero pagan a las tremenditas para<br />

apaciguar sus miedos. Las tremenditas sin embargo son amantes<br />

de los famas, aunque se pasan la vida anhelando tener una casita<br />

y un jardín con las esperanzas. Las tremenditas tararean tangos<br />

en las aceras y suelen tener la piel morena del reflejo de la luna,

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